Las armas del pasado

Las armas del pasado

Las batallas políticas del presente se libran con las armas legislativas del pasado, con su maquinaria, desenterrando decretos fosilizados a un lado y otro de las trincheras

Las batallas políticas del presente se libran con las armas del pasado. No es sólo que la tradición de todas las generaciones muertas oprima como una pesadilla el cerebro de los vivos, que la historia se haga bajo circunstancias legadas del pasado, como escribía Marx en El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte; tampoco que el presente resucite las retóricas, discursos o personajes de hace un siglo, que no hayamos resuelto bien en España —que tampoco— nuestra propia desmemoria y conflictos con la Transición, con la guerra civil y la devastación de la dictadura, con España ni siquiera. Lo interesante es algo más sutil, que puede pasar desapercibido, una tangente por la que se escapa la idea de Audre Lorde sobre cómo las herramientas del amo nunca desmontarán su casa: las batallas políticas del presente se libran con las armas legislativas del pasado, con su maquinaria, desenterrando decretos fosilizados a un lado y otro de las trincheras.

Zohran Mamdani, el recién electo alcalde socialista de Nueva York, incorporó a Lina Khan al equipo que debe pilotar la transición gubernamental a la nueva alcaldía. Khan, durante el Gobierno de Joe Biden, fue la presidenta de la Comisión Federal del Comercio, y ganó celebridad entre buena parte de la izquierda estadounidense —y más allá— por su acción para acabar con los monopolios o sancionar a empresas como Amazon, impedir adquisiciones u OPAs que habrían generado gigantes todavía más grandes en el obsceno capitalismo estadounidense, investigar a Meta o perseguir los precios abusivos de medicamentos como la insulina.

El rol de Lina Khan en ese equipo, según lo que han informado ya algunos medios, es una labor de espeleología jurídica: investigar leyes de la ciudad y del Estado de Nueva York, ignoradas por alcaldes anteriores, perdidas en el tiempo, casi sin usar, para proveer de una base jurídica a las acciones políticas de Mamdani; es lo mismo que hizo al frente de esa Comisión Federal del Comercio, cuando, a partir de legislación estadounidense de comienzos del siglo XX, empezó a sancionar a compañías del presente recurriendo a interpretaciones nuevas de los motivos que habían servido antaño. Es el uso del pasado como arma para construir futuro.

No todos los ejemplos de arqueología legislativa son positivos. Hace meses, un proyecto de un asociado a Patricia Bullrich, una de las ministras más poderosas del Gobierno de Milei, resolvió en la Cámara de Diputados argentina reabrir la Comisión Especial Investigadora sobre Actividades Antiargentinas, creada originalmente el 19 de junio de 1941, para “retomar, actualizar y profundizar las investigaciones relativas a la existencia de actividades y organizaciones de carácter antinacional, antidemocrático y subversivo, tanto en el pasado como en el presente”. Tanto en el pasado como en el presente. Donald Trump, en Estados Unidos, se sacó de la manga un viejo texto legislativo, que data de 1798, cuando Estados Unidos creía que entraría en guerra con Francia, para deportar indiscriminadamente y sin un proceso judicial a los inmigrantes de los que se quería deshacer: una ley que sólo se había usado tres veces, todas ellas en momento de conflicto de guerra. Una ley que dice que, “cuando haya una guerra declarada, una invasión o una incursión predatoria perpetrada, intentada o amenazada” contra los Estados Unidos, todo “sujeto de la nación hostil o Gobierno” puede ser “aprehendido, restringido, retenido y eliminado, como enemigo extranjero”. Un arma de destrucción masiva del pasado convertida en la herramienta del fascismo del presente.

Quizá la crisis de imaginación política de la cual tantas veces se habla en la izquierda tenga una vía de resolución algo heterodoxa: resolverla no a través de un ejercicio creativo, de generación radical de lo nuevo, sino reactivando maquinarias antiguas, buscando cuáles son los recursos que han acumulado el polvo del pasado y que podrían volver a activarse, reinterpretados bajo una luz nueva. No sería difícil analizar que, si las armas del pasado sirven para librar las guerras políticas del presente, esto podría deberse a la misma retromanía y negación del futuro que asoma en tantos ámbitos, a las rimas de la historia o sus repeticiones; no hacer uso de esas herramientas olvidadas, sin embargo, sería un olvido perezoso. Puede que la respuesta a la sensación de impotencia que tiene la izquierda no sea un acto de futuro radical, que se concrete más bien en un ejercicio de memoria: la memoria para coger del pasado los movimientos, las experiencias, los conceptos y las herramientas que en ese pasado no se desarrollaron del todo y que hoy pueden volver a valernos.