Abortar

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Ayuso reveló este martes que ha tenido dos abortos de hijos deseados para justificar sus incumplimientos con los embarazos no deseados en Madrid, como si las vivencias e idearios personales fueran un apriorismo de autoridad y ella pudiera hablar por todas

El 11 de julio de 2023, la presidenta de la Comunidad de Madrid reveló que había sufrido un aborto de un hijo querido a los dos meses de gestación. Ese día se paró la guerra. Hubo mensajes de ánimo y condolencia entre políticos de distinto signo. El hemiciclo de la Asamblea de Madrid quedó atónito al ver cómo el silencio de los abrazos desde bancadas enfrentadas sustituían a los puñales afilados. Los látigos se enfundaban momentáneamente y eran transformados en tiernos lazos personales. Ese día se vio una presidenta de la Comunidad de Madrid vulnerable, emocionada. Una persona, al fin y al cabo, como cualquier persona. Y abrió la ventana a que la manera de hacer política en España, y especialmente en Madrid, pudiera ser más humana y menos tuitera y odiosa. Duró 24 horas.

Este martes, la presidenta de la Comunidad de Madrid reveló que había sufrido no uno, sino dos abortos. Pero esta vez fue diferente, más coriácea y punzante, menos sincera y emotiva. Lo dijo en una frase mezclada con acusaciones al presidente de Gobierno y como si esa vivencia personal de perder a dos hijos queridos fuera un grado superior de autoridad para tomar un camino político. Como si fuera normal que un gobernante que lo es para siete millones de personas dirigiera sus políticas públicas según sus vivencias particulares, dejando al margen la empatía con una mayoría, sin ponerse en el lugar de nadie más que de su propia silla. Lo que es peor, usó ese duelo de haber perdido dos hijos futuros como justificación para los incumplimientos que hace con la ley del aborto y las mujeres que desean no tener el hijo del que están embarazadas. Fue una manera de decirles yo sé de lo que hablo y puedo hablar por vosotras.

Yo también perdí en su día a dos hijos deseados. Sé qué supone hacerse ideas, ponerles nombres, dibujarles caras inventadas o hacer planes en familia con quienes no son más que células en un inicio de protovida. Yo, como Isabel y como tantas otras, sé también qué se siente cuando el cuerpo te da un portazo en la cara, se ríe de tu ingenuidad y te quita lo que ya era tuyo. Y yo, como tantas otras, la mayoría de las españolas, sé que nada tiene que ver un aborto espontáneo con un embarazo no deseado, con un feto incompatible con la vida, con un niño que llega demasiado pronto, demasiado tarde, fruto de un error, de un tropiezo, de una pesadilla.

Poner las vivencias e idearios personales por delante de todo, como parapeto político, como apriorismo de autoridad, es lo contrario a hacer política. Poner dos pérdidas íntimas como argumento justificativo para obstaculizar la libertad de otros es lo contrario a la empatía y la humanidad. A la primera Isabel, la de julio de 2023, la hubiera abrazado. Con la Isabel del martes tengo una importante vivencia en común y, sin embargo, no tengo nada que ver.