El duelo digital: cuando la ausencia en redes pesa casi tanto como la real
Hay ausencias que no ocurren en el plano presencial, sino en Instagram. Y, sin embargo, pueden doler como si alguien cercano hubiera desaparecido
¿En qué momento se ha convertido en normal compartir la geolocalización?
“Dejó de subir stories de un día para otro y no volvió a publicar nada. Y la verdad es que cada mañana abro Instagram solo para comprobar si ha vuelto”, me cuenta una amiga treintañera. Habla de una conocida a la que nunca había visto en la vida real, pero con la que había creado un vínculo en el mundo virtual. Veía todo su contenido e incluso habían hablado alguna vez por mensajes privados. Su ausencia en redes le resultó desconcertante. “Sabía que seguía con su vida, la veía a veces en stories de otras personas, pero era como si hubiera desaparecido”.
No es la primera vez que he escuchado una historia similar a la de mi amiga. Y cada vez es más común. Las redes sociales nos han acostumbrado a la presencia (virtual) constante de los demás: fotos, vídeos, mensajes y actualizaciones que no son comparables a la presencia física, pero construyen una sensación de compañía permanente.
La misma idea de “amistad” ha ido evolucionando debido al impacto de las redes sociales. Ahora podemos tener muchos amigos virtuales a los que nunca hemos visto en la vida real. Además, mantenerlos es muy fácil, requieren muy poco de nuestro tiempo y, aunque la relación se enfríe en un momento dado, mientras no los dejemos de seguir, sus cuentas seguirán allí y cada poco tiempo sabremos qué películas han visto, qué libros han leído, a dónde han ido de vacaciones o incluso si han empezado una nueva relación o lo acaban de dejar con quien estaban.
Según un estudio de The Guardian realizado en 2011, un año en el que las redes sociales aún estaban en pañales, el usuario medio de estas plataformas acumulaba entonces 121 amigos en línea, mientras que solo tenía 55 en la vida real. Cualquiera puede arriesgarse a decir que a día de hoy ese ratio es mucho más amplio.
Por eso, cuando uno de estos perfiles deja de emitir señales, el vacío que se produce puede convertirse en algo inquietante. No es igual que el duelo por la muerte de alguien, la ausencia es solo digital, pero pueden llegar a sentirse cosas parecidas aunque la persona siga con su vida, quizá solo a unas pocas calles de distancia.
Entre la incertidumbre y el desasosiego
“Solemos estar acostumbrados a seguir a determinadas personas, a ver cómo de manera cotidiana generan contenido y, cuando eso se interrumpe, nos produce cierta incertidumbre e incluso desasosiego”, explica Silvia Martínez, directora del Máster de Social Media en la UOC. El problema se agudiza cuando la relación con esa persona existe únicamente en el plano digital: “No tenemos otra vía de contacto, de saber si está bien o qué ha pasado, y esa ausencia nos deja en la duda”, añade.
Esta incertidumbre puede derivar en emociones más profundas. La psicóloga Sylvie Pérez, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación también en la UOC, lo define con un concepto claro: “Creo que en casos así, podemos hablar de un duelo digital, que tiene muchas similitudes con un duelo real. Hay una pérdida de contacto, de información, de elementos compartidos”.
Creo que en casos así, podemos hablar de un duelo digital, que tiene muchas similitudes con un duelo real
El proceso, añade, reproduce fases muy parecidas a las de un duelo físico: negación, tristeza, enfado y aceptación, pero precisamente son las diferencias con un duelo por un fallecimiento lo que más nos dificulta su gestión. “No hay una muerte”, explica Pérez, “no hay una desaparición definitiva. La persona sigue estando viva o incluso puede ser que exista digitalmente, pero que nos haya expulsado de ese entorno bloqueándonos”.
A diferencia de la muerte física, el duelo digital está marcado por la ambigüedad: nunca es definitivo. “Esto también lo hace más difícil de gestionar”, señala Pérez. “La situación puede revertirse con un desbloqueo, un regreso a las redes o incluso un mensaje, y esa incertidumbre complica la elaboración de la pérdida”. En este sentido, esta dificultad tendría bastante que ver con el refuerzo intermitente.
El bloqueo como herida simbólica
Y si el silencio ya duele, el bloqueo multiplica la herida. Como señala Sylvie, más allá de quienes deciden desaparecer voluntariamente de las redes, existe otro gesto que provoca un vacío aún más explícito: el bloqueo. En los casos de ruptura, por ejemplo, este silencio impuesto (y en muchos casos, saludable) puede doler más que la propia distancia física.
Es un corte simbólico más potente que la distancia física porque el silencio se te impone
“Si se trata de un bloqueo consciente y voluntario, se genera una herida en la persona bloqueada porque supone una manera explícita de rechazo. Es un corte simbólico más potente que la distancia física porque el silencio se te impone”, sostiene Pérez.
Martínez coincide en que bloquear es un gesto con importantes consecuencias: “Cerrar la vía de contacto determina claramente que no quieres que esa persona sepa de ti. Y además, el bloqueo no siempre se queda en la privacidad: muchas veces el resto de la comunidad de seguidores también puede darse cuenta (como ocurre en el caso de famosos que dejan de seguirse y ese hecho llega a las noticias), con lo que se convierte en un mensaje público de ruptura”.
Una cercanía impostada
Esta sensación de vacío ante la desaparición de alguien en redes tiene que ver también con la forma en la que las plataformas han moldeado nuestra idea de cercanía. “Al tener una red de contactos tan ampliada por el espejismo de las redes, las relaciones que se crean tienden a ser bastante débiles, sin profundidad, pero al visualizarlas como parte de nuestro día a día generan una sensación de familiaridad impostada”, explica Martínez. “Tenemos la sensación de que ‘conocemos’ a esa persona cuando, en realidad, lo que nos muestra puede que ni siquiera tenga que ver con su realidad”.
Se trata de una proximidad que nos acostumbra a sentir que formamos parte de la vida de los demás. Como advierte Pérez, “el descubrimiento de que alguien cercano de manera virtual ha dejado de compartir su vida provoca desconcierto, vacío y angustia. Porque la relación estaba mediada por esas publicaciones, y cuando desaparecen se percibe como una pérdida”.
Estrategias para afrontar la ausencia
Expuesto el problema y algunas de sus derivadas, queda preguntarles a las expertas de qué forma podemos evitar que nos ocurra algo así. ¿Cómo combatir, evitar o convivir con esa sensación de vacío?
Martínez propone un primer paso: ser conscientes de la naturaleza superficial de muchos de esos vínculos: “Idealmente, deberíamos tratar de entender las dinámicas de funcionamiento de las redes sociales e intentar equilibrar lo virtual con lo presencial para no circunscribir todas nuestras amistades al ámbito de las plataformas”.
Que el vínculo haya sido digital no invalida la intensidad del sufrimiento
No se trata de renunciar a lo bueno de las redes sociales pero, por ejemplo, podemos aprovechar la facilidad de conocer a nuevas personas que nos ofrecen las redes y, posteriormente, desvirtualizar a nuestros nuevos amigos quedando a tomar algo en el “mundo real”.
En el caso de que el mecanismo del duelo digital ya haya arrancado, Pérez sugiere que realicemos pequeños rituales de cierre: “En caso de un bloqueo, por ejemplo, puede ayudar marcar un día como final, borrar conversaciones o escribir un mensaje de despedida para esa persona aunque no se envíe. Lo que sea que nos ayude a marcar un cierre”. Y añade una advertencia: “Si la pérdida se vuelve obsesiva, conviene buscar ayuda profesional. Que el vínculo haya sido digital no invalida la intensidad del sufrimiento”.