
Así conseguí que el Museo Arqueológico cambiara el dibujo (sexualizado) de una mujer del neolítico
Esta es la historia de cómo una protesta en redes sociales sobre una ilustración del museo se convirtió en un movimiento colectivo contra una mirada que, demasiado a menudo, justifica opresiones sobre las mujeres
“¿Pero tú usas tampones?” y otras formas de machismo y racismo que sufrimos las gitanas
¿Qué sucede si pensamos en un hombre de la Prehistoria? Es probable que se nos vengan a la mente imágenes de un grupo de cazadores, vestidos con pieles y empuñando armas mientras persiguen a un animal. ¿Y si pensamos en una mujer? Estará seguramente en la cueva, con un bebé en brazos o, con un poco de suerte, recolectando. Que nuestro cerebro haga esa distinción, automática y universal, no es casualidad.
Nuestro imaginario colectivo funciona de manera que, pese a no haber estado ahí hace 3 millones de años, así es como pensamos en nuestros antepasados. Unas representaciones que beben de esos dibujos con los que hemos crecido en los libros de texto del colegio, pero también en documentales, exposiciones y museos.
Pero, en el momento en que ya hay descubrimientos científicos que confirman que esa división de roles no era tal, ¿hasta qué punto nuestras creencias actuales condicionan la manera en que narramos y aprendemos el pasado? La respuesta me quedó clara cuando, en septiembre de 2024, fui con una amiga a visitar el Museo Arqueológico Nacional.
Entre tantas piezas de historia que nos rodeaban me quedé sorprendida por una de las vitrinas. En ella se representaba a una mujer del Neolítico. Estaba de rodillas moliendo algún tipo de cereal, pero algo nos extrañaba a mi amiga y a mí. Primero su postura, que parecía antinatural por lo arqueada que tenía la espalda, su aspecto con el pecho bien arriba, pese a la gravedad, y un físico delgado y normativo, pero también la pieza de tela a modo de minifalda cubriéndole únicamente el pubis y el trasero.
Dando una vuelta por el resto de la sala, todos los hombres representados que aparecían cargaban arcos, presas, estaban vigilando… Unas poses que, yendo al lenguaje corporal, se conocen a día de hoy como “posturas de poder”. Y otra diferencia obvia es que estaban completamente vestidos, mientras que ella parecía el dibujo que suele acompañar cualquier disfraz de Halloween: la ‘cavernícola sexy’.
Más allá de que se han encontrado sepulturas de mujeres con objetos destinados a la caza -el trabajo de la arqueóloga y catedrática de Historia, Marga Sánchez Romero, está muy relacionado con esto-, hasta qué punto una mujer con una talla 36 habría sobrevivido en el Neolítico es otra de las grandes preguntas que me surgió al ver el dibujo. Pero el mayor problema era la sexualización de la imagen, que hacía, no solo que no fuera veraz, sino que se tratara de la proyección de una mirada androcéntrica que distorsiona la realidad histórica.
Esta es también una manera de perpetuar estereotipos de género actuales y que queden invisibilizados los roles que las mujeres desempeñaban en las sociedades prehistóricas, que eran fundamentales para la supervivencia del grupo. Es así como seguimos imaginando que él es cazador, ella secundaria. La necesidad de representar así a las mujeres, de hacerlas, una vez más, objeto de deseo, incluso en un museo, me chocó hasta el punto de que quise comentarlo en Instagram y hacerles llegar una queja.
Compañeras feministas se sumaron compartiendo el post y manifestando su disconformidad: “Parece la esclava sexual de las cavernas”. “Ni en un dibujo sobre la Prehistoria nos libramos de la sexualización”. “Congelada y glacializada, pero sexy y a cuatro”. “Espero que del museo digan algo, porque vaya (poca) tela”.
De hecho, una seguidora arqueóloga llegó a comentarme que la ilustración se encuentra en el museo desde que reabrió sus puertas en 2014-2015. “Ha habido voces críticas contra esa imagen (una de mis profesoras en la carrera la criticaba mucho) pero ahí seguía. La mayoría de veces que llevo a gente se lo comento y todo el mundo está de acuerdo en que la pose, independientemente que pueda ser apropiada para utilizar un molino de mano, es ridícula”.
Si los ideales de belleza modernos (la cintura de avispa, el pelo liso, las tetas bien puestas, la sexualización, en definitiva) se ven proyectados en instituciones que narran el pasado, no se hace más que reforzar las estructuras que oprimen a las mujeres y que siguen vigentes en la actualidad.
La respuesta inicial del museo fue la de justificar la permanencia de la ilustración: “Siempre intentamos estar actualizados y varias conservadoras están especializadas en arqueología con perspectiva de género y feminista, pero el cambio de la gráfica supone un reto a nivel presupuestario. El MAN, como museo dependiente del Ministerio de Cultura, está sujeto a la disponibilidad presupuestaria del Estado. Esto hace que el cambio no podamos hacerlo tan rápido como nos gustaría”. No nos resulta nuevo que, cuando se trata de revisar sesgos sexistas, nunca sea lo prioritario, siempre hay algo que parece más urgente.
Pero aquella indignación compartida no podía perderse en el vacío, y fue clave la figura de Alessandra del Monaco, compañera feminista del ayuntamiento de Boadilla, quien me puso en contacto con Emma López, concejala socialista en el ayuntamiento de Madrid. Ella, a su vez, trasladó la protesta a Manuela Villa, directora del departamento de asuntos culturales del Gobierno, quien dijo que lo iba a tratar con la directora del museo, Isabel Izquierdo. Hasta entonces, no eran conscientes de la polémica que estaba teniendo la imagen en redes sociales.
No tuve más noticias hasta que, un año después, volví al museo. La sorpresa fue que pude comprobar que la antigua ilustración ya no estaba. La nueva imagen muestra a una mujer de más edad, con un cuerpo y una postura más verosímiles para la tarea que está realizando, con una vestimenta más realista. Lo que había empezado como una queja individual se había convertido en un gesto reparador que nos devolvía la dignidad. “Los cambios de gráfica forman parte del día a día del museo y del trabajo de la mejora de nuestra exposición permanente”, me contestaron cuando les di las gracias.
Los museos no son espacios objetivos ni neutrales. Cada vitrina, cada panel, cada ilustración transmite una mirada sobre la Historia y a su vez condiciona nuestra visión del mundo. Preservar la Historia requiere conciencia, rigor y, como hemos visto, la valentía de asumir responsabilidades (porque también nos podemos equivocar). Pero al ser lugares educativos, que transmiten valores a los visitantes, si quienes diseñan estas narrativas se dejan arrastrar por los mismos estereotipos que nos atraviesan en la actualidad, no se aportan conocimientos, sino desinformación que legitima la desigualdad.
La representación importa, la reparación también, aunque en apariencia sea un logro pequeño como es actualizar un dibujo. Me hace pensar en cuántas veces nuestras quejas han sido ignoradas, pero también me recuerda la potencia de la sororidad. Gracias a hacernos eco por compartir la misma incomodidad, ya fuera escribiendo quejas al museo o a la cadena de mujeres contactando con otras y amplificando el malestar, logramos que la acción colectiva abriera la grieta que movió a toda una institución.
Hoy esa vitrina muestra a una mujer que ya no parece caricaturizada, la prueba de que podemos conseguir cambios, pero también el recordatorio de que la vigilancia no termina. Por mucho que una institución se denomine comprometida con el feminismo, siempre será necesario el ojo crítico de las espectadoras. Nunca se sabe cuál es el próximo museo o exposición donde encontraremos un pasado mal narrado que contribuye a la opresión.
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