Una innovación política: el Gobierno flotante

Una innovación política: el Gobierno flotante

Si yo fuera María Jesús Montero dejaba el techo de gasto quieto, no sea que se apruebe y empiecen a salir las cosas. No sería la primera vez que, con los presupuestos cerrados, salta todo por los aires

Está a punto de comenzar la tramitación de los Presupuestos. Lo ha dicho la ministra de Hacienda y mucha gente está aliviada: porque ya es hora, porque vamos tarde, porque no hay Presupuestos desde 2022… A mí la noticia me ha caído como una patada, la verdad.

Estamos experimentando con una innovación: el Gobierno flotante. Se trata de una forma nueva y creativa de dirigir un país que merece más tiempo. El Gobierno flotante se caracteriza por ser flexible y ligero, pero a la vez resistente como el acero y con una capacidad de soportar la incertidumbre a prueba de bombas. A un Gobierno así hay que darle chance para explorar, pero la ministra se ha empeñado en tener Presupuestos, una cosa superflua que dejas de hacer tres años y no pasa nada. Si los aprueba será el fin de la creatividad política. Yo no puedo aplaudir eso…

Innovar en política no es fácil. Se inventó la democracia representativa a finales del XVIII y votamos igual. Desde entonces solo ha variado la gente que accede al sufragio, pero la esencia no. Con los partidos políticos sucede lo mismo. Son un invento lleno de defectos que se repiten una y otra vez en la historia: endogamia, clientelismo, corrupción. Por más que los líderes de los últimos años, desde Ciudadanos a Sumar, denostaran los partidos y hablaran de movimientos, al final no inventaron nada. Nada mejor, quiero decir. El fascismo no cuenta porque es peor (y de todos modos también es un partido).

El Gobierno flotante no se apoya en nada, pero flota. Y surca las aguas procelosas de la economía mejor que los demás. Flotar es sostenerse en la superficie de un líquido, por tanto, es la forma de gobierno adecuada para la sociedad líquida. Para gentes líquidas, gobiernos flotantes.

España está llevando a cabo una innovación con la que podríamos ayudar a mucha gente. Nadie sabe en realidad, cómo se hace, porque una cosa es decirlo y otra, hacerlo. Además, un Gobierno flotante se explora al tiempo que se gobierna: ahí estriba la dificultad. Tener un Ejecutivo en minoría lo hace cualquiera; y en un parlamento fragmentado, también. Francia constituye un ejemplo. Si Macron supiera construir un Gobierno flotante, ya lo habría hecho. Pero está atascado con los primeros ministros: lleva cuatro o cinco en un año y para colmo le roban las joyas. Tranquilos, amigos franceses, os podemos ayudar.

El Gobierno flotante intenta aprobar leyes. Unas veces lo consigue, otras no, pero no se inmuta, dado que la condición de flotabilidad consiste en no ponerse tenso (que es cuando uno se hunde). El Gobierno flotante tampoco se apoya en un presupuesto, porque no lo tiene. Pero lo disruptivo -esa cualidad tan de moda en Silicon Valley- es seguir sacando leyes, sin mayoría y sin presupuesto. Según Parlamentia, esta legislatura se han aprobado 43 leyes y se han rechazado 41. La flotación gana de dos. ¿En qué se apoya el Gobierno? Resulta difícil saberlo. 

El propio Ejecutivo sugiere a veces que, a falta de presupuesto, los Fondos Europeos son un sostén nada desdeñable. Pero también esos fondos necesitan un empujón de vez en cuando. Hace unos días se aprobó en el Congreso la Ley de Movilidad, con el apoyo de Podemos. De la aprobación de esa ley dependían 10.000 millones europeos, así que esos morados que no respaldan un presupuesto porque sería muy clásico, van dando flotadores al Gobierno. 

Aunque en cuestión de flotadores, el mejor es Feijóo. Qué maravilla de PP. Yo me quito el sombrero. Sus movimientos no los predicen ni las Leyes de Newton. Echan lastre con pala sobre el Gobierno flotante a diario: que si la corrupción, que si los prostíbulos, que si la chistorra. Ningún Nobel de Física puede explicar por qué cuanto más peso ponen en el Gobierno, más se hunden ellos mismos. Si yo fuera María Jesús Montero dejaba el techo de gasto quieto, no sea que se apruebe y empiecen a salir las cosas. No sería la primera vez que, con los presupuestos cerrados, salta todo por los aires. Lo dicho, está bien flotar.