Andalucía salva al águila imperial de su desaparición y sextuplica su población en apenas cuatro décadas
El programa de recuperación de este ave, creado por la Junta de Andalucía en 2011, ha logrado que la emergencia por su posible extinción esté cada vez más lejos y que el animal, clave en el ecosistema andaluz, siga recuperando terreno
El quebrantahuesos levanta el vuelo en Andalucía 40 años después de estar a punto de desaparecer
Hace casi cuatro décadas, a principios de los 90, el águila imperial estaba al borde de la desaparición en Andalucía. Esta especie endémica de la península ibérica vivía su peor momento en cuanto a población, con apenas una treintena de parejas. Un hecho que ponía en riesgo la supervivencia de la especie y que ahora, 35 años después, queda afortunadamente atrás. El programa de recuperación de este animal, creado por la Junta de Andalucía en 2011, está dando alas al águila imperial. Tanto es así que a día de hoy se ha sextuplicado su población andaluza (rozando las 180 parejas) y el camino futuro se dibuja con la misma senda.
Así lo explica Diego García, uno de los responsables del Plan de recuperación del Águila Imperial en tierras andaluzas que lleva casi 15 años operando para salvar al ave. “Al tener una distribución tan restringida, está doblemente amenazada. Es nuestra, y de ahí nuestra responsabilidad de protegerla”. Con el apoyo de la Consejería de Sostenibilidad, llevan década y media poniendo tiempo y esfuerzo en recuperar la población de un ave clave en los ecosistemas andaluz y peninsular.
Porque el águila imperial no es solo un símbolo de la fauna andaluza, sino un verdadero regulador del ecosistema. Su principal presa es el conejo, y al cazar a los individuos más débiles o enfermos, contribuye a mantener la salud y el equilibrio de esta especie fundamental en la cadena trófica. “El águila elimina a los más enfermos y a los que peor viven de forma que beneficia a la población de conejos”, explica García. Además de conejo, su dieta incluye carroña, lagartos, culebras y algunas aves córvidas, lo que le permite mantener un papel como regulador de diferentes especies. Esta función de predador superior es lo que convierte a la recuperación del águila imperial en un acto de protección indirecta de todo el ecosistema andaluz.
Para entender el porqué de su necesaria recuperación, hay que viajar varias décadas atrás. Durante el siglo XX, la especie sufrió la persecución directa, pagada incluso por organismos oficiales, y el uso de venenos como la estricnina, que eran habituales en la gestión de alimañas. “Antes, la conciencia ambiental no existía. Lobos o águilas eran competidores para quienes vivían de la caza de conejos”, recuerda García. Hoy, las amenazas han cambiado, pero siguen presentes. La principal causa de mortalidad son los tendidos eléctricos, responsables de la mitad de los casos de muerte registrados.
Aun así, la colaboración con compañías eléctricas y el seguimiento mediante emisores GPS han permitido identificar los puntos críticos y tomar medidas correctoras, evitando que muchas águilas pierdan la vida. El trabajo de vigilancia y protección de la especie también implica la detección de episodios de envenenamiento y la colaboración con la Guardia Civil para sancionar a quienes ponen en riesgo la fauna.
Un trabajo minucioso
El programa de recuperación combina varias estrategias. Cada año, los técnicos localizan los nidos y supervisan la crianza de los pollos, evitando que trabajos forestales, obras o tránsito humano interfieran en su desarrollo. Los jóvenes águilas se equipan con emisores GPS que permiten registrar su dispersión, las causas de mortalidad y la interacción con su entorno. Gracias a estos dispositivos se han detectado fenómenos sorprendentes: aunque el águila imperial no es migradora estricta, alrededor del 4 o 5% de los pollos nacidos en Andalucía cruzan el Estrecho y llegan incluso hasta Mali. Esto demuestra que la especie es más viajera de lo que se pensaba y añade una dimensión internacional a su conservación.
El meticuloso trabajo de los técnicos está dando sus frutos
Eso sí, Doñana sigue siendo un punto complicado en la recuperación de la especie. Allí solo quedan entre ocho y nueve parejas, frente a las catorce históricas. La transformación del ecosistema, la falta de agua, la expansión de cultivos y la disminución del conejo, su presa principal, han dificultado la recuperación. Además, la presión de otras especies como el jabalí y la limitada diversidad genética del águila, fruto de décadas de población reducida, hacen que estas aves sean especialmente vulnerables a enfermedades como el virus del Nilo o coronavirus específicos de la especie. Pese a ello, el resto de Andalucía muestra resultados muy alentadores. La población ha colonizado nuevas áreas, desde la provincia de Cádiz hasta la Subbética en Jaén y la provincia de Granada, ampliando su rango de distribución gracias a la protección de su hábitat y a proyectos de reintroducción estratégicos.
A diferencia de otras especies amenazadas, como el quebrantahuesos, el águila imperial tiene ventajas que aceleran su recuperación. Comienza a reproducirse entre los tres y cuatro años y puede sacar hasta cuatro pollos por pareja en territorios con suficiente alimento. Esta productividad, junto con la protección activa de los nidos y la reducción de amenazas, ha permitido que la recuperación sea mucho más rápida de lo que podría esperarse. “El águila imperial tiene una ventaja: empieza a criar antes y es muy productiva. Su recuperación es más rápida”, explica García.
Clave en el ecosistema
El programa se sostiene gracias a un equipo pequeño pero comprometido. Dos técnicos coordinan todo el trabajo y seis personas lo ejecutan en campo, repartidas por Cádiz, Sevilla, Córdoba, Jaén y Granada. Aunque no cuentan con un centro de cría permanente -los intentos previos no tuvieron éxito- utilizan instalaciones temporales para rescates y recuperación. Su estrategia combina vigilancia, trabajo preventivo en nidos y colaboración con propietarios de fincas, demostrando que la protección efectiva no siempre requiere grandes infraestructuras, sino conocimiento, planificación y compromiso.
Además, el águila imperial actúa como especie paraguas. Cada acción destinada a protegerla beneficia indirectamente a otras rapaces y a la biodiversidad general. Corregir un tendido eléctrico para el águila también protege a otras aves que se posan allí. Detectar un veneno y actuar sobre él evita daños a múltiples especies. De este modo, el trabajo con el águila imperial tiene un efecto multiplicador que trasciende a la propia especie.
Después de más de treinta años de esfuerzo, los resultados son visibles y alentadores. La población andaluza ha pasado de menos de treinta parejas en los años noventa a 176 en la actualidad, con nuevas colonizaciones que amplían el territorio histórico del águila imperial. “Ya hemos salido del embudo de la primera extinción. A menos que ocurra una epidemia grave, el águila imperial está en proceso de dejar de estar en peligro de extinción”, asegura García. La suelta reciente de un ejemplar en Granada simboliza, más allá de un hito puntual, la eficacia de un trabajo constante y silencioso que devuelve a la naturaleza lo que parecía perdido.
Para Diego García, la mayor satisfacción del trabajo con el águila imperial es el aprendizaje constante que aporta. Cada vuelo, cada registro de GPS, cada desplazamiento inesperado enseña algo nuevo sobre la especie y su interacción con el ecosistema. La recuperación del águila imperial no es solo la historia de un ave que vuelve a surcar los cielos de Andalucía, sino la demostración de que la voluntad, la ciencia y la colaboración pueden revertir incluso los escenarios más críticos, y que proteger una especie clave puede proteger a todo un ecosistema. “El trabajo con el águila imperial es un aprendizaje constante. Su recuperación es también la recuperación de nuestro ecosistema”, dice García, dejando claro que la labor de conservación es, sobre todo, un acto de esperanza y responsabilidad compartida.