
Carmen, una exmonja que decidió suicidarse a los 86 años: «Me quiero empoderar de mi muerte»
El documental ‘Señor, llévame pronto’ relata los preparativos de una anciana manchega, arisca y entrañable, que no quiere vivir más y tiene hasta fecha para el día de su suicidio: un 12 de octubre
España alcanza las 1.000 muertes dignas en cuatro años de la ley de eutanasia
¿Puede alguien decidir que ha llegado al final de su vida y quitársela libremente? Carmen Gil, exmonja de origen manchego, anciana arisca y entrañable, no solo lo pregonaba a quien quisiera escucharla, sino que además se lo tomaba con humor. Estaba “a punto de caramelo”, decía. Y se preparó a sus 86 años para un suicidio en solitario al que puso incluso fecha: un 12 de octubre.
“En plenitud de mis facultades, considerando mi estado actual y que ya he vivido lo suficiente, he decidido voluntariamente poner fin a mi vida; la decisión la he tomado libremente”, escribió. Así empieza el documental Señor, llévame pronto, con Carmen leyendo en su salón su escrito póstumo, rodeada de libros sobre cómo morir, con los papeles a punto para el forense y el ánimo intacto para bromear con su propia muerte. “Tendría que haber dicho: porque me da la gana”, concluye.
El film sobre los últimos seis meses de Carmen, dirigido por Guillermo F. Flórez, se estrenó este martes dentro de la programación del DocsBarcelona y se puede ver también en Madrid, en los Cines Princesa, este jueves. Señor, llévame pronto es en realidad la continuación de Vivir en un mar bravo, un cortometraje coproducido por el New York Times que fue nominado a los Premios Emmy este 2025. “La decisión de una mujer de 86 años de poner fin a su vida plantea preguntas complejas sobre la vida y la muerte a un cineasta”, lo describía el diario norteamericano.
Ese cineasta, Guillermo F. Flórez, conoció a Carmen mientras investigaba sobre la eutanasia, legalizada en España en 2021. “Me encuentro con ella y me dice: ‘a mí la ley me da igual y lo voy a hacer igualmente’. Me dio acceso a su casa y su vida, y además en clave de comedia. Fue un poco impactante para mí, porque me da mucho miedo la muerte y a ella, ninguno”, explica el director y productor del documental.
Afincada en Madrid, Carmen creció durante la posguerra y de joven entró, un 12 de octubre, en las monjas adoratrices de Ciudad Real. “Los curas eran más permisivos y tenían hasta un día para hacerse una paja en la misma habitación, y nosotras con el cilicio y la disciplina…”, recuerda.
Estuvo 14 años en la congregación, hasta que cumplió 33. Salió anticlerical. También virgen, pero con ganas de entregarse a unos amantes –no pocos, por la época– que fue encadenando durante la adultez.
Carmen fue trabajadora social en el Ayuntamiento de Madrid y se hizo cargo de dos niños como si fuesen suyos, uno de ellos Arcelindo, del que tuvo la que considera una nieta. ¿Cómo explicarle a la pequeña que “la Carmen ya es un coche viejo y que ya está en el desguace”?, se pregunta la mujer.
Directa y mandona con sus allegados, grupo al que poco a poco se va incorporando Flórez, Carmen no siempre contesta a las preguntas que le formulan. A veces manda a callar al director. Otras se va por peteneras. ¿Por qué no fue madre biológica? “Yo quise ser madre, me hice el estudio de esterilidad y además con los del Opus, en Pamplona, me cago en diez… Le dije al señor: ‘¡Antes me muero que me toque usted!’”. La charla termina ahí.
En el documental se ve a una Carmen con agilidad mental, mordaz, que razona y que físicamente se desenvuelve con un par de muletas. “Solo me queda la silla de ruedas y no la quiero, lo he dicho hasta el aburrimiento, estoy cansada y esta vida ya no me atrae”, explica la anciana.
No tiene claro si existe Dios, pero tampoco cree en el vacío existencial. “No somos un pingajillo de carne solamente, tenemos algún trocico inmaterial”, piensa. Lo que tiene claro es su rechazo a quienes pelean contra la eutanasia. “La Iglesia católica, y todas, meten miedo para que no seas libre: la libertad es algo que da auténtico pavor”, reflexiona mientras conduce.
Carmen Gil, de 86 años, conduce su coche durante una escena del documental ‘Señor llévame pronto’
Llegar a la senectud y decidir poner fin a la propia vida, sin enfermedades de por medio y en plenitud de facultades, alberga un dilema con derivadas médicas y culturales. Algunos lo han descrito con términos como suicidio racional –otros lo consideran un oxímoron– o por suicidio por vida completa. Ha habido casos en el pasado y se han publicado investigaciones por parte de médicos y psiquiatras que piden ir con cuidado: tras una aparente decisión autónoma de una persona mayor puede haber depresiones vinculadas a la edad y la soledad.
En 2020, una investigación académica que revisaba 23 estudios previos (Rational Suicide in Late Life: A Systematic Review of the Literature) llegó a una conclusión con matices. Las actitudes suicidas en gente mayor deben ser “cuidadosamente investigadas y abordadas”, evitando sacar conclusiones prematuras sobre “racionalidad” y “preferencias legítimas”. Ahora bien, concluían: “La posibilidad de un suicidio racional no se puede descartar”.
A Guillermo F. Flórez, durante las más de 30 horas que grabó y las muchas más que compartió con Carmen, le surgieron dudas. “Al principio me pareció conflictivo”, explica. Abogado de formación, reconoce que no sabría dar encaje a desenlaces vitales como el de Carmen. “Es evidente que no puedes coger a cualquier ciudadano y darme los medios para morir”, zanja. Explica también que New York Times hizo una rigurosa supervisión de su cortometraje para evitar la romantización del suicidio, una lacra que, sin ir más lejos, en España deja cerca de 4.000 muertes al año.
Flórez cuenta incluso que durante esos últimos seis meses trató de convencer más de una vez a Carmen de que no lo hiciera. “Pero una de las cosas que más le ofendían, que le parecían una humillación, es que alguien le dijera que en realidad estaba deprimida, era para ella una ofensa brutal”, dice el director. “Si la sociedad te trata como a un niño pequeño, yo esa rabia la puedo entender”, señala Flórez.
Carmen repetía que lo tenía claro. “Me quiero morir y me quiero empoderar de mi muerte”. Vació su piso, quemó algunas fotos, dejó su herencia a la nieta y hoy sus restos descansan en algún lugar cerca de Valdepeñas.