Un piño menos en la boca

Un piño menos en la boca

Además de ser mi amigo, Iñaki es antropólogo y macarrólogo de oficio. Se dio a conocer con su ensayo Macarras interseculares (Melusina), un estudio sociológico acerca de los macarras madrileños a través de los tiempos, y que acaba de ser llevado a la novela gráfica

Cuando la vida imita al arte por su lado más salvaje, puedes volver a casa con un piño menos en la boca. Y eso mismo fue lo que pasó cuando el proceso histórico cambió de rumbo y la violencia contenida del franquismo salió al escape. El disparo de salida de nuestra cutre vida artística se puede fechar con la visita de Eisenhower; un 21 de diciembre de 1959. A partir de aquí, bien puede decirse que terminó la posguerra de manera oficial y cambió el rumbo de nuestra sórdida historia.

De esta manera, España se convirtió en una sucursal más del imperio yanqui con Franco como vigía de Occidente y defensor a ultranza de nuestra civilización frente al comunismo. ¡Toma ya, colega! Nos sacaron del fuego para meternos en las brasas. La cosa se venía gestando desde tiempo antes, cuando en 1953, con los llamados Pactos de Madrid, se acordó la instalación de una serie de bases militares americanas a cambio de ayuda económica. Con ello, España inauguraría una nueva fase conocida como “época del desarrollismo”. Esto traería unos efectos y unas consecuencias sociales indiscutibles en la juventud de entonces, tomando el rock´n roll como banda sonora de la rebeldía. 

La primera película que vino a ser imitada por la vida fue West Side Story, un musical shakesperiano, revisión del mito de Romeo y Julieta con pandilleros que bailan y riñen y se enamoran. De su paso por los cines de Madrid nacieron una montonera de pandillas con nombres tan sonoros como “Los Látigos” de Carabanchel, “Los Gatos Negros” de San Blas o “Los Ojos Negros” de Legazpi, esta última se convertiría en una pandilla muy particular, pues, entre sus miembros, se dejaba ver el boxeador Dum Dum Pacheco quien cuenta su experiencia vital a Iñaki Domínguez, del que ya he hablado en alguna que otra ocasión.  

Además de ser mi amigo, Iñaki es antropólogo y macarrólogo de oficio. Se dio a conocer con su ensayo Macarras interseculares (Melusina), un estudio sociológico acerca de los macarras madrileños a través de los tiempos, y que acaba de ser llevado a la novela gráfica. Con esto, viñeta a viñeta, la dibujante Marina Cochet va presentándonos el Madrid de entonces, desde los años sesenta hasta las Barranquillas con sus fogatas y su gitana vendiendo droga en la chabola. Entre medias salen los iraníes, y aquí nos vamos a parar pues la historia merece un aparte.

Fue con la llegada de la Revolución islámica de los ayatolas, en 1979, cuando la población iraní sufre un éxodo que alcanza Europa. Sirviéndose de tapaderas legales, los recién llegados trafican con heroína de pureza superior a la que se venía acostumbrando a la élite, esa pequeña minoría de adictos que, por aquel entonces, la consumían. España no iba a ser menos y en Madrid, concretamente en el barrio de Malasaña, se dan las primeras trifulcas entre bandas de traficantes; camellos autóctonos e iraníes. El resultado es sangriento, con cadáveres en las aceras y otras historias por el estilo. 

Destaca la historia del Charlie, un adicto que decide en pleno síndrome de abstinencia dar el palo -un vuelco- al proveedor de los iraníes. La cosa termina mal para el colega, apuñalado una docena de veces. En el hospital, el médico que atendió al Charlie dijo que lo que le salvó la vida fueron las ganas de vivir, es decir, “el tremendo mono de heroína” o lo que es lo mismo, las ganas de ponerse un pico. 

Estas y otras historietas crudas las acaba de publicar Astiberri, respetando el título y portada de la primera edición de Macarras interseculares, donde sale Dum Dum sentado sobre su buga de entonces, lanzando el puño ensortijado a cámara. Macarreo del fino para este nuevo formato de un clásico de la sociología urbana. Cosa guapa para leer mientras te sirven una caña de cerveza con su boquerón en vinagre y su papa frita. Todo muy madriles.