Rocío Molina, bailaora: «No tengo la sensación, ni la intención, de innovar en nada»
La artista malagueña estrena ‘Calentamiento’, un nuevo trabajo en el que se hace acompañar del dramaturgo Pablo Messiez y Niño de Elche para lidiar con la presión de seguir creando
Rocío Molina, la reina lesbiana del flamenco explora los límites corporales
Desde este sábado y hasta el próximo 23 de noviembre, la bailaora Rocío Molina llevará al madrileño Centro Danza Matadero su última propuesta, Calentamiento, en el que ha contado con la colaboración del dramaturgo Pablo Messiez, la dirección musical del artista Niño de Elche y la colaboración de Cabosanroque para desarrollar todo un discurso en torno a la presión de seguir creando, la soledad, el dolor y la alegría festiva.
Después de obtener el Premio Nacional de Danza y el León de Plata de la Bienal de Venecia, entre otros muchos reconocimientos, la malagueña sigue explorando nuevos territorios sin renunciar a sus raíces flamencas, pero poniendo siempre la libertad expresiva por encima de todo.
Muchos pensamos que llegar a lo más alto de la danza puede ser un regalo envenenado, porque, lejos de darle tranquilidad, supone una exigencia cada vez mayor. ¿Cómo lleva usted esa responsabilidad?
Como dices, la teoría es que, cuanto más alto subes, mayor es la caída. Pero si te acostumbras a caer, no debe ser un problema, y yo a las caídas ya estoy un poquito acostumbrada… Al final, estas cosas dependen al final de cuánto poder depositas en la mirada externa. Y creo que esa no es una buena forma de relacionarte, pero ni con tu arte ni con nada. Para mí, al menos, ya no es una cuestión de importancia ni de cantidad. Y al mismo tiempo, tengo la impresión de que ese conflicto podemos tenerlo todas, en casa, en nuestras familias, en nuestro trabajo cotidiano. No deberíamos de depender de eso, sino de nuestro propio compromiso con el arte, de la necesidad de hacer lo que hacemos.
Cuando dice que es experta en caídas, ¿a qué se refiere? Porque lo habitual es verla tener mucho éxito, en España y en el exterior…
Bueno, me refiero a algo más experiencial de vida, en el sentido de estar en el estudio, literalmente, practicando muchas caídas, porque eso es algo que yo incorporo mucho: la relación con el suelo es algo que tengo muy presente en mi trabajo, y eso te va enseñando otras muchas cosas. No solo me refiero a lo físico, al gesto de caer, sino a algo que te va relacionando con la tierra. Para mí es una búsqueda de la verdad, del origen, de lo que realmente es importante. Te enseña mucho a desapegarte también, son aprendizajes que van desde lo más práctico hasta lo más poético o filosófico, y que al final van calando. Todo lo que sea acercarte a la tierra, descender, caer, aunque lo hagas con actos poéticos, te enseña. Aparte, la vida, inevitablemente, nos hace tener fuertes quiebros y caídas, y por supuesto a mí también. Es ley de vida, de eso no nos libramos ninguna.
Usted ha sido considerada una innovadora, una transgresora también… ¿Pueden esas etiquetas llegar a ser una presión añadida, obligarla a ver cuál es el próximo tabú a derribar?
Igual, eso forma parte de lo mismo que voy contando. Yo, sinceramente, no tengo la sensación de estar innovando nada. Ni la sensación ni la intención. De hecho, siento que estoy todo el tiempo haciendo la misma obra, solo que siempre bajo formas diferentes, pero simplemente porque esa obra está en evolución y en búsqueda. Lo cierto es que soy una persona muy curiosa y que me gusta mucho comprobarme, necesito también sorprenderme continuamente en el sentido del nacimiento, de la búsqueda. Por eso estoy todo el tiempo como removiéndome, a ver qué encuentro que no conozca. Esto sí le da a mi trabajo una forma y una estética que pueden parecer innovadoras, pero no es el propósito para nada.
Y mucho menos la innovación por la innovación, ¿no?
No, eso me aburriría, pero como hacer una pata por bulería por hacerla, también me puede aburrir. Yo lo hago porque es justo lo que tengo que hacer en ese momento y no podría hacer otra cosa.
¿Por qué eligió como primer cómplice de este nuevo proyecto a un dramaturgo?
¡Y qué dramaturgo! La persona final es importante, pero lo que buscaba ponerme en un lugar desconocido y precisamente hacer algo que no se me diera bien. Esto, últimamente, me está divirtiendo bastante. Tenía muchas ganas de trabajar con Pablo, hice un taller con él y me quedé prendida, ¿sabes? Pensé: si algún día me atreviese con la palabra, tendría que ser con Pablo. Porque trabaja desde el cuerpo, trabaja desde la presencia, el presente, el instante de lo que está sucediendo en el espacio. Ha sido un regalo trabajar con él, la verdad. Después de Carnación, ya empezó la mente a viajar un poquito, Pablo y yo nos pusimos el primer año a trabajar los dos solos en el estudio con mucha intimidad, y luego fuimos escuchando el proyecto y también incorporando a todo el elenco…
Éste incluye al Niño de Elche, con el que ya había trabajado en Carnación. ¿Qué le demandaba en esta ocasión?
Sí, sí, Paco otro regalito, nos conocemos ya desde hace muchos años. Tenerlo al lado siempre es como una ofrenda, ¿sabes? Encajamos muy bien y nos acercamos a las cosas desde una escucha concreta. No esperamos nada, simplemente sé que Paco tiene una paciencia y una sabiduría, y una visión del proyecto que nadie conoce, que no conocemos, y con toda la pausa, la paciencia y la dulzura es capaz de ir entendiendo cosas complejas que a priori están muy difuminadas en sus bordes, que no son tan habituales… A mí eso me da también mucha calma y también que me hago regalos, ¿sabes? Me hago regalos de vida de trabajar, pues eso, con Carlos Marquerie, con Niño de Elche, con Pablo Messiez, con las chicas que me acompañan en esta pieza. Realmente son regalos.
El propio Niño de Elche ha comentado más de una vez su hartazgo de determinados corsés flamencos. ¿Ha sentido usted también esa rigidez, una necesidad de aflojar esos cordones, porque le estorbaban o molestaban?
Estorbarme o molestarme no, porque si no los miras, no te molestan. Yo para eso es que soy como muy selecta, soy muy exigente de a quién pido opinión, no porque busque los mismos criterios que los míos. De hecho, me gusta buscar criterios muy exigentes y muy contrarios también para… Yo creo que siempre se queda algo en la retina, que igual algo que no entiendes o que te mosquea hoy, cuando pasan siete años empiezas a entenderlo, ¿no? Eso me gusta.
En Calentamiento, ¿con qué cosas se atreve que no haya hecho antes?
Me divertía mucho la idea de soltar a la bailaora y hacer otras cosas que no son habituales o que no se me dan bien. Sí, quitarle un poco de seriedad a la vida y al flamenco. No te voy a decir el qué porque si no… Y tampoco significa que lo que haga lo haga bien, ¿sabes? Pero se trata de eso. Esta vez me apetecía mucho tirar por ahí.
Imagino que cuando una lleva tanto tiempo obligada a hacerlo todo bien, permitirse la imperfección tiene que ser muy liberador, ¿no?
De hecho, esta obra no permite la perfección. Es lo mismo que comentaba antes, se trata de desapegarse mucho de muchas cosas para poder disfrutar de lo que no se te da tan bien. Y todo eso hace interesante el resultado final.
También está la idea de calentamiento, en su doble acepción de preparación para el ejercicio, y también de excitación… ¿Lo que consideramos como fase previa pasa a estar en el centro?
Sí, el título es literal. El calentamiento es algo que vengo haciendo desde que tengo siete años. Lo bonito es partir de ahí para ver la transformación, ver lo que pasa. Y yo también voy narrando todo lo que va sucediendo al cuerpo. El único objeto de esta obra es eso, que se caliente el cuerpo, y ver cómo surge de ahí la inspiración. En eso se resume todo, pero claro, ahí la atraviesan muchísimas cosas que son difíciles de explicar, pero lo estás viendo todo. Tú como espectador estás viendo realmente la transformación del calentamiento.
Hablando en general de la danza actual, ¿está usted atenta a lo que hacen otros compañeros y compañeras? ¿Qué le atrae de lo que se está haciendo ahora?
Pues sí, estoy muy atenta a lo que sucede en la danza. Sobre todo, me da mucha curiosidad ver dónde está la gente que está empezando, los jóvenes. Cuántos compromisos se toman. En mi espacio La Aceitera me gusta mucho estar en contacto con ellos, recibirlos para ver no solo sus ensayos, porque veo muchísimo talento, sino también escuchar qué es lo que no solo les inquieta, sino dónde hay más tensión. Lo que veo es que hay muchísimos jóvenes con mucha más conciencia, mucho más preparados, pero también, y cada vez más, la dificultad para generar obras y sostenerlas en el tiempo. Ya esto era muy difícil antes, y ahora con los ritmos que tenemos, lo veo más. Es, como siempre, una lucha muy fuerte.
¿Algunos nombres de gente que haya visto últimamente y la hayan estimulado como espectadora?
Sí, he visto muchas cositas, pero soy tan mala con los nombres, un desastre… Gente como Yoel Vargas, por ejemplo, están dando muchísimo. También te puedo decir de otros compañeros que me gustan de toda la vida, que ya no pertenecen a esa generación de jóvenes, como José Maya, a quien admiro muchísimo. Y de voces también, ¿eh? Me gusta ver cómo está cambiando todo con una Ángeles Toledano, una Ana Polanco, una Ana Salazar, una Naike Ponce… Todas esas personas son una maravilla.
Hay en Youtube un vídeo muy conocido en el que se la ve bailando de niña, maravillosamente. La Rocío Molina de hoy, ¿dialoga con esa niña? ¿Qué cosas se dicen, o se dirían sin se sentasen a hablar?
Claro que sí. Es difícil, pero intento no perder a esa niña interior. A mí es que me gusta mucho observar mi relación con el arte como espacio-temporal, me gusta mucho alejarme en el tiempo y en los espacios también, para echar de menos. Realmente, estoy siempre buscando a esa niña, ¿sabes? Es como una relación melancólica que tengo con mi propio arte y conmigo. Estoy intentando rescatarla todo el tiempo. Hay veces que me alejo a propósito, pero lo hago para echarla de menos y entonces intentar luego rescatarla. Una relación de ida y vuelta, todo el tiempo.