Son las narrativas, estúpido, o cómo no engordar a Vox

Son las narrativas, estúpido, o cómo no engordar a Vox

La izquierda no puede crear una narrativa sólida sobre inmigración si no la anuda al debate de la igualdad y a la mejora de las condiciones materiales de la vida de los más humildes y los más jóvenes

Buenas noticias: Vox no deja de subir. En las últimas semanas distintas encuestas coinciden en señalar su auge, en particular entre los jóvenes: hasta un 30% se muestra dispuesto a votarles. El aviso obliga a ser tomado en serio. Porque en política las cosas suceden de la misma forma en que se arruinó el Robert Cohn de Hemingway: primero poco a poco y luego de golpe.

La mejor noticia es que faltan meses -en el caso más inmediato de Castilla y León- para las próximas elecciones. Hay tiempo de parar, pensar y actuar, en lugar de seguir con la inercia de una cultura política tóxica que erosiona la democracia a diario. 

La cuestión es: ¿qué se puede hacer, desde la derecha y desde la izquierda democráticas, frente a esto? Lo que está haciendo mal la derecha es evidente: por mucho que quiera parecerse a Vox, el PP nunca será más creíble que ellos como partido antisistema. Su fortaleza está en su penetración reticular en la sociedad española, su institucionalidad, sus liderazgos múltiples y su pluralismo interno. Más les vale enfatizar esas virtudes, y dejar de ladrar, porque lo hacen peor que Vox pese a llevar siete años entrenando. Pero en fin, esto se lo está diciendo mucha gente, así que veo más práctico enfatizar lo que está haciendo mal la izquierda (además, la crítica más necesaria es siempre la autocrítica).

Son las narrativas, y no los hechos, los que están inflando a Vox. Pero una visión en exceso tecnocrática de los asuntos del Gobierno está haciendo perder de vista esta perspectiva. Da igual a cuál de las narrativas ultraderechistas nos refiramos: ya sea la negacionista del cambio climático, la antifeminista o la anti-inmigración: en todos los casos, tienen éxito. En todos los casos, se apoyan en datos falsos. La gente les cree porque vivimos -y naufragamos- en la postverdad. Aunque no nos guste, es el contexto del debate público, así que más vale adaptarse.

Resulta de una ingenuidad pasmosa escuchar a líderes políticos y mediáticos progresistas soltar un dato con aplomo en un mitin y quedarse tranquilos mirando al horizonte, confiando en que la verdad hará su trabajo. No, la verdad ya no hace su trabajo, hay que hacerlo por ella. Los datos no surten efecto por sí solos, salvo si se incardinan en un andamio de narrativas eficaces. De ese andamio no hay puesto ni un peldaño.

Los consensos sociales se han roto y los dispensadores de verdad institucionalizados -periodistas, jueces y científicos,- ya no cuentan con la confianza de amplias capas de la población. Entre ellos casualmente figuran los jóvenes, que son los que más se informan por redes sociales. Comprar narrativas falsas de ultraderecha y desconfiar de los datos oficiales es parte del mismo hábitat de desconfianza y posverdad, por eso nada se consigue con ellos.

Insistir en que en los últimos años, mientras se incrementaba en un 50% la población migrante, ha descendido la inseguridad en España está muy bien para saber que no hay problemas graves de convivencia, pero eso no explica a los votantes progresistas por qué queremos a los migrantes, por qué nos aportan y qué desafíos democráticos surgen cuando sus valores sociales, religiosos y culturales se alejan de valores de igualdad intrínsecos a la democracia. “Dato mata relato” es un ripio ingenioso, pero no es cierto. 

Los humanos somos seres de significado y los datos no dan sentido a la experiencia. Para contagiar una visión del mundo hay que construir una narrativa que apele a valores e ideas políticas profundas y contenga una visión de futuro. El “gran reemplazo” es una narrativa del futuro; “el PIB crece” no es una narrativa, sino un dato macro que permite a los tecnócratas irse a dormir tranquilos (y con todo, nos obliga a imaginar qué puede pasar con Vox cuando el PIB decrezca). Las grandes narrativas ultraderechistas son eficaces sobre todo por una razón: no tienen nada enfrente. Hay que cultivar otras desde el ámbito progresista, que pasan por estimular el optimismo y la confianza, rescatar el planeta con todos sus habitantes y disfrutarlo en paz, en libertad y… en igualdad. Atención, porque esta es la palabrita que explica muchas cosas.

No se puede afirmar que España está creciendo casi al 3% gracias a los inmigrantes, y pensar que eso, sin digestión retórica, va a contentar a la clase media y trabajadora. ¿Quién se beneficia de ese crecimiento? Los sueldos siguen siendo bajos y la vida cada vez más cara para la mayoría. La izquierda no puede crear una narrativa sólida sobre inmigración, si no la anuda al debate de la igualdad y a la mejora de las condiciones materiales de la vida de los más humildes y los más jóvenes. Para ello solo hay un camino: la redistribución profunda y real de recursos a través de los impuestos, la educación y los servicios públicos. De estas tres cosas, dos están fallando como parte del ascensor social.