Adaia Teruel y sus crónicas de la Barcelona sexual: “Las discotecas pueden ser más sórdidas que una mazmorra de BDSM”

Adaia Teruel y sus crónicas de la Barcelona sexual: “Las discotecas pueden ser más sórdidas que una mazmorra de BDSM”

La periodista propone en el libro ‘Sexo en mi ciudad’ una ruta por diversos ambientes, espacios y comunidades que escapan a las prácticas tradicionales y normativas

Una noche en una fiesta de ‘swingers’: “Más allá del sexo, es un juego que le da picante a la vida”

La periodista Adaia Teruel (Barcelona, 1978) ha hecho del sexo su musa. Sobre él versan sus dos últimos libros y también ocupa buena parte de sus obsesiones. Después de Mujeres que follan (Libros del KO, 2023), acaba de publicar Sexo en mi ciudad, editado por la misma editorial. Es un recopilatorio de crónicas sobre una Barcelona que siempre se ha jactado de ser liberal, descocada y provocativa.

Todo empezó un día en que Teruel encontró un ránking en Internet que situaba a la capital catalana como la ciudad más hot del mundo. Ese dato le impactó, porque le llegaba en un momento en que, según ella misma reconoce, “follaba poco”. Ella, que se definía como un ser sexual, que había hecho, visto y deseado de todo, ahora no tenía apenas sexo. Y eso la llevó a querer conocer a esa nueva faceta de la ciudad y emprendió un viaje por Barcelona que la llevó a clubs de swingers, fiestas de dóminas, encuentros de fetichistas, manifestaciones de trabajadoras sexuales, puntos de atención a usuarios de chemsex o cursos de primeros auxilios pensados para sadomasoquistas.

Atiende a elDiario.es en el Museo Erótico de Barcelona, uno de los primeros de España y un lugar que aparece, como no podía ser de otra manera, en el libro de Teruel.

No sé si es consciente de esto, pero cuando se busca su libro en Internet aparecen decenas y decenas de anuncios sexuales.

[Risas] Cuando la gente me pregunta cómo se llama mi libro, siempre tengo que matizar y decir que, al lado del título, pongan la palabra “libro” porque, si no, les va a salir porno. Y anuncios de chicas, de contacto… No lo hice aposta, pero me parece divertido y acorde.

Estamos en el Museo Erótico de Barcelona, un sitio en el que no había estado nunca hasta que escribió este libro, a pesar de que abrió en 1997.

Es alucinante porque es un museo en el que 9 de cada 10 visitantes son turistas. Y es curioso porque el sexo es un tema universal, como la vida o la muerte. Todas las culturas, desde los egipcios o el imperio romano, han tenido la vista muy puesta en la sexualidad. Evidentemente, el sexo no es igual que antes, pero seguimos preguntándonos las mismas cosas.

Y, ¿por qué los barceloneses no venimos a este museo? ¿Es porque somos menos liberales?

¡Qué va! Tener el puerto siempre nos ha hecho estar cerca de otras culturas. Y la frontera con Francia nos dio aire fresco durante la dictadura. Creo que el catalán es más abierto que ciudadanos de otras partes que quedaban más aisladas. De hecho, estamos a la par con Madrid en cuanto a número de clubes de intercambio de parejas o fetichistas, de eventos y fiestas sexuales.

Empieza el libro dando una cifra: Barcelona es la doceava ciudad más hot del mundo. ¿Cómo se elaboran estos ránkings?

Se tienen en cuenta los clubes de intercambio, las fiestas sexuales, los eventos fetichistas… Ayuda mucho que haya mucho turismo sexual, claro. Por ejemplo, se hace el Circuit y viene gente de todo el mundo y durante el Mobile World Congress sube exponencialmente el consumo de prostitución por los congresistas internacionales, pero Barcelona es, en sí misma, una ciudad muy sexual.

La industria del porno nace aquí gracias a Alfonso XIII, que fue el pionero del porno español. Y en Barcelona hoy se ruedan muchísimas pelis para adultos, llegando a desbancar a Praga, Miami o Los Ángeles. Esto es barato, hay facilidades y más horas de luz. Y creo que la mentalidad de los catalanes también favorece. No por nada hay tantísimos artistas viviendo aquí.

En Barcelona hay industria sexual. ¿Pero eso significa que la gente que vive aquí es sexual también?

Con matices. Hay sexo, por supuesto, pero ¿quién lo practica? ¿Cómo? Para hablar de esto me gusta parafrasear a Foster Wallace: “¿Puede algo ser supuestamente divertido y acabar convirtiéndose en un problema?”. Pues sí.

¿Cómo?

Por ejemplo: en Barcelona hay mucho sexo de pago. Pero no hay datos de cuántos trabajadores y trabajadoras sexuales hay ni de cuál es su situación. Dejando el tema de la trata de lado, preguntas a las chicas (porque son chicas en su mayoría, aunque los putos también existen) y ves a muchas madres solteras ejerciendo. Criminalizamos a las personas, pero no vemos sus circunstancias.

Muchas escogen la prostitución como trabajo porque les permite una mejor conciliación. También hay gente con trastornos mentales o con enfermedades crónicas que no pueden realizar ciertos trabajos. Eso, o no les contratan. En cambio, el trabajo sexual les cuadra bien y les sirve.

Es muy fácil opinar sobre el trabajo sexual sin conocerlo. Pero, si hay consentimiento, no deja de ser un empleo como cualquier otro, en el que tu cuerpo es tu fuerza de trabajo

Cuando hablamos de sexo de pago, tendemos a pensar en la prostitución, pero usted pone el foco también en OnlyFans.

España es el quinto país con más creadoras de contenido. En femenino. Mientras que el 80% de los consumidores son hombres. Yo me pregunto, este tipo de trabajo sexual, ¿hasta qué punto nos libera? Es una patraña, porque es la precariedad la que nos empuja ahí. Por eso creo que es importante que preguntemos por qué tienen que dedicarse a eso.

Hay una chica que me contaba que no había escogido ese camino. Que le hubiera gustado dedicarse a la música, pero que su familia no tenía posibles. Y ser puta le había dado dinero y tiempo para poder hacer música. Es muy fácil opinar sobre el trabajo sexual sin conocerlo. Pero, al final, si hay consentimiento, no deja de ser un empleo como cualquier otro, en el que tu cuerpo es tu fuerza de trabajo. Lo único que piden es poder cotizar, tener bajas o derecho a vacaciones.

Estábamos hablando de si Barcelona era una ciudad sexual y hemos acabado hablando de prostitución y del trabajo sexual por necesidad. Pero todavía no hemos ahondado en el placer ni en el disfrute. ¿Por qué tendemos a irnos siempre a lo negativo cuando hablamos de sexo?

Estamos en una sociedad hipersexualizada y hablamos de sexo todo el día, pero cuando se trata de abordar la intimidad, seguimos teniendo culpa, vergüenza y secretos. Por eso nos gusta más opinar del resto que de nosotros.

En el libro intenta desmontar ese secretismo y se va a conocer espacios y comunidades de las que se habla poco, como por ejemplo los fetichistas.

Es difícil dar cifras, pero una sexóloga me decía que alrededor del 20% de la gente tiene fantasías fetichistas. Otra cosa es que las lleven a la práctica. ¿Por qué? Pues por miedo a ser juzgados y al desconocimiento. Y eso es algo que nos afecta mucho a las mujeres. Todavía hay muchas que confunden vagina con vulva o que no llegan al orgasmo porque no consiguen dejarse llevar.

Nos pesa la cantidad de sexo que tenemos. ¿Es demasiado o demasiado poco? También nos altera la cantidad de gente con la que follamos; nos preocupan las infidelidades y nos asusta la no monogamia, aunque la mayoría de gente reconoce que, si tuvieran la seguridad de que nunca les pillarían, serían infieles. Y todo esto ¿por qué? Porque nunca nos hemos sentado a hablar sinceramente de qué deseamos de verdad.

Siempre nos han dicho cómo tiene que ser el sexo, las relaciones y el deseo. Y ¿quién nos lo ha dicho? Los hombres blancos, heteros y cis

¿El deseo nos viene impuesto?

Siempre nos han dicho cómo tiene que ser el sexo, las relaciones y el deseo. Y ¿quién nos lo ha dicho? Los hombres blancos, heteros y cis. En cambio, las mujeres, homosexuales, transexuales, quienes practican sexualidades alternativas, quedamos demonizados. Y eso lo arrastramos en muchísimos aspectos de nuestra vida.

Acaba el libro diciendo que el deseo está en crisis. ¿Por qué?

Es curioso, porque cuando empecé a escribirlo me pregunté si podía escribir de sexo siendo que yo me encontraba en un momento de mi vida en que follaba poco. Entonces, investigué y me encontré con que hay una crisis de sexo en todo el mundo. Todos follamos menos. Hay muchas causas: desde las apps, el feminismo o la precariedad. Si tienes problemas para llegar a final de mes, no tienes ganas de follar. El sexo no es sólo físico, tiene mucho que ver con nuestra ideología y situación social y económica.

¿Dice que el feminismo nos hace tener menos sexo?

Bueno, hay muchas mujeres que ya no creen en el amor romántico y no están dispuestas a aceptar a cualquier hombre. Tienen su vida, su carrera y sus amigas. Y si la pareja sexual encaja en eso, bien. Si no, fuera. Ya no compensa ir a una discoteca y follar con un chico borracho que lo hace contigo como podría hacerlo con cualquier otra. También nos casamos menos y nos divorciamos más.

Y luego hay otra cosa no menos importante: somos más inseguros. Y eso te lo llevas a la cama. ¿Cómo vas a desnudarte literal y metafóricamente delante de otro si no te sientes bien?


Adaia Teruel, autora de ‘Sexo en mi ciudad’, durante la entrevista con elDiario.es

De hecho, le dedica una parte del libro a personas que usan el sexo para llenar un vacío emocional. ¿A dónde nos conduce eso?

Cuando era joven, follaba a lo loco. Pero en el fondo, lo que buscaba era validación. Tenía un cuerpo normativo y me era fácil ligar, pero después de esos polvos me quedaba igual o peor que antes. Pero eso lo sé ahora; en ese momento te da un chute de autoestima. A veces, usamos el sexo igual que la comida o las compras: para llenar un vacío. El sexo va más allá de bajarse Tinder y echar un polvo rápido.

Quienes han pasado por esa instrumentalización del sexo, ¿se pueden reconciliar con él?

Yo tengo una edad, estoy casi premenopáusica, tengo dos hijos, una rutina y un trabajo. Y, claro, llegó un momento en que casi no tenía sexo. Pues un sexólogo me recomendó que buscara un momento para mi pareja. A mí me parecía aburrido y poco espontáneo, pero si tengo dos tardes reservadas para ir al gimnasio y otra para ver a mis amigas, ¿por qué no reservar una para mi pareja?

No siempre tiene que haber sexo; se trata de buscar la complicidad, la risa y esa conexión que se puede haber perdido. El primer día no fui capaz de correrme y mira que tengo facilidad para eso. La cosa es que, como habíamos quedado, pensaba que era casi sexo por obligación y eso me presionaba. Pero se me pasó y ahora quedamos siempre los viernes, sin niños, sin trabajo y tengo orgasmos maravillosos. Es un ritual fantástico que, ojo, no siempre acaba en sexo.

¿Y para las personas solteras?

Pues tienen que reconciliarse consigo mismas. Sobre todo nosotras. Porque todavía hay mujeres que no saben o no pueden tocarse, que no se permiten fantasear ni dejarse llevar. Y no hay que olvidar que el sexo con uno mismo es sexo. Y es maravilloso. Eso es lo que les digo a mis hijos cuando me preguntan.

Lo que más me sorprendió fue ir a un evento fetichista. La gente se piensa que ahí hay orgías y, aunque puede haberlas, era en realidad un lugar para que la gente pudiera lucir sus trajes

Para escribir el libro, usted se pasea por un montón de realidades y filias que son, en general, desconocidas. ¿Hay alguna que la sorprendiera particularmente?

Las conocía todas. Algunas también las había vivido, como los clubs de swingers, pero otras muchas nunca las había practicado, como el bondage. Creo que lo que más me sorprendió, positivamente, fue ir a un evento fetichista. La gente se piensa que ahí hay orgías y, aunque puede haberlas, era en realidad un lugar para que la gente pudiera lucir sus trajes y encontrarse con sus iguales sin miedo a ser juzgado.

Fue fantástico, era un día especial. Pensar qué me iba a poner, escoger un arnés con sus medias y sus complementos. Era como que la fantasía volvía a mi vida, sobre todo cuando la gente se acercaba a elogiar mi outfit. Fue fantástico y no hubo nada de sexo.

Bueno, es que era la única mujer en un ambiente copado principalmente por el colectivo gay.

Históricamente, es cierto que los fetichismos han sido un gueto de homosexuales, pero el chico que organiza estas fiestas en Barcelona quiere abrirse a todo tipo de gente. Porque, aunque yo fuera la única mujer, me sentí súper a gusto y bien recibida.

Luego estuvo en otra fiesta en la que las riendas las llevaban las mujeres.

¡Ui, sí! La fiesta de dominación fue divertidísima. Nunca había estado en un club BDSM. Toda esa parafernalia tipo mazmorra y castillo medieval era genial, pero lo más interesante fue ver la dinámica de juego entre unos hombres sumisos y unas mujeres dominantes. Fue muy divertido y nada sucio ni sórdido. Era un pacto entre personas adultas que, por un momento, dejan fuera a los niños, las facturas, el trabajo y el problema con el jefe.

Lo que vi allí era gente que se permitió quitarse la máscara que todos llevamos. Y, en ningún momento presencié nada que me molestara o me pareciera excesivo. Nada de asfixias fuertes, ni sangre. Había cachetadas, obviamente, pero era más bien un juego psicológico.

Y no sólo psicológico porque, si no recuerdo mal, a usted en esa fiesta una dómina le enseñó cómo aplastar un pene con el zapato…

¡Ay, sí! [Ríe, mientras se tapa la cara con las manos] Me tuve que hacer pasar por dómina, porque las mujeres sabían que era periodista, pero los sumisos no. Y me costó mucho… Recuerdo que, al principio de la sesión, ellos se ponen de rodillas frente a nosotras y, después de explicar sus roles y límites, se les ordena que nos chupen los zapatos.

A mí eso me daba mucha cosa y las dóminas se dieron cuenta, así que una de ellas se burló. Y eso sí que no. Entonces me vine arriba y le puse mi bota Dr. Martens enfrente a un tipo que estuvo no sé cuanto rato chupando con una pasión espectacular. Fue muy curioso ver cómo ellos obtenían placer de esta sumisión.

Siempre que hablamos de sexo pensamos en genitales, pero usted habla de muchas prácticas en las que estos órganos no entran en juego. También solemos pensar en el placer, pero hay quien se excita a través del dolor.

Es algo que me gustaría entender, pero me cuesta porque a mí, personalmente, no me excita que me infrinjan dolor. Fui a un taller de primeros auxilios y me encontré a gente muy culta y muy leída que podía tener debates que la mayoría de gente a pie de calle no podría sostener. Por eso me molesta mucho cuando la gente se refiere a ellos como locos o enfermos.

Lo que ves son muchos motivos diferentes: gente que desconecta a través del dolor, otros que sienten placer y algunos que lo relacionan más con cuestiones místicas.

Hay gente que no necesitan una dómina, sino otro profesional, ya sea un psiquiatra o un psicólogo.

Partiendo de la base de que cualquier práctica es válida mientras haya consentimiento y límites, ¿hasta qué punto se elige libremente? Me remito al principio de la entrevista, cuando hablamos de la búsqueda de validación a través del sexo. ¿En qué casos la búsqueda de la sumisión o el dolor es genuina y en qué casos oculta problemas emocionales?

La frontera entre fetiche y problema se cruza si se trata de algo que condiciona seriamente tu día a día. Un ejemplo: a ti te excita la ropa interior. Es fantástico, siempre que puedas mantener relaciones sin que unas bragas tengan un papel imprescindible o sin que ese deseo te condicione. Si sólo encuentras placer y excitación mediante eso o si pones en peligro tu estabilidad porque, pongamos, le robas las bragas a la vecina, entonces sí tienes un problema.

Y eso es algo que la gente que practica BDSM [siglas de Bondage, Dominación, Sadismo y Masoquismo] tiene muy claro. Se niegan siempre a practicar con gente que no esté bien. Las dóminas hacen unos tests que fliparías para saber el nivel de sus sumisos, pero también sus motivaciones o límites. Y si ven algo que no les cuadre, no los aceptan. Hay gente que no necesita una dómina, sino otro profesional, ya sea un psiquiatra o un psicólogo.

Si tienes un problema tal que la única manera de sentirte mejor pasa por el dolor extremo o la sumisión, es que algo no va bien. La gente de este mundillo sabe que para poder jugar y dar consentimiento, tienes que estar bien. Si no, ya no es un juego.

Ha visitado un montón de lugares y ha conocido prácticas que no son lo suyo y no practicará jamás. ¿Qué ha sacado en claro?

Que todos somos distintos y ahí está la gracia. Y que ir a estos sitios, aunque no hagas nada, ya tiene un punto de excitante. Pensar en que vas a ir a un sitio nuevo, idear qué te vas a poner, ver cosas que no habías visto antes… La gente se piensa que son lugares supersórdidos y que se folla siempre. Pero no es así, puedes ir y no tener sexo. Puedes ver y aprender y eso que te llevas a casa.

Pero, sobre todo, destacaría que son lugares en los que te vas a sentir a gusto. Porque, de entrada, quien va es gente con la que puedes tener muchas cosas en común en cuanto a lo que sexualidad se refiere. Los límites están más claros, no se juzgan los deseos de nadie y nadie te obliga a nada. Y eso no se puede decir de muchas discotecas, que pueden llegar a ser más sórdidas que una mazmorra de BDSM.

¿Qué es para usted el sexo?

Sigo dándole vueltas. Pero lo que sí te puedo decir es que con este libro le he perdido el miedo a lo que está por venir. Yo me definía como una persona sexual y estaba preocupada porque veía que se me acercaba esa etapa en la que nos dicen que la mujer deja de ser objeto de deseo. Pero ahora he entendido que la sexualidad está desde que naces hasta que mueres, pasando por diferentes etapas.

No sé qué vendrá ahora, pero estoy tranquila. Sé que no me tengo que preguntar si follo poco, mucho, bien o mal y sé que no tengo el mismo sexo que cuando tenía 20 años, pero porque no soy la misma que cuando tenía 20 años. Poder hablar con toda esta gente que vive la sexualidad de manera diversa y sin complejos, gente mayor, prostitutas, sumisos y dóminas, parejas abiertas… Ellos me han hecho ver que, venga lo que venga, lo surfearemos.