Palabras de lengua negra

Palabras de lengua negra

De aquel tiempo desatado en moteles y cantinas, Charles Mingus sacó Tijuana Moods, un disco donde se baila al son de la frontera; un disco que contiene lo mejor y lo peor de la negrura cuando nace de dentro

Tras un desengaño amoroso, Charles Mingus puso rumbo a Tijuana. Necesitaba fuego para encender sus alas y buenos tragos de mezcal; la salvaje compañía de una guitarra mariachi y esa mezcla de violencia y ternura que sólo se da a ciertas horas, cuando el cielo va tomando el color de la leche sucia y los gusanos esperan para volver al fondo de las botellas. De aquel tiempo desatado en moteles y cantinas, Charles Mingus sacó Tijuana Moods, un disco donde se baila al son de la frontera; un disco que contiene lo mejor y lo peor de la negrura cuando nace de dentro. 

El olor agrio de su vomitona alcanzó el cementerio de Tijuana. Ya se sabe que lo que cuesta olvidar está en relación directa con el castigo que puede aguantar un hígado. Si uno sobrevive al licor de la inspiración, el resultado artístico puede ser monumental. Tal vez, por eso mismo, uno busca inconscientemente que las mujeres lo abandonen, que lo dejen hecho unos zorros, como se dice vulgarmente, que no sé bien de dónde sale la expresión -ni lo voy a mirar ahora- pero que resulta muy apropiada para estos casos.    

Hay veces que uno intenta escribir siguiendo el mismo compás del disco de Mingus, estirando los límites del lenguaje hasta cubrir los agujeros de gusano que dejan las botellas cuando se vacían. Pero hay cosas imposibles, tanto como ser carne y pescado a la vez cuando uno está flaco como un listón. Y pongo por caso el libro de Carlos Velázquez, mexicano que retuerce nuestro lenguaje al ritmo de las balas que acabaron con el hombre-lobo; se titula La biblia Vaquera (Sexto Piso) y sigue la estela de Charles Mingus en Tijuana, y la de Ornette Coleman en Interzona. Toda una declaración de principios desde su arranque, con Don Cherry sacando sonidos a una trompeta de plástico, de las que venden en los quioscos de chuches. 

Así se abre  La Biblia Vaquera, un arrebato que va a dar paso a los disyoqueis que combaten sobre el cuadrilátero de lucha libre, empachados después de jalarse los discos sencillos, no sé ya si de Mecano o de Depeche Mode, pues Carlos Velázquez marca su ritmo igual que si fuese un James Joyce fronterizo, un Ulises Tex Mex que vende su esposa al Diablo a cambio de la inmortalidad. 

Si Lester Bowie levantase la cabeza y leyese esta locura, te haría un disco en Tijuana soplando botellas de mezcal destilado en el sobaco de William Burroughs. Un pasote. Es la tradición oral llevada a los últimos fuegos; llamas que consiguen quemarte las alas y maldecir a Dios con la lengua negra de un predicador callejero que escupe al cielo su tropiezo. Porque la culpa siempre es de los pies que nos arrastran, nunca del calzado y menos aún de los calcetines, aunque piquen más de la cuenta.