
Nuestra sombra online
Pensar más y tratar de prevenir las peores consecuencias de la tecnología por muy útil que sea es lo que debería obsesionar ahora a los gobiernos, a los reguladores y a cualquiera con voz en la esfera pública
El avance de la IA en Google y los cambios en su algoritmo de noticias acorralan a los medios de comunicación
Uno de los libros que más me ha hecho pensar en las últimas semanas es un ensayo sobre dos viajes en autobús de Detroit a Los Ángeles, uno en 2006 y otro en 2023. La escritora Joanna Pocock los cuenta en Greyhound, recién publicado en inglés por la editorial Fitzcarraldo.
En cierto sentido, es una versión feminista y ecologista de los libros clásicos del viaje americano por carretera, casi siempre contado por un hombre, casi siempre en coche. Pero lo que más me ha tocado es su visión -tal vez demasiado negativa- de la tecnología como herramienta de aislamiento y en última instancia, pobreza. Los billetes que solo se pueden comprar en una aplicación, que obligan a tener una tarjeta de crédito y un teléfono con conexión a Internet y batería para mostrarlos. Las paradas en mitad de la nada -peligrosamente en el caso de Arizona a más de 40 grados, sin acceso a sombra o agua- y sin apenas indicación de dónde tienes que esperar porque se supone que llegarás a ellas en un Uber y las encontrarás con tu GoogleMaps sin problema. La falta de comunicación entre pasajeros mientras cada uno está sumergido en sus ruidosos tiktoks o reels. “La sombra online del espacio físico lo ha convertido en menos real”, escribe Pocock.
Hace unos días en una librería de Oxford le pregunté a la escritora qué cambios había notado entre sus dos viajes que sirvieran para explicar “el momento político” actual en Estados Unidos. Me contestó que lo que más ha notado son “los insidiosos cambios tecnológicos que han erosionado en parte la camaradería”. Esa tan esencial en los largos viajes a menudo plagados de contratiempos en el siempre decrépito Greyhound. En 2006, todavía sentía algo de espíritu, que ahora, me decía, “sobrevive en pequeños fragmentos”. Los otros cambios más visibles, en parte relacionados con el creciente aislamiento, fueron el aumento del consumo de drogas y la marginación extrema. “Cuanto más crece el número de personas completamente marginadas, más afecta eso al panorama político”, me dijo. “Gran parte de lo que está pasando viene de una parte de la sociedad que se siente completamente impotente, y se aferra a cualquier cosa que le ayude a encontrar algo de poder. Puede que no se esté aferrando a las mejores cosas”.
Esto no va solo de la tecnología. Pero pensar más y tratar de prevenir sus peores consecuencias por muy útil que sea es lo que debería obsesionar ahora a los gobiernos, a los reguladores y a cualquiera con voz en la esfera pública. Sobre todo ahora que nos encontramos al principio de otra gran revolución tecnológica que no esperábamos y otra vez controlada por grandes empresas tecnológicas que concentran la riqueza mundial y ya no disimulan con sus mensajes del bien común.
La inteligencia artificial ya está destruyendo el sistema actual de información -muy perjudicado de por sí- sin claridad de qué lo va a sustituir y qué quedará de las fuentes independientes. Sus ventajas se ven más claras en otros aspectos, si se gestionan bien: el sector médico, la ciencia, la investigación histórica y tal vez algunas políticas públicas. No hay mejor ayudante para los arreglos domésticos del día a día.
La última y muy valiosa encuesta del Instituto Reuters para el estudio del periodismo de la Universidad de Oxford sobre la inteligencia artificial muestra cómo la población en seis países -Estados Unidos, Argentina, Reino Unido, Francia, Dinamarca y Japón- identifica ventajas y riesgos: los mayores beneficios de la inteligencia artificial se perciben en áreas como los tratamientos médicos, mientras que un porcentaje más alto de personas ve más peligros para los medios y la política.
Hace dos décadas, en el primer viaje en autobús de Joanna Pocock, estábamos en plena ola de optimismo tecnológico, afianzado después en Estados Unidos por la victoria de Barack Obama en 2008, propulsada en parte por el buen uso de la tecnología y que encumbró a políticos más jóvenes que abrazaron la revolución que parecía iba a ser solo para bien. Puede que en esta década tan oscura estemos pecando por el extremo contrario de pesimismo, pero ahora conocemos bien a esas tecnológicas que supuestamente no iban a hacer “el mal” y lo hicieron. El arma que tenemos es recordar a menudo que la sombra no es la realidad.