
“Me dicen que fumo por postureo”: por qué se minusvalora la adicción al tabaco
«No puede ser tan difícil». Para los que están intentando dejar de fumar es habitual toparse con comentarios en los que el tabaquismo se retrata como una adicción de segundas, y ponerle solución, como un acto de voluntad. Pero es un proceso complejo en el que influyen multitud de factores
Todo el día “gestionando emociones”: por qué no paramos de hablar como si estuviéramos en la consulta del psicólogo
A finales de agosto, The Cut publicó un artículo titulado All The Hot Girls Are Quitting Nic (algo así como Todas las tías buenas están dejando la nicotina o, en una traducción aún más libre, Dejar de fumar es de guapas) acerca de la tendencia de contar en redes sociales cómo es desengancharse de dicha sustancia. El post de Instagram donde la revista compartió el reportaje incluía algunos vídeos de ejemplo y recibió una gran cantidad de comentarios. Muchos eran de apoyo pero también había cachondeo ante el sufrimiento de esas chicas que lloraban frente a la cámara o explicaban lo difícil que había sido para ellas el proceso. Un reflejo de lo que escuchan en vivo muchas personas que intentan no volver a coger un cigarrillo: no puede ser tan difícil.
Aunque las creadoras de esos contenidos fuman con vapeadores, la sustancia es la misma. “La nicotina es una de las drogas más adictivas que existen. De hecho, tenemos receptores en el cerebro específicos para ella, que son los receptores nicotínicos”, explica a elDiario.es Antoni Baena, profesor de los Estudios de Ciencias de la Salud de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y especialista en el tratamiento y el control del tabaquismo. Para él, esta adicción se minusvalora en parte porque no causa un efecto negativo inmediato como otras drogas. “No estrellas el coche o creas conflictos vecinales, como puede pasar con el alcohol, más allá de lo que podría ser el consumo pasivo”, señala.
Silvia Mondon, psiquiatra en la unidad de adicciones del Hospital Clínic de Barcelona, coindice con Baena. “La adicción al tabaco fisiológicamente se puede comparar a la de la heroína en cuanto a la rapidez con la que uno queda atrapado”, sostiene, “por eso es tan importante la prevención en la adolescencia que es cuando se prueba el tabaco y ahora los vapeadores”.
Precisamente, Adela probó su primer cigarrillo a los 15 años “por la tontería de que parece que fumar mola y ligas más”, explica. Ahora tiene 65 y, aunque lo intenta continuamente, no consigue dejarlo. Además de tener problemas arteriales tiene EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) y es consciente de que si sigue fumando posiblemente se muera. “Yo he hecho cuentas y me he dejado casi 600 euros [en intentar dejarlo]. Si me dicen que hay un sitio donde te curan yo voy, pero es que mi cabeza ya no se cree nada”. Obviamente, ha escuchado de todo por parte de quienes la rodean. “Incluso que ‘yo dije se acabó y se acabó’. Pues qué suerte, hija. Yo todos los días de mi vida digo se acabó y no lo consigo”, espeta.
En España, las cifras de quienes han conseguido desengancharse no son muy optimistas: el número de exfumadores lleva estancado diez años. Según una radiografía con multitud de datos realizada por la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), el porcentaje de personas que asegura haber dejado de consumir tabaco apenas se ha movido desde 2014 (uno de cada dos fumadores lo ha dejado; y los mayores de 65 son exconsumidores en mayor medida que los jóvenes, 78% frente al 25%). Y aunque no hay datos más actuales disponibles que los de 2017, que entonces solo un 25% de fumadores realizara un intento de dejarlo es revelador.
Sonia tiene 43 años y fuma desde que iba al instituto. Estuvo ‘limpia’ durante dos años, con muchísimo esfuerzo, y recuerda que mientras lo intentaba la gente le contaba anécdotas de conocidos que lo habían logrado como si nada. Lo mismo le ocurre a Candela, que se encuentra en pleno proceso —lleva aproximadamente un mes— de deshabituación de la nicotina: “Me encuentro a mucha peña que, cuando les digo que lo dejo, me contesta: pues yo dejé la cajetilla en una mesita y ni me acordé más de fumar. Sí, claro”. A Laura, que consiguió estar sin tabaco durante seis meses pero recayó, hubo quien le dijo que no era para tanto. El comentario que más le llamó la atención fue el que una conocida le hizo a su hermana. “Le dijo que si yo no había dejado de fumar era porque me gusta la imagen que proyecto en el bar con el piti en la boca, que fumo por postureo. Pero hoy en día creo que los fumadores no estamos muy bien vistos”, apunta.
Me encuentro a mucha peña que, cuando les digo que lo dejo, me contesta: pues yo dejé la cajetilla en una mesita y ni me acordé más de fumar. Sí, claro
Para Raúl, que también lo dejó y volvió, el principal problema es que mucha gente no entiende lo que es una adicción. “Dejan ver con mucha vehemencia”, mantiene, “que no les gusta que lo hagas y te recuerdan constantemente que debes dejarlo, cosa que ya sabes porque eres un adulto y estás haciendo esto a pesar de ser plenamente consciente de que es dañino”. Él considera que, en parte, ha reincidido porque su condición física no mejoró de manera evidente. “No padecía una enfermedad de base agravada por el tabaco, así que no noté una mejoría en mi respiración, en la calidad de mi piel, de mi pelo o de vida en general”, sostiene. Según su percepción, en un caso como el suyo, para dejar la nicotina es esencial querer hacerlo. “Lo haces porque crees que es bueno para ti, sin más, sin ninguna contraprestación. Y eso lo hace todavía más difícil”.
María del Mar Arroyo Jiménez, catedrática del departamento de Ciencias Médicas de la Universidad de Castilla-La Mancha, le da razón a Raúl en lo de que hay incomprensión en torno a la adicción: “Comentarios como ‘si no lo dejas es porque no quieres’ o ‘es cuestión de fuerza de voluntad’ reflejan un desconocimiento sobre la naturaleza adictiva de la nicotina, que es comparable —y en algunos aspectos superior— a la de otras sustancias de abuso como la heroína”.
¿Hay algo que funcione?
Hipnosis, acupuntura, el libro milagroso, charlas motivacionales, meditación, aplicaciones para el smartphone, parches, chicles, vapeadores: el abanico de métodos para decir adiós a la nicotina es tan amplio como cuestionable. Pero la medicación y el apoyo psicológico sí han demostrado su efectividad: “Hay tratamiento farmacológico de primera línea como el bupropión (Champix en su nombre comercial) y ahora la citisina (Todacitan o Recigarum)”, afirma Antoni Baena, “y luego el tratamiento cognitivo conductual, psicológico. Es mejor cuando combinas los dos. Esto sabemos que funciona”. María del Mar Arroyo coincide con él y añade que: “Un especialista debe valorar y recomendar a cada paciente, ya que hay que tener en cuenta múltiples factores tanto a nivel de consumo como económicos e incluso clínicos”.
Comentarios como ‘si no lo dejas es porque no quieres’ o ‘es cuestión de fuerza de voluntad’ reflejan un desconocimiento sobre la naturaleza adictiva de la nicotina
Raúl es el único de los entrevistados que dejó el tabaco ‘a pelo’. El resto tomó pastillas con mayor o menor éxito. Adela, por ejemplo, probó el Champix pero el médico se lo retiró porque le daban taquicardias. En 2021, además, el Champix fue retirado del mercado por la AEMPS debido a la presencia de nitrosaminas (sustancia potencialmente cancerígena), pero a finales de marzo de 2025 la vareniclina (el principio activo), volvió a estar disponible en España. Ahora, Adela está probando por segunda vez con la citisina, aunque este método le parece más complicado: “Es una locura porque tienes que empezar la primera semana con una toma cada dos horas y yo no tengo cabeza, ni poniéndome el móvil. Además, a los cinco días tienes que dejar de fumar. Pero voy a intentarlo”, dice.
En su momento, Sonia tomó bupropión y contó con apoyo psicológico. Con ese fármaco se reduce el consumo progresivamente hasta que llega ‘el día D’, cuando ya no hay más cigarrillos. Precisamente, en su primera jornada sin tabaco ella tenía una cita con la enfermera que la acompañaba en el proceso: “No pude parar de llorar en la consulta y me decía que se sentía lo mismo que en un duelo. Estuve varios meses en un estado de depresión, porque dejas a tu mejor amigo, el tabaco. Estaba triste, de mal humor, no me podía concentrar. Y después llegaron los kilos, poco a poco, hasta llegar a 15”. La experiencia de Laura fue similar: “Al principio bien, porque las pastillas hacían efecto. Por primera vez desde que era fumadora –dos décadas– era capaz de despertarme y no pensar en el tabaco, pero después por la falta de nicotina me deprimí”, desarrolla. Cuando salía y tomaba alcohol, la mezcla con el fármaco la ponía irritable “y un poco violenta”. “Gané ocho kilos y no perdí a mis amigos porque me deben de querer mucho. Estaba insoportable”, rememora.
Cuando alguien se convierte en un exfumador, en cualquier momento puede recaer
Ambas recayeron casi sin darse cuenta. “Un día, de la forma más tonta, probé un cigarro que me supo fatal pero pensé: ‘bah, puedo fumar uno de vez en cuando’. Empecé primero con uno antes de ir a la cama, luego añadí el de después de comer y así fui aumentando hasta el día de hoy, que no llego a la cajetilla pero casi”, detalla Sonia. Por su parte, Laura reconoce que nunca se le fue “el mono”. Medio año después de haberlo dejado, fue a un festival de música y pidió: “Unas caladas de pitis ajenos. Al final, un día me compré un paquete y ya está. Fumadora otra vez”. A ella le da miedo volver a intentarlo porque lo pasó terrible, pero Sonia está de nuevo en proceso: “Me está costando muchísimo, pero seguro lo volveré a conseguir”.
“Cuando alguien se convierte en un exfumador, en cualquier momento puede recaer”, explica Baena, que remarca que esto no significa que los tratamientos que ofrece la sanidad pública o las medidas antitabaco no sirvan para nada. “Desde luego es muy positivo que se financien [los tratamientos] aunque todo es mejorable en muchos aspectos. Por ejemplo, ahora tienes derecho solo a uno al año, y yo, que he trabajado siempre en unidades especializadas de tabaquismo, sé que hay personas que necesitan más”. Pero está convencido que con el tiempo se ajustarán las dosis y funcionarán aún mejor. Salir del tabaco es difícil, pero no imposible.
¿Por qué alguna gente sí y otra no?
No todos los adictos a la nicotina lo son al mismo nivel. Raúl, por ejemplo, no necesitó apoyo médico y cambió su patrón de consumo cuando volvió a fumar. Antes, si estaba nervioso encendía un cigarro, lo mismo que si estaba esperando a algo, se enfadaba, terminaba de comer o se iba a dormir. Ahora fuma mucho menos y lo volverá a dejar en algún momento, aunque no sea ya mismo. Sin embargo, a Adela no le resulta posible siquiera reducir la cantidad aunque lo intente y su calidad de vida es mucho peor. Ninguno de los entrevistados lo es, pero también existen ‘fumadores sociales’, es decir, aquellos que solo fuman puntualmente y no sufren si se les acaba la cajetilla. ¿Qué determina la adicción? ¿Qué hace que algunas personas se enganchen y otras no?
Dejar de fumar no es un reto de fuerza de voluntad, sino un proceso que requiere apoyo, paciencia y constancia
Según Silvia Mondon, esa es “la pregunta del millón” porque en el campo de las adicciones, la causa es multifactorial: “Tiene que ver con la vulnerabilidad personal, el ambiente y la accesibilidad de la sustancia. La combinación de todas ellas lleva a ser más proclive a desarrollar una adicción”. Baena está de acuerdo con ella: “Son tantas las variables que están involucradas que no podemos hacerle un análisis y un cuestionario a una persona y así saber si va a ser un fumador social, por ejemplo”. María del Mar Arroyo sí apunta a la biología, aunque no solo. “Se han descrito factores genéticos, psicológicos y sociales. Algunas personas tienen una predisposición biológica mayor a desarrollar dependencia, mientras que otras pueden tener más recursos personales o sociales para afrontarla” y añade que: “La edad de inicio, el entorno familiar y social y la presencia de otras enfermedades como ansiedad o depresión influyen en la facilidad o dificultad para dejar de fumar. Por eso, es importante no comparar procesos y adaptar el apoyo a cada persona”.
Pequeños gestos como evitar comentarios negativos o culpabilizadores y reconocer los pequeños logros pueden ser de ayuda para la persona que se está ‘quitando’ del tabaco. Los sentimientos de vergüenza y fracaso en aquellos que lo intentan y no pueden, que recaen o simplemente lo pasan mal, son habituales. “Detrás del tabaco hay una industria legal que tiene que vender la idea de que el consumo de tabaco es una decisión personal, de forma que si tú no lo dejas el problema es tuyo, no del producto”, señala Baena. “Está bien que a la persona le transmitamos que sabemos que cuesta pero no es imposible, que le vamos a apoyar. Y desde luego, no fumar delante de ella o no exponerla a situaciones donde haya humo al principio ayuda mucho”. Además, Arroyo recomienda a aquellos que decidan dar el paso de romper con el tabaco no lo hagan en soledad. “Dejar de fumar no es un reto de fuerza de voluntad, sino un proceso que requiere apoyo, paciencia y constancia”, concluye.