El extrarradio de Madrid forjó al héroe anarquista Cipriano Mera y un libro lo cuenta: «El descampado fue Parlamento del pobre»
En ‘Mera, hombre de las afueras’, el historiador y periodista Luis de la Cruz narra el origen de un albañil convertido en referente anarcosindicalista y de la resistencia contra los sublevados en la Guerra Civil. La obra es además un tratado de la periferia madrileña como «espacio de desobediencia y acción colectiva»
La vida como maestro en los Cuatro Caminos de Abelardo Saavedra, el anarquista errante
Los lugares nos hacen, incluso mientras se hacen. Es lo que ejemplifica el historiador, periodista y bibliotecario Luis de la Cruz a cuenta de la fascinante figura de Cipriano Mera. Un hombre convertido en mito que fue muchas cosas: un albañil que abrazó el anarcosindicalismo, un militante que convencía y movilizaba a las masas o un héroe de la Guerra Civil que lideraba las columnas anarquistas que derrotaron a los sublevados en las batallas de Madrid o Guadalajara.
En Mera, hombre de las afueras (Editorial Decordel), Luis de la Cruz lleva a cabo un acercamiento a la etapa más desconocida de Mera: sus raíces en Tetuán (cuando todavía era Tetuán de las Victorias) y en un extrarradio de Madrid que se construyó a la par que su toma de conciencia sociopolítica. La historia del obrero y referente anarcosindicalista antes de que sus hazañas en la resistencia contra los golpistas, al frente del IV Cuerpo del Ejército Popular, terminaran de cimentar su mito.
Mera, su familia o sus compañeros y compañeras de militancia guían un viaje por una ciudad en expansión. Barrios en los que la significación política y el alma obrera se edifican a la vez que las casas o los caminos. “El libro surge porque me encargan un paseo guiado por el Tetuán de Mera, así que empiezo a investigar sobre él ligando personaje territorio y personaje. No es circunstancial que naciera ahí o que su biografía política comience a desarrollarse en ese lugar, sino que hay una relación entre las características urbanísticas que le rodeaban y su sindicalismo revolucionario”, dice el autor en conversación con Somos Tetuán.
Cuando la ciudad desbordó a la ciudad
“En el libro me centro en el norte de Madrid porque es lo que vengo estudiando y es el contexto que rodea a Mera, pero sería una reflexión común para lo que era extrarradio de Madrid entre los últimos 20 años del siglo XIX y el primer tercio del XX”, aclara de la Cruz. Habla de “características urbanas y de crecimiento comunes en Tetuán, Cuatro Caminos, Ventas o Puente de Vallecas”. Su extensión coincide con “un momento de desborde de la ciudad, cuando se crea el ensanche planificado del llamado Plan Castro, que no responde a la cantidad de migrantes que están llegando a la ciudad, incluidas las personas que vienen a erigir ese ensanche”.
Portada del libro ‘Mera, hombre de las afueras’.
Así, “el crecimiento de los arrabales es mayor que el del propio ensanche”: Argüelles, Salamanca o Chamberí son “la ciudad que tiene que crecer, que está planificada para que así sea, pero lo hace más despacio que la urbe que la está abrazando”. Según el historiador, “la ciudad no oficializada se expande haciéndose a sí misma y eso le confiere una menor atención institucional a su existencia”.
Este último punto da pie a “equívocos o titubeos a la hora de denominarla de una manera u otra”. De la Cruz dedica varios pasajes a la heterogeneidad y evolución de los términos con los que referirse a este fenómeno, del desdén y la aporofobia de la prensa más oficialista al interés no exento de paternalismo en autores como Pío Baroja: “¿Estamos hablando de extrarradio, de periferia, de afueras, de periferia…? No se sabe muy bien por qué a muchos de sus propios contemporáneos (sobre todo a las clases burguesas) les es desconocido, a pesar de tenerlos al lado, ya que sus habitantes son trabajadores que entran a trabajar a la ciudad”.
Un hombre hecho en las afueras
La mencionada menor presencia en estos entornos de la autoridad, sea la municipalidad o el Estado, es uno de los motivos que explica el traslado de gran parte de la agitación sociolaboral desde el centro de Madrid hasta una periferia en auge. Pero no es el único: “Se trata de un tipo de ciudad que, por la propia necesidad de su crecimiento huérfano de tutela, tiene que crecer hecho a sí mismo y basarse en el apoyo mutuo. Con ello, es más fácil esconderse o tener vías y enlaces de huida si tu actividad no está sujeta a la legalidad, hablemos de delincuencia común o de gente perseguida por su actividad sindical o política”, explica el periodista de Somos Madrid.
El abandono institucional no solo se traduce en mayor capacidad de acción para actividades ilegales o subversivas, sino que fomenta la colectividad y lo comunitario: “La manera de ser del sitio tiene que ver con que ‘a la fuerza ahorcan’. Las calles no están asfaltadas, las aguas fecales no son retiradas de la vía pública, el alumbrado tarda en llegar… Es un sitio donde las personas deben juntarse para hacer la ciudad por su cuenta. Eso provoca que mucha gente que hasta la fecha había estado en lo que se llamaban barrios bajos (Lavapiés, Malasaña o Chueca), zonas populares donde tradicionalmente se desarrollaba la acción contestataria y en las que seguirá produciéndose, se desplace a los extrarradios. A ellos, además, se unen nuevas generaciones de culturas subalternas que nacen en un nuevo contexto que les es apropiado”.
El extrarradio, en el caso de Cipriano Mera su Tetuán natal o las cercanas áreas de Cuatro Caminos y Chamartín de la Rosa (por entonces municipio independiente de la capital), se convierte para este referente del obrerismo en “un espacio de desobediencia y acción colectiva”, tal como Luis de la Cruz lo describe en su libro. “Hay un eslabón perdido, muy difícil de documentar, que es cuánto influye la cultura contestataria del suburbio en la conformación de culturas posteriores más formalizadas en partidos políticos o sindicatos. Mera, cuando aún es una persona que no ha terminado de adquirir conciencia política, está viendo en el barrio motines de subsistencia en los que participan niños y mujeres”.
Hay un eslabón perdido que es cuánto influye la cultura contestataria del suburbio en la conformación de partidos políticos o sindicatos. Mera, cuando es una persona que no ha terminado de adquirir conciencia política, está viendo en el barrio motines de subsistencia
Estos motines del hambre, imprescindibles para conformar el sujeto político de Mera y otras personalidades subversivas coetáneas, son para el autor “una forma de protesta popular no estructurada que la historiografía tradicional tildaba de primitivas”. Una manera de movilización “inferior” a las que luego se producirían con estructuras políticas más sólidas. Desde su punto de vista, ese menosprecio no se ajusta a la realidad: “El motín es simplemente otro tipo de movilización con unas lógicas internas también muy complejas que están muy ligadas a las políticas de clase”.
A Mera le influyen los movimientos que ve, y también los espacios en los que se producen: “Lo que sucede en el extrarradio, que venía ya pasando antes entre las clases populares, es que cuentan con una oferta mucho menor de lugares especializados que la de las clases burguesas. Los espacios son lugares para todo. Como además son barrios donde la sociabilidad es central, la taberna o el descampado se convierten en espacios sociopolíticos muy reseñables. En el libro hay ejemplos de mítines o asambleas en medio de la Dehesa de la Villa o en el merendero de Canuto González en Cuatro Caminos. El descampado fue en ese momento el Parlamento del pobre, el lugar improvisado donde se produce la acción política, siendo a la vez el sitio donde los vecinos experimentan su actividad diaria o de ocio”.
Posteriormente, recintos como el Cine Europa van ganando protagonismo. De la Cruz lo justifica así: “Según va creciendo la ciudad y el extrarradio se va integrando en ella estos lugares un poco más improvisados viran a teatros más importantes en los que la cultura del consumo también explota en la periferia. Sitios importantes firmados por arquitectos de renombre, como Luis Gutiérrez Soto en el caso del Europa. A la altura de los años treinta ya no estamos tanto en ese momento del descampado o los pequeños teatros, sino que va emergiendo esa estructura más urbana y más especializada”.
Mera y el auge del sindicalismo revolucionario
“¿Hasta qué punto el Sindicato Único de la Construcción o la UGT tienen mucha potencia en el extrarradio porque la gente entiende lo que es movilizarse y levantarse juntos? Es difícil de establecer o describir, pero es fácil de imaginar. Esa coincidencia de hechos, tiempos y personas hace inevitable pensar que esos aprendizajes estuvieron ahí, aunque la mayoría de veces no hayan quedado registrados”, cuenta Luis de la Cruz sobre la materialización de la movilización en la periferia (particularmente en el caso de Cipriano Mera).
Cita al Sindicato Único de la Construcción, una escisión de UGT que se acercó a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) a finales de 1931. Este grupo de albañiles madrileños, entre los que se integraba Mera, no estaba de acuerdo con las prácticas ejecutivas y a menudo claudicantes del comité local ugetista. Tampoco con los métodos con que se abordaban los problemas del sector y generales de la clase trabajadora. La figura del liberado sindical, que representaba a los trabajadores mientras cada vez vivía más desligado de la realidad que estos soportaban, fue uno de los principales disensos.
Cuando aparecen las periferias obreras en toda Europa se crean barrios en los que sus habitantes reflexionan como clase y se da un proceso de toma de conciencia. Esto germina en los años treinta con una adscripción política militante sin precedentes
De la Cruz contextualiza esta división en un contexto de “evolución del mundo del trabajo que incidió en la del propio modelo sindical”. Expone que “UGT, por entonces y todavía hoy el sindicato hegemónico, tenía un modelo muy centrado en lo que en ese momento había sido la industria madrileña (que es, fundamentalmente, la construcción). Lo que ocurre es que ese modelo se transforma, pasa de obras pequeñas y talleres herederos de la realidad gremial que podían ser controlados de las Casas del Pueblo de UGT a obras de un tamaño mucho mayor fundamentales para el crecimiento de Madrid: los trabajos en Nuevos Ministerios o Ciudad Universitaria son megatajos”.
“Aparecen empresas más poderosas que no tienen esa relación cercana con el maestro de obras y, por otro lado, crece la figura del parado como un obrero organizado. El problema del sindicalismo clásico es que básicamente atiende al trabajador, cuando ahora el parado también se convierte en sujeto de sindicalización. CNT atendió muy bien esta cuestión al tratarles como compañeros de igual a igual. Todo ello eclosiona en las huelgas de la construcción de 1934 y 1936, en las que muchos militantes históricamente sindicados en UGT se pasan formalmente a CNT o apoyan formalmente unas maneras basadas en la confrontación que tienen más que ver con un contingente enorme de trabajadores frente a compañías ya grandes”, narra.
La deuda pendiente con las “resistencias cotidianas”
Ese año, 1936, marca la ruptura (que no el final) de una efervescencia política y social paralela al crecimiento urbano. En el libro se habla de huelgas obreras en Sevilla que reclamaban las 36 horas semanas, un objetivo al que no se ha llegado 90 años después. El golpe de Estado, la Guerra Civil y la represión franquista (tan severa con la clase obrera como complaciente con la burguesía y las grandes empresas) interrumpen el devenir de estos barrios periféricos en plena ebullición.
“Es una historia olvidada por escribir. Muchos de sus habitantes tuvieron que ir al exilio o a la cárcel y otros muchos fueron asesinados. Bastantes familias quedaron sumidas en el silencio inherente a la derrota y se desarticuló todo un entramado de antagonismo político”. Para el autor, la oposición en el exilio o la reconstrucción de los partidos ha sido documentada y reivindicada como merece, pero queda por “estudiarse y escribirse sobre las resistencias cotidianas [término acuñado por el politólogo y antropólogo estadounidense James C. Scott]”.
Cipriano Mera y Teresa Gómez, su esposa, en una imagen de archivo durante su exilio en Francia.
Son, según de la Cruz, “el pálido reflejo de lo que había sido un poder movilizador bestial en unos extrarradios que tenían una homogeneidad socioeconómica inéditos en la ciudad, que les convirtió en la geografía política más potente del momento”. De ese modo, “si hasta entonces en la ciudad había una cierta segregación de clases, pero todas ellas vivían muy cerca, cuando aparecen las periferias obreras en toda Europa se crean barrios en los que sus habitantes reflexionan como clase y se da un proceso de toma de conciencia. Esto germina en los años treinta con una adscripción política militante sin precedentes”.
Esa tendencia es la que “queda totalmente cortada por el franquismo”. “Está por contar cómo esta gente vivió la nueva coyuntura y cómo articularon sus resistencias cotidianas, porque también las hubo en la posguerra aunque la prensa del Régimen lo vetara”, apostilla.
De la militancia vecinal al urbanismo neoliberal: el neomudéjar como paradigma del alma tetuanera
Durante la lectura de Mera, hombre de las afueras sobrevuela una sensación de derrota o impotencia al comprobar el enorme vuelco ideológico de áreas como Chamartín o, en menor medida, la propia Tetuán. El cercenamiento franquista tiene mucho que ver, pero para Luis de la Cruz hay otras razones: “En todos estos barrios que en esos momentos eran extrarradios sigue habiendo una superposición de estratos que da idea de la densidad de esas etapas anteriores. Pero obviamente el haberse convertido en eso que se llama nuevas centralidades (Tetuán o Carabanchel ya no son afueras) hace que entren de lleno en todas las dinámicas de la oferta y la demanda o de un urbanismo neoliberal. Se arrasa, al menos parcialmente, con el carácter, la composición socioeconómica o incluso la cultura material de aquellos años”.
Sobre este último punto, el historiador cita las décadas de abandono y erradicación del patrimonio neomudéjar, “la arquitectura propia, popular y obrera de los años en los que se construyeron aquellos espacios”. Recalca que “solamente ahora se ponen en valor con un pequeño grado de conservación o protección, después de que muchas hayan caído en la piqueta y lo sigan haciendo”.
Por contra, la cultura material de los barrios populares fue reivindicada antes: “También costó mucho que se reconociera el valor histórico de las corralas populares del Centro, cayeron casi todos, pero empezó a hacerse ya en los ochenta. Son casas de la misma época, cultural y patrimonialmente parecidas, que se han comenzado a proteger con 40 años de diferencia”.
Mera, exiliado en Francia, continuó haciendo barrio. Literalmente. Siguió trabajando de albañil durante décadas. Según recoge el sindicato Solidaridad Obrera, antes de su muerte en 1975 (faltaban 16 días para la de Francisco Franco) dejó una frase que sintetiza su espíritu: “Poniendo ladrillos ayudo a construir el mundo”. A levantar casas y comunidades sobre esos descampados que le hicieron ser quien era.