Un año de la dana: los bulos que nos confundieron durante la catástrofe

Un año de la dana: los bulos que nos confundieron durante la catástrofe

En las horas críticas, se trasladó a la ciudadanía una sensación de caos, que desgastó la credibilidad de la respuesta institucional e incluso la dificultó en ciertos momentos

Hemeroteca – Los bulos y falsedades sobre la DANA de València: de los “cientos” de cadáveres de Bonaire a la demolición de los pantanos

“Centenares de muertos dentro de los coches sumergidos en el aparcamiento del centro comercial de Bonaire” (Aldaia, Valencia). Después de un año, aún persiste en parte de la opinión pública la idea de que las autoridades escondieron datos acerca del número real de víctimas de la dana que afectó a varias comunidades del este peninsular en 2024. Plagada de bulos como este, la desinformación que circuló tras la catástrofe no fue un mero ruido de fondo. Marcó la discusión pública, condicionó las expectativas que se tenían de la ayuda que recibieron los afectados y erosionó la confianza en las instituciones. Estaba diseñada para confundir.

La desinformación es un fenómeno global y no exclusivamente asociado a las situaciones de emergencia comunicativa. No obstante, es en estos contextos cuando la información falsa encuentra un caldo de cultivo ideal para viralizarse.

El bulo del aparcamiento supuso el 20,3 % de todos los que circularon en relación con las cifras de víctimas y fallecidos. El desmentido llegó de las autoridades, de las fuerzas de seguridad del Estado y de las verificadoras de noticias, pero llegó tarde y no tuvo el alcance deseado.

Más bulos

Además de las supuestas manipulaciones de cifras, un 14,6 % de todas las informaciones falsas atacaban al Gobierno de España, a organismos independientes como Cáritas o Cruz Roja, o a entidades dependientes de la Administración como la Unidad Militar de Emergencias o la Agencia Estatal de Meteorología.

Se trasladó a la ciudadanía una sensación de caos, que desgastó la credibilidad de la respuesta institucional e incluso la dificultó en ciertos momentos. Asimismo, naturalizó la circulación de consignas de extrema derecha (“solo el pueblo salva al pueblo”). Al igual que ocurre con el mito del aparcamiento, muchos ciudadanos siguen creyendo aún hoy que la dimensión de las inundaciones se dio por la demolición de “las presas de la época de Franco”.

Otras falsas narrativas apuntaron a teorías conspirativas que atribuían la dana a un “ataque HAARP” –el HAARP es un sistema de radiotransmisión que investiga la ionosfera, una capa de la atmósfera terrestre–, a la malversación o desaprovechamiento de la ayuda altruista que llegaba de todo el país o a la caída de los números de atención de emergencias. De nuevo, todas fueron desmentidas por organismos públicos y verificadores, sin que pudiera repararse el daño que ya habían hecho los bulos.

Redes y medios, medios y redes

El actual contexto de comunicación, marcado por la tecnología, favorece un tipo de comunicación acelerada y superficial. La lucha por la atención, librada entre los medios de comunicación y las nuevas autoridades informativas surgidas en torno a las redes sociales (influencers), agudiza los problemas en los momentos en los que más necesaria es una información de calidad. Favorecen exageraciones, datos descontextualizados y prácticas sensacionalistas que distan mucho de un periodismo informativo serio.

Las redes sociales, abiertas y cerradas, fueron el principal canal de distribución de la desinformación tras la dana. Alrededor del 50 % de los bulos surgieron y circularon por X, Facebook, Instagram, TikTok, WhatsApp y Telegram. Un 28 % del total fueron producidos o amplificados en entornos periodísticos. El 22 % restante no tuvo un origen claro, pero pudieron rastrearse tanto en medios de comunicación como en redes. Estas cifras indican el efecto de cámara de eco que describe la literatura científica y revelan la complejidad y dimensión del problema.

Quién y con qué fin

En el origen de la desinformación sobre la dana hay una mezcla de perfiles anónimos, desaparecidos tras infectar con mentiras el entorno comunicativo; de influencers sin formación periodística, que solo buscaban su cuota de atención, y de figuras mediáticas sin escrúpulos, que únicamente perseguían repercusión pública.

Es difícil apuntar a un único, o suficientemente concreto, “quién”. Las empresas que administran las redes sociales son opacas a la hora de explicar cómo funcionan sus algoritmos de gestión de contenidos. A su vez, los medios de comunicación son reacios a entonar el mea culpa cuando contribuyen a propagar información falsa.

Los bulos son mensajes emocionales que desplazan a los hechos en la explicación de la realidad. Por ello tienen una capacidad de impacto en la opinión pública que ha sido definida como diagonalista. Es decir, alcanzan (casi por igual) a personas que se ubican a la derecha y a la izquierda del espectro ideológico, ya que estas ven superadas sus capacidades de análisis racional. Si hacemos creer a la opinión pública que el sistema está corrupto, en realidad estará preparada para creer mensajes autoritaristas, que ensalzan valores antidemocráticos y que, en ocasiones, defienden abiertamente las dictaduras.

¿Qué podemos hacer?

Las consecuencias de los bulos de sobre la dana fueron reales: población que tomó decisiones vitales basadas en información falsa, trabas a la respuesta a la catástrofe de las Administraciones públicas y un desprestigio generalizado de las instituciones que todavía persiste. Es a todas luces imprescindible regular el funcionamiento ético de plataformas y medios, invertir en la formación de una ciudadanía crítica y bien informada y exigir responsabilidades a quienes contaminan con fines peligrosos a la opinión pública.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.