La taquígrafa que ha transcrito medio siglo de vida parlamentaria: “El 23F creí que mis compañeros podrían estar muertos”
A sus 70 años, esta madrileña publica un libro en el que repasa algunos de los pasajes y anécdotas que más le han marcado tras décadas sentada en el hemiciclo
El boletín del director – Retrato de un Parlamento con mentiras al fondo
Decir que por las manos de Ana Rivero han pasado las últimas cinco décadas de historia parlamentaria en España sería inexacto. Esta taquígrafa del Congreso de los Diputados recién jubilada no solo apuntaba todas y cada una de las palabras enunciadas por los oradores, sino que era capaz de saborear cada momento histórico que ha ocurrido ante ella, oler la tensión que muchas veces se vivía en el hemiciclo y tocar con la mirada la astucia, serenidad y, a veces, grandilocuencia con la que hablan los parlamentarios.
Ahora, deja a un lado el Diario de Sesiones para publicar Luz y taquígrafa. Cincuenta años transcribiendo la Historia de España (Plaza y Janés, 2025), donde repasa las vicisitudes que durante tanto tiempo ha tenido que experimentar, y que no siempre le han dejado un buen sabor de boca. Desde unas cortes franquistas en blanco y negro, como ella misma describe, su actividad laboral ha sorteado un golpe de Estado, mociones de censura, debates parlamentarios que pasarán a la historia, la aprobación de derechos que han cambiado el devenir del país, investiduras exitosas y fracasadas y hasta una coronación.
“Yo llegué al Congreso porque un año suspendí taquigrafía y mi padre, que era taquígrafo y luego criptólogo, me dijo que eso no podía ser”, cuenta con cierto gracejo Rivero frente a los leones que custodian la Cámara Baja. Juntos se afanaron para que los resultados académicos de esta madrileña nacida en 1954 mejoraran. Apenas con 18 años comenzó a presentarse a las oposiciones, que siempre aprobó, hasta que con 21 años pudo entrar al Cuerpo de Redactores Taquígrafos y Estenotipistas de las Cortes Generales. Era mayo de 1975 y las Cortes amanecían repletas de hombres algo taciturnos, endiosados, rodeados por un aura dictatorial nublada por el humo del tabaco, nada acostumbrados ni al debate ni al consenso.
Por aquel entonces había tan pocas comisiones parlamentarias que, en el caso de necesitar más taquígrafas de las habituales, se servían de las que estudiaban en la academia situada en el propio Congreso. “Yo lo pasaba fatal en esas Cortes franquistas. La gran suerte llegó con la Ley para la Reforma Política, que luego dio paso a la Constitución”, rememora en referencia a la primera norma aprobada en 1977.
El otro Bar Chicote, la otra negociación constitucional
A lo largo de su libro, escrito junto a la también taquígrafa parlamentaria desde 2021 Ana I. Gracia, Rivero recorre algunos de los escenarios normalmente vetados para la población general pero que ella, debido a su oficio, tenía muy presentes. Es el caso del Bar Chicote, pero no el de la Gran Vía madrileña: “Era un bar dentro del Congreso que existía desde la Segunda República ya desaparecido. Estaba en el salón que se abre si uno entra por la puerta principal, la de los leones”, relata.
En aquellas mesas se formaba la “Comisión extraoficial en la que se desatascó la Constitución”, tal y como la denomina Rivero en su monografía. “Cada vez que los constituyentes no se ponían de acuerdo en un punto, el debate seguía en el Bar Chicote, y yo no paraba de ver a los primeros espadas de cada partido negociando sus posturas”, enfatiza. Finalmente, algo tan curioso quedó suprimido después de que Gregorio Peces-Barba asumiera la presidencia del Congreso en noviembre de 1982. “La verdad es que olía mucho a croqueta y a chorizo, pero era algo muy curioso”, recuerda la taquígrafa.
            
                Ana Rivero ante el Congreso de los Diputados                            
Algo menos agradables han sido otros pasajes de la historia reciente de España que también le han tocado de cerca. Rivero, cuando llegó al Congreso aquel 23 de febrero de 1981, ni siquiera se podía imaginar lo que sucedería horas más tarde. “Me pilló en la puerta del Hemiciclo, porque no me dejaban entrar a relevar a mi compañera. Un guardia civil muy joven me dijo que había etarras en las tribunas”, detalla. Los peores presagios se abalanzaron sobre sus pensamientos: “Volví al despacho y se lo conté a mi jefe. Cuando oímos los disparos pensamos que los compañeros podrían estar muertos. Fue un momento muy difícil y pensé ‘qué poco nos había durado la democracia’”.
Casos de acoso sexual: “Me podían hacer la vida imposible”
A pesar de lo que cualquiera pudiera pensar del Congreso, hay fenómenos que no le diferencia demasiado de otros centros de trabajo. ‘El día que un diputado intentó besarme’ es el capítulo que Rivero dedica a dos experiencias funestas relacionadas con acoso sexual por parte de un par de parlamentarios. “Nunca he dicho sus nombres propios y no los voy a decir, aunque uno ya está muerto, pero sí quería dejar testimonio de que en el Congreso también se dan situaciones de acoso”, asevera.
Quería dejar testimonio de que en el Congreso también se dan situaciones de acoso. Como funcionaria no me podían echar, pero sí me podían hacer la vida imposible a mí o a mi familia, así que me lo callé
Asegura que los protagonistas de las agresiones fueron políticos tanto de derechas como de izquierdas y que los episodios se dieron cuando ella tenía 30 y 50 años. “Lo pasé muy mal. Era consciente de que, como funcionaria, no me podían echar, pero sí me podían hacer la vida imposible a mí o a mi familia, así que me lo callé hasta ahora, que lo cuento en el libro”, desarrolla la taquígrafa.
El primero de ellos, según Rivero, no respetaba su negativa a verse con él fuera del Congreso. “Quería que fuera a comer con él, a cenar, a todo; y me llamaba por teléfono de madrugada, a todas horas”, recuerda. El segundo fue algo diferente. Rivero le había ayudado con la corrección de algunos de sus libros: “Cuando accedí a tomar café y dar un paseo con él, me arrinconó en el Museo del Prado”, afirma.
Tras medio siglo escuchando debatir sobre leyes, derechos y obligaciones, la taquígrafa defiende que ningún derecho conquistado es para siempre. “El aborto, el divorcio, el matrimonio igualitario son derechos que siempre habrá que defender, al igual que la democracia, que siempre hay que profundizar en ella”, sostiene. Más allá de transcribir cada palabra espetada por los parlamentarios, Rivero siempre ha sentido la emoción de cada momento histórico. Tal y como destaca, le pasó con la aprobación de la interrupción voluntaria del embarazo. “Como mujer estaba muy contenta. ¿Cuántas mujeres se han muerto por tener que irse a Inglaterra o han sufrido barbaridades en los abortos clandestinos?”, se pregunta.
El sopor y placer de escuchar a los parlamentarios
Su dilatado bagaje traduciendo palabras en símbolos que solo ella entiende en la única mesa con patas dentro del hemiciclo le ha llevado a saber bien a qué oradores prestar más atención que otros, siempre a nivel personal. “Hay algunos que duermen a las ovejas, que les ves y no quieres entrar al turno, pero otros son tan interesantes que cuando sales te subes a la tribuna a seguir escuchándoles”, ilustra.
            
                Ana Rivero, Taquígrafa del Congreso de los Diputados escribe «artículo para elDiario.es» con sus «signos»                            
Recuerda especialmente a Joaquín Viola Sauret, cuyo uno de sus discursos fue con los que se examinó. “Era una metralleta hablando. En aquel momento ya defendía que se pudieran inscribir en el registro civil personas con nombres en catalán, y lo consiguió”, añade sobre este antiguo alcalde de Barcelona brutalmente asesinado en enero de 1978 junto a su mujer en un atentado atribuido al Front Nacional de Catalunya.
La conciliación, algo imposible para las taquígrafas
Capítulo aparte merecen las condiciones laborales en las que históricamente este Cuerpo de Redactores Taquígrafos, altamente feminizado, se ha visto obligado a desempeñar sus funciones. “Era imposible conciliar. Somos el único cuerpo del Congreso que no tiene un horario fijo. Si sus señorías quieren realizar una sesión el día de Reyes o en plena Semana Santa, allí hay que estar. ¿Cuántas horas habrá que currar? Las que ellos decidan”, se responde a sí misma.
La situación ha cambiado mucho en los últimos años gracias a la racionalización del trabajo: “Cuando entré, si te querías casar tenía que ser en verano. A mí casi me abren un expediente porque en Navidades nos fuimos varias compañeras de viaje a la India y un ministro quería comparecer el 30 de diciembre”.
Al fin y al cabo, las taquígrafas son las responsables del Diario de Sesiones, que con una agilidad inusitada se publica de forma diaria en la web del Congreso. “Es un documento oficial que publica el Congreso desde 1810, hace más de dos siglos, y en el que debe constar literalmente todo lo que dicen los diputados”, define la especialista.
En este sentido, deben tener mucho cuidado para intentar tocar lo menos posible las palabras de orador, pero sí hacer inteligible su discurso. “Lo utilizan incluso en procesos judiciales porque los jueces lo revisan para ver bien qué espíritu ha seguido el legislador a la hora de aprobar alguna ley. También es un buen documento para ver cómo evolucionan los debates y conflictos que preocupan a la sociedad”, agrega.
Una vida maravillosa por delante
Rivero ha creado un lenguaje propio que, aunque ya retirada, siempre le acompaña. “Mi padre también enseñó taquigrafía a mis hermanos, pero para poder coger la velocidad parlamentaria me he tenido que diseñar mi propio sistema. Aunque tengan el mismo método, mis hermanos ya no son capaces de entender lo que yo escribo”, profundiza.
Y la sigue utilizando. Así lo demuestran sus últimos apuntes de un curso universitario que realiza estos días. A sus 70 años, Rivero encara una nueva vida maravillosa, tal y como ella misma subraya, que le permitirá viajar mucho más de lo que ya ha hecho, que tampoco ha sido poco. “Me acompañan las inquietudes, y eso siempre da vida”, se despide.