
La terapia, convertida en lujo: “Poder ir al psicólogo, meditar o tener tiempo libre no deja de ser un privilegio de clase”
La atención psicológica es la última invitada a la constelación de prácticas de bienestar de la que presumen desde celebridades a usuarios anónimos en las redes sociales, una tendencia que ignora cómo cada vez más personas se quedan sin ayuda por falta de recursos
Todo el día “gestionando emociones”: por qué no paramos de hablar como si estuviéramos en la consulta del psicólogo
Las clases de yoga y de meditación o el coaching profesional ya están consolidadas como parte de la oferta del turismo de lujo, que acaba de abrir paso a otra tendencia: terapia psicológica en el pack de vacaciones a pensión completa. Hay hoteles en Nueva Zelanda con terapeutas para resolver dinámicas familiares en un hueco entre la clase de tenis y el masaje de antes de la cena. En este resort de Mallorca, puedes “aprender a controlar tus emociones con la respiración” o “celebrar los cambios vitales con meditación”, entre otros. Y en este de Qatar, desde el taichí o la meditación hasta la acupuntura o los masajes dentro de una piscina entran en la categoría de servicios de “salud mental”.
Es la industria del bienestar, que mueve más de 1.700 millones de euros al año en todo el mundo con la participación, en su mayoría, de millones de mujeres que practican “desde yoga hasta veganismo, moldeando sus vidas —desde dónde viven a con quién se relacionan o cómo crían a sus hijos— según la tendencia wellness del día”, como escribe Rina Raphael, autora de The Gospel of Wellness (El evangelio del bienestar), el libro que recopila el estallido y consolidación de esta industria en la última década gracias, entre otras cosas, a la proliferación de festivales como Wanderlust, que denomina “el Coachella del bienestar”.
Pero la definición de bienestar, reflexiona Raphael, más allá de cuidarse sin depender de la medicina, no existe. “Y esa es una de las razones por las que la industria ha crecido tanto”, asegura la autora. “Una gran cantidad de empresas tienen su propia idea de cómo cuidarnos —lo que debemos hacer, comprar o pensar— y por eso el término ‘bienestar’ se ha convertido en una palabra ambigua que puede hacer referencia tanto a pasta de dientes con carbón como a una sesión de mindfulness. Puede ser cualquier cosa”.
El término ‘bienestar’ se ha convertido en una palabra ambigua que puede hacer referencia tanto a pasta de dientes con carbón como a una sesión de ‘mindfulness’. Puede ser cualquier cosa
Ahora también lo es ir a terapia. Es el último recurso que se ha colado entre esas tendencias que nos persiguen bajo el mantra de la optimización personal. Y así se aleja de su fundamento médico para acercarse peligrosamente al territorio del lujo, donde el paciente presume tanto de cuidar de su cuerpo como de su mente. Porque puede pagarlo y porque tiene tiempo. Los otros dos privilegios que acompañan de la mano a este fenómeno.
La atención psicológica como estatus
“Hay tantos aspectos de la industria del bienestar que están vinculados al estatus y la virtud que diría que era casi inevitable que ocurriera”, explica a elDiario.es Bridget Conor, profesora de Comunicación en la Universidad de Auckland en Nueva Zelanda y autora de la investigación How Goopy Are You, sobre la influencia de la marca de Gwyneth Paltrow, Goop, en estas tendencias. “Una vez que la terapia y su lenguaje se han visto integradas en nuestras prácticas de bienestar, siempre iba a estar vinculada a nuestro estatus”, añade.
Hace más de una década que artistas y famosos ha contribuido a normalizar el hecho de recurrir a un psicólogo. “Ve a terapia. Limpia toda la mierda. Limpia todas las toxinas y el ruido. Entiende quién eres. Edúcate sobre ti mismo”, admitió la actriz Jennifer Aniston. Para Amanda Seyfried, la terapia “ha sido una gran herramienta, mi terapeuta me dijo que aprobé con gran éxito”. También lo han dicho Selena Gómez, Cara Delevingne o Lucy Hale como antes lo hicieron Brooke Shields, Chrissy Teigen o Demi Lovato. Incluso Kourtney Kardashian ha dicho que “todo el mundo debería ir” y que, a pesar del coste, “es más importante que comprar ropa, bolsos o zapatos. Es tu vida”.
Las celebrities tienen su parte de responsabilidad en esta idea de la terapia como optimización personal, aunque no toda. “Las personas que cuentan con grandes audiencias y que representan grandes marcas o han invertido en el sector del bienestar son cruciales”, dice Conor, que apunta también a la proliferación de apps —como HeadSpace o Better Help—, y los influencers grandes y pequeños que las recomiendan. “Ellos han alimentado esta sensación de que la terapia es parte de un plan de crecimiento personal”, argumenta.
Los ‘influencers’ grandes y pequeños que las recomiendan, han alimentado esta sensación de que la terapia es parte de un plan de crecimiento personal
Conor afirma que estas campañas han contribuido a que hayamos pasado de sufrir el estigma de “necesitar ayuda” para transitar un duelo o una depresión, a poder compartir abiertamente que contamos con el acompañamiento de un terapeuta. Ahora podemos pedir permiso en clase o en el trabajo “por salud mental”. Y escuchamos en las redes sociales hablar de “practicar gratitud”, de decisiones personales “para cuidar de una misma” o prácticas de “autocuidado”. También nos hemos cruzado con quien lleva el “pero si yo voy a terapia” como una medalla o como si fuera un escudo ante cualquier crítica. Pero los estigmas no han caído al mismo ritmo que ha subido el número de terapeutas en la sanidad pública.
Quién se queda sin terapia
“La psicología no puede ser un lujo”, afirma Javier Ortiz, director de Estar Contigo Terapia. “No estamos hablando de algo superficial. Esto puede producir un efecto muy negativo y puede hacer un flaco favor a la gente que realmente necesita esta ayuda”. La integración de la atención psicológica como “producto aspiracional”, dice Ortiz, “distorsiona la percepción social de la terapia, alejándola de su función clínica y acercándola al consumo de lujo”.
Según datos de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (SEPSM), el 60% de los pacientes que necesitan atención psicológica en España no la están recibiendo. Una de las razones es la falta de profesionales en el sistema público, lo que supone que apenas un 14% de los pacientes logren una cita en menos de un mes, según datos del CIS.
Además, apenas la mitad de los centros de salud mental de nuestro país pertenecen al sector público. “En España, las largas listas de espera y la falta de recursos, entre otros, empujan a los pacientes con ansiedad o depresión al sistema privado (si lo pueden pagar)”, lee este informe de Civio sobre el desequilibrio entre la demanda y la oferta de servicios psicológicos, cada vez más concentrados en el ámbito privado.
El 70% de los jóvenes que asegura necesitar ayuda profesional pero no la ha buscado, también dice que la razón principal es el coste, de acuerdo con datos del Consejo de la Juventud de España y Oxfam sobre la salud mental y la desigualdad entre los jóvenes de nuestro país. “Cuando solo ciertos grupos pueden acceder, se corre el riesgo de que la terapia se perciba como un símbolo de estatus o ‘superioridad personal’, en lugar de un recurso de salud que debería estar al alcance de cualquiera”, añade Ortiz.
Desde el año 2013, ha aumentado en España el número de jóvenes entre 15 y 29 años que afirman tener problemas de salud mental, alrededor del 15%. Este porcentaje supera el 20% en el caso de personas que sufren carencias materiales, según este último informe, con datos de 2023. Las dolencias abarcan desde cansancio continuo, problemas de concentración para estudiar y trabajar, tristeza, ansiedad o estrés.
La integración de la atención psicológica como producto aspiracional distorsiona la percepción social de la terapia, alejándola de su función clínica y acercándola al consumo de lujo
Las cifras muestran también que hay un impacto directo en la salud mental de los jóvenes por sus circunstancias materiales y las condiciones socioeconómicas en las que viven. “Cuando preguntamos por los elementos de sus vidas que les generan más estrés o más ansiedad, siempre los condicionantes económicos y laborales son los principales”, explica a este periódico Stribor Kuric, sociólogo e investigador del Centro Reina Sofía de la fundación FAD. “El acceso al empleo, conseguir una buena situación económica y la emancipación son los tres ejes que más estrés generan”, asegura.
Ese triángulo de presiones socioeconómicas —la realidad opuesta a la de muchas celebridades que nos recomiendan ir a terapia— afecta desde a universitarios que deben renunciar a una plaza en la carrera deseada porque no pueden alquilar una habitación, hasta profesionales que, pasados los 35 años y después de más de una década emancipados, se asoman al precipicio de esa temida subida del alquiler, calculando qué gastos mensuales recortar para poder pagar a un terapeuta que les ayude a abordar la situación y su contexto.
“Hablamos de un problema de salud pública, no de un lujo ni de una ‘mejora personal opcional’. Confundir terapia con virtud añade presión y culpa a quienes no pueden acceder, creando una desigualdad doble: por padecer malestar y por no poder ‘invertir en uno mismo”, denuncia Ortiz. Estar Contigo Terapia es uno de los gabinetes psicológicos que ofrecen distintos planes de pago a sus pacientes con cuotas entre los 49 y 87 euros mensuales, para cubrir el coste estimado de un tratamiento de 25 sesiones entre 32 y 18 meses, respectivamente. En total, este gabinete establece el tratamiento completo en 1.575 euros, sin intereses.
La doble injusticia de la precariedad
“Quienes más sufren el impacto de la precariedad son también quienes tienen más difícil acceder a terapia, ya que el coste puede convertirse en una cantidad inasumible para muchas familias en situación vulnerable”, asegura Ortiz, que denuncia una situación “doblemente injusta” en la que las mismas condiciones socioeconómicas que deterioran la salud mental, también limitan el acceso a una ayuda profesional que pueda tratarla. Según el Consejo de la Juventud de España, el coste medio de una sesión privada de terapia en nuestro país está en 75 euros.
La idea del autocuidado, añade Kuric, es fundamental, pero puede convertirse en un arma de doble filo si no se acompaña de una perspectiva social y estructural que tenga en cuenta la capacidad de cada uno de nosotros para realizar ese cuidado. “Si tienes una jornada laboral de 12 horas y tienes dos trabajos, tienes que pagar una serie de gastos familiares, pues ¿en qué momento vas a poder hacer mindfulness? Es imposible”, afirma el investigador.
“El hecho de poder ir al psicólogo, de poder meditar o tener tiempo libre para hacer tus hobbies y que eso te dé paz, no deja de ser un privilegio de clase, un privilegio que está inmerso en la estructura socioeconómica en la que vivimos”, argumenta Kuric. “Evidentemente, hay personas de todo tipo y se puede valorar la voluntad de cada uno de autocuidarse, o la capacidad de cada uno para hacer determinadas acciones de este tipo, pero nunca habría que identificar el autocuidado con la virtud”.
El hecho de poder ir al psicólogo, de poder meditar o tener tiempo libre para hacer tus hobbies y que eso te dé paz, no deja de ser un privilegio de clase, un privilegio que está inmerso en la estructura socioeconómica en la que vivimos
La investigadora neozelandesa Bridget Conor llama “bienestar cósmico” a esta constelación de recomendaciones, discursos, imágenes, productos e incluso alimentos, creados por y para una minoría de mujeres ricas —y en su gran mayoría blancas— que han logrado que la opinión pública empiece a vincular el acudir a terapia con una especie de logro o virtud personal.
“Por un lado, el bienestar cósmico puede interpretarse como una cultura alimentaria digital que ofrece respuestas saludables y potencialmente necesarias a los modos de vida y de trabajo ferozmente neoliberales”, escribe Conor en su investigación sobre el poder de influencia de la marca Goop. “Pero, por otro lado, se presenta como el ejemplo más reciente de egocentrismo narcisista y, lo que es más grave, como algo insalubre y peligroso”.
Su predicción es que, conforme avance la tendencia y se siga vinculando la terapia con la riqueza, el privilegio y las vacaciones en resorts de lujo, la falta de acceso a servicios públicos de salud mental “solo va a empeorar”. Conor defiende que la presencia tanto de celebridades como de usuarios anónimos, en toda clase de plataformas, hablando de salud mental “es solo un acceso superficial” a este recurso. “Esto esconde la realidad de que la atención psicológica está muy lejos de ser accesible para todos los que la necesitan, independientemente de su nivel de recursos”, explica.