
Por qué son tan importantes los primeros amigos: «Con ellos se establecen valores que sentarán las bases para vincularse»
Las amistades tempranas enseñan a compartir, a resolver pequeños conflictos y a generar confianza. Dos psicólogas explican qué puede hacer la familia para que esos lazos crezcan de forma sana y cómo detectar a tiempo las señales de alerta
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Cuando un niño de tres o cuatro años llama “mejor amigo” a otro, empieza algo más que un simple juego. Hacer amigos enseña a los niños a formar parte de un grupo. Esas primeras amistades abren el camino hacia vínculos de confianza que los acompañarán en los próximos años. Para que esas amistades crezcan, conviene que los padres propicien encuentros, den ejemplo de convivencia y acompañen sin invadir.
“Cuando mi hijo Mauro empezó en Infantil, a los tres años, me sorprendió lo rápido que mencionó que tenía un mejor amigo. De un día para otro no dejaba de hablar de él: de lo que hacían en el recreo, de sus juegos de superhéroes, de que querían invitarse mutuamente a merendar”, explica Leticia, madre de un niño de cinco años, que ha vivido la importancia de estas amistades tempranas. “Al principio pensé que era solo una manera de hablar, pero pronto vi que esa relación le estaba enseñando cosas muy importantes”, cuenta.
Diversos estudios han analizado cómo esas primeras amistades aparecen antes de lo que imaginamos y marcan un aprendizaje profundo. Una investigación reciente realizada en Castilla y León con 697 niños de entre tres y seis años, analiza por qué un compañero resulta preferido o rechazado. El estudio señala un 9,9% de alumnado identificado como “rechazado” y un 9,1% como “preferido”. El rechazo se asocia sobre todo a conductas agresivas o disruptivas, mientras que la preferencia con afinidad, juegos compartidos y apoyo emocional. El trabajo advierte que el rechazo temprano puede dificultar el desarrollo de habilidades sociales.
Ya en la adolescencia, la amistad aporta estabilidad, identidad y pertenencia. “Para muchos y muchas jóvenes, los amigos y amigas se convierten en una ‘familia elegida”, asegura el informe de Fad Juventud SM (2023).
“Para mí, como madre, lo más difícil ha sido no intervenir demasiado. Me esfuerzo en organizar algún encuentro fuera del colegio como en el parque o en casa y en estar cerca, pero sin resolverles cada pequeño conflicto. Pienso que las primeras amistades preparan a los niños para el futuro”, comparte Leticia, que recalca que aprendió a esperar su turno y a negociar cuando querían jugar a cosas distintas. También que a veces discutían, se enfadaban y luego se reconciliaban sin que ningún adulto mediase.
Acompañar las primeras amistades sin invadir
La psicóloga infantojuvenil María Frola explica que la socialización comienza alrededor de los cuatro años, cuando se empieza a ensayar el vínculo con otras personas. “Desde el comienzo de una amistad se establecen valores que sentarán las bases para vincularse”. Y añade que ya de pequeños aprenden a compartir: de ahí nace la empatía y, con el tiempo, se afianza el compañerismo y el vínculo de confianza con los demás.
Cuando los primeros amigos no coinciden en los mismos espacios (por ejemplo, no van al mismo colegio o no viven en el mismo barrio), la psicóloga aclara que la familia puede ayudar organizando encuentros presenciales hasta que los menores tengan la edad suficiente para hacerlo por sí mismos.
Para gestionar de forma saludable los conflictos entre niños pequeños (peleas o celos), lo ideal es que los adultos intervengan lo menos posible y solo cuando se produzcan conflictos físicos. Frola comparte que resultará acertado impulsar la comunicación: en los más pequeños, ayudándoles a poner en palabras lo que sienten; y en los mayores, planteando preguntas que les inviten a reflexionar.
Desde el comienzo de una amistad se establecen valores que sentarán las bases para vincularse
Según la psicóloga, el papel de los modelos adultos (padres, hermanos u otras figuras de referencia) es clave: “Los niños aprenden a vincularse viendo a sus adultos significativos relacionarse con otros, y con ellos mismos”.
Más allá de que los padres faciliten las reuniones entre los más pequeños, la profesional señala que es importante respetar los ritmos y formas que tiene cada infancia y cada vínculo en formación.
Por su parte, la psicóloga infantil y juvenil y asesora familiar Fernanda Rodríguez Muguruza subraya que el interés de los menores por compartir juegos con otros niños se va consolidando entre los cinco y siete años, las relaciones se vuelven más estables. “Ya eligen a un ‘mejor amigo’ y empiezan a desarrollar más habilidades sociales”, afirma Rodríguez.
“De cero a dos años, los bebés muestran inclinación por otros peques a través de la observación, imitación o breves acercamientos. Después de los siete años y hasta la preadolescencia, las amistades pueden ser más profundas: implican más compromiso y exclusividad”, asegura la psicóloga.
Como apunta la profesional, cada niño tiene su propio tiempo para cada área del desarrollo, unos pueden tardar más y otros menos a la hora de hacer amigos. Pero pese a ello, Rodríguez advierte que es recomendable que las familias estén atentas a ciertos signos de alerta: el aislamiento, la ansiedad ante situaciones sociales y el rechazo reiterado por parte de los iguales. “Si esto se mantiene en el tiempo o interfiere en su bienestar, conviene que la familia intervenga de manera respetuosa consultando a un profesional”, indica.
Los padres pueden estar disponibles y atentos, pero dejando que los niños marquen el ritmo y la forma de relacionarse, sin imponer ni corregir
Tal y como expone la psicóloga, para propiciar el juego entre iguales lo idóneo es crear espacios de convivencia en lugares seguros, como en casa o el parque. También ayuda, continúa, observar sin interferir demasiado: “Los padres pueden estar disponibles y atentos, pero dejando que los niños marquen el ritmo y la forma de relacionarse, sin imponer ni corregir”.
La amistad con neurodivergencias
Rodríguez puntualiza que, en niños con neurodivergencias (TEA -Trastorno del Espectro Autista, TDAH-Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad o altas capacidades), la interacción con iguales requiere un apoyo más respetuoso y adaptado. Aconseja organizar quedadas estructuradas en entornos tranquilos, usar los intereses del menor como puente de conexión y potenciar cada pequeño avance, siempre siguiendo las pautas del profesional que lo atienda.
La especialista propone varias estrategias para que los padres favorezcan esos incipientes vínculos de amistad, siendo fundamental escuchar las emociones del niño y validarlas. “La familia puede guiar poco a poco en los primeros contactos, mostrándose disponible, hasta que el niño se sienta seguro para explorar y relacionarse por sí mismo”, añade.
Los adultos pueden, asimismo, ofrecer un entorno predecible, esto es, el mismo lugar o compañeros, transmitir mensajes positivos sobre la amistad, así como afianzar cada intento de acercamiento, aunque sea pequeño.
Cuando la timidez o la inseguridad son marcadas, Rodríguez aconseja el acompañamiento de un psicólogo tanto para ayudar al pequeño como a la familia. Paralelamente, recalca, conviene reconocer y celebrar los avances en sus interacciones, evitar las comparaciones, fortalecer la confianza en sí mismo, validar sus emociones, incentivar actividades en las que se sienta competente, como puede ser el deporte, y favorecer un clima de confianza donde no tema expresarse.