La megacárcel turca convertida en símbolo del autoritarismo de Erdogan

La megacárcel turca convertida en símbolo del autoritarismo de Erdogan

Silivri, donde está detenido el alcalde opositor Ekrem İmamoğlu, es una prueba de hasta dónde está dispuesto a llegar el presidente turco para mantenerse en el poder y aplastar a sus enemigos

La Justicia turca envía a prisión preventiva al alcalde de Estambul y principal opositor de Erdogan

Silivri fue en su día una localidad de veraneo o una escapada de fin de semana. A una hora en coche al oeste de Estambul, era conocida por su lavanda, su yogur de búfala y sus casas de veraneo dispersas a lo largo del mar de Mármara. Sin embargo, ahora, para la mayoría de los turcos, Silivri significa algo distinto: no evoca imágenes de la localidad sino del megacomplejo penitenciario situado unos kilómetros más al sur, junto a la costa. Es la prisión que, desde marzo, alberga al alcalde de Estambul –y rival del presidente Recep Tayyip Erdogan– Ekrem İmamoğlu, mientras espera juicio por corrupción. Y ahora, también es el lugar donde ha recibido una condena de veinte meses, por otro de los numerosos cargos en su contra: por insultar y “amenazar” a un funcionario público. Y donde le han imputado hace unos días de nuevos cargos relacionados con espionaje.


Manifestación para protestar contra el arresto de Ekrem Imamoglu en Beylikduzu

La megacárcel comenzó a acoger presos en 2008. Los medios de comunicación que cubrieron la noticia en ese momento quedaron impresionados por su tamaño. Se trataba de un complejo —un “campus”, en la nueva jerga— formado por nueve prisiones independientes, repartidas en casi un millón de metros cuadrados, y con una capacidad para albergar a 11.000 personas. Solo para el personal del centro se habían previsto 500 apartamentos, una mezquita, un mercado y un restaurante y una escuela primaria para sus hijos. Como describió tiempo después uno de los presos, desde su celda oía cómo los alumnos cantaban el himno nacional turco en el patio.

Silivri estaba destinada a sustituir a las antiguas y ruinosas cárceles del centro de la ciudad. Según se informó con gran entusiasmo, iba a contar con televisión y radio en todas las celdas, más de 2000 cámaras de seguridad y escáneres de retina para el personal que entrara y saliera. Los presos tendrían acceso a un centro deportivo cubierto y a dos campos de fútbol al aire libre.

La creación del complejo penitenciario

La megacárcel se integró en una narrativa más amplia de los primeros años de EErdogan la de un país que se modernizaba rápidamente. Y pronto, lo que ocurría en Silivri empezó a reflejar algo más profundo, así como a poner fin a las esperanzas de que Erdogan estuviera insuflando nueva vida a la propia democracia turca. Porque antes incluso de que Silivri estuviera terminada, comenzó a acoger una serie de juicios sin precedentes. Los fiscales afirmaban haber descubierto una serie de complots entre la vieja élite secular de Turquía —generales y jefes de policía, periodistas y abogados— destinados a derrocar al Gobierno islamista elegido. Cientos de ellos fueron juzgados al mismo tiempo en Silivri, no en sus tribunales, sino en uno de sus gimnasios reconvertido para tal fin, mientras decenas de agentes vigilaban el perímetro de la prisión. Param muchos espectadores, Silivri parecía el escenario de un ajuste de cuentas histórico con el pasado de Turquía, de la humillación de una élite militar secular que había eclipsado la democracia durante tanto tiempo.

Pero cuando se dictaron las sentencias condenatorias en 2012, muchos en Turquía empezaron a cuestionar los juicios. Las acusaciones, según se supo, estaban llenas de inexactitudes, errores tipográficos y documentos falsificados. De hecho, había pocas pruebas de que los complots hubieran existido. En retrospectiva, los juicios de Silivri fueron un presagio de lo que estaba por venir: el uso de la Policía, la Fiscalía, y los tribunales para perseguir a los opositores del Gobierno.


Soldados turcos hacen guardia frente al juzgado de Silivri

Todo se aceleró cuando Erdogan fue elegido presidente en 2014, tras una década como primer ministro del país; un periodo marcado no solo por un golpe de Estado fallido, sino también por el estado de emergencia y una nueva constitución. La represión política provocó la detención de activistas, periodistas, abogados, políticos y decenas de miles de ciudadanos de a pie. Mientras tanto, el pánico moral por la delincuencia urbana provocó un enorme aumento de las penas de prisión por delitos menores. La cifra de reclusos se disparó.

En 2002, cuando el partido de Erdogan llegó al poder, Turquía tenía unos 60.000 presos; ahora probablemente supera los 350.000. Según el último informe del Consejo de Europa, Turquía tiene aproximadamente tantos reclusos como los otros 45 países miembros juntos. Silivri, construida con una capacidad para 11.000 personas, albergaba, según los últimos recuentos, a 22.000. Es una de las prisiones más grandes del mundo.

Naturaleza y situaciones precarias de la prisión

Las condiciones siempre han sido duras. Como describió el autor Ahmet Altan, durante su propio encarcelamiento tras el fallido golpe de Estado. En primavera, a veces los pájaros dejaban caer pequelas flores y plantas para sus nidos en su pequeño patio sin sol. Una vez cogió una y la puso en una botella de plástico para decorar su celda. Al día siguiente, los funcionarios se la quitaron.

Abogados, guardianes, exreclusos y sus familias hablan de un sistema desbordado: de unidades para 21 presos que albergan a casi 50; de comidas cada vez más escasas o de colchones que se comparten por turnos; o de cómo, durante las sesiones semanales de ejercicio en los tan promocionados campos deportivos de Silivri, los reclusos intentan organizar un partido de fútbol con 40 jugadores a la vez.

Siempre ha habido acusaciones —que las autoridades penitenciarias han negado— de palizas frecuentes por parte de los guardianes y de actos deliberados de humillación. Hace tres años, tras la muerte de un recluso en Silivri, la prisión insistió en que la causa había sido un ataque al corazón. Su familia no lo creyó y dijo que su cuerpo estaba cubierto de moratones.


Gendarmes turcos vigilan un acto de protesta frente a la prisión de Silivri

Las condiciones de reclusos como İmamoğlu suelen ser diferentes. Encerrados en aislamiento, en una unidad reservada específicamente para presos políticos de alto perfil, pocos denuncian malos tratos físicos.

El castigo es el proceso judicial en sí: detenciones preventivas que pueden durar años; jueces y fiscales sometidos a una intensa presión política; e incluso, como ha podido comprobar İmamoğlu, la posibilidad de que el abogado de un recluso también sea detenido.

Hoy en día, Silivri se ha convertido en un símbolo de hasta dónde está dispuesto a llegar Erdogan para mantenerse en el poder. Tanto es así que el infame nombre de la prisión ha pasado a formar parte de una expresión turca. Silivri soğuk —que significa “Silivri es fría”— se dice a los amigos, medio en broma, medio en advertencia, cuando hacen un comentario o tienen algún gesto con connotaciones políticas que se considera demasiado crítico con el Gobierno o demasiado arriesgado.