
El cáncer no espera
La consejera de Sanidad andaluza debería dimitir por su falta de empatía y de responsabilidad para asumir las consecuencias que este daño tiene en miles de mujeres y familias. O deberían cesarla, de inmediato
La consejera andaluza de Salud, a las víctimas del diagnóstico tardío de cáncer: “No veáis el vaso medio vacío”
Leo y escucho los testimonios de las mujeres que han sufrido los retrasos en las comunicaciones del programa de cribado en Andalucía. Pienso en ellas y me duele. Muchas de ellas todavía esperan noticias para saber los resultados de aquellas pruebas y otras saben ahora que aquellos meses de silencio y la posterior confirmación de que tenían cáncer no fue resultado de la “mala suerte” sino de una “mala gestión” ni siquiera a un “error de diagnóstico” (que de estos podemos hablar otro día). Pienso en ellas, y en toda la confusión, tristeza, dolor físico y bloqueo emocional que te sacude y te deja suspendida cuando te dicen que tienes cáncer, pero, además, es que ese cáncer debía haberse empezado a tratar mucho antes.
En Andalucía, miles de mujeres participaron en los programas de detección precoz. Sin embargo, cuando las imágenes resultaron “dudosas” o “no concluyentes”, muchas no fueron informadas de que era necesario hacer más pruebas o seguimiento hasta meses, incluso años, después. Para mayor gravedad, en algunos casos ni siquiera quedó constancia en la historia clínica.
Pienso en ellas y en las mujeres que forman la asociación Amama y me pregunto si las personas que las escuchan son conscientes, de que una mastectomía no es “solo” que te quiten un pecho, que una terapia hormonal no son “solo” unas pastillas, que una metástasis no es “solo” un mal diagnóstico, que el “cáncer de mama” es el menos malo… Cuando se habla de cáncer, cada día cuenta. Cada día sin diagnóstico puede significar pasar de un estadio inicial, curable con cirugía conservadora, a uno avanzado, que exige tratamientos agresivos y pone en riesgo la vida. Cada cáncer tiene nombre y apellidos, y detectarlo a tiempo es fundamental para que el tratamiento sea efectivo.
En medio de esta crisis, la respuesta política indigna hasta las entrañas. La consejera de Sanidad andaluza ha mostrado una falta absoluta de empatía y responsabilidad. En lugar de asumir la dimensión del problema y tomar conciencia de lo que implica esta situación para la vida de las mujeres, se atreve a pedir que no se haga alarma sobre este cribado. La Junta ha llegado a afirmar que “el asunto no tiene influencia en la detección del cáncer, sino en la información que se daba a las pacientes”. Pero ¿cómo se detecta el cáncer si no es informando a tiempo, ordenando más pruebas, garantizando el seguimiento y dejando constancia en la historia clínica de cada mujer?
Son muchas, muchísimas, las mujeres que no recibieron ninguna notificación, o la recibieron tarde, pese a que sus pruebas mostraban indicios de un posible cáncer. Meses, incluso más de un año esperando una llamada que nunca llegó (que también deberíamos preguntarnos si de verdad una llamada telefónica es la forma adecuada de comunicar que tienes cáncer). Esa espera ha significado, simple y llanamente, que en un número indeterminado de casos la enfermedad haya avanzado. Porque el cáncer no espera. Además, es probable que estos gravísimos fallos no afecten solo al cribado de mama: podrían repetirse también en otros programas como los de colon o próstata. No se trata de un error aislado, sino de un sistema sin protocolos claros, sin comunicación activa, sin seguimiento garantizado.
Un dato que conviene no olvidar es que estos “fallos del sistema” no golpean al azar. Afectan sobre todo a quienes dependen en exclusiva de la sanidad pública, a quienes no tienen seguros privados ni contactos para acelerar sus citas y su prueba. Golpean con más fuerza a las mujeres que menos capacidad económica tienen para corregir los “fallos y olvidos” del sistema. La desigualdad sanitaria también se mide en tiempos de espera y en diagnósticos tardíos, se mide en cuánto invierten los gobiernos autonómicos en sus sistemas públicos de salud y cuánto desvían a la sanidad privada, desguazando servicios que son esenciales. “Quien quiera salud que la pague”, pensarán algunos. El problema es que ya lo hacemos, pagamos con nuestros impuestos. La pregunta es ¿dónde están?
Un “fallo de gestión” o un “error de comunicación”, como lo llama la consejera, como si fuera un simple incidente informático o hubiera fallado la wifi. No, es mucho más. Los fallos detectados, no solo son fallos, son vidas de mujeres que confiaron en la sanidad pública andaluza para velar por su salud. La consejera de Sanidad andaluza debería dimitir por su falta de empatía y de responsabilidad para asumir las consecuencias que este daño tiene en miles de mujeres y familias. O deberían cesarla, de inmediato. Porque más que nadie, como responsable de su cartera, debería saber que el cáncer no espera. Y ahora, con el 19 de octubre a la vuelta de la esquina, habrá que ver dónde se coloca el lazo rosa en la Junta de Andalucía. Porque pinkwashing es también posar para la foto mientras se rehúye la responsabilidad de salvar vidas, preocupándose más por conservar los asientos que por garantizar la salud de las mujeres, especialmente las olvidadas.