La «pandemia cromática» de las casas grises: ¿por qué resiste la decoración minimalista en nuestros hogares?

La «pandemia cromática» de las casas grises: ¿por qué resiste la decoración minimalista en nuestros hogares?

En muchos interiores, el color ha cedido terreno a la «descolorización»: una estética fruto de la industrialización y una visión de consumo donde lo uniforme gana a lo personal

El fenómeno de los ‘edificios cebra’ que invaden las ciudades: “Están hechos para venderse en una foto de inmobiliaria”

Si hay algo que predomina en nuestra realidad es el inmenso espectro de colores que se funden sobre la misma. Azules, verdes, naranjas, rosas, amarillos…. Pese a ello, existe un síntoma paralelo vinculado a la ausencia del mismo y al consecuente predominio de tonos neutros como el gris. Junto con el beige y el blanco, se les considera los colores minimalistas por excelencia. 

Sin embargo, hoy en día, el minimalismo no es sólo una estética: se ha convertido en un estándar cultural que influye en cómo vivimos, qué consumimos e incluso en quiénes somos. Esta pérdida de color ha calado en los espacios interiores (sin ir más lejos, en las casas), generando así una creciente tendencia hacia lo neutro, impulsada por la globalización y una lógica del mercado que aboga por la practicidad y la universalidad del diseño y que, paralelamente, convive con tendencias opuestas que buscan reafirmar la expresión individual y la riqueza cultural del color.

Tendencia a la homogeneización

Esteban Gómez (@estebango__ en Instagram), creador de contenido sobre interiorismo, emplea el término “grisificación” para describir una realidad donde “el gris pasa de ser un tono neutro a convertirse en el algoritmo del diseño interior: práctico, ‘moderno’, fácil de vender y difícil de odiar”. Esta “grisificación no es una tendencia, es un síntoma de que preferimos lo seguro a lo arriesgado, lo uniforme a lo personal, lo plano a lo vivo” que toma su expansión desde los “suelos de porcelanato gris”, hasta “sofás grises en paredes de tonos greige [entre gris y beige]”. Así, habla de un presente donde “el gris se convirtió es ese color de no elegir color, se vendió como sofistificación y terminó como una pandemia cromática”.

“Este fenómeno se manifiesta principalmente en arquitectura e interiorismo: viviendas neutras, muebles uniformes, vistos en revistas, películas y redes sociales que reproducen lo mismo una y otra vez”, afirma Pía López Izquierdo, arquitecta por la Universidad Politécnica de Madrid y responsable de la asignatura de Interiorismo y del curso de Dibujo de Detalles Arquitectónicos en la Escuela Universitaria de Arquitectura Técnica de Madrid. Además, observa que “hace veinte años había más diversidad; hoy, la globalización y la estandarización han uniformado nuestros espacios”. Esto se refleja también en objetos de diseño accesibles y masivos: lámparas geométricas blancas, muebles de líneas simples en Ikea o Muji, textiles monocromáticos, vajillas minimalistas o piezas decorativas que juegan con formas puras. 

Pero ¿por qué desaparece el color de nuestras casas?

Miguel Figuerola Palacios, arquitecto por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Sevilla y cofundador del estudio Figuerola Arquitectos, explica que “la pérdida de color en arquitectura e interiorismo surge sobre todo porque los promotores desarrollan viviendas sobre plano sin saber quién las comprará. Optan por propuestas neutras para no limitar el mercado, aunque eso conduzca a edificios anodinos. Es un poco parecido a los coches de renting, casi todos blancos o grises para adaptarse a distintos usuarios”. Un ejemplo que recalca Figuerola en cuanto al molde de uniformidad arquitectónica son los conocidos como “bloques cebra”, “de absoluta practicidad e indiferencialidad”. 

En un artículo académico titulado Minimalismo del consumidor, los autores Wilson y Bellezza definen el minimalismo como una filosofía estética y de consumo que busca la reducción de lo superfluo en pos de la funcionalidad, la simplicidad y la limpieza visual. En el ámbito del interiorismo, esto se traduce en espacios despejados, con mobiliario esencial, líneas simples y una paleta cromática reducida (a menudo dominada por tonos neutros como blancos, grises o beige) que transmite orden y serenidad. Este enfoque “no sólo moldea la estética de los interiores, sino que también canoniza la conducta de los consumidores al fomentar la adquisición consciente y la estética sobria”. 

La pérdida de color en arquitectura e interiorismo surge sobre todo porque los promotores desarrollan viviendas sobre plano sin saber quién las comprará

Miguel Figuerola Palacios
arquitecto (Figuerola Arquitectos)

En antítesis, existen fenómenos estéticos como los llamados “pisos Mr. Wonderful”, que muestran cómo se usa la decoración y el predominio de una estética colorida y vibrante precisamente para distraer de sus deficiencias habitacionales; se maquillan los espacios pequeños y se los convierte en productos emocionales, adornados con colores pastel, mensajes motivacionales y objetos cuidadosamente elegidos para transmitir felicidad instantánea. Al final, tal y como el “purismo minimalista”, el mensaje de fondo es vender confort estético aunque ello suponga sacrificar funcionalidad o habitabilidad.

Y es que la propia idea del minimalismo también se ha mercantilizado a través de expresiones creativas. Un claro ejemplo de ello son los libros (La magia del orden) de Marie Kondo, la gurú japonesa del minimalismo, donde aboga por alcanzar un orden emocional a través del desapego material. De forma similar, el podcast The Minimalists aborda la simplificación como camino hacia una existencia más consciente, aunque paradójicamente también opera dentro de una economía del contenido donde la “vida minimalista” se convierte en marca.

“Lo que nació como una búsqueda estética de esencia, orden y serenidad (una estética de espacios despejados y funcionales) se ha convertido hoy en un estándar reproducible, consumible y vendible”, añade Figuerola. “Hoy en día, muchos clientes llegan con referencias tomadas de plataformas visuales como Instagram o Pinterest. Y así lo demuestran los datos de búsqueda de la última, donde la ”decoración minimalista“ presenta un interés sostenido durante los últimos dos años, con picos estacionales vinculados a momentos de renovación del hogar.

Además, según un informe estadístico de la industria del diseño de interiores de este año publicado por Zipdo, el 55% de los diseñadores de interiores informan una mayor popularidad del diseño minimalista entre los clientes en los últimos años. Por otro lado, estadísticas de búsqueda facilitadas por Google Trends muestran cómo el resultado de “minimalist decor” ha aumentado en popularidad en los últimos cinco años hasta día de hoy. 

Aun así, Figuerola cree que también responde a una necesidad: “En un mundo saturado de estímulos, buscamos hogares que funcionan como refugio. Sea como sea, ”lo importante es no confundir serenidad con algo aséptico“.

¿Qué implica todo esto?

Según asegura Alejandro Carrasco, arquitecto en ACTarchitects y coordinador del departamento de Diseño de Interiores de la Universidad de Diseño y Tecnología, esta uniformidad estética “definitivamente nos condiciona”. El hogar es uno de los lugares donde pasamos más tiempo a lo largo de nuestras vidas. Y “cuando ese espacio tiende a la homogeneización y a la pérdida de identidad, se dificulta la identificación personal con él”, concuerda por su parte Figuerola, quien a su vez cree que “el color, los materiales y los detalles arquitectónicos transmiten sensaciones, son un lenguaje. Si todo se homogeneiza, se diluyen las particularidades que hacen únicos a nuestros pueblos y ciudades”.

Cuando ese espacio tiende a la homogeneización y a la pérdida de identidad, se dificulta la identificación personal con él

Alejandro Carrasco
arquitecto y coordinador del departamento de Diseño de Interiores de la UDIT

En un sentido arquitectónico, dicho fenómeno, según Figuerola, “genera ciudades muy parecidas entre sí y una pérdida de diversidad cultural y estética. Además, el aumento de costes y la falta de artesanos han simplificado procesos constructivos y reducido el uso de ornamento, empobreciendo el carácter de la arquitectura”. Carrasco concuerda con que “muchas veces, estos espacios genéricos resultan fríos y no reflejan quiénes somos. En algunos casos, esto puede encajar con la manera de habitar de ciertas personas pero en muchos otros, no”.


Cuando un espacio tiende a la homogeneización y a la pérdida de identidad, se dificulta la identificación personal con él.

En esta línea, Carrasco contrasta con la idea de que esta “frialdad” en los modelos de vivienda promovidos por constructoras o promotoras no se debe tanto a la desaparición del color o a una falta de sensibilidad en los diseñadores, sino más bien a una industrialización del diseño. Esto, explica, “conlleva decisiones globales, generalistas y sencillas, pensadas para construir a gran escala”. Y añade: “Hay que entender también que existen diferentes tipos de clientes y diferentes enfoques dentro del interiorismo y el diseño, que responden a intereses diversos”.

Minimalismo y color no se repelen, se complementan

“En la producción de edificios colectivos para la masa, es muy fácil producir y repetir lo mismo, porque automáticamente es una solución que saben que va a vender”. Sin embargo, esto no quiere decir que esa sea la única realidad. Según un análisis de Accio, el interés por la “decoración de casa maximalista” (tendencia estética caracterizada por el exceso, la abundancia y la mezcla de colores, texturas y estilos, bajo la premisa de que “más es más”), mostró un repunte significativo en marzo de 2025, alcanzando un índice de 34, tras una bajada en agosto de 2024.

Para la interiorista Miriam Alía, el color “sigue siendo una forma de expresión” y es demandado por sus clientes. Así, no es una cuestión de modas, siempre ha sido una herramienta fundamental en el interiorismo, pero sí cambia la manera en la que lo usamos. Hoy podemos verlo aplicado de formas muy distintas: desde un efecto monocolor, que da sensación de limpieza y calma, hasta combinaciones más atrevidas con varios colores, que aportan fuerza y personalidad al espacio.


Aunque la tendencia minimalista permanece, convive (sin repelerse) con el regreso del color a los católogos.

López Izquierdo coincide en que el color no es únicamente un recurso estético, sino un elemento con “un impacto social y emocional muy poderoso, ya que influye en que vivir, estudiar o trabajar en un espacio sea más eficiente y agradable, creando las condiciones óptimas para cada actividad”.

Con esto, Alía asegura que “el minimalismo y el color no son enemigos. En realidad, pueden alimentarse mutuamente. Mientras que lo minimalista nos da calma, orden, espacios que respiran, el color aporta energía, emoción y personalidad”, opina. Al final, se trata de que los espacios sean sensibles, vivos y auténticos y que el color no compita con la simplicidad, sino que la potencie.

El color en los interiores tiene un impacto social y emocional muy poderoso

Pía López Izquierdo
arquitecta por la UPM y responsable de la asignatura de Interiorismo

Carrasco, directamente no los compara desde la antonimia sino que hace una distinción entre lo neutro y lo personal: “El opuesto a la estandarización es cualquier diseño que se salga de lo automático y de lo mainstream”. Aunque el maximalismo puede percibirse como acumulación de objetos o kitsch, para otros diseñadores es totalmente válido“. En última instancia, todo depende del gusto y estilo de cada profesional. 

La identidad por encima de cualquier tendencia

“Cada individuo tiene su forma particular de estar en el mundo, y el espacio que habita debería reflejar esa singularidad”, afirma Carrasco. “No se trata de eliminar todo por seguir una tendencia minimalista, sino de jerarquizar visualmente, de aligerar ciertos elementos para destacar otros”. Así, reducir el impacto de los límites del espacio puede ser una estrategia para reforzar otros focos visuales“. La clave, según él, está en pensar para quién se diseña y con qué objetivo: ”Si se busca rentabilidad, prevalece la estandarización, mientras que si se quiere crear un hogar único, cada espacio puede concebirse de manera individual y auténtica“. 


La clave es partir de una base sobria y atemporal e introducir acentos personales: colores, textiles o piezas de mobiliario con carácter.

Según Joaquín Torres, diseñador arquitectónico y socio fundador del estudio de arquitectura A-cero, organizar los espacios implica atender no solo a la luz, la funcionalidad y la estética, sino también a las necesidades y deseos del cliente. En sus palabras, “escuchar no significa imponer, sino integrar sus deseos dentro de una propuesta armoniosa”. Aunque pueda haber preferencias personales, “la tarea del arquitecto es encontrar un sentido estético coherente que responda a esas solicitudes, ejerciendo así su autoridad técnica sin dictar la estética”. Es decir, “el minimalismo y el color no son enemigos. En realidad, pueden alimentarse mutuamente”.

Figuerola, por su parte, defiende una estrategia para conservar la identidad de nuestros hogares y otros espacios personales sin renunciar a tendencias contemporáneas como el minimalismo: “La clave es partir de una base sobria y atemporal (materiales naturales, soluciones sencillas) e introducir acentos personales: colores, textiles o piezas de mobiliario con carácter. Así se consigue un espacio único sin perder equilibrio y serenidad”.

La respuesta de Alía sugiere que la tendencia actual no es elegir uno u otro, sino fusionarlos. “Lo central, por tanto, es lo auténtico y que cada elemento tenga un propósito, creando espacios con alma y significado. Creo que vamos hacia una fusión muy interesante, donde lo importante no será la etiqueta de minimalismo y maximalismo, sino la autenticidad”. 

Al final, vivir un espacio no es simplemente ocuparlo, sino habitarlo con conciencia hasta convertirlo en una extensión de nosotros mismos.