Y tú, ¿eres clase media?

Y tú, ¿eres clase media?

Esto de las clases sociales lo resumió muy bien Carrie Bradshaw en ‘Sexo en Nueva York’ en un episodio en el que todas se hacían la pedicura a cargo de ciudadanas asiáticas que les limaban los callos

La primera vez que escuché de viva voz lo de que la clase media no existía estaba en una asamblea de trabajadores de la editorial multinacional en la que entonces prestaba servicios. Mi compañero David, de familia mucho más acomodada que la mía, comenzó a gritar que éramos todos obreros porque teníamos que trabajar para vivir y que la clase media era un invento capitalista: estábamos votando flexibilidad de horario para entrar y salir, os cuento. Recuerdo que una compañera a la que adoraba y era un poco pijita, pijita de principios de los 2000, o sea, guapa y que combinaba bien la ropa, me miró confundida y me dijo, “pero qué es esto de que no existe la clase media, si yo soy clase media de toda la vida”. David seguía vociferando cargado de razón siendo el más clase alta de todos los que estábamos allí y yo centré a mi amiga la pija: “Aquí estamos a lo de salir antes de trabajar, no a discutir sobre Marx”. 

En los primeros dosmil éramos todos clase obrera en la reivindicación, clase media entre los padres y madres del colegio de los niños y clase media alta en la peluquería. Esto de las clases sociales lo resumió muy bien Carrie Bradshaw en Sexo en Nueva York en un episodio en el que todas se hacían la pedicura a cargo de ciudadanas asiáticas que les limaban los callos. Por la misma época Umberto Eco escribió aquello de Ur-Fascismo en la que compilaba las 14 reglas de todo buen fascista eterno, el fascista intergeneracional. La sexta regla aludía a la clase media: “El fascismo surge de la frustración individual o social. Eso explica que una de las características de los fascismos históricos sea el llamamiento a las clases medias frustradas, desazonadas por alguna crisis económica o humillación política, asustadas por la presión de los grupos sociales subalternos”. Hago aquí un inciso para hablar de esos grupos sociales subalternos o, como diría Ayuso, los que te limpian la casa y te recogen la cosecha, que de un momento a otro pueden pasar, y pasan, de ser signo de tu posición social a amenaza de reemplazo. 

Seguía Umberto Eco: “En nuestra época, en la que los antiguos proletarios se convierten en pequeña burguesía y los lumpen se autoexcluyen de la escena política, el fascismo ha de encontrar su público en esa nueva mayoría”. La clase media frustrada como audiencia del fascismo no es, por lo visto, ninguna novedad, como tampoco lo es la distinción del lugar que ocupa cualquiera por nivel de renta o por su posición en el sistema productivo. Uno puede ser hoy clase media por su sueldo y mañana clase baja si pierde el trabajo y acaba viviendo en una autocaravana, con suerte. La realidad es la maldición bíblica de ganarás el pan con el sudor de tu frente. Nada de esto es nuevo y vivir mejor que nuestros padres es una aspiración y una lucha, no una realidad evolutiva fijada a lo largo del tiempo y de nuestra historia. Mejor recuperar a Marx que a la falange, y recordar el tiempo en el que las mujeres, los homosexuales, los inmigrantes pudimos andar con dignidad sobre la tierra, antes de que, de nuevo, la clase media frustrada nos acabe entregando al fascismo de siempre.