
Abortar no tiene por qué ser traumático, pero los obstáculos y el estigma por hacerlo sí lo son
La amenaza de las consecuencias físicas y psicológicas que puede conllevar un aborto, algo que la evidencia desmiente, es un fantasma que la derecha saca a pasear de vez en cuando: utilizar la palabra ‘síndrome’ le da un aspecto científico a un bulo amedrentador
El inexistente «síndrome post aborto» que PP y Vox ‘cuelan’ en Madrid: «Van a obligar a los trabajadores a mentir»
“Soy la prueba de que un aborto puede provocar indiferencia o un estallido. Soy la prueba de que un mismo cuerpo puede vivir en dos ocasiones ese mismo acontecimiento y movilizar de forma totalmente diferente la cabeza que lo corona o las emociones que lo habitan. Soy la prueba de que puede ocupar veinte años o solamente las semanas necesarias para llevarlo a cabo. De que puede ser la única salida o simplemente una oportunidad para aguardar un momento mejor. Así pues, me cansé de los discursos categóricos y cerrados sobre las razones por las cuales las mujeres deberían recurrir a él y sobre lo que deberían sentir o no en ese momento”.
Sandra Vizzavona decidió escribir Interrupción (editorial Tránsito) para que las mujeres hablaran de sus abortos en primera persona. Sin intermediarios, sin estigmas, y con el objetivo de romper el relato categórico que pesa sobre la interrupción voluntaria del embarazo: que es un acto necesariamente traumático que deja a las mujeres sumidas en terribles consecuencias psicológicas. El resultado fue un compendio de historias en las que hay todo tipo de experiencias, emociones y vivencias. El aborto era para algunas como ir a sacarse una muela, para otras un alivio, hay para quien supuso un conflicto con su pareja o consigo misma, algunas experimentaron liberación, otras culpa, otras pensaron en ello durante mucho tiempo, otras casi lo olvidaron al día siguiente.
La propuesta del PP en el Ayuntamiento de Madrid, secundada por Vox, de obligar a los servicios municipales a informar a las mujeres que decidan interrumpir su embarazo sobre lo que han denominado el “síndrome postaborto” no solo ignora la evidencia, sino también esa diversidad de experiencias y matices. El relato que le interesa a la derecha es otro: el que vincula aborto con terribles consecuencias psicológicas para las mujeres, y el que identifica a la mujer que aborta con alguien desgraciado, condenado a la tristeza y al sufrimiento.
Desde hace ya tiempo la evidencia muestra que no existe una relación causal entre abortar y los males que la derecha le achaca, esto es, depresión, ideas suicidas, o alcoholismo, entre otras cosas. La escucha a las mujeres que han interrumpido sus embarazos permite también desmontar esa idea monolítica sobre por qué aborta una mujer, cómo se siente después y qué impacto tiene esa decisión en ella.
De hecho, lo que sabemos es que el trauma puede producirse, sobre todo, por otros motivos, principalmente dos: los obstáculos que existen para abortar y el estigma social que todavía rodea este procedimiento médico. Esos obstáculos pueden existir incluso aunque haya leyes garantistas y España es el mejor ejemplo de ello. Con una de las mejoras normas del entorno, aún hoy la mayoría de abortos se hacen en clínicas privadas porque una objeción de conciencia mal entendida y aplicada, la falta de voluntad, de formación y el estigma de los propios profesionales dificultan su práctica en la sanidad pública.
Hay provincias donde no se practican abortos o apenas se practican, y eso quiere decir que hay mujeres que deben peregrinar entre los servicios de diferentes lugares y viajar a otra ciudad para poder acceder a una interrupción voluntaria del embarazo. A partir de la semana 14, la situación aún se complica más, y llega a ser límite para mujeres que, aun teniendo diagnósticos terribles sobre los bebés que esperan, no obtienen a tiempo la autorización del comité correspondiente y tienen que viajar fuera de España para someterse al aborto de un embarazo que fue intencionado.
Todo eso engorda el estigma. Decidir abortar y no poder hacerlo en el hospital que te corresponde, como harías con cualquier otro procedimiento médico, genera una sensación de ocultación, de que algo está mal. A las puertas de las clínicas privadas es frecuente encontrarse con situaciones violentas: grupos antiderechos -apoyados, por cierto, por miembros de Vox y PP- ocupan aceras próximas, siguen a mujeres y profesionales, les hacen preguntas insistentes, llevan folletos o fetos de juguete, y hacen pintadas donde puede leerse ‘asesinas’. El acoso frente las clínicas se convirtió en delito en 2022 pero los grupos ultras siguen buscando los trucos para saltarse el Código Penal.
La Asociación de Clínicas Acreditadas para la Interrupción Voluntaria del Embarazo (ACAI) recordaba este miércoles que el 60% de las mujeres que han decidido abortar experimentaron sentimientos de alivio o liberación, el 55% de confianza. “Algunas de ellas se pueden ver afectadas por emociones negativas, muchas veces provocadas por el peso del estigma social en relación al aborto, la incidencia negativa del entorno más inmediato de la mujer, la situación legal del aborto, la facilidad o no de acceso, posibles desplazamientos, la coyuntura vital o económica de la mujer, la frustración experimentada ante un embarazo deseado que se ha visto afectado por una patología fetal o las dolencias psicológicas o psiquiátricas previas que puede sufrir una mujer y que mediatizan en gran medida la intervención”, aseguran.
Las clínica subrayan que cada mujer que decide interrumpir su embarazo tiene una realidad diferente y que es fundamental para afrontar el proceso respetar “sus movitaciones” y también “validar las emociones asociadas a ellas”. Un estudio hecho en EEUU y publicado en la revista Social Science and Medicine reveló que, cinco años después de haber abortado, el 84% de los mujeres experimentaba emociones positivas o neutras respecto a su decisión. El 46% aseguró que no se había tratado de una decisión difícil de tomar, el 27% lo calificó como “algo difícil”. El 70% aseguraba que, de haberlo sabido personas de su entorno, habrían sido estigmatizadas.
La ocurrencia del PP y Vox en Madrid no es ni siquiera la primera vez que la derecha y los grupos ultras intentan algo parecido. La amenaza de las consecuencias físicas y psicológicas es un fantasma que sacan a pasear de vez en cuando. El lunes pasado, en la conmemoración del 40 aniversario de la despenalización (parcial) del aborto, varias activistas feministas recordaban cómo la derecha había tratado de frenar los avances con el argumento de que las interrupciones voluntarias del embarazo podían dejar estériles a las mujeres. Ninguna evidencia sostenía tal afirmación, como ninguna avala ahora su teoría, pero utilizar la palabra ‘síndrome’ le da un aspecto científico a un bulo amedrentador.
El apoyo ciudadano a la interrupción voluntaria del embarazo es mayoritario y eso complica el deseo que pueda existir en Vox o el PP de aprobar leyes restrictivas. Pero hay otra manera de restringir este derecho: poniendo obstáculos, recortando presupuestos y, por supuesto, metiendo miedo a las mujeres para que ellas mismas se lo piensen antes de ejercerlo.