La psicóloga Laura Fuster, sobre la fatiga mental, el cansancio que no se ve: «No es un signo de debilidad, sino de alerta»
La fatiga mental es un estado que va más allá del cansancio, es como si la mente se apagara, lo que hace que nos cueste tomar decisiones y mantenernos motivados
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¿Llegas al final de una larga jornada laboral y te cuesta encontrar la motivación para las tareas domésticas básicas? Puede que no sea pereza, ni dejadez. Muchas veces, tanto si estamos haciendo malabares con un trabajo exigente, lidiando con estrés emocional o simplemente estamos agobiados por tener que tomar decisiones, por muy banales que sean, el resultado puede ser el mismo: poca concentración y menos motivación.
Las tareas más fáciles se convierten en desafíos épicos y, por mucho que nos tomemos un café, nos cuesta encontrar el impulso y la motivación para completar nuestra lista de tareas, quedar con amigos o ir al gimnasio. Estamos hablando de la fatiga mental.
Fatiga mental, mucho más allá del puro cansancio
La fatiga mental va más allá del cansancio. Como nos explica Laura Fuster, psicóloga clínica, “la fatiga mental es un estado de agotamiento psicológico y cognitivo que aparece tras un esfuerzo prolongado de atención, concentración o toma de decisiones. No es solo ‘estar cansado’ sino de sentir que la mente se apaga, que cuesta pensar con claridad, tomar decisiones o mantener la motivación”, aclara Fuster.
Es como si nuestro cerebro hubiera corrido una maratón y le costara hacer incluso un simple paseo. A diferencia de la fatiga física, que afecta al cuerpo y que “se recupera con descanso corporal”, la mental “implica una saturación del sistema nervioso”, matiza Fuster. Este agotamiento mental afecta a nuestro estado de ánimo, la concentración y las habilidades para tomar decisiones.
La fatiga mental no se ve, pero “puede resultar igual o más limitante: el cuerpo puede estar en reposo, pero la mente sigue corriendo sin freno”, matiza Fuster. Podemos despertarnos tras una larga noche de sueño y aún sentirnos agotados. Y no es falta de capacidad, “sino exceso de carga mental y emocional mantenida en el tiempo”, puntualiza la experta.
Nos quedamos sin batería, las labores que normalmente requieren un mínimo esfuerzo parecen ahora extenuantes. Todo ello, en consecuencia, puede interrumpir nuestra vida diaria normal y, además, hace que nos sintamos desconectados de cosas que antes nos gustaban, como una afición.
Los ‘chivatos’ de la fatiga mental
La fatiga mental puede tener muchas caras. Algunas de las más comunes son, como enumera Fuster, irritabilidad y cambios de humor frecuentes, así como falta de motivación o apatía. También es común tener una sensación de “mente nublada” o bloqueo mental, así como mayor sensibilidad emocional o sensación de desbordamiento. Otros síntomas comunes son dolor de cabeza o insomnio, digestiones lentas o tensión muscular, así como problemas para concentrarnos en aquello que estamos haciendo o incluso para recordar información. Cuando nuestro cerebro está cansado, le cuesta concentrarse y prestar atención, no acaba nada y está ocupado con distintas cosas a la vez.
Es común que disminuya de forma notable la motivación y el interés en las actividades habituales: las que antes nos proporcionaba placer y satisfacción de repente parecen insignificantes, lo que puede llevar a una desvinculación gradual tanto en el ámbito profesional como en el personal. O que tengamos una constante sensación de estar desbordados, incluso las labores más sencillas parecen insuperables, cosa que lleva a una sensación de estar sobrepasado por las responsabilidades diarias.
Como matiza Fuster, en fases más avanzadas puede aparecer “una desconexión emocional: nada entusiasma, nada importa”. Muchas personas lo describen como “estar agotada sin haber hecho nada físico”, explica Fuster, que aclara que este tipo de frases suelen ser la “puerta de entrada para empezar a trabajar”.
“Cuanto más tardemos en abordar el problema, más se acentúa, ya que empieza a influir en diferentes áreas de nuestra vida”, advierte Fuster.
Por qué se cansa el cerebro: qué hay detrás del agotamiento mental
La fatiga mental suele llegar tras una temporada de estrés y de carga de trabajo, un periodo de alta exigencia y autoexigencias que no terminan nunca y que pone el sistema nervioso al mínimo. Según Fuster, algunos de los desencadenantes más habituales de sobrecarga psicológica son:
                                    Sobrecarga cognitiva y emocional, como trabajos con alta demanda de atención o responsabilidad.
                                    Estrés prolongado, sobre todo cuando no hay tiempos de desconexión real.
                                    Multitarea constante que obliga al cerebro a estar en alerta.
                                    Sueño insuficiente o no reparador.
                                    Autoexigencia y perfeccionismo, ambas particularidades muy comunes en personas con alto sentido del deber.
En ocasiones, también una “gestión ineficaz de la ansiedad o del pensamiento rumiante, que agota silenciosamente”, es otra de las causas de la fatiga mental. Comprender estos desencadenantes puede ayudar a identificar las causas de la fatiga mental y buscar soluciones para abordarlas. Como afirma Fuster, “esta parte es la que más trabajamos en la consulta con la terapia cognitiva, ya que nuestros pensamientos son los que nos llevan a sostener situaciones que claramente nos están estresando y cargando a nivel mental”.
Cómo darle un respiro a tu cerebro: más que un descanso
¿Qué podemos hacer cuando nos sentimos así? “Superar la fatiga mental implica más que descansar: requiere reeducar la mente para volver al equilibrio”. En este sentido, el trabajo terapéutico que cita Fuster incluye, en el primer momento, identificar los pensamientos que generan sobrecarga mental y dar herramientas para gestionarlos. La respiración también es clave, en concreto la “respiración 4-7-8 (la respiración relajante), que regula el sistema nervioso y ayuda a recuperar la claridad mental”.
Además, es importante:
                                    Establecer rutinas de descanso mental, diferenciando entre parar y desconectar.
                                    Aprender a priorizar y abandonar la multitarea.
                                    Cuidar el sueño y los ritmos diarios.
De la mano de estas intervenciones, es posible notar “mejoras significativas tras dos semanas aplicando pausas conscientes de cinco minutos cada dos horas y practicando la respiración 4-7-8 cada noche”, al menos así ha sido en uno de sus últimos pacientes, para el que la sensación de “bloqueo mental” disminuyó de manera notable.
La prevención, la mejor estrategia para evitar la fatiga mental
A la pregunta de si podemos prevenir la fatiga mental, Fuster responde que sí, que es la mejor estrategia, la que nos permite cultivar hábitos de autocuidado mental, igual que cuidamos la alimentación o el ejercicio físico. Pero, ¿cómo logramos prevenirlo? Es clave cuidar los límites laborales y personales; revisar y cambiar pensamientos de autoexigencia; planificar espacios sin objetivos ni pantallas; introducir momentos de silencio y respiración consciente; y detectar las señales tempranas de saturación para pedir ayuda a un profesional si es necesario.
Como matiza Fuster, la fatiga mental “no es un signo de debilidad, sino de alerta de que nuestra mente necesita descanso y reajuste”. De ahí que una de las cosas que trabajan en consulta es a “enseñar a la persona a escuchar su propio ritmo interno y reconstruir una relación más amable con sus pensamientos y su tiempo”.