Alauda Ruiz de Azúa: “En el mundo de los jóvenes ahora pueden convivir Tinder, Bad Bunny y el sentimiento religioso”

Alauda Ruiz de Azúa: “En el mundo de los jóvenes ahora pueden convivir Tinder, Bad Bunny y el sentimiento religioso”

La directora estrena ‘Los domingos’, la película con la que ganó la Concha de Oro en San Sebastián y donde analiza las relaciones familiares a través de una joven que anuncia que quiere ser monja

¿Qué harías si tu hija se metiera a monja? Alauda Ruiz de Azúa dinamita los lazos familiares en ‘Los domingos’

Alauda Ruiz de Azúa tiene un don. El de conectar con los espectadores con temas que no son los obvios. Temas que interesaban, pero que parecían escondidos debajo de la alfombra esperando que alguien mirara debajo y los señalara con sus películas y series. Con Cinco Lobitos habló de la maternidad y los cuidados desde un lugar que el cine estaba omitiendo. Con Querer se atrevió a romper un tabú, el de las violencias sexuales dentro del matrimonio. Y la gente no pudo más que rendirse a su valentía y la finura de su bisturí.

Cuando anunció el punto de partida de su tercera película, Los domingos, la gente arqueó las cejas. ¿Una niña que se quiere meter a monja? Parecía un tema pasado de moda, como de otro tiempo. Y, sin embargo, desde su primer pase en el Festival de San Sebastián, donde ganó la Concha de Oro, se demostró que de nuevo su ojo no falló. No falló porque al final esa vocación sirve para hablar de otras cosas. De la obligación de mantener los vínculos familiares. De la coherencia. Y también de la fe como solución fácil. Una película que puso a todos a debatir, y donde cada uno parece ver algo diferente, lo que ha convertido en su mejor arma.

¿Le daba miedo cómo iba a conectar una película con esta premisa? Es como si tuviera un don para ver temas que a priori no son los más obvios, pero con los que la gente conecta.

Ese miedo siempre lo puedes tener. Lo que pasa es que también es verdad que tú trabajas con honestidad las historias. Yo no encuentro mucha inspiración en las conversaciones que ya están en la calle, que son más oficiales o tendencia. Me pueden interesar como lectora o como espectadora, pero en la ficción me gusta ir a sitios donde yo misma tengo que preguntarme cosas y donde entro en debate interno conmigo misma. Donde siento que las respuestas pueden ser complejas.

Lo bonito es que he encontrado hasta ahora unas productoras y unos productores que esa conversación también les interesa y supongo que quizás eso es el primer detonante de que puede haber algo interesante. Cuando de repente te enredas con tus productores en una conversación que no tiene fin. Ves que ahí puede haber algo que también le interesa a más gente.

¿Cómo de importante es encontrar esas productoras que acompañan?, ¿son fundamentales para que una película como Los domingos exista?

Sí, es muy importante. Por ejemplo, Marisa Fernández Armenteros, una de las productoras, siempre dice que hay que preguntarles a los directores qué quieren hacer, qué les interesa e intentar entenderles. Ver hacia dónde quieren ir. Yo en eso he tenido mucha suerte, porque desde el principio les interesó lo que quería contar y cómo lo quería contar.

¿Cómo se quedaron cuando les hiciste un pitch cuyo punto de partida es una niña de 17 años que quiere ser monja de clausura?

Bueno, no fue un pitch convencional, fue más una conversación donde me preguntaron si tenía algún tema que quisiera explorar y les dije, “os va a parecer una locura, pero es verdad que el tema de la vocación religiosa me genera mucha curiosidad y además creo que hay una película posible”. Yo sabía que ese tipo de vocaciones cuando se anunciaban en las familias generaban mucho conflicto. Entonces creía que ahí había una película posible en torno a cómo reacciona esta familia ante esta decisión. Fue muy interesante porque nos pusimos a hablar sobre qué haría cada una y eso desembocó en ver qué educaciones, religiosas o no religiosas, había recibido cada una y si eso podía tener algo que ver. Ahí ya nos dimos cuenta de que el disparadero podía ser lo de la vocación, pero que eso podía generar conversaciones mucho más profundas.

Depende de dónde vengamos podemos descodificar la película en un sentido u otro. Eso imagino que es jugoso, pero también tiene un riesgo, ¿cómo guionista como se enfrenta a eso?

Yo a la hora de escribir, de dirigir o incluso de montar no estoy pensando en construir algo en el espectador. No soy de esas directoras que están pensando en cada momento cómo llevar al espectador a un sitio y que piense tal cosa y que esto provoque esto otro. Ese control tan férreo del viaje del pensamiento del espectador no lo trabajo. Creo que trabajo más en el sentido de estas situaciones. Si me parecen cuestionables, si me parece incómodo o emocionante, si hay una idea interesante o una pregunta compleja… Eso voy a intentar trasladárselo al espectador, y en ese sentido no importa tanto la mochila con la que tú llegues a la película, sino que mi reto, mi responsabilidad, está en que las preguntas sean interesantes y que a ti te provoquen algún tipo de conversación. Interna o con el otro.

Ese punto de partida acaba sirviendo para hablar de la familia casi como cárcel, preguntarse si esos vínculos familiares compensa o no mantenerlos para siempre. Saura siempre decía que la familia era la mejor forma para hablar de la sociedad.

Es verdad que siempre he tenido una obsesión con la familia, pero también hay un aprendizaje sobre eso. Después de hacer Cinco lobitos o Querer el aprendizaje continúa en el sentido de pensar hasta qué punto ese carácter institucional que tiene la familia nos permite hablar de muchos dilemas. Como si fuera un terreno de lo más honesto y de lo más visceral. Porque cualquier dilema, en el caso de Querer era la denuncia por violencia sexual en el matrimonio o en este caso una vocación religiosa, vistos desde fuera tenemos como otro tipo de aproximación.

Sin embargo, cuando ya te planteas que pueda ocurrir en el seno de tu familia, en la intimidad, todo se vuelve mucho más confuso, más difícil de juzgar, y al mismo tiempo más honesto, porque eres tú sintiendo que hay algo más en juego. Eso me interesa. Y luego también me interesa mucho esta idea de que es curioso cómo nos venden un relato de que las familias son un sitio bueno, un refugio de amor, de los primeros afectos. Y luego yo, sin embargo, tengo la sensación de que conozco más familias que no funcionan que las que funcionan. El relato quizás más honesto sería asumir que la familia, como mínimo, es una institución muy complicada. 

¿Se enfrentó a sus propios prejuicios a la hora de escribir sobre esa vocación religiosa? 

Sí, claro, desde un principio. Yo soy una persona no creyente. Tengo educación laica. Y hay personajes, como el personaje de Maite, por ejemplo, que me van a resultar más fáciles escribir porque su visión del mundo también se parece más a la mía. Y la visión de lo religioso también se puede parecer más a la mía. Pero el reto bonito fue intentar acercarme a las personas que sentían esos sentimientos religiosos tan fuertes intentando entenderlo, sin juzgarlo. Intentando entender el viaje emocional. Si yo no soy una persona creyente, llegar a entender la fe es algo de entrada muy ambicioso, pero sí quería intentar entender lo que ella sentía en su relación con lo religioso y en su relación con los demás. Eso llevó a hacerlo desde un sitio más humanista, que la película no excluyera el viaje emocional de nadie, y fue importante a la hora de afrontar el proyecto.

¿Se imaginaba tanto debate? En San Sebastián era la película de la que todos hablábamos, sobre si se entendía al personaje de Maite o no. Yo he escuchado cosas contra ese personaje… ¿Cómo vive que haya posiciones tan enfrentadas sobre la misma película?

Fíjate, me daba más miedo que de repente la película tuviera una lectura unívoca o dogmática. Me generaba más inquietud porque no estaba en la naturaleza de la propuesta. Sin embargo, que se hagan lecturas distintas de la película me parece muy emocionante, porque en el fondo yo creo que el cine es un espacio de encuentro y de debate. Y el debate tiene que ser con alguien que no vea exactamente las cosas de la misma manera que tú las ves. En ese sentido, yo lo he recibido como un regalo.

Luego creo que está pasando una cosa muy interesante con la película y es que, según los prejuicios que puedes tener, podrías pensar que va a haber dos lecturas muy claras dependiendo de si eres creyente o no creyente. Pero está ocurriendo que no todos los no creyentes hacen la misma lectura y no todas las personas creyentes hacen la misma lectura. Me he encontrado con personas creyentes que me vienen y me dicen “oye, mira, yo creo en Dios, pero si mi hija viene y me dice que se mete a monja de clausura, yo termino siendo la tía Maite”.

Yo he escuchado lo contrario, gente no creyente y de izquierdas que dice que ese padre quiere lo mejor para su hija.

O que entra en conflicto con la libertad individual de las personas. Eso está siendo muy interesante porque para mí está llevando la conversación a un sitio más profundo. Se ha creado una conversación más compleja en torno a la película.

Ahora parece que vamos al cine a que nos den la razón, se diría que escribe guiones para lo contrario, para plantearnos dudas.

No sé, yo intento hacer un ejercicio de honestidad y de humildad en el sentido. Yo no tengo todas las respuestas. Puedo barajar hipótesis, argumentos o situaciones que me parecen que despiertan algo, que te lleven a activar la maquinaria de reflexionar. Pero también creo que hay cuestiones sobre las que a mí es muy difícil tener una certeza absoluta. Entonces intento tratar al espectador de esa manera, siempre invitándole más a una conversación o a una reflexión que no tanto a imponerle yo nada. Me gusta pensar que la película no te impone nada, pero de la misma manera que no te impone nada, creo que tú tampoco le puedes imponer un mensaje preconcebido a la película. Si entras en las preguntas que te plantea bien, habrá un viaje, harás un viaje.

Yo creo que los matices. Habrá relatos que blanqueen o que instrumentalicen cosas, pero también hay relatos que son capaces de construirse desde el cuestionamiento

Alauda Ruiz de Azúa
Cineasta

Cuando recogió la Concha de Oro dijo “intentar entender algo no es legitimarlo”. Como si de alguna forma dijera, yo no creo, pero al menos quiero entenderlo, ¿quizás falta eso, esa falta de escucha?, ¿había una declaración de intenciones en ese discurso?

Sí, la había. Porque a veces, cuando te acercas a algo ajeno, y además a lo que es un tema delicado, mucha gente se puede sentir atacada o puede exigirte un determinado tipo de posicionamiento. Como que se instala un poco esta idea de que si intentas comprender algo o explorarlo significa que lo puedas estar blanqueando o legitimando de alguna manera. Hombre, yo creo que los matices y los colores son importantes. Habrá relatos que blanqueen o que instrumentalicen cosas, pero también hay relatos que son capaces de construirse desde el cuestionamiento, desde las preguntas y respetando el viaje emocional de cada personaje. Siendo respetuoso con una realidad que yo había documentado y que sabía que, en la realidad, esto es lo que solía pasar.

¿Hay pistas que dejen ver cuál es su posición ante el dilema de la película? Al final termina con el personaje de Patricia López Arnaiz. Puede no ser unívoca, pero también imagino que hay detalles sobre lo que piensa.

Es curioso que me preguntan mucho sobre por qué termino con ese personaje. La película se construye, sobre todo, en torno a los dos puntos de vista de Maite y de Ainara, la tía no creyente y la chica con los sentimientos de vocación. La película termina con Maite en una determinada situación y para mí era importante ese final. Hablas de posicionamiento, y es verdad que hay algo de eso, pero para mí es un posicionamiento más profundo, más humanista. Yo, y creo que la mayoría de los espectadores, me quedo en este lado del mundo, en el mundo de la incertidumbre, en el mundo de preguntarme qué hago mañana, de cuáles son mis asideros.

Esta semana Rosalía se presentaba vestida casi de monja para su nuevo disco. Ha investigado sobre la vocación en jóvenes para esta película, ¿siente que hay una regresión en los jóvenes hacia una fe, hacia una religiosidad?

Eso podría parecer. Mi documentación era más personalizada. No era sociológica. Entonces me da un poco de pudor hacer análisis sociológicos muy contundentes. La relación con lo religioso de los jóvenes que yo traté y que conocí es distinta a la que ha podido tener mi generación. Yo esto sí lo percibí. Hay un mundo donde pueden convivir perfectamente Tinder, Bad Bunny y el sentimiento religioso. Ya no hay esos discursos de culpa, de pecado, yo no los sentía presentes. En ese sentido se genera otra tolerancia con lo religioso. También me llamaba la atención, no sabría decir en qué números o en qué dimensión, que hay cierta búsqueda de algo espiritual que llene los vacíos existenciales. Y lo religioso puede pueda aparecer por ahí y puede llenar ese vacío porque alguien te da como una autoridad, te da algo que hacer, te da un camino a seguir. Siempre es mucho más complicado tener que buscarse y encontrarse, porque los asideros no son para siempre.

Siempre se dice que es una directora austera, pero imagino que hay mucha búsqueda en esa austeridad, que parece que austero se confunde con fácil.

Es curioso, porque creo que hay directores que trabajen para verse, y yo justamente muchas veces me descubro haciendo el ejercicio contrario de desaparecer un poco. Quiero tener la sensación de que estoy acompañando, que estoy en la intimidad con estos personajes y no quiero verme yo como directora. Ni subrayando cosas ni apuntando cosas. Al final todo es muy artificioso, e incluso esta sensación de que como directora no estás es todo mentira. Y yo pienso mucho dónde pongo la cámara, dónde está el sitio de corte para que fluya como si hubiera un hilo invisible. Pero para mí en esta película era muy importante la austeridad como mecanismo de tratar un poco a los personajes por igual. No porque hubiera un personaje que creyera en una divinidad, yo me iba a poner a hacer juegos de artificio formales. Quería respetar sus emociones, y el tratamiento de cámara les aborda a todos por igual.

Antes para las directoras el reto era dirigir la segunda película. Luego fue la tercera. Parece que poco a poco ese reto se ha solventado, pero los informes de CIMA indican que lo que hay es una brecha enorme en los presupuestos. ¿Le interesa poder dirigir películas de gran presupuesto o para usted la lucha es que las películas que quiere hacer tengan el presupuesto que deberían tener?

Es una gran brecha. Ahora te diría que quisiera hacer la película con más presupuesto, porque muchas veces se presupone que si no tienes cosas aparentemente y logísticamente muy espectaculares, no te puedes beneficiar de tener un presupuesto mayor. Y no es así. Esta película, por ejemplo, ha sido muy complicada en cuanto a lo coral. En cuanto a las localizaciones. En cuanto al tiempo de ensayos, por ejemplo.

Vídeo de la entrevista completa

Vídeo: Adrián Torrano y Alejandro Corral