
Vara, el socialista que siempre se vio pequeño
En tantos meses de tratamiento, sólo una vez se permitió compartir lo que sentía y no fue para lamentar, sino para reconocer, sí, la dureza de lo vivido con la quimio antes de ser intervenido, pero sobre todo para poner en valor “la extraordinaria vivencia vital”
Muere Guillermo Fernández Vara, expresidente de Extremadura
Qué dolorosa despedida. Qué injusta la muerte que se ceba siempre antes de tiempo con los buenos. Qué ingrata la vida que nos roba tantos momentos. Y qué desconsuelo saber que quedaron tantas conversaciones pendientes. Guillermo Fernández Vara (Olivenza, Badajoz, 1958) se ha ido. Ha luchado año y medio con fiereza contra un cáncer estomacal del que nunca se quejó. Todo lo contrario. Le restaba importancia y evitaba hablar de la enfermedad. Tanto que uno se sorprendía de la destreza con la que cuando se le preguntaba por su evolución, acababa respondiendo a todas las preguntas con las que desviaba la atención de sí mismo. Sobre la agitación de la política, sobre el socialismo, sobre la pendiente por la que se desliza el periodismo, sobre el orgullo de los hijos, sobre los vaivenes de la vida o sobre la grandeza de la amistad. Parecía consciente de un final al que se resistía. Siempre sereno. Siempre cálido. Siempre humano.
En tantos meses de tratamiento, sólo una vez se permitió compartir lo que sentía y no fue para lamentar, sino para reconocer, sí, la dureza de lo vivido con la quimio antes de ser intervenido, pero sobre todo para poner en valor “la extraordinaria vivencia vital”. Allí en el área de Oncología, recordaba, “rodeado de decenas de personas de todas las edades de las que he sido su presidente y, ahora, encuentro un inmenso cariño y me siento enormemente pequeño, pero me permite encontrarle sentido a muchas cosas de mi vida. Muchos de ellos cuando llegan o se van de sus sillones de quimio, se acercan y me acarician. Ese es el mejor de los tratamientos”.
Deseaba con todas sus fuerzas seguir viviendo porque amaba la vida, a su familia – a sus nietas por encima de todo- y a su partido. Sí, al PSOE que le causó tantos desvelos, aunque jamás se le escuchó una mala palabra ni se le vio un mal gesto, ni siquiera con aquellos que nunca comprendieron su lealtad con el actual secretario general del PSOE y presidente del Gobierno. Antes la había demostrado con Alfredo Pérez Rubalcaba y con Zapatero porque la adhesión, decía, “no es a un hombre, sino a quien tiene el mandato para liderar unas siglas centenarias”. La disciplina de partido por encima de todo. Por eso nunca entendió que algunos de los históricos del PSOE con los que compartió tanta vida, arremetieran violentamente, con o sin motivos, contra Pedro Sánchez.
De todos los barones del socialismo que apoyaron con entusiasmo a Susana Díaz en aquellas convulsas primarias que partieron por la mitad al PSOE en 2017, sólo Fernández Vara cerró filas al día siguiente de la consulta a la militancia con el nuevo secretario general y le demostró una fidelidad inquebrantable hasta el último de sus días. No todos lo entendieron, pero así era el ex presidente de la Junta de Extremadura y vicepresidente segundo del Senado: un hombre íntegro, conciliador, de convicciones profundas, firmes principios y, sobre todo, obsesionado con la igualdad de oportunidades y la defensa de lo público. Sin levantar nunca la voz, sin hacer ruido y sin olvidar un sólo instante su compromiso con las siglas que tanto le dieron y tanto le quitaron.
Sin una gota de vanidad o arrogancia, anunció su retirada de la primera línea de la política la mañana del 29 de mayo de 2023, horas después de perder la mayoría absoluta en Extremadura y de constatar que PP y Vox gobernarían en coalición. Pidió entonces su reingreso en la plaza de médico forense en el Instituto de Medicina Legal de Badajoz, el mismo puesto que ocupaba cuando se encargó de realizar el examen psiquiátrico de los hermanos Izquierdo después de la matanza de Puerto Hurraco. Sin embargo, la convocatoria anticipada de las generales de ese mismo año le obligó a demorar su deseo de volver a vestir la bata blanca, aunque en sus últimos meses impartió con entusiasmo clases en la Facultad de Medicina de Badajoz. “No sabes, querida amiga, lo que te enchufa a la vida convivir, hablar y enseñar a estos chavales”, confesó tras impartir sus primeras lecciones ya con la enfermedad avanzada.
“Yo quiero seguir viviendo, lo quiero hacer por los míos, por vosotros y por tanta gente que nos necesita y por eso, compañeros y compañeras, merece la pena vivir, merece la pena luchar”, afirmó con determinación visiblemente emocionado el día que reapareció en público, tras meses de convalecencia, en la inauguración del congreso provincial de los socialistas de Badajoz.
Nunca quiso, aunque varias veces se lo pidieron, dejar su tierra para ser ministro. Por su compromiso con Extremadura y porque siempre sintió tener un tallaje inferior al que realmente poseía. La verdadera grandeza se mide por la capacidad para actuar con integridad, con humildad y con una profunda vocación de servicio a los demás. Guillermo derrochaba grandes dosis de todo ello. En mi memoria quedarán muchos momentos, pero traigo aquí uno que define a la persona y al político. Fue el día en que, con motivo del último congreso federal del PSOE, le pregunté en una de nuestras largas charlas si se veía como presidente del partido en la nueva dirección. “No cariño, ni me veo, ni me ha llegado, ni me llegará. Entre otras cosas, por pequeño”, me respondió. ¿Pequeño? Los diminutos no dejarían jamás el enorme vacío que sienten hoy quienes le querían. No es una frase hecha. Se le quería con mayúsculas. Y se le querrá siempre porque permanecerá en los corazones de tantos y tantos por los que se preocupó, se interesó y ayudó sin esperar nada a cambio en los momentos más difíciles. Deja, sin duda, una huella indeleble. En la política y fuera de ella. Porque allá dónde esté velará, como siempre hizo, por todos aquellos a los que regaló tantos y tantos instantes de su humanidad y su saber estar.
Hasta siempre, amigo.