Actuar ya frente al yonquismo digital

Actuar ya frente al yonquismo digital

¿A alguien se le ocurriría legalizar la compra de tabaco o alcohol a los 11 años? ¿O la conducción? ¿Cómo entonces aceptamos que 8 de cada 10 niños españoles de esa edad o menos tengan móvil y redes sociales con los daños aparejados?

Sánchez recuerda a Sandra Peña: España no puede perder más niñas y niños por el acoso

Esta semana se ha presentado el informe Infancia, Adolescencia y Bienestar Digital hecho unas 100.000 entrevistas, a 93.000 estudiantes y 7.500 profesores, de 446 colegios e institutos de toda España, y de él se ha subrayado que 1 de cada 10 menores ha sufrido presiones para mandar fotos íntimas.

Algo muy grave, sí, pero que ha eclipsado otro dato alarmante que sin duda tenemos asumido como normal: 8 de cada 10 niñas y niños tienen su primer móvil a los 11 años, aun en Primaria, y en la ESO solo a 1 de cada diez le falta. Seguramente pese a su deseo e insistencia a esa familia que resiste como irreductible aldea gala frente al empuje de las legiones tecnológicas.

El estudio, hecho por Unicef junto al Ministerio para la Transformación Digital, Red.es, la Universidad de Santiago de Compostela y el Consejo de Colegios de Ingeniería Informática, pone el foco en realidades escalofriantes y nos llevarían a actuar si no estuviéramos tan aturdidos y abrumados, entre otras cosas por nuestra propia adicción adulta a las ruidosas redes sociales. Aquí van algunas perlas:

1 de cada 3 niños y niñas accede al porno sin querer y, como media, por primera vez a los 12 años,
8 de cada 10 alumnos y alumnas de Primaria tiene alguna red social y el 43% está en tres o más, sobre todo WhatsApp, YouTube, TikTok e Instagram,
6 de cada 10 han hablado por Internet con desconocidos,
Casi 1 de cada 10 ha recibido en la red alguna proposición sexual de un adulto,
7 de cada 10 consume videojuegos violentos y 1 de cada 4 los clasificados “PEGI18” por contener violencia extrema explícita destinada a adultos.

Son solo algunos datos de todo el documento que expone con rotundidad la dimensión de “adicción sin sustancia” que conlleva el uso infantil de las pantallas y también su conexión con conductas de acoso, violencia y presión al suicidio hacia compañeras y compañeros e incluso de autolesiones y liquidación de la propia vida, como consecuencia de las enfermedades mentales que genera.

España no puede perder más niñ@s

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la presentación del informe, recordó el reciente suicidio de la niña de 14 años Sandra Peña, en Sevilla, denunciado por la familia como resultado de acoso escolar y falta de protección del centro Irlandesas de Loreto. Y lo hizo declarando con contundencia: “España no puede perder a más niñas y niños por el acoso”. Pero más allá de declaraciones y del espanto ante lo ya irreparable, ¿estamos protegiendo con decisión a nuestros chiquillos?

Pues en septiembre, al fin, se aprobó la tramitación en el Parlamento de un Proyecto de Ley de protección de los menores en entornos digitales que se admitió a trámite con la abstención del PP y ¡oh sorpresa! el veto de Vox.

Contiene puntos interesantes, como subir de 14 a 16 la edad para abrirse cuenta en redes, obligar a que los dispositivos traigan el control parental de fábrica, tipificar como delito penal las imágenes y voces manipuladas, crear una pena de “alejamiento de entornos virtuales” y prohibir las adictivas “cajas botín” de los videojuegos, aunque “con excepciones”.

¿Se puede fumar o conducir a los 11?

Ojalá los grupos políticos trabajen seriamente el proyecto, lo perfeccionen y aprueben. Pero, ojo cuidao, ¿no estamos siendo timoratos? ¿Cómo que subir la edad de acceso a redes de 14 a 16 cuando el informe Unicef antes citado señala que 8 de cada 10 alumnos de Primaria, o sea, con 11 años máximo, tienen alguna red social y el 43% tres o más?

Pedir responsabilidad y autorregulación a los imperios tecnológicos que justo programan los algoritmos para ser adictivos, atrapar nuestra atención, consumirnos el tiempo y triunfar en manipularnos es tan ingenuo como haber esperado de las tabaqueras cigarrillos beneficiosos para nuestra salud.

¿Es eficaz que el presidente Sánchez “exija a las tecnológicas” que “protejan a los niños” más allá “de las buenas palabras” si el Estado no implanta mayores controles y sanciones? En la lucha contra el tabaquismo ¿tendría alguna utilidad pedir a la industria tabaquera que hiciera cigarrillos aptos y no adictivo para nuestras hijas e hijos?

Actuamos tarde y como amilanados. Se ve también en el llamado “Escudo para proteger la democracia” de las injerencias digitales, recién presentado por la Comisión Europea en Bruselas, que no es más que una lista de recomendaciones y guías de uso voluntario del que el prepotente de Elon Musk no ha tardado en chotearse.

Desenganche duro pero fundamental

Toda una manada de letales caballos de Troya se está introduciendo por cada rendija que dejamos abierta para robarles el tiempo, la concentración, alegría, dotes de socializar y capacidad de reflexión a los niños, niñas y niñes de hoy que tomarán las riendas mañana. Ya son claras las nefastas consecuencias, en las casas, en las aulas, en los estadios, calles y plazas donde cada vez ocupan más espacio la soledad, ansiedad, hostilidad, violencias, racismos, machismos y fascismos.

Yo no renunciaría a proteger a nuestros chiquillos prohibiendo su acceso a redes sociales hasta los 16 o 18 años pero con sistemas clave asociados al DNI. De hecho, considero fundamental el fin del anonimato en redes también para adultos con la vinculación de cada cuenta a nuestra identificación personal de manera visible para el resto. Y entiendo que cualquier efectividad vendrá de fuertes sanciones aparejadas para las tecnológicas y los usuarios incumplidores.

Por si lo dicho hasta ahora no fuera impopular, subo la apuesta a partir de la perturbadora experiencia que acabo de vivir en una prestigiosa universidad pública. Acudía yo a participar en unas interesantísimas jornadas sobre migraciones, justicia e interculturalidad y llegué a tiempo de escuchar a ponentes que me precedían. Al entrar en la gran aula un centenar de alumnos de cursos avanzados tecleaba, cada cual tras su portátil. Mi primera impresión fue inmejorable. Pero al sentarme entre ellos descubrí que muchas y muchos, ¿la mayoría? enviaba y recibía mensajes, por correo electrónico y a través de redes sociales, se distraía navegando por páginas de lo más variadas… como yo misma atendí en ese rato los reclamos de mails y WhatsApp que me llegaban, despistándonos todos de las nutritivas exposiciones de los investigadores que nos hablaban.

No se trata de fustigarnos ni criminalizarnos sino de ayudarnos a vencer esta adicción que nos han creado, en la que hemos caído, que nos va a costar vencer, pero ante la que debemos reconocer qué rechazos a la regulación vienen de nuestro síndrome de abstinencia, para acabar regalándonos, niños y adultos, como sociedad, incluso con el recurso a inhibidores de señal, “espacios libres de toxicidad digital”.