El artista que se esfumó en el mar: medio siglo del misterio Bas Jan Ader

El artista que se esfumó en el mar: medio siglo del misterio Bas Jan Ader

La exposición ‘Bas Jan Ader, el hombre que hizo del fracaso su obra maestra’ recuerda al artista después de su desaparición

Una exposición ‘desenfocada’ reivindica lo borroso como el mejor medio de retratar una realidad insoportable

El 10 de abril de 1976, la tripulación del pesquero gallego Eduardo Pondal avistó un barco solitario volcado en las frías aguas del Atlántico, cerca de la costa sur de Irlanda. Al acercarse, descubrieron que se trataba del ‘Ocean Wave’, el pequeño velero con el que el artista conceptual Bas Jan Ader había intentado cruzar el océano y del que no se tenía noticias desde hacía seis meses. Su nombre, boca abajo y semisumergido, era el primer epitafio de un misterio que aún perdura hasta hoy.

Según el testimonio del patrón Manuel Castiñeira Alfeirán ante la Comandancia Militar de A Coruña, el interior del barco era un inventario del naufragio: un sextante, ropa empapada, latas de comida vacías y “un estuche que contenía un objeto que parecía una pequeña cocina de butano”. En la parte de la cabina había un pequeño agujero que podría indicar una explosión, aunque no se pudo corroborar. Lo que no hubo fue rastro de Ader o de la cámara que lo acompañaba para documentar el viaje. Poco después, para aumentar el misterio y la leyenda, el propio velero desapareció del muelle de A Coruña donde lo habían depositado.

Ahora, cuando se cumplen cincuenta años de su desaparición, la Galería Espacio Bernal en Madrid presenta Beyond the Body: Between the Intimate and the Political, una exposición que rescata obras emblemáticas de Bas Jan Ader como I’m too sad to tell you (1970-71). La muestra, que también incluye piezas de artistas de la talla de Marina Abramović, reflexiona sobre los límites del cuerpo y la política de lo íntimo.


Bas Jan Ader, Fall 2, en Ámsterdam en 1970

“Nos interesa porque su trabajo sigue interpelando directamente a las formas contemporáneas de habitar la fragilidad, la intimidad y la relación con los límites físicos y emocionales”, cuenta Efraín Bernal, director de la galería, a elDiario.es. “Especialmente cómo su obra activa una dimensión poética y política del cuerpo a través del gesto mínimo, del fracaso y del riesgo”.

La Galería Espacio Bernal no ha sido la única en reivindicar el legado de Bas Jan Ader este año. Coincidiendo con el aniversario de su desaparición, el Hamburguer Kunsthalle le dedicó una retrospectiva titulada In Searching For, que incluía obras inéditas. Una muestra que confirma cómo la figura del artista, medio siglo después, sigue despertando el mismo interés y misterio.

¿Naufragio o performance radical?

En 1975, Bas Jan Ader llevaba varios años viviendo en Los Ángeles, donde se había formado y había conocido a su esposa, la también artista Mary Sue Andersen-Ader, mientras estudiaba en el Otis College of art and Design. Con 21 años se había establecido en Estados Unidos y había logrado cierta notoriedad como artista —se cuenta, por ejemplo, que Jackie Kennedy adquirió uno de sus dibujos cuando el artista tenía apenas 19 años.

Cuando desapareció, con 33 años, era profesor de Historia del Arte en la Universidad de California. A algunos, la noticia de su desaparición les pareció parte de otra de sus performances. La hipótesis no era tan descabellada: Ader había construido su obra en torno a la fragilidad y el fracaso. ¿Acaso aquel viaje fallido era una acción final y más radical?


BJA Broken, Ámsterdam, 1971

El artista había zarpado de Cape Cod, Massachusetts, el 9 de julio de 1975, con el objetivo de alcanzar Falmouth, Inglaterra, como parte de una trilogía performática titulada En busca de lo milagroso de la que esta aventura era su segunda parte. Su esposa recordaba en un texto de reciente publicación en The Brooklyn Rail que “Bas Jan quería batir el récord del velero más pequeño que jamás había cruzado el Atlántico en solitario”. No había sido la primera vez que se había embarcado en una aventura similar. Años antes, había cruzado el Océano Atlántico desde Marruecos y había llegado hasta California a bordo de otro pequeño velero llamado ‘Felicidad’. Sin embargo, esta vez la aventura terminaría de manera muy distinta, y aproximadamente tres semanas después de su partida, se perdió toda conexión por radio.

Una obra entre la fragilidad y lo trágico

El agua recorre como un hilo invisible la obra de Bas Jan Ader: desde sus emblemáticas caídas en los canales de Ámsterdam hasta los sorbos de agua que toma a modo simbólico –como una catarata que cae dentro del artista– en su performance The boy who fell over Niagara Falls (1972). Nada en su trabajo es neutral; todo es íntimo, personal, cargado de un significado que va más allá del gesto. Como escribió su esposa, Mary Sue Andersen-Ader: “Me amaba y amaba el mar. El mar era mi única competencia”. Y, así, con la misma inevitabilidad con que caen las gotas, Ader consagró su obra a explorar la caída en todas sus dimensiones.

Esta obsesión no era casual. Hijo de pastores calvinistas, Ader nació en 1946 en Winschoten, Países Bajos, en una familia marcada por la tragedia: su padre, que ayudó a esconderse a ciudadanos judíos de la persecución durante la ocupación nazi del país, fue fusilado. Erik Beenker señala en el libro Bas Jan Ader, Please don’t leave me que “Ader, que era hijo de predicadores, y habría estado completamente familiarizado con el significado bíblico de la Caída”. De hecho, en uno de sus cuadernos de 1968 hay una nota garabateada sobre la caída de los muros de Jericó.

En una entrevista de 1972, el artista no solo relacionaba abiertamente la caída con la muerte de su padre, sino que ampliaba el significado de lo trágico en su obra. Para Ader este concepto trascendía lo evidente: “Siempre me ha fascinado lo trágico. Eso también está contenido en el acto de caer; la caída es un fracaso. […] Todo es trágico porque la gente siempre pierde el control de los procesos, de lo material, de sus sentimientos”.


Bas Jan Ader, Untitled (The elements)

Esta obsesión por la caída tomó forma en performances emblemáticas como Fall I (Los Ángeles) y Fall II (Amsterdam), ambas de 1970, que pueden verse actualmente en la Galería Espacio Bernal. “Estas obras dialogan de forma muy potente con las nociones de vulnerabilidad, caída —en múltiples sentidos— y exposición del cuerpo, temas que atraviesan toda la exposición”, explica Bernal. A estas piezas les siguieron Broken Fall (1971) y Nightfall (1971), documentadas en vídeos breves —casi íntimos— que Mary Sue grababa mientras Ader se dejaba caer en lugares como un canal de Ámsterdam. La fugacidad de estas imágenes las convierte en un lenguaje rítmico, una búsqueda obsesiva. Como escribió la artista Tacita Dean: “Ader era un maestro de la gravedad. Cuando se caía, lo que decía era que la gravedad lo había dominado”.

La insistencia y rendición ante lo incontrolable definen por completo la obra de Ader, marcada por una honestidad radical y un riesgo constante. Sus piezas interpelan porque muestran la vulnerabilidad de un hombre que escapa por completo del modelo tradicional de masculinidad, mostrando una fragilidad inherente al ser humano. Esto ocurre especialmente en obras como I’m too sad to tell you (1970-71), en la que Ader llora desconsolado durante tres minutos, y que produce un efecto espejo en el espectador, conmovido en lo más profundo. Ader no explica por qué llora. Solo tenemos las imágenes.

50 años de enigma

De la misma forma que de sus performances solo conservamos esos instantes grabados, de In Search of the Miraculous nos quedan las imágenes de Ader y el relato de Mary Sue Andersen-Ader sobre los preparativos de aquel viaje definitivo: “Condujimos por todo el país remolcando el barco en coche. Yo tomaba Valium para calmarme”. Y recuerda, con una nitidez que el tiempo no ha borrado, el momento de la despedida: “Al día siguiente, mi madre, nuestro perro Lhoopie, el dueño del puerto de Chatham y yo estábamos en una lancha remolcando a Bas Jan en la ola del océano hacia el mar (su barco no tenía motor). Cuando lo liberamos, la emoción que sentí fue más profunda de lo que jamás había conocido. Estaba frente al mar, lejos de mí”.

Esta misma imagen de soledad es la que acerca a Ader a la tradición romántica alemana, en especial a la figura de Caspar David Friedrich (1774-1840). Ambos artistas exploran la vulnerabilidad del ser humano ante la inmensidad de la naturaleza, aunque cada uno con sus propios medios: si Friedrich pintaba caminantes frente a paisajes nebulosos e infinitos, Ader se retrató a sí mismo, solo, al atardecer, en una bahía desolada. Acompañó esa imagen con un texto que lo dice todo y nada a la vez, mezclando el tono trágico con un punto de ironía que tan bien dominaba: “Adiós a los amigos lejanos”.

Medio siglo después, el misterio del ‘Ocean Wave’ permanece. Marion van Wijk y Koos Dalstra, por ejemplo, dedicaron una década a reconstruir los hechos en su libro In Search of the Miraculous, Bas Jan Ader, 143/76, publicado en 2017, pero ni siquiera ellos pudieron cerrar del todo la historia, sino más bien hacer un inventario de los hechos a posteriori. La desaparición de Ader se convirtió, finalmente, en otra de sus obras que nunca deja de interpretarse: un hombre, un barco y un océano; una despedida que sigue interrogándonos sobre la pérdida, el riesgo, la búsqueda y ese instante en que, como él mismo anticipó, todo control se pierde.