Alquilar junto al «horror» de las obras en Madrid: «Cuando terminen, si dejan beneficios, puede que ya no viva aquí»
Una inquilina de Delicias, otro de Batán y la dueña de un bar de Conde de Casal cuyo local arrenda por 4.000 euros al mes cuentan cómo les afectan los trabajos que sacuden la ciudad, mientras arrastran la duda o frustración de no aprovechar las futuras ventajas: «A mi casera no le preocupa lo más mínimo»
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“En julio de 2026 se me caduca el contrato. No sé si la casera lo querrá renovar o nos echará. Es un misterio, aunque yo creo que lo subirá casi con certeza absoluta”. La incertidumbre de Alba es un lugar común para miles de inquilinos en Madrid y en casi cualquier localidad del país. Pero en casos como el suyo, la posibilidad de tener que abandonar su vivienda de forma inminente se vuelve todavía más frustrante. Ella y su pareja Laura han soportado durante meses la etapa más dura de las obras de ampliación de la línea 11 de Metro en el Paseo de las Delicias. Pero no saben si podrán disfrutar algún día de las mejoras que esa intervención dejará en la zona.
El ajetreo habitual de una vía que vertebra el distrito de Arganzuela lleva más de un año sustituido por el trasiego de escombreras, hormigoneras y grúas afanadas en convertir Palos de la Frontera (hasta ahora una parada de la línea 3) en un intercambiador que conecte y se integre en la renovada línea 11. El proyecto actual la transforma en una gran diagonal que recorre Madrid entre Cuatro Vientos y Valdebebas. En esta primera fase, que implica la conexión desde Plaza Elíptica hasta Conde de Casal, las actuaciones se centran en los intercambiadores de Atocha, Palos y la propia Conde de Casal. A la vez, se erigen nuevas estaciones en Comillas y Madrid Río. El plazo previsto por la Comunidad de Madrid para finalizar esta etapa inicial de la ampliación oscila entre 2027 y 2028. Salvo una renovación de contrato de la que Alba duda, por entonces ya no residirán junto al nuevo intercambiador.
“Cuando terminen, si dejan beneficios, puede que yo ya no viva aquí. Ni en este edificio ni en este barrio”, lamenta Alba en declaraciones a Somos Madrid. Su pesar se refuerza por las duras afectaciones que estas vecinas del número 45 del Paseo de las Delicias debieron soportar en los primeros meses del año, ahora mitigadas aunque no del todo erradicadas: “Tuvimos que estar semanas desde las 6.30 hasta las 2.00 o las 3.00 de la madrugada escuchando la obra, fue un horror”.
“No descansaba, estaba siempre en tensión, y además, como teletrabajo, implicaba que tuviera que irme a alguna cafetería para poder desconectar del ruido constante. También había olores de químicos que salían de tubos de escape, instalados en la calle Áncora, que dejaban mucho que desear por cómo estaban construidos. Muchos pensamos que eso era veneno y que estuvimos respirándolo durante meses. Los ruidos constantes empezaron a cesar en mayo, cuando se suponía que iba a estar todo listo, pero la obra todavía está. Ahora se respeta el horario de descanso, pero ahí siguen”, denuncia Alba, que vive en su piso desde 2022. Más de un tercio del tiempo que lleva alquilándolo ha sido con unas condiciones que le complican el día a día, sin que se hayan producido rebajas en la renta que abona.
“Me consta que mi casera no se ha visto afectada por esta obra. Aun así, le informé por WhatsApp de los ruidos y las vibraciones a deshoras que hemos estado sufriendo durante todo este tiempo por la obra. Le llegué incluso a enviar vídeos cuando los vecinos salieron en algunas cadenas de televisión denunciando lo que nos pasaba. En ningún momento sentí que esto le preocupara lo más mínimo”, sentencia.
Llegar al barrio cuando arrecian las molestias, irse (a otra zona en obras) cuando pasa lo peor
A Alba y Laura les queda el consuelo, por pequeño que sea, de tener aún la posibilidad de quedarse en su piso si alcanzan un acuerdo con la propietaria. Aunque para ello deban pagar más, en parte por la revalorización del barrio gracias a una obra que ellas mismas han sufrido. Marcos, hasta hace poco también vecino de Delicias en una modesta habitación por la que pagaba más de 400 euros al mes, ya sabe que no es su caso. Acaba de irse de la zona después de mudarse en septiembre de 2024, justo cuando los trabajos acababan de empezar: “Yo no conocí el barrio preobras”, dice. Ahora residirá en Batán, en el distrito de Latina, un entorno sacudido, en su caso, por el soterramiento de la A-5. Un proyecto que ha causado varios cortes de suministros básicos en la zona durante los últimos meses.
Desde el 15 de enero y hasta al menos 2026, la mayor obra proyectada por el Gobierno de José Luis Martínez-Almeida en la ciudad ha reducido a la mitad los carriles de la autovía de Extremadura a su paso por Madrid. Debido a los trabajos, la capacidad de la vía queda reducida al 50% del punto kilométrico 3,3 al 6,25. Esto es, desde Campamento hasta casi finalizar la colonia de Batán. Hay habilitados para el uso general dos carriles por sentido de circulación en cada una de las calzadas. Durante lo que queda de 2025, todo el tráfico está desviado a la calzada norte (en sentido salida de Madrid) y se cierra por completo la calzada sur (en sentido entrada a Madrid), donde comienzan las obras de soterramiento. A principios de 2026 se procederá a actuar en la calzada norte y se desviará todo el tráfico a sur.
Además de miles de viajeros del transporte público que sufren los desvíos y cambios de cabeceras en 18 líneas de autobuses, la vía afectada por el cierre soportaba alrededor de 80.000 conductores al día antes del corte. Marcos es uno de ellos. Cada mañana debe desplazarse desde Batán hasta su trabajo en la Ciudad de la Imagen, complejo de oficinas situado en el municipio de Pozuelo de Alarcón. Y eso que ya arrastra un historial de “problemas de circulación y de movilidad” que ha soportado durante su año viviendo en el Paseo de las Delicias: “Debido a los numerosos cortes en la zona, para ir al trabajo tenía que hacer una ruta estrafalaria. El corte de cuatro o cinco calles hacía que todo el mundo tomara las mismas y se producían aglomeraciones. Salir del barrio era terrible”.
Debido a los numerosos cortes en la zona, para ir al trabajo tenía que hacer una ruta estrafalaria. El corte de cuatro o cinco calles hacía que todo el mundo tomara las mismas y se producían aglomeraciones. Salir del barrio era terrible
Unas molestias que también sufrió en el tránsito peatonal: “Yo no viví el estado anterior más que como visitante ocasional, pero incluso sin esa referencia ya notaba lo incómodo que es caminar por una calle tan transitada con solo la mitad de la acera disponible [parte de ella estaba dentro de la zona acotada para la construcción del intercambiador]. Si te cruzabas con un carrito de bebé, la cosa se hacía complicada”. Asimismo, el corte peatonal en forma de L alargaba en muchas ocasiones los tiempos al recorrer la vía andando, ya que en algunos puntos no era posible cruzar de una acera a otra debido a que el vallado dejaba varios pasos de peatones sin servicio. “Tenía que dar toda la vuelta hasta para ir al supermercado”, recuerda.
Otra derivada de esta afectación está en el transporte público. Marcos comenta que “cuando las obras provocaban el corte de la mayoría de calles, mucha gente dejó de ir en coche al trabajo, lo que se tradujo en que el transporte público estaba completamente abarrotado”. “Lo noté cuando hace poco se empezaron a despejar las obras, entonces el Metro comenzó a ir más desahogado”, apostilla. Fue una tregua corta, ya que el corte de la línea circular ha vuelto a complicar la situación en una línea 3 del suburbano que muchas personas utilizan como alternativa en sus trayectos.
El alquiler tampoco para, ni baja, para los negocios afectados por las obras
Además de los inquilinos, hay otro tipo de arrendatarios afectados por obras de las que quizás nunca puedan aprovecharse. Joaqui paga nada menos que 4.000 euros al mes por el alquiler de su local en la calle de la Cruz del Sur, donde regenta desde hace doce años el bar-cafetería Gran Café Bar y Tapas, situada a pie de las obras de edificación del nuevo intercambiador de la línea 11 en Conde de Casal, iniciadas en febrero y que se extenderán al menos hasta 2027. Al negocio no solo le afecta dar a una vía cortada al tráfico de vehículos y con una circulación peatonal mermada (lo describe como “un corralito”). El mayor problema está en las decenas de cabeceras o paradas de autobuses urbanos e interurbanos desplazadas a otros puntos, que han reducido significativamente el número de viajeros que cada día se detiene en su establecimiento camino al trabajo.
Al acceder al bar, Joaqui está tomándose un café en la barra. Pero no del lado del mostrador, sino como si fuera una de esas clientes que ahora tanto echa de menos. “Dicen que es más fácil que entres a un bar si ves que ya hay gente. Así que me pongo aquí a ver si hay suerte y atraigo a alguien más”, admite en conversación con este periódico. “Ya una no sabe qué hacer, además de aguantar. Aquí hemos llegado a ser entre seis y ocho personas trabajando, pero ahora estoy yo sola. Sirvo unos cuantos desayunos por la mañana y luego toca esperar a ver si cae alguna cervecita”.
Joaqui se toma un café en la barra de su propio bar, junto a las obras para erigir el intercambiador de la línea 11 en Conde de Casal.
“Antes paraba gente que venía de Morata de Tajuña, Chinchón, Arganda, Rivas… Y súmale el Metro, que ahora tampoco hay. Aquí abríamos a las 6.00 y cerrábamos a medianoche. Ahora abro yo sobre las 7.20 y cuando me acabe el cafelito me iré [en el momento de la entrevista son las 18.15]. Ya he barrido, he limpiado y he recogido. No me merece la pena echar más horas por dos cañas”, cuenta a este periódico.
Mientras esa merma de clientes recrudece su situación, los gastos no dan tregua: “Pago el alquiler, pero además métele la luz, el agua, la comunidad, los impuestos trimestrales… Llevo desde febrero sin cobrar ni un duro. Ya no es que no gane, es que pierdo dinero”. Una coyuntura que se alargará hasta, al menos, 2027. Ante ello, Joaqui reconoce que prefiere ir día a día, sin pensar demasiado en las vacas flacas: “No tengo ninguna perspectiva. Hay días que me digo venga, voy a aguantar un poquito. Aunque cuando miras la caja y ves que en un día hay solo 20 euros se hace difícil”.
Pese a las dificultades, Joaqui no lo duda: “Voy a intentar aguantar. Ni tengo ganas, ni edad, para cambiar de trabajo o de irme a otro sitio. Además, sé que va a ser a mejor, siempre ha sido un sitio muy bueno y lo va a ser hasta más. No estoy ahora tragando carros y carretas, trabajando casi gratis y sin poder pillarme vacaciones, para nada”. No es una tarea fácil, pero hará todo lo que esté en su mano por aprovechar los beneficios que le reportará en el futuro una obra que en estos momentos le pone el agua al cuello. Mientras, se deja cada mes 4.000 euros en unos alquileres que no tienen en cuenta las circunstancias de quienes los afrontan, solo las de un mercado inmobiliario desbocado y las exigencias de quienes los impone. Gente para la que todas estas obras pueden ser solo ruido de fondo.