
José Luis Guerín apunta a la Concha de Oro con la excelente ‘Historias del buen valle’, una mirada a la gentrificación y las comunidades que resisten
El director de ‘En construcción’ regresa tras ocho años sin dirigir un largometraje con un filme que se alza como una defensa de la vida comunal en tiempos de individualismo
Leiva conquista el Festival de San Sebastián: “Muy poca gente sale indemne de la fama”
La joya del Festival de Cine de San Sebastián llegó casi sobre la bocina, y lo hizo de la mano del regreso de uno de los grandes cineastas españoles de las últimas décadas y que, sin embargo, y como él confiesa, no ha rodado todo lo que hubiera querido. José Luis Guerín presentó ayer su regreso al largometraje tras ocho años de ausencia y dejó a todos, de nuevo, fascinados. Igual que hiciera en este mismo certamen hace casi 25 años cuando presentó En construcción, aquella historia de los habitantes de El Raval de Barcelona que estaban siendo expulsados de sus casas por la burbuja urbanística que comenzaba. Volver a ver ahora el filme de Guerín deja en evidencia el poder de su cine, atemporal, que captura la memoria en su juego entre el documental y la ficción, y también que supo colocar su cámara en un problema que sigue siendo de rabiosa actualidad.
Hay un hilo claro que une En construcción con su nueva película, Historias del buen valle, que cuenta la vida de la gente del barrio de Vallbona, a las afueras de Barcelona. “Una isla”, como lo describen en la película, delimitada por el tren, la autovía y otros accidentes geográficos o urbanísticos. Guerín realiza su maniobra de aproximación habitual para captar el día a día de una comunidad que se convierte en un símbolo de resistencia. Resistencia contra la gentrificación, resistencia al falso progreso que les quiere quitar su campo de fútbol. Pero también resistencia, en la multiculturalidad que representa, a un auge de la extrema derecha que quiere dividir.
En un mundo sin tejidos comunales, de individualismo atroz, Historias del buen valle es un chute de idealismo. Y lo hace sin subrayados. Sin forzar las tintas. Solo colocando la cámara donde toca. Dejando que sus personajes hablen y se relacionen. Captándoles con dignidad. Haciendo que nos preguntemos hasta qué punto es un documental o hasta qué punto esos personajes ficcionan sus propias historias. Da igual, uno tiene la clara sensación de que ha asistido a un trozo de vida que Guerín ha arrancado en forma de cine para ponérnosla a nosotros. Una película asombrosa que merece la Concha de Oro y que es la mejor de todas las que han pasado por la Sección Oficial.
Fotograma de ‘Historias del buen valle’
Aunque el hilo más evidente es el que une Historias del buen valle —que por cierto ha producido Jonás Trueba con su compañía Los Ilusos— con En construcción sería injusto no acordarse de Tren de sombras en ese inicio en Súper 8 en blanco y negro, pero sobre todo a Innisfree, aquel emocionante relato de la comunidad irlandesa que vivía, como en una cápsula del tiempo, en el pueblo donde se rodó El hombre tranquilo, de John Ford. Era también una comunidad que resistía, que permanecía junta, que cantaba unida… Igual que la gente de Vallbona.
Hay hasta un guiño en ese personaje del barrio barcelonés que pide, al inicio de la película que Guerín ruede un wéstern. A él le dedica un plano para el recuerdo. Un plano de wéstern, con él en lo alto de una colina mirando su barrio bajo la niebla. Hay tanto cine en esa escena, en el elegante movimiento de cámara que el cineasta le regala, que hace que casi todas las películas vistas en este Zinemaldia palidezcan.
Pocas horas después del primer pase de prensa de la película, Guerín confesaba que le gustaba leer a los periodistas para tomar conciencia sobre sus propias películas, porque “un exceso de conciencia sobre el propio trabajo tiene un efecto inmovilizador”. Reconocía que hay algo de Innisfree en esa isla que es Vallbona. “Rodé a dos personas que buscaban sus recuerdos en las ruinas de una casita que construyeron ellos mismos. Se cruzó en mi memoria aquella imagen de los sobrinos de John Ford evocando en las ruinas de su porche”, apunta y dice que aunque crea que esta es muy difícil a En construcción, sí que ambas “abordan dos barrios de Barcelona, uno céntrico, otro en la periferia”.
Los centros urbanos se han convertido en parques temáticos, comercio de franquicias que acaba con el tejido social y vecinal, con lo que yo entendía como la vida cotidiana
Ese viraje del centro de Barcelona a las afueras es porque solo así puedes “encontrar algo medianamente auténtico”. “Mi interés en las periferias viene de lejos ya. En la medida en que la gentrificación ocupa todo. Los centros urbanos se convierten en parques temáticos, comercio de franquicias que acaba con el tejido social y vecinal, con lo que yo entendía como la vida cotidiana. Entonces, por esa razón, aparte de los precios de la vivienda que son prohibitivos, eso nos lleva hacia la periferia. Yo no vivo en Barcelona, ahora vivo en Francia, pero cuando voy a visitar a familiares y amigos me voy siempre a los barrios periféricos, donde siento que late, que fluye una vida que yo reconozco como vida cotidiana”, explica.
Para Guerín se está “desplazando la vida popular a los márgenes” y por eso cree que el cine debe mirar a ellos. Minutos después cuenta que la palabra margen no le termina de gustar, porque hay una condescendencia que no debería haber cuando nos referimos a esas zonas en donde se mezcla la gente que viene de un contexto rural y que han desarrollado su vida allí, a aquellos recién llegados a lo que consideran una “ciudad dormitorio” y que tienen menos implicación con los cambios que van ocurriendo.
La cámara de Guerín hace el esfuerzo de ir más allá del prejuicio. “En la periferia lo primero que ve son las enormes carencias flagrantes que padecen. Pero me gusta también verlo como espacio de singularidad que permite formas de vida, de resistencia, que han sido extirpadas y erradicadas de los centros urbanos desde hace muchísimo tiempo”, subraya. Su voluntad con Historias del buen valle, y con todas sus películas, es el de “asistir a una revelación o un descubrimiento”. “Creo que muchos compañeros míos documentalistas quieren hacer una película para hacer una denuncia previamente fijada Yo no, yo lo que me asiste es ese deseo de descubrir algo y compartirlo con vosotros. Con los espectadores”.
En esta ocasión esa revelación tiene muchas capas, y una de ellas es también esa defensa de España como lugar multicultural, de entendimiento y lucha pese a las políticas racistas. Guerín “quería celebrar la diversidad que se produce con la nueva globalización”. “Me parece preciosa la aportación que suponen todas estas personas y al mismo tiempo lo siento muy amenazado en los tiempos que corren. Estamos ante un resurgir tan truculento de los nacionalismos con una violencia atroz. Y los nacionalismos pretenden que la identidad sea una instancia fija, estática, inmóvil. Cuando una identidad, si está viva, debe ser necesariamente mutante. La identidad se construye cada día y la identidad de ese barrio está ahí, en movimiento”, reflexiona y da la explicación de porque, al comienzo de su filme, pone que nos encontramos ante un ‘work in Progress’. Historias del buen valle, como el propio barrio, se sigue construyendo, y nunca dejará de hacerlo.