
Las mujeres al frente del fascismo europeo se enfrentan a la fallida trampa cómica de Las Huecas
La compañía catalana estrena, Risa Canibal, una misa negra sobre el fascismo con Meloni, Weidel, Monasterio (con toques de Ayuso) y Le Pen como invitadas de honor
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Las Huecas ha estrenado en el Centro Dramático Nacional Risa Canibal / Riure Canibal, una obra que comienza como un chiste y acaba en un aquelarre un tanto gore y desmedido. Las invitadas a este sabbat negro no son otras que: la italiana Giorgia Meloni, la francesa Marine Le Pen, la alemana Alice Weidel y la española Rocío Monasterio, aunque la actriz, Nuria Corominas, hace que este último personaje tenga claros ecos de Isabel Díaz Ayuso. Las cuatro prominentes primeras damas del nuevo fascio europeo se verán encerradas en un cuarto vacío.
Cuatro actrices, dos de la propia compañía, Júlia Barbany y Nuria Corominas, y dos invitadas de honor, Judit Martín y Sofía Asencio, interpretan a las líderes políticas. Durante treinta minutos la propuesta parece trabajar la comedia ácida. Las líderes parecen subnormales. Se ponen narices de payaso que Meloni ha traído de Estados Unidos, alzan el brazo haciendo el saludo fascista y se sienten liberadas como si estuvieran en una terapia de grupo cutre.
El problema de esta Risa Caníbal es la distancia. Distancia entre lo planteado y lo conseguido en escena. Esos treinta minutos de acciones, donde las lideresas mostrarán sus dotes expresivas, su política hecha de muecas y teatralidad impostada, no llegan a funcionar. Decía Jardiel Poncela que en teatro lo que más importa es que lo que pase en escena funcione. Una verdad que, aun viniendo del gran dramaturgo de la posguerra que nunca trató lo que había pasado en su propio país, es bastante palmaria.
Cuentan que Jardiel escuchaba entre bambalinas en los estrenos. Y que si en el primer acto el público no había reído lo suficiente, rescribía el segundo y se lo daba a los actores en el propio intermedio. Buscaba estructuras ascendentes, comedias que se elevaran hacia lo inverosímil, rompiendo así con el naturalismo teatral imperante y llevando al espectador a un asombro lúcido tras el que se desvelaba la condición humana.
Las lideresas de la extrema derecha en escena en Risa Caníbal
Está claro que Las Huecas no están en esas. Su aproximación es otra. Más política, un tanto más trash. Pero en esta ocasión, en la que confían buena parte de su propuesta a la comedia y la ironía, la nave no va y la distancia con la platea es muy patente. Y ahí, como decía Jardiel, o las cosas funcionan o no hay teatro.
La tesis de la obra queda clara. Vemos a unas políticas que se han adueñado de las herramientas teatrales, de la comedia, para reírse de todo, para que nada importe. Una vez eres capaz de reírte de la verdad, esta desaparece, llega la impunidad, parece argumentar la pieza.
Después de esa primera media hora todo se irá extrañando. Meloni acabará arrastrándose en sus propios orines, Le Pen vomitará en escena y la maleta que portaba la líder alemana empezará a exudar sangre. Todo se extraña y esas risas que las lideresas llevan emitiendo durante toda la pieza será las que se volverán contra ellas, aniquilándolas.
La propuesta se lleva hasta el final. Todas acabarán muertas, comidas y desgarradas por su propia solución. El final es bastante gore, veremos a las líderes de Europa defecar, comerse sus propias heces. Y activista. Incluso la pantalla de los subtítulos se rebelará contras ellas y les lanzará versos del poema Los cobardes de Miguel Hernández. Al final una mujer de neandertal (Andrea Pellejero), símbolo del mito originario del fascismo más idealista, les aplastará la cabeza con una piedra, las desmembrará y se las comerá.
La obra está planteada como una venganza en la que se hace tragar al nuevo fascismo el engendro que ellos mismo están creando. Pero esa violencia, ese ajuste de cuentas poético, si se quiere, no tensará la escena. Es decir, el cazador, en este caso Las Huecas, no se cobrará la pieza, aunque veamos al enemigo político vejado y destruido en escena. Y es que la ironía, desde Diógenes hasta Javier Krahe, es un estilete que se lleva mal con arrastrar por los suelos al adversario.
La difícil cuesta de la creación contemporánea
Las Huecas llamaron la atención desde su primer trabajo, Projecte 92, otra misa negra en contra de un pasado no vivido pero heredado, el de los grandes fastos de 1992, en el que se enfrentaron a todo un pasado, político y teatral, reaccionando y buscando un espacio propio de libertad donde poder estar, crear y ser. Salían del Institut del Teatre, más que formadas, deformadas, que diría Thomas Bernhard. Y desde un primer momento buscaron su propio camino con un discurso nada complaciente, una estética crinche y dramaturgias donde el texto, el cuerpo, las visuales y técnicas teatrales normalmente rechazadas por el teatro que se pretende moderno fueron conformando un lenguaje escénico muy propio.
Las Huecas arrastran por el suelo y se ríen de las líderes de la extrema derecha en ‘Risa Caníbal’
Luego llegarían, Aquellas que no deben morir. Ahí comenzaron a llamar los grandes festivales y teatros más importantes como la Sala Beckett y el Festival Temporada Alta donde estrenaron una pieza juguetona con la autoficción, De l’amistat. Pero este año, gracias al giro contemporáneo de la programación del Centro Dramático Nacional por el cual esta temporada podremos ver los nuevos trabajos de compañías como Edurne Rubio, El Conde de Torrefiel, Cris Blanco o Los Bárbaros, Las Huecas pegaban un paso enorme. Estrenaban nueva pieza en el CDN, en la sala Francisco Nieva, no la grande, pero tampoco la más pequeña.
A pesar del serio trabajo dramatúrgico de la pieza, de ciertos hallazgos como esa maleta sangrante, pura metáfora teatral de la mochila que arrastra el fascismo europeo, o de ciertos momentos bien interesantes donde la escena se expande hacia el desastre con una laxitud arrastrada por los propios cuerpos, la propuesta no acaba de imponerse.
Aun así, este estreno se revela bien necesario. Apoyar procesos que apuestan por el riesgo, la creación colectiva, la búsqueda y la experimentación de nuevos lenguajes parece inexcusable en una cartelera cada vez más cauta y entregada al repertorio y la repetición. Es bueno, en la escena contemporánea, tan dada en ocasiones en caer en términos como la “nueva sensación” o el “creador provocador”, comenzar a entender y acompañar con normalidad tanto el hallazgo como el equívoco.