Ni caso me hicieron; Puigdemont, el que menos

Ni caso me hicieron; Puigdemont, el que menos

Es de esperar que Puigdemont tampoco apoye una moción de censura de Feijóo y Abascal, nada dijo en su comparecencia sin preguntas, que sería para tirarse por los suelos con un ataque de risa nerviosa. ¿Apoyar a quienes les odian, insultos y desprecios sin cuento? ¿Nogueras, Cayetana Álvarez de Toledo y Hermann Tertsch, todos juntos y revueltos en agradable rondalla?

Puigdemont, tras romper con Sánchez: “No ayudaremos a este Gobierno ni a ningún otro que no ayude a Catalunya”

Ha tenido el Ojo una semana muy agitada. Cualificados representantes de los partidos que cortan el bacalao en nuestro país se me han acercado para pedir, encarecidamente, alguno incluso con lágrimas deslizándose por las mejillas, ayuda y asesoría. Sin duda impactados por la vetusta experiencia, orlada de amplísimos conocimientos en variadas materias, así como la entereza moral, ideológica y política que se desprende de estos artículos semanales, han llegado hasta aquí para ver si logramos sacarles del inmenso embrollo, de distinta o similar índole, en el que andan metidos cada uno de ellos.

El primero fue Juan Manuel Moreno Bonilla, quien con varias placas mamarias delante del rostro para que no le reconocieran, imploraba una respuesta: “¿Qué hago, Ojo, qué hago?”. Bien. Dejemos las bromas. El problema de los cribados en Andalucía, todos ustedes lo conocen ya con pelos y señales, es uno de los asuntos más demostrativos de la ineficacia e incompetencia de una Administración pública. Es verdaderamente incomprensible que se haya dejado crecer el problema hasta límites insoportables, años, repito, años, sin poner solución a ese cúmulo de expedientes fallidos que se iban acumulando en la mesa de algún o alguna responsable sanitaria de la Junta. Las mujeres podían desarrollar cáncer de mama sin saberlo y nadie, absolutamente nadie, puso fin a esa cadena de gravísimos disparates, asustados ante el ciclón que sabían que iba a hundirles en el desprestigio más humillante. 

Y cuando la bomba estalla, la primera reacción es quitarse de encima el problema, gigantesco, descomunal, más de 2.500 casos, y buscar alguna cabeza de turco que pasara por allí. Finalmente, la consejera de Sanidad acaba en la calle y Moreno encarga la solución al gran chamán de la Junta, y de todo el PP andaluz, el brujo que de todo sabe y de todo se encarga, Antonio Sanz se llama, en los sótanos de la política desde que tomaba el biberón. Mal gesto que sea un señoro de ese calibre, siempre trajeado y repeinado como para ir a una boda a la basílica de la Macarena, vaya a tratar con las señoras a las que les falta una teta. Pero es peor, mucho peor, la imagen de fuga que proyecta el gran presidente Moreno Bonilla, incómodo con la terrible situación e incapaz de hacer lo único que cabía asumir desde un primer momento: reconocer el desastre, reunirse con las mujeres y poner a su disposición todos los medios del mundo para garantizarles una atención médica de primera, amén de asumir las responsabilidades a que diera lugar su infame gestión. Ha tratado de hablar de unos protocolos que no existían, de cargar las culpas en las espaldas de los socialistas y ha llegado a molestar a las víctimas con su actitud prepotente y esquiva. Sanz, mientras, que no sabe ni lo que es un aparato de mamografías, indocto absoluto en la materia de la que ahora es consejero, surfea el asunto con las malas artes habituales de los pícaros de partido. Todo, todo, ha sido un horror. ¿Les extrañan las manifestaciones, el desasosiego de la población, lógicamente aún mayor entre las mujeres? Es lo mínimo. 

Porque además, y ahí estamos en el gran drama, las posibles rectificaciones son escasas porque el PP ha conseguido destruir la sanidad pública, la única capaz de atender como es debido, sin depender de ingresos o pagos, a una ciudadanía que considera su salud como el único bien sagrado que conserva desde que nace hasta que muere. Pero cuando este último acontecimiento ocurra, quiere que no sea por la incompetencia de unos funcionarios malditos, de unos sinvergüenzas que andan metidos entre los escáneres para hacerse ricos, y unos políticos, que por ideología o vaya usted a saber si por otras razones menos abstractas, les llenan los bolsillos. Ahí, Moreno Bonilla, tiene usted la solución, por volver a la broma. Acabe con toda esa vergüenza.

Igual le dije a Alfonso Mañueco cuando llegó hasta mí con una manguera y un casco de bombero. Suelte lastre de Vox, olvídese de las grandes y pequeñas empresas que le susurran al oído, haga su trabajo de cuidar los bosques y los campos durante todo el año, confíe en las fuerzas públicas, contrate funcionarios especializados y deje de ahorrar el chocolate del loro en cuestiones que son, de verdad, de vida o muerte. Son ustedes unos incompetentes y tienen poco arreglo porque si han llegado ahí es porque han medrado en un partido que odia todo lo público y que solo quiere vivir en el contubernio con los ricos, esa derecha de toda la vida, más conocidos por la gente de bien que les enseña su jefe de filas, que por ahora, se llama Alberto Núñez Feijóo.

Y ya que le citamos, díganme ustedes cómo es posible que este presunto jefe consienta en tener aún gobernando a un subordinado tan mentiroso e indecente como Carlos Mazón. También quiso venir a consultarme el todavía president de la Comunitat Valenciana en una zódiac, pero le frené en seco, antes de que pudiera emprender camino desde algún restaurante de lujo. ¿Hace un almuerzo?, me propuso por teléfono. ¡A usted ni verle, tipo impresentable! ¡Insolente, no me agravie!, respondía Arturo Soria hijo, rico bastón en mano, a quienes le importunaban. Al deslenguado ya le conocemos, ¿pero alguien con dos dedos de frente puede entender cómo es posible que desde Génova no le hayan pateado su trasero empapado de tantas riadas para mandarle al infierno donde moran los patrañeros y los echacuervos? ¿Están cómodos Núñez, Tellado o Gamarra en su compañía, tipo odiado por sus paisanos, lastre pesado que arrastran ya hartos, todos desconocedores aún de dónde pasó la tarde el tunante mientras unos y unas incompetentes, nombrados por él mismo, chapoteaban en la indefinición y la ignorancia culposa de cuáles eran sus obligaciones por las que tan ricamente cobraban sus soldadas? 

“No quiero poner una placa que reconozca a quienes sufrieron humillaciones, torturas o incluso la muerte en el edificio de la Puerta del Sol durante el franquismo que ahora ocupa mi singular persona”, me comentó la polímata Isabel Díaz Ayuso, también en busca de guía espiritual. En realidad, lo que le pasa es que aún no ha llegado a las notas de Miguel Ángel Rodríguez donde le hace un apretado resumen del franquismo. No hay, ya les digo, asesor que pueda aconsejar a semejantes especímenes. “A ver, criatura, le dije en el mejor de los tonos, ¿no será más sensato que te separes de aquel infecto régimen que arrancaba las uñas de los detenidos y que daba palizas sin cuento a tipos peligrosísimos que habían tirado unos papeles al aire? Si tan moderna y liberal eres, cándida reina del vermú, ¿por qué te obcecas en defender la mugre de aquella época negra? O bien, sal al balcón y grítalo: ‘Es que Franco me gusta y añoro aquellos tiempos de paz y orden’. Acabáramos, que veo en tus ojos siempre desenfocados que esa es, en realidad, la opción por la que matarías”. Y ahí se acabó el encuentro. 

Con Junts fue más difícil, porque el catalán del Ojo no pasa del nivel “baixant de la font del gat, una noia, una noia, baixant de la font del gat, una noia i un soldat”. Y la verdad sea dicha, porque son así como un poco raros. Ya me dirán ustedes qué extraña jugada política esconde que Puigdemont rompa con el PSOE y así perder su único poder político, sus siete diputados en el Congreso con los que mantiene en vilo a Sánchez, para pasar a sufrir el asedio en Cataluña de la fascista -¿les molesta?- Silvia Orriols, desnudos de poder en Madrid y en Cataluña. Curioso asunto este de miles y miles de catalanes, tan finos, europeístas y amantes del Liceu, pero una quinta parte del electorado reparte su voto entre la ultraderecha de Abascal y la de Orriols. Haber elegido muerte. Es de esperar que Puigdemont tampoco apoye una moción de censura de Feijóo y Abascal, nada dijo en su comparecencia sin preguntas, que sería para tirarse por los suelos con un ataque de risa nerviosa. ¿Apoyar a quienes les odian, insultos y desprecios sin cuento? ¿Nogueras, Cayetana Álvarez de Toledo y Hermann Tertsch, todos juntos y revueltos en agradable rondalla?

A lo mejor los ocho millones de catalanes no lo recuerdan, y quizá tampoco lo hagan Míriam Nogueras, qué señora más estentórea, pardiez, o Jordi Turull, un punto cenizo, pero el 10 de octubre de 2017, el Presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, en una intervención solemne en el Parlamento de Cataluña, declaró asumir “el mandato de que Cataluña se convierta en un Estado independiente en forma de República”, gritos de exaltación entre sus fieles, para exactamente un minuto después proponer que “el Parlamento suspenda los efectos de la declaración de independencia”, asombro y desilusión en los mismos rostros de antes. Áteme la mosca por el rabo. Pues ahora, ocho años después, el mismo sí que no Puigdemont, caudalosas lluvias y nieves de la amnistía caídas, quiere que sea la militancia quien le diga qué tiene que hacer, que el hombre anda un poco despistat. Solo le recordé, ante su consulta, que sus bases ya le dijeron en su momento que se fuera del Parlamento catalán y ahora pretende que le digan otra vez fuera, que allá arriba, en la pureza de la montaña de Montserrat se respira un aire purísimo. También le dije Brexit pero no sé si me oyó porque ya se iba tapándose con una gabardina. 

No crean que tan solo han venido gentes de la derecha. Quiá. Me han pedido audiencia de Sumar para explicarme cuán progresista es romper el Consejo del Poder Judicial para lograr que la derecha cavernaria de los jueces -¿acaso hay otra?- tenga más poder del que ya tenían, prácticamente omnímodo, gracias, precisamente, a la deserción de uno de los suyos. La izquierda es así, que si nos puede demostrar la existencia de algún resquicio para equivocarse más y más y romper cualquier intento de unión, cargárselo a martillazos, lo hace a lo grande. Mis principios, dicen los bandarras. Les dije que se lo explicaran a los miles y miles de ciudadanos que van a tener que aguantar las barrabasadas de un Consejo derechizado hasta la médula espinal de un sistema clave para mantener la democracia. Hablen con el maestro armero, si gustan, pero cuando se les mira a la cara sólo se ve desunión, desunión y desunión. Y tanta miseria, ¿para qué?

Como en Podemos. Cuando tenemos delante la posibilidad de que la atomización de la izquierda nos traiga al Gobierno, entre otras muchas razones, por supuesto, a PP y VOX, ellos –Belarra, Montero, Iglesias- siguen siendo puros cual novicia de convento de Lerma. Pues sea, quédense con siete, con diez, con veinte diputados, y vayan a celebrar su enorme éxito a la taberna de Pablo Iglesias, al tiempo que Feijóo toma posesión de La Moncloa y Abascal, arriba España, ejerce de vicepresidente. Unas risas, cómo hemos triunfado que nos han echado al vertedero de Valdemingómez, pero hemos sacado un escaño más que Yolanda Díaz. La historia seguro que nos absolverá. Ya lo dijo Fidel.

¿Y del PSOE, vino alguien del PSOE? Ya les digo que no cabían en el ascensor, que si Bolaños, que si los Óscares, que si Montero. Se lo dije bien clarito, para que no hubiera dudas. Se van a quedar más solos que la una. Bueno. Mejor que mal acompañados. Ármense de valor, amontonen gentes de fuerza y coraje en el Gobierno, las sonrisas son para el verano, como las bicicletas, y pónganse a hacer cosas de inmediato. Esto de hoy de los jueces y fiscales, por ejemplo. Ahí, a rebanar cabezas. Porque la batalla es doble: la de la eficacia y la cultural, que no nos roben el discurso. Y para eso se necesita gente eficiente, soluciones ya, pero también, hagan caso al Ojo, que tiene buen ojo, personalidades capaces de generar confianza en el mantenimiento de los puntos básicos de la izquierda, desde la justicia social al feminismo o el medio ambiente. Fuerza, coraje e ilusión. O sea, lo que decía Julio César a sus legiones. O ya puestos, Simeone a sus jugadores. 

Claro que no me pidieron consejo sobre la comparecencia de Sánchez en el Senado de este jueves. Se reían mucho.  

Adenda. Argentina: ha ganado Milei, ha ganado Trump. Lo primero es una novedad, lo segundo una costumbre. Harto desagradable, pero costumbre. Y como del cerdo o del atún, de las malas experiencias hay que aprovecharlo todo. El respetable, en decenas y decenas de países, ya navega por la vergüenza del individualismo más feroz, ande yo caliente, y que le den morcilla –o entraña en este caso- al vecino de enfrente. Fuera solidaridad, fuera compasiones absurdas. Nos gustan los salvajes, los lobos, los depredadores, porque de ellos será el reino de los cielos, igual que ya es el de estas tierras. No pago impuestos, no mantengo a vagos, no quiero negros, gitanos ni otras gentes de mal vivir. Mi casa, mi urbanización, mi fortaleza. Y el que no pueda, allá se las componga. Que rece, por ejemplo.

Así va la vida, que tenemos en todo el mundo a la ultraderecha comiéndonos los higadillos. ¿Nos vamos a quedar sentados, llorando nuestras desgracias, esta es mi espalda, ahí tienen el látigo? 

¿Ovejuna resignación a estas alturas? Quita p’allá.