Escucha a Jane Goodall

Escucha a Jane Goodall

La primatóloga contaba que su experiencia como científica en el terreno la empujó a ser activista y abrazaba esa palabra, pero siempre con un sentido de lo concreto para conseguir resultados que se echa en falta en este mundo más entregado a fabricar vídeos cortos para el espacio virtual que a cambiar la realidad

ENTREVISTA – Jane Goodall: “La rabia está bien, pero debemos canalizar esa rabia para cambiar el mundo”

En el verano de 2022, para nuestro décimo aniversario, entrevisté a Jane Goodall, la primatóloga y activista medioambiental. Entonces tenía 88 años y viajaba poco por la pandemia, entre el miedo y las restricciones. Estaba un poco inquieta después de tantos años de trotamundos, pero hablaba mucho de la esperanza, la palabra que había utilizado para su podcast y su último libro. 

Goodall volvió a viajar. La muerte la pilló este miércoles en Los Ángeles, en medio de un tour de conferencias por Estados Unidos.

Ella contaba que su experiencia como científica en el terreno la empujó a ser activista y abrazaba esa palabra, pero siempre con un sentido de lo concreto para conseguir resultados que se echa en falta a menudo en este mundo más entregado a fabricar vídeos cortos para el espacio virtual que a cambiar la realidad. 

Hablamos de Greta Thunberg. La alababa por movilizar a los jóvenes, y, desde luego, Goodall también sabía mucho de la experiencia de ser minusvalorada cuando era una veinteañera intentando hacerse camino. Pero también sugería que hace falta algo más que “rabia” porque progresar en los grandes asuntos como la crisis climática requiere apoyo transversal y requiere -todavía más difícil- convencer a poderosos que pueden considerar que el cambio va en contra de sus intereses. 

“Yo creo que la rabia está bien, pero debemos canalizar esa rabia hacia cambiar el mundo. Necesitamos a gente como Greta, pero no es mi estilo… Creo que el cambio de la gente debe ser desde su interior. Y estar enfadados y acusando a la gente no necesariamente la cambiará en su fuero interno”, me decía. “Pero estamos en una situación tan grave que pienso que probablemente necesitemos ambos estilos. Y no hay duda de que Greta ha concienciado a la gente”.

Las personas líderes que remueven conciencias, como Greta Thunberg, son un paso, pero especialmente en esta década se ha agudizado la falta del siguiente, y a veces las protestas más ruidosas confinadas al simbolismo han acabado causando el efecto opuesto al buscado.

El Reino Unido, el país de Goodall, es un buen ejemplo. Es un país que avanzaba a mejor ritmo que otros en la reducción de emisiones y donde el consenso político era tal que los gobiernos conservadores -el de Boris Johnson, por ejemplo- aprobaron restricciones al tráfico y recortes de emisiones con convencimiento. También es el país donde algunos grupos medioambientales son ahora muy impopulares después de cortar carreteras y tirar sopa a cuadros en museos. Son acciones que han llamado la atención, pero también han contribuido a pintar la causa de la reducción de emisiones y la dependencia del petróleo y el gas como algo extremista cuando no lo es. 

La creciente polarización alrededor de un asunto donde había consenso ha sido alimentada también por grupos de extrema derecha que llevan años inventando conspiraciones sobre las restricciones de tráfico y cualquier medida para intentar reducir la contaminación. En todo caso, la realidad es que en el Reino Unido el último Gobierno conservador, de Rishi Sunak, dio marcha atrás en algunos de los planes de sus predecesores y ahora el laborista de Keir Starmer está haciendo lo mismo por miedo a la oposición de una parte de sus votantes.

Todo puede servir, pero Goodall pedía más de lo concreto para mejorar el entorno. Ella estaba especialmente orgullosa de Roots and Shoots, el programa de su instituto que financiaba proyectos de jóvenes en sus comunidades. Cada vez es más importante, y más difícil, dedicarse a lo concreto, a lo real del mundo físico cuando todo nos empuja hacia el virtual con mucho impacto para hacer un poco más de ruido pero dudosos resultados. 

La escritora Joanna Pocock da mucho que pensar en su ensayo Greyhound, sobre dos viajes en autobús en Estados Unidos, en 2006 y 2023. Su libro es un retrato sobre el creciente aislamiento de la población en las partes más decrépitas del país y también sobre la degradación del entorno. De hecho, ella se define como escritora medioambiental.

Y una de las reflexiones de fondo del libro es el efecto de la tecnología. “Su sombra online ha convertido el espacio físico en menos real”, escribe Pocock. Se puede aplicar a la vida cotidiana y también al activismo. Pero lo que está en juego sigue estando fuera de Instagram. Goodall, con 91 años, lo seguía teniendo claro.