Las camareras de piso ponen fin a la temporada: “La gobernanta te tira de las orejas por un solo comentario negativo en Internet”

Las camareras de piso ponen fin a la temporada: “La gobernanta te tira de las orejas por un solo comentario negativo en Internet”

Cristina Pérez, Silvia Contreras, Francisca Ruiz y Sara del Mar García, miembros de Unión Kellys Baleares, afirman que “se ha perdido empatía con los directores y las gobernantas”. También, que tras mantener sintonía con los gobiernos autonómicos de Francina Armengol, ahora son “un grano en el culo para Prohens”

Un día con las Kellys, las trabajadoras que mantienen el turismo a costa de su salud

La cafetería sigue viva pese a estar situada en una calle que acaba de morir. Está salpicada de hoteles y no resucitará hasta la próxima Semana Santa. En una mesa, Cristina Pérez, Silvia Contreras, Francisca Ruiz y Sara del Mar García charlan de sus cosas. Sus historias son muy parecidas a los retazos que se cazan al vuelo en las conversaciones que las rodean. Los amores de los niños, el viaje a la península para pasar la Navidad. Chismes protagonizados por amigas y conocidas. Los finiquitos y los papeles que hay que mover para echar el paro. Las batallitas de la última temporada, los recuerdos de otras que ya van quedando lejos. Se habla en voz alta, por encima del ruido de las máquinas de café, y en castellano, una mezcla curiosa de acentos andaluces y tonada mallorquina. La lengua de los empleados del turismo.

Los clientes de la cafetería son los cocineros, los manitas del mantenimiento, las señoras y chicas de la lavandería, los encargados del economato, el personal de recepción. También hay matrimonios mayores, ya jubilados, y grupos de adolescentes, a punto de cumplir los dieciséis y decidir si siguen estudiando o se buscan un hotel donde ganar sus primeros euros. Y camareras de piso. Como estas cuatro amigas, que quizás no se habrían conocido —al trabajar en diferentes lugares— si no hubiera sido por la lucha sindical: Cristina, Silvia, Francisca y Sara tienen entre 48 y 65 años, son miembros de Kellys Unión Baleares y de los comités de empresa de sus hoteles. Ante sus cafés e infusiones hay cansancio y alivio. A partes iguales. La primera pregunta es obvia.

– ¿Cómo se siente una kelly al terminar la temporada?

– Yo es que he acabado hoy.

Ríe Sara. Xisca recoge el guante y dice. “He acabado hace dos días y estoy en modo stand by hasta que me habitúe y me ponga las pilas. Pero necesito desconectar de aquí [se señala la cabeza] y del cuerpo. Hemos tenido un verano horrible. Muchísimo trabajo. Y muchas bajas. De treinta y pocas que éramos en el hotel, diecinueve han estado de baja, que se dice pronto. Cuando falla alguien, suben a una de las compañeras de la limpieza general para que cubra a la camarera que no ha venido. Todas estamos contratadas como camareras de piso”.

He acabado hace dos días y estoy en modo stand by hasta que me habitúe y me ponga las pilas. Pero necesito desconectar de aquí [se señala la cabeza] y del cuerpo. Hemos tenido un verano horrible. Muchísimo trabajo. Y muchas bajas

Francisca Ruiz
Camarera de piso


Cristina Pérez se crió en Benalúa de las Villas, en el límite entre las provincias de Granada y Jaén, pero lleva en Mallorca tres décadas: su marido, jefe de bar en un hotel, y ella han criado a sus dos hijos en la isla

Las cuatro kellys trabajan en Calvià —donde hay casi tantas plazas hoteleras (51.000) como habitantes (53.000)—, el mismo municipio donde sucede la escena de la cafetería —que podría estar sucediendo en cualquier zona turística de las Illes Balears— una tarde a principios de noviembre. En esos lugares —donde todo se hizo pensando en el turista, pese a que también hay residentes— el calendario se divide entre la temporada alta y la temporada baja. Sin transición. Un factor de estrés para quien, con ocho nóminas tiene que vivir el resto del año. La reciente subida de salarios pactada —donde UGT rascó un aumento a aplicar en los próximos tres años del 13,5%— no compensa el aumento espectacular del coste de la vida. Empezando por el de encontrar un techo.

Ganar 1.500 euros al mes, pagar 1.200 de alquiler

“Echadle un buen ojo al tema de la vivienda y encontraréis la respuesta a por qué no hay trabajadores para la hostelería. Ahí está el tema: aunque ahora se cobra más, los sueldos no dan para pagar los alquileres. Si ganas 1.500 y pagas 1.200, ¿con qué dinero se creen que estamos comiendo? ¿Con 300 euros al mes?”, se pregunta Cristina. Sara subraya la misma sensación: “Con los sueldos que se cobran, pagando 400 euros de alquiler —como se pagaba—, yo me río de los peces de colores. Pero, pagando mil euros de alquiler —sin contar la luz, el agua, las basuras, todos los gastos que te mete el propietario— una persona sola, no da. Tampoco puedes comprar. Aquí, en Magaluf, están pidiendo 400.000 euros por un piso para una familia. La clave está en el aumento que ha pegao el precio de la vivienda en los últimos cuatro o cinco años. Yo cobro 1.700 euros…”.

–Y porque eres subgobernanta (le recuerda Cristina, guiñándole un ojo).

–Sí, claro, y porque tengo las pagas prorrateás. Hace un mes que soy ayudante de gobernanta, tan poco que todavía no lo he catao. Yo llevaba tiempo haciendo ese trabajo de ayudante sin reconocer e insistiendo, insistiendo lo he conseguido.

Contesta Sara, y abre un melón tan crucial para ellas —empleadas rasas, en el nivel más bajo de los sueldos que se pagan en la hotelería, un sector que no deja de encadenar temporadas de récord— como difícil de introducir en la negociación en un convenio: el trato con los superiores —especialmente con los jefes de departamento— acaba siendo casi tan importante como el número de horas de la jornada semanal o la carga de trabajo.

Aunque ahora se cobra más, los sueldos no dan para pagar los alquileres. Si ganas 1.500 y pagas 1.200, ¿con qué dinero se creen que estamos comiendo? ¿Con 300 euros al mes?

Cristina Pérez
Camarera de pisos


Sara del Mar García vino a Mallorca en los noventa desde Las Cabezas de San Juan, Sevilla, porque sus hermanos ya eran temporeros del turismo: se quedó en la isla y, en los últimos años, se ha convertido en la portavoz de Unión Kellys Baleares

“Antes las gobernantas se arremangaban. Si tenían que ayudar, ayudaban. Lo mismo hacían camas, que subían colchones o limpiaban una habitación entera. Ahora no. Eso le toca solo a la camarera”, dice Silvia, que aún no había abierto la boca. “Es verdad. Las gobernantas no eran tan estudiás como ahora, que les piden un título”, le apoya Xisca, que sigue: “Hace cuarenta años, el dueño llevaba directamente el hotel. Limpiábamos menos habitaciones y había muchos extras. La limpieza del comedor, se pagaba; la limpieza de las zonas comunes, se pagaba; hacer las camas, se pagaba… Todo por contrato. Se ha perdido esa empatía y ya no hay tantos pluses. Este verano hemos tenido que hacer veintitrés habitaciones por compañera. Cada día. Mi hotel es muy grande, tiene casi novecientas habitaciones”.

Internet parece jugar en contra de sacar el polvo, limpiar los ventanales, fregar el baño, hacer la cama de una suite. Xisca lo expresa así:

– Yo no me puedo marchar de una habitación sin que los cristales queden niquelaos porque si no, la mala evaluación en Booking me la llevo yo.

– Entonces… ¿Las reseñas de los clientes os salpican?

Alternando respuestas rápidas, Sara y Cristina van respondiendo a la pregunta:

“Sí… el director habla con la gobernanta y le dice: ‘Mira, tienes que hablar con las chicas porque hemos tenido un comentario’… ¡Un comentario!’”, se queja Sara. “Pero es que un comentario te joroba la puntuación del hotel”, añade Cristina. “Y eso para el hotel es… Entonces, si el comentario es de una habitación que has limpiado tú, la gobernanta te tira de las orejas”, prosigue Sara. “En algunos hoteles, las gobernantas reúnen a todo el equipo y hablan sobre las quejas en general”, enfatiza Cristina. Hay que reñir en privado y premiar en conjunto”, razona Sara. “Pero hay otras que reúnen al grupo y personalizan en la camarera de piso que ha sido. Eso es… No sé si le puede decir acoso”, se pregunta Cristina.

Hay que reñir en privado y premiar en conjunto. Pero hay otras [gobernantas] que reúnen al grupo y personalizan en la camarera de piso que ha sido. Eso es… No sé si le puede decir acoso

Cristina
Camarera de piso

Según las kellys, la consecuencia de esta manera de organizar el trabajo podría formularse así: presión más deshumanización igual a jornadas más largas. Silvia, la más veterana del grupo, que se jubiló hace un año —bien cumplidos los sesenta—, lo tiene claro: “Yo empecé saliendo a las dos y media, tres, y en mis últimas temporadas sólo terminaba, antes de las cuatro, los domingos”. Y Sara ahonda en el porqué: “Te dices: ‘Hoy acabo más tarde, mañana me voy un poquito antes’. Pero no ocurre. Creo que nos autoengañamos. Porque, muchos días, piensas: ‘¡Si me voy, dejo a las otras colgás!’”.


Silvia Contreras, la más veterana del cuarteto; nacida en Buenos Aires de padre argentino y madre chilena, vino a España hace cincuenta años y casi toda su vida laboral se la ha pasado limpiando hoteles: está recién jubilada

Limpiar habitaciones para poder ejercer de madres

La conciliación familiar fue —paradójicamente— el motivo que impulsó a las cuatro a trabajar de kellys. Silvia se puso a limpiar a principios de los ochenta, cuando se separó y tuvo que hacerse cargo de su hijo. Sara probó de camarera de comedor hasta que se dio cuenta de que los turnos partidos se lo ponían muy difícil para cuidar a su hija. Cristina se quedó embarazada, se casó, fue madre, se mudó a Mallorca y, en el 96, “con 19”, entró en el mismo hotel donde el pasado agosto pidió una baja para operarse de los tendones del hombro derecho: el dolor llevaba más de un año martirizándola.

“Yo también me quedé embarazada muy joven, con 18 —dice Xisca— y, aunque vivía con mis padres, tenía que alimentar a mi niña; la temporada anterior había trabajado en una tienda de souvenirs, seis meses, y en el hotel donde sigo, estaba mi tía de gobernanta y me dijo: ‘Vente, que tendrás menos tiempo de trabajo’. Empecé y ahí me he quedao. No sé, me he habituado a estar allí y, ¿para cambiar a otro hotel que a lo mejor esté peor? Y empecé por esto [sonríe y se frota los dedos] para ganar más dinero. ¡Ahora es que se ha volcao todo! En muchos hoteles se busca llenar la plantilla como sea y las que trabajamos bien, nos machacan”.

–¿Por eso vuestros hijos no trabajan en hoteles?

“Aunque no habláramos, simplemente viéndonos cómo volvemos de cansás a casa se les quitaron las ganas. La mía está estudiando Biología y su hermano estudió Turismo, pero para trabajar en una agencia de viajes”, explica Cristina. “A mí hija siempre le he dicho: ‘Tú no estudies, que para limpiar váteres siempre vas a encontrar trabajo’. Ahora se dedica a las redes sociales”, confiesa Sara. “Mi hijo trabajó solamente una temporada en un hotel. De fajín [botones]. Luego se metió en empresas del Estado y ya está. Claramente le he influido”, dice Silvia. “Mi hijo tiene un estudio relacionado con instalación de wifis, pero no le ha salido trabajo de lo suyo. Se metió con mi hermano, que es fajín, en un hotel de cinco estrellas y lleva dos temporadas. Su contrato es de solo siete meses pero le compensa. Mi familia, toda, toda, trabaja en los hoteles”, cuenta Xisca.

La conversación vuelve, entonces, a diseccionar las paradojas del turbocapitalismo. Sostienen las camareras de piso que las estrellas y el lujo implican más exigencia. Que las reservas online son sinónimo de estancias más cortas, y más curro, al acumularse más entradas y salidas de clientes durante la semana. Que la desaparición del turismo familiar provoca una relación más distante con los turistas. Que las palmadas en la espalda —en los foros económicos, en las ferias turísticas, en los folios de los comunicados de prensa— por alargar la temporada no es otra cosa que un regreso al pasado, cuando muchos hoteles se mantenían todo el invierno abiertos. Estas cuatro mujeres no han necesitado sacarse un título universitario para explicar en qué consiste la vida líquida sobre la que teorizó Zygmunt Bauman. La sociología —tantas veces— no es nada más que observar —y entender— lo cotidiano.


Silvia Contreras, la más veterana del cuarteto; nacida en Buenos Aires de padre argentino y madre chilena, vino a España hace cincuenta años y casi toda su vida laboral se la ha pasado limpiando hoteles: está recién jubilada

Sostienen las camareras de piso que las estrellas y el lujo implican más exigencia. Que las reservas online son sinónimo de estancias más cortas, y más ‘curro’, al acumularse más entradas y salidas de clientes durante la semana. Que la desaparición del turismo familiar provoca una relación más distante con los turistas

Dicen las kellys que aunque las condiciones laborales mejoren sobre el papel, empeoran en la práctica. Es inevitable que una cierta nostalgia del mundo analógico flote en el ambiente. “Te explico, verás. Cuando yo llegué a la isla, en los noventa, no te hacían fija-discontinua de primeras. Como mucho, contrato de nueve meses —empieza Sara— y luego tenías que estar un año sin trabajar en ese hotel antes de volver. ¿Qué es lo que pasa? Antes te decían: ‘Ahí tienes la puerta, te puedes ir porque cuando tú te vayas hay veinte esperando’. Y ahora te dicen: ‘No te vayas, por Dios, que necesito veinte trabajadoras y no las encuentro’”.

El relevo generacional de las kellys es una patata caliente, cuentan. Cuando se les pregunta por la edad media de sus compañeras, contestan al unísono: “Cuarenta y cinco”. Luego, Sara vuelve a tomar la palabra: “Yo creo que cada vez hay menos camareras de piso jóvenes porque el trabajo es muy físico y prefieren buscar otras cosas. Creo que cada vez vamos a ver a menos españolas haciendo este trabajo porque ya no viene gente de la península, la que decía ‘trabajo seis meses a full porque luego me voy a mi casa con un finiquito y un dinerito con el que, echando el paro, paso todo el invierno’, aunque si lo pienso bien, Xisca, tú eres la única mallorquina que conozco”. “Bueno, bueno”, bromea su amiga, “que mis padres son de Albacete”.

La xenofobia se cuela en los hoteles

Las cuatro constatan otra realidad: cada vez hay más migrantes y el discurso xenófobo de partidos populistas —al alza en los sondeos— se cuela en los hoteles. “A mí me indigna cuando escucho: ‘Los extranjeros no quieren trabajar porque viven de paguitas’. ¿Pero quién coño vive aquí con 480 euros al mes?”, dice Sara.

Las cuatro ‘kellys’ constatan otra realidad: cada vez hay más migrantes y el discurso xenófobo de partidos populistas —al alza en los sondeos— se cuela en los hoteles. “A mí me indigna cuando escucho: ‘Los extranjeros no quieren trabajar porque viven de paguitas’. ¿Pero quién coño vive aquí con 480 euros al mes?”

“Eso no solo se lo he oído decir a algunos políticos y hoteleros. También a propias compañeras, que es lo peor. Me siento muy mal cuando las oigo”, se lamenta Sara. Silvia, que nació en Buenos Aires de madre chilena y migrante en España —el país de varios de sus abuelos— “cuando el peronismo forzó la máquina y empezó a ponerse la cosa fea”, en el 75, meses antes del golpe de Videla, Massera y Agosti, se mantiene callada, con media sonrisa en la boca. La abrirá para hablar del Govern Prohens. Con ironía fina:

– La presidenta nos adora, nos adora. No hay manera de conseguir una reunión con ella, y mira que hemos coincidido en varios eventos, pero siempre dice lo mismo: “Cuando queráis, cuando queráis”. El “cuando queráis” se le ha quedado por el camino.

Le responde Cristina:

Somos un grano en el culo para [el PP]. Escuchando a la gente es como se resuelven situaciones. En cambio, la Armengol quería mucho a Sara.

– ¡Me sigue en TikTok!

Ironiza esta sevillana, que vino a Mallorca sin poder imaginarse que se convertiría en la voz de las camareras de piso del archipiélago: en la última década, Sara del Mar García es un nombre que aparece frecuentemente en las páginas de la prensa local y nacional: “Somos 30.000 kellys en estas islas. La mayoría, mujeres y estábamos invisibilizadas. El arraigo que hay —de toda la vida— es que el hombre es el que provee y la mujer es la que limpia. (¿Sabéis quién empieza a trabajar limpiando habitaciones? Los inmigrantes, porque en su país están acostumbrados a hacerlo). Nosotras venimos a rebufo de esas compañeras. Cuando hicimos la asociación ya se estaban movilizando en Barcelona.


Dos trabajadoras en un hotel de Palma

Somos 30.000 kellys en estas islas. La mayoría, mujeres, y estábamos invisibilizadas. El arraigo que hay —de toda la vida— es que el hombre es el que provee y la mujer es la que limpia

Sara
Camarera de piso

Fue en un grupo de Facebook: entraban camareras y daba igual que fueras de Madrid, del País Vasco, de Asturias o de Baleares: todas contaban lo mismo. La carga de trabajo, la jubilación, las lesiones… Oye, si nos pasa a todas, ¿vamos a hacer algo, no? Queda mucho por hacer, pero es verdad que cuando gobernaban los socialistas nos sentíamos más escuchadas. La Ley Turística la hicieron pensando en nosotras“.

Aquella ley —aprobada el 31 de mayo de 2022 por el pacto de centroizquierda pese a las múltiples tensiones que generó entre sus tres socios: PSIB, Més per Mallorca y Podem— incluía un método para medir las cargas de trabajo de las kellys. El pasado jueves, Catalina Cabrer (PP), consellera de Treball, Funció Pública i Diàleg Social, explicó que el 57% de los hoteles mallorquines ya han hecho las cuentas. La fecha límite es 2028. La marca el nuevo convenio, recientemente aprobado. Para la cabeza visible de Kellys Unión Baleares, “hecha la ley, hecha la trampa”.

“Algunas empresas están cambiando su mentalidad”

“¿Qué es lo que pasa? Que los empresarios van a intentar estirar el plazo al máximo. Porque el que haga la medición está obligado a ponerla en funcionamiento. Si la haces y no la llevas a cabo, yo, como delegada sindical, te voy a denunciar porque no puedes meterla en un cajón. Algunas empresas están cambiando su mentalidad. Mar Senses ha reducido las horas, hasta las treinta y siete y media a la semana, se ha rebajado la carga laboral a las mayores de cincuenta y ocho, a ocho habitaciones máximo. También pagan un plus, en la nómina, cada mes si pasas de unos objetivos. Así han conseguido estabilizar su plantilla y, además, si te están reconociendo el esfuerzo, y dando incentivos, ¿tú vas a trabajar con más ganas, no? La empresa también ve tu esfuerzo: si el trabajo sale, y sale bien, vamos a agradecer a los trabajadores el esfuerzo que han hecho durante la temporada, ¿no?”.

¿Pero las camas se elevan? La obligación de instalarlas también aparecía en la Ley del Turismo y es un tema que generó mucha polémica.

Varias miradas se cruzan en la mesa hasta que arranca Xisca: ¡Sí! De aquella manera, pero sí [ríe] En mi hotel son más de 800 camas: han pillado lo barato de lo barato… y nos están dando más trabajo al final. Te tienes que subir encima para bajarlas porque les cuesta. ¡Y encima crujen!”. Silvia le da la razón: “Yo las pillé antes de jubilarme y así era, funcionaban muy mal”. Incrédula, Cristina no se muerde la lengua: “Escúchame, que hay subvenciones, no habrán tenido que pagarlo todo. Es que cuando vienen llorando ganando lo que ganan, pienso: la temporá que les vaya mal…”.

“[Las camas se elevan] de aquella manera, pero sí [Xisca ríe]. En mi hotel son más de 800 camas: han pillado lo barato de lo barato… y nos están dando más trabajo al final. Te tienes que subir encima para bajarlas porque les cuesta. ¡Y encima crujen!”. Silvia le da la razón: “Yo las pillé antes de jubilarme y así era, funcionaban muy mal”. Incrédula, Cristina no se muerde la lengua: “Escúchame, que hay subvenciones, no habrán tenido que pagarlo todo. Es que cuando vienen llorando ganando lo que ganan, pienso: la ‘temporá’ que les vaya mal…”

Es Sara quien vuelve a contextualizar:

– Pero quien no pidió la subvención, la ha perdío. El debate de las camas elevables dura muy poco: es una modernización de la planta hotelera. Acuérdate cómo eran antes las camas de los hospitales: una mierda, comparadas con las de ahora. Pues en los hoteles, lo mismo: tú no puedes pretender que a estas alturas de la película sigamos tirando de unas camas que están a esta altura del suelo [pone la palma de la mano por debajo del filo de la mesa] y pesan como un muerto. En esta semana de cierre, que he tenido que ir por todos los pisos del hotel, he notao una barbaridad la diferencia entre las camas elevables y las camas que no se levantan. Las camas de hotel suelen tener seis patas, así de chicas [hace otro gesto con las manos] y tienes que retirarlas para meter la escoba porque, si no, se queda el bajo lleno de pelusas. ¡Terminas con la espalda reventá!

Tras una hora de entrevista, llega el momento de las fotos. Posarán, sonreirán y volverán a sus asuntos. Recuerdan el concierto de Antonio Orozco que vieron juntas en Alcúdia —el pasado julio— y ya tienen las entradas para ver —el próximo junio— el de Alejandro Sanz en el estadio de Son Moix. Antes de Navidad se irán de viaje —“con otras compañeras”— a Asturias y un par de noches a Madrid. Dormirán en hoteles. Por la mañana, antes de salir, pondrán “el cartelito” (“un cartel es el no molestar”, aclaran y dejarán, dicen, “las camas hechas”, “las toallas doblás”, “un lacito en la bolsa de basura”, y “unos euritos de propina”. Para que la camarera de piso “solo tenga que entrar, sentarse cinco minutos en la cama y tachar esa habitación de la lista”.