Jordi Amat: «La desactivación de la crítica en Barcelona creó las condiciones para que el neoliberalismo la capturara»
El filólogo y escritor publica ‘Les batalles de Barcelona’, un ensayo sobre las aportaciones culturales a la construcción de un modelo de ciudad democrática hoy agrietado por la crisis de la vivienda y el turismo
Resistir en el Eixample, el distrito donde se expulsa a los inquilinos de fincas enteras
¿Puede considerarse democrática una ciudad en la que sus habitantes no se pueden permitir vivir? Jordi Amat (Barcelona, 1978), filólogo y escritor, se hizo preguntas como esa mientras asistía a la lucha contra el desalojo de Casa Orsola, la finca modernista de la que es vecino.
Biógrafo de figuras políticas y literarias como Josep Benet o Gabriel Ferrater y autor del exitoso El hijo del chófer, Amat, que actualmente dirige el suplemento Babelia de El País, empezó a cocinar esos días su último ensayo, Les batalles de Barcelona. Imaginaris culturals d’una ciutat en disputa (1975-2025). Publicado con Edicions 62, el libro bucea en la contribución de la cultura a la construcción de una Barcelona en la que hoy se acumulan los malestares ciudadanos.
Al inicio advierte a los lectores desde dónde escribe sobre las batallas culturales de Barcelona, que es desde el Eixample, concretamente una de sus calles peatonalizadas. ¿Por qué?
La gente se suele presentar mayoritariamente como representante de la periferia. Pero yo considero que la impostura intelectual es un pecado capital. Me parecía que una forma de legitimar mi propuesta era decir quién soy y desde dónde escribo, físicamente y desde una posición de clase. Hacer un discurso como si yo sufriera lo que son motivos reales de angustia me parecía tramposo. Una forma de legitimar la autenticidad del relato era hacer esta especie de estriptis de niño de buena casa.
Asumiendo que el detonante del libro fue el conflicto de Casa Orsola, de la que es vecino, ¿diría que el Eixample es el principal escenario de la disputa sobre la idea de Barcelona?
Históricamente, el lugar desde donde la ciudad se definía era el Gótico y lo que quedaba dentro del perímetro de las murallas. Desde que la ciudad se moderniza, lo que la hace singular es el proyecto Cerdà. En los debates tan tensos sobre la intervención urbanística de Ada Colau, uno de los grandes temas era si se estaba profanando esta estructura. Si queremos explicar la ciudad desde el centro y no desde la periferia, es difícil no hacerlo desde el Eixample.
Antes, el gran termómetro de la ciudad era la Rambla. Y ya a finales de los 70, Ocaña tras sus performances, o en canciones como ‘Han tancat la Rambla’ de Jaume Sisa, hay cierta crítica a su pérdida de identidad.
¿Sí? Pero fíjese que en esa imagen de Ocaña bajando cogido del brazo de Nazario por la Rambla, que sería la imagen que mejor describe la contracultura en Barcelona, destaca la naturalidad con la que los barceloneses convencionales acompañan aquella procesión. La gente que baja a comprar a la Boqueria en ese momento está aún plenamente viva, integrada en la experiencia urbana de los barceloneses.
Un fenómeno cultural que señala en Barcelona tras la Transición es el que denomina Normalización. ¿Qué significa exactamente?
La Transición es un proceso político y social que desemboca en hacer que nuestro país sea normal, con sus cosas buenas y malas. Tenemos bastante claro cómo fue a nivel estatal, de régimen a régimen, y también a escala catalana, con Tarradellas, el Estatut, el Govern autonómico de Jordi Pujol… Pero no tenemos bien integrada en esta comprensión del cambio la dimensión urbana y lo que representan los ayuntamientos democráticos.
Esta idea de cómo hacer las ciudades normales se puede aplicar a la intervención urbanística de Barcelona. En su discurso de toma de posesión como alcalde, Narcís Serra usó el verbo humanizar en referencia clara a Ciutat Vella, por entonces muy degradada. El urbanismo, que había estado pensando seriamente desde hacía años qué se podría hacer cuando hubiese libertad, se encuentra en Barcelona un lugar para experimentar y donde se sabe lo que se quiere y se va a conseguir.
El urbanismo, que había estado pensando seriamente desde hacía años qué se podría hacer cuando hubiese libertad, se encuentra en Barcelona un lugar para experimentar y donde se sabe lo que se quiere y se va a conseguir
Dice que Barcelona es una ciudad que ha sido ideada en gran medida por parte de los arquitectos. Oriol Bohigas, Manuel de Solà-Morales, Josep Acebillo… ¿Esto la hace diferente a otras urbes?
No sé si es un fenómeno particular de Barcelona. Lo que sí sé es que hubo una alianza muy potente, a la que se incorporaron las elites económicas, entre clases populares, los profesionales liberales —como son los arquitectos—, y el Ayuntamiento progresista. La transformación de la ciudad no se explica sin esa alianza, que luego se fue agrietando a lo largo del tiempo. Ahora no necesitamos ese pacto entre arquitectos que embellecieron para humanizar, sino uno entre quienes piensan cómo recuperar la ciudad para que podamos vivir en ella. Los ayuntamientos saben que este es hoy el problema fundamental a resolver.
El gran relato en disputa de la Barcelona democrática es el de los Juegos Olímpicos de 1992. Para algunos, culmen del proyecto cívico e integrador de la ciudad. Para otros, origen de todos los males. Usted se cuenta entre los primeros.
[Ríe] La voz más consistente de crítica a esa transformación es la de Manuel Vázquez Montalbán, además de asociaciones de vecinos o la revista Carrer. Para mí, esa crítica tiene sentido, pero es más ideológica que política. Si cogemos como paradigma intervenciones como las peatonalizaciones de Gràcia o el Moll de la Fusta, ninguna de ellas es discutible. Son ejemplos de democratización de la ciudad.
Dicho esto, que el éxito de una transformación tenga externalidades, no es problema del éxito, sino quizás de la neutralización de la crítica y de la deriva que fueron cogiendo los acontecimientos. La desactivación de la crítica, en una ciudad en la que el consenso era tan estable, es lo que crea las condiciones para que el neoliberalismo capture la ciudad. En un contexto que no es solo local, sino que es el del final de la historia, es cuando el neoliberalismo siente que ha ganado. Y ganará Barcelona.
El gran salto experimentado por Barcelona es el de la ciudad postindustrial a la metrópolis de servicios y abierta al mar. ¿Cree que ese modelo sigue vigente? ¿O estamos asistiendo a otro proceso de transformación?
Yo diría que estamos viviendo de las rentas de ese cambio, pero con la percepción creciente de que no está repercutiendo en las condiciones de vida de la mayoría de ciudadanos de la metrópolis. Vivimos con angustia el languidecimiento de ese modelo y, a la vez, sufrimos más que nunca las externalidades de ese éxito.
A mí me interesa la dicotomía entre el intento diseñado por la Barcelona global, una ciudad con capacidad de captación de talento y foco de desarrollo de determinadas industrias —biomédicas, digitales…—, y al mismo tiempo el predominio de un modelo económico de sueldos muy bajos en el sector servicios. La tensión de fondo que vivimos es la que existe entre élites globales y los perdedores de esa globalización a escala urbana.
Me interesa la dicotomía entre el intento diseñado por la Barcelona global, una ciudad con capacidad de captación de talento y foco de desarrollo de determinadas industrias, y el predominio de un modelo económico de sueldos muy bajos en el sector servicios
Una de las figuras que encarna esa desigualdad es la del expat, blanco de la ira de muchos barceloneses.
Lo es el turista, lo es el expat… Y en Barcelona no lo es la inmigración. La pobre, me refiero. La inmigración no está incorporada en la discusión sobre la ciudad, lo cual es de una ceguera enorme, porque la piel de Barcelona ha cambiado mucho estos 25 años y será diferente para siempre, y para bien, porque las ciudades que no cambian se fosilizan. Sí, en los ‘expats’ hemos identificado a los malos de la película, pero es una forma de simplificarlo. El propietario de Casa Orsola, el expat o el turista que viene a una ciudad bonita no son solo malos de película. El problema es que la suma de todos esos factores hace que la ciudad sea invivible.
¿La palabra es hostil?
Recuerdo un coloquio de Victoria Spunzberg con su obra El imperativo categórico en el que usaba exactamente la palabra hostil. La protagonista de su obra vive neuróticamente esa hostilidad.
Jordi Amat, periodista y escritor, durante la entrevista en Barcelona.
De la resaca de los Juegos Olímpicos y la explotación de la Marca Barcelona repasa no pocos ejemplos en el libro. Pero ninguno como el Fòrum de les Cultures de 2004.
Es un momento muy de fin de la historia. Tener la pretensión de que tú, desde Barcelona, eliminarás el choque de civilizaciones y serás motor de la paz global. Me parece grotesco que en ese momento no viésemos que era pura megalomanía. Y no lo veíamos porque estábamos en la resaca del 92.
Pero entre que se anuncia el proyecto el 1996 y se materializa ocho años después, en Barcelona se sustancia un movimiento antisistema que, desde los márgenes, muscula un discurso crítico con el desarrollo de la ciudad, y que yo creo que acaba siendo culturalmente, e injustamente a veces, central. Aquel es también el momento de algunos pelotazos hoteleros con capital internacional que encuentran en el éxito de la ciudad una forma de sacar rendimiento económico.
Desde el ámbito cultural, otro ejemplo caricaturesco de la promoción de la ciudad es la película Vicky Cristina Barcelona, regada con 1,5 millones del erario público.
Las instituciones, patrocinando la producción de aquella película, consiguieron lo que querían. No era solo que Woody Allen hiciese una película en Barcelona, sino mandar al mundo cool una postal para crear unas ganas locas de venir aquí con la esperanza de cruzarte con Bardem o Scarlett Johansson, cosa que yo intento todos los días y no me ocurre.
Es una historieta de amor deliciosa que incorpora todos los tópicos de la disneyficación de la ciudad, desde el mosaico de Miró en el aeropuerto a la Sagrada Familia o un bareto donde un señor canta flamenco y se comen tapas. Esta es la imagen que hemos vendido al mundo y que nos ha garantizado un modelo que funciona, pero con todos los problemas que ello implica.
¿Diría que las administraciones locales se han llegado a replantear alguna vez este tipo de promoción de la ciudad?
Hay desconcierto entre los responsables de la promoción turística respecto a las quejas de la ciudadanía. “Si cuando se inauguró la terminal del aeropuerto lo celebrabais, ahora que funciona a pleno rendimiento ¿cuál es el problema?”. La reacción a la manifestación con pistolas de agua contra los turistas me parece significativa. Es un gesto banal, casi divertido, pero la alarma revela la desconexión entre el éxito del modelo y el malestar que genera. La fantasía es pensar que los turistas no vendrán por la tapa y la guitarra, sino porque somos una oferta cultural que invita al turismo de calidad. Barcelona no tiene la fuerza para una oferta de esta naturaleza.
La reacción de alarma ante la manifestación con pistolas de agua contra los turistas me parece significativa. Revela la desconexión entre el éxito del modelo y el malestar que genera
En su repaso cultural de Barcelona, hace referencia también al Procés, el principal movimiento político vivido en Catalunya en los últimos quince años, y destaca la poca influencia que tuvo sobre la idea de la ciudad. ¿No es sorprendente?
Es sorprendente, pero sobre todo es significativo. Que el independentismo no se dotara de un proyecto de capitalidad sólido y atractivo es otro de los argumentos que explican por qué colapsó. Excluir de la reflexión sobre el país cuál debería ser la función de su capital es un problema ideológico de primera magnitud.
Existe la tensión casi irresoluble entre el sentimiento creciente de descatalanización de la ciudad, de salir a la calle y que nadie hable catalán, y la convicción de que el futuro pasa por la ciudad global. La relación entre la desposesión de catalanidad de la capital de Catalunya y la apuesta por que las elites liberales puedan desarrollar sus trayectorias aquí, como es el caso de los expats, es un motivo más de hostilidad.
Aunque lo que le gusta es echar la vista atrás, ¿de dónde diría que vendrán las voces que relaten Barcelona en los próximos años?
Por un lado, están las mujeres que explican su visión conflictiva con la ciudad. Llúcia Ramis, Andrea Genovart, Anna Pacheco o Mariona Montsonís cuando habla de la Barceloneta. Pero aún no disponemos, y es realmente un problema, de cómo ven la ciudad los nuevos barceloneses.
En este sentido, será interesante la Feria del Libro de Guadalajara con Barcelona de invitada, porque habrá figuras de la vida literaria barcelonesa como Juan Pablo Villalobos, Victoria Spunzberg, Jordi Soler o Paulina Flores. Son la gente que ha llegado a la ciudad y que nos la está contando, y esa mirada es necesaria para tener una visión objetiva de Barcelona.