Bailar la yenka pasados los 60
Por más que Feijóo zigzaguee e invoque ahora la vía andaluza de la centralidad y la moderación, la realidad valenciana le sitúa de nuevo en manos de Abascal, que es quien le marcará el camino con su narrativa ultra y sus exigencias sobre el pacto verde o la inmigración. En Valencia y en España
Alberto Núñez Feijóo es un hombre de los 60. Nació el primer año de la década. Tiene 64 años. En 2027, cuando se celebren las próximas elecciones, si es que Pedro Sánchez agota finalmente el mandato, tendrá 66. Ningún candidato a presidente de Gobierno en España se ha alzado con la victoria siendo sexagenario. Adolfo Suárez llegó a La Moncloa con 43 años, los mismos que tenían Aznar y Zapatero cuando ganaron por primera vez las elecciones. Pedro Sánchez, 46 y Felipe González, tan solo 40. La excepción fue Mariano Rajoy, que llegó con 56, pero aun así estaba lejos de los 60.
No es que la edad sea un obstáculo para el ejercicio de la política. Miren a los EE. UU. y a ese Donald Trump que está a punto de ingresar en el club de los octogenarios, una década que él mismo consideró un obstáculo insalvable para la continuidad de Joe Biden. No, no son los años, sino las convicciones, además de la salud y la energía con que se afronte el trance las que determinan tanto la capacidad de gobernar como la imagen que los candidatos proyectan ante los votantes.
Hasta donde sabemos, Feijóo goza de buena salud. Salvo un inesperado desprendimiento de retina que le obligó a pasar por el quirófano y un tirón en la espalda por el que suspendió algún acto durante la campaña electoral de 2023, no consta que padezca algún achaque. Si hablamos de principios, sin embargo, hay dudas razonables sobre su firmeza en los mismos. Y si se trata de energía, la cosa cambia.
El vigor y el dinamismo están relacionados con la práctica del deporte y, salvo el recuerdo de viajar en bicicleta hasta la escuela durante su infancia, al presidente del PP no se le conocen prácticas deportivas, salvo el baile de la yenka, que no es precisamente un deporte sino una actividad física divertida a modo de baile que en las escuelas infantiles se usa para que los niños aprendan a trabajar la direccionalidad.
Izquierda, izquierda, derecha, derecha, delante, detrás, un, dos, tres… Fue un éxito de los 60 de los hermanos Kurt, Johnny y Charley, que luego versionó en 1979 el dúo infantil Enrique y Ana. El baile, que no permitía avanzar un solo paso pese a una coreografía muy elaborada, recuerda a un PP que hoy no sabe si sube o baja, si va delante o detrás, si se mueve a la centralidad o si sus pasos los determina la ultraderecha de Vox.
Una dinámica, en definitiva, que ha vuelto a encender las alarmas de los barones del partido, en especial los que en los próximos meses afrontan elecciones en sus respectivos territorios. Extremadura, Castilla y León y Andalucía ven con espanto una posible reedición del ciclo político de 2023. Un tiempo en el que Valencia frustró, por su precipitada alianza con la extrema derecha de Abascal, el sueño de Feijóo de habitar La Moncloa.
La negociación con Vox para elegir al sustituto de Mazón al frente de la Generalitat es ya un asunto nacional que la izquierda utilizará en las próximas citas electorales tanto si se llega a un acuerdo como si no porque serán los de Abascal, y no los de Feijóo, los que marquen el camino con su narrativa ultra y sus exigencias. Por más que el presidente del PP zigzaguee e invoque ahora la vía andaluza de la centralidad y la moderación para llegar al Gobierno, la realidad valenciana le sitúa otra vez en manos de Abascal a las puertas de un nuevo ciclo electoral. Es más, el líder de Vox es hoy más que nunca consciente de la debilidad negociadora de los de Feijóo y advierte que sus condiciones serán “más firmes y más exigentes”.
“Se puede ser firme sin ser fanático”, ha dicho mientras con quienes negocia en Valencia atacan el valenciano y rechazan el pacto verde europeo y a la inmigración. O a setas o Rolex. O delante o detrás. Porque los vaivenes, que son lo mismo que el baile de la yenka, no parecen muy aconsejables para avanzar. Y mucho menos pasados los 60, donde uno debería tener claro cuál es el rumbo a tomar, salvo que se proyecte, que es lo que parece en su caso, estar sobrepasado por las circunstancias.