Puigdemont se aproxima al fin de su trayectoria política
La travesía del desierto necesaria para que alguna vez sea posible alcanzar la independencia exige una vocación de gestor autonómico que Carles Puigdemont no tiene y unas aptitudes políticas que tampoco le acompañan
Este jueves se ha conocido el dictamen del Abogado General del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) en el que descarta que exista contradicción relevante alguna entre el Derecho Europeo y la ley de amnistía. En unas semanas o meses conoceremos la sentencia del TJUE, que, como suele ocurrir, hará suyo el dictamen del Abogado General.
Una vez despejadas por el TJUE las dudas que han elevado el Tribunal de Cuentas y la Audiencia Nacional, el Tribunal Constitucional dictará sentencia en los recursos que todavía tiene pendientes, cuestiones de inconstitucionalidad y recursos de amparo, cerrando de manera definitiva la polémica en torno a la ley de amnistía.
A partir de ese momento Carles Puigdemont podrá ocupar su escaño en el Parlament y tendrá que decidir qué es lo que quiere hacer: si abandonar la política y dejar que el espacio político que ocupó en su día Convergència inicie sin él un proceso de refundación de una opción política que pueda competir de manera solvente, como lo hizo en su día bajo la presidencia de Jordi Pujol, o si, por el contrario, quiere ser él el protagonista de ese proceso de refundación.
Tengo la convicción de que Carles Puigdemont, de no haberse aplicado el artículo 155 de la Constitución y haber podido disolver el Parlament y convocar las elecciones de diciembre de 2017, habría abandonado la política, una vez comprobada la imposibilidad de la independencia de Catalunya del Estado español.
La ejecutoria política de Carles Puigdemont está vinculada a los dos referéndums de 2014 y 2017. Sin el objetivo de la convocatoria de ambos, no hubiera aceptado ser president de la Generalitat, porque nunca ha ambicionado ser un president de una Comunidad Autónoma, sino ser president de un Estado independiente.
Esa opción no existe ni ahora mismo ni en el tiempo en que es posible hacer predicciones. La travesía del desierto necesaria para que alguna vez sea posible alcanzar la independencia exige una vocación de gestor autonómico que Carles Puigdemont no tiene y unas aptitudes políticas que tampoco le acompañan.
Carles Puigdemont es un estorbo para la refundación política del espacio que ocupó en su día la Convergencia de Jordi Pujol y de Artur Mas. Su trayectoria política dejó de tener sentido tras el 1 de octubre de 2017 y, si ha tenido continuidad, ha sido por el pulso que le echó al Estado español con su estrategia de salir de España antes de que hubiera alguna decisión judicial respecto de él, ejerciendo el derecho reconocido en el artículo 19 de la Constitución y estableciendo su residencia en Bélgica.
La tensión entre Carles Puigdemont y la Sala Segunda del Tribunal Supremo es lo que ha llenado su trayectoria política desde diciembre de 2017 hasta hoy. Ha conseguido que se haya aprobado una ley de amnistía para que dicha tensión pudiera ser superada. La resistencia del Tribunal Supremo a la aplicación de la ley de amnistía ha prolongado la tensión unos meses más. Parece que es a lo que se va a poner fin con las próximas sentencias del TJUE y del TC.
Con el retorno a Catalunya y la ocupación de su escaño en el Parlament Carles Puigdemont habrá conseguido el objetivo que perseguía: que el president de la Generalitat, que él sostiene que no ha dejado de serlo porque considera ilegítima su destitución por la aplicación del artículo 155 de la Constitución, no haya sido detenido por mandato de un juez español ni haya sido sometido a juicio por el Tribunal Supremo.
Una tensión tan prolongada agota una trayectoria política. Han sido dos legislaturas las que se han necesitado para poner fin al pulso entre el president de la Generalitat y el Tribunal Supremo. Esa es la herencia que deja Carles Puigdemont al catalanismo. No es poca cosa. Pero es herencia, que tendrá que ser administrada por otros.