El disparo mortal del franquismo a la intelectualidad española: la represión del progreso como estandarte de la dictadura

El disparo mortal del franquismo a la intelectualidad española: la represión del progreso como estandarte de la dictadura

Desde el principio de la sublevación, los golpistas intentaron laminar a la intelectualidad que durante tres décadas había llevado a España a cotas jamás alcanzadas en el campo científico y del pensamiento

El ‘bibliocausto’ español, la quema de libros por el franquismo durante la guerra y la posguerra

Aquel grito del general golpista José Millán-Astray frente a Miguel de Unamuno de “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!” no solo fue una declaración de intenciones, sino la constatación de cómo la dictadura pronto apagaría con fusilamientos, encarcelamiento y depuraciones el gran advenimiento de la ciencia, las artes y la cultura desarrollados en España durante el primer tercio del siglo XX. 

El episodio sucedió en 1936, en la Universidad de Salamanca. No es casualidad. El régimen se cebó contra aquellos que, además de ser los personajes más reconocidos en su campo de conocimiento, decidieron poner su saber a trabajar por la honrosa empresa de mejorar la sociedad, entre los que se encontraban incluso católicos practicantes y de ideas conservadoras.

El profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) José María López ubica en la Junta de Ampliación de Estudios (JAE) el germen del intelectualismo que más tarde perseguiría la dictadura. “La Guerra Civil dinamitó todo eso, con un bando sublevado cuyas bases estaban en un proyecto intelectual ultraconservador que emparenta con las ideas más extremistas del siglo XIX y que, entre otras cosas, mantiene el catolicismo y una lectura muy tradicionalista como la base ideológica del nuevo régimen”, se explaya.

De esta manera, primero sublevados y más tarde vencedores intentaron laminar todo rastro de la JAE, el proyecto liberal e institucionalista en el que consideraban que estaba el inicio de la “antiespaña”, al igual que sucedía con la Institución Libre de Enseñanza (ILE), creada en 1876. Para López, la represión en forma de depuraciones de profesores en todos los niveles educativos y la censura en libros y la prensa es la versión cultural de la represión física que otros tantos, y a veces también los mismos, sufrieron por su posicionamiento político.

La Iglesia como martillo represivo

Javier Muñoz, también docente de Historia Contemporánea en la UCM, asegura que la corriente antiintelectual en la derecha española era algo esencial en ella. Es este profesor quien recuerda que para Enrique Súñer, presidente del Tribunal de Responsabilidades Políticas, “los intelectuales eran los culpables de la tragedia española, los malos maestros que había traído la República, quienes habían desespañolizado España importando ideas nocivas del extranjero y rompiendo con la tradición católica nacional”.

Estas ideas, por otra parte, no afectaban a los intelectuales de derechas como Marcelino Menéndez Pelayo, Donoso Cortés, Pedro Laín Entralgo, Rafael Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo y Ramiro de Maeztu. Muñoz recalca que la persecución a la intelectualidad concitó una saña especial por parte de los sublevados debido a la ligazón entre el nuevo régimen en construcción y la Iglesia: “Lo veían como una oportunidad de reconquista. La ILE era para la derecha la metonimia de todos los males y creía que la Residencia de Estudiantes y la de Señoritas funcionaba como un núcleo asociado al cosmopolitismo judaico y la francmasonería”.

Muñoz recupera las imágenes de las quema de libros en la Universidad Central, actual UCM, como el símbolo de la anticultura auspiciada por los alzados. “Cuando Millán-Astray dice que muera la inteligencia, dice que mueran los intelectuales, incluido Unamuno, que había criticado a los sublevados con su ”venceréis pero no convenceréis“”, sostiene este historiador.

De la ciencia a la sensibilidad social

Ni siquiera hacía falta que una persona hubiera tomado partido por una opción de izquierdas y/o republicana para que la dictadura quisiera castigarla. Tan solo debía ser sospechosa de ello, aunque las delaciones por parte de otras gentes, a veces arrastradas por la envidia, fueran infundadas. Jaume Claret, historiador y profesor de la Universitat Oberta de Catalunya (OUC), recalca que cuando estalló la Guerra Civil “la mayoría de los claustros de las universidades eran de derechas”. La purga afectó a la generación más joven, fruto de la JAE. “A menudo, la apertura científica iba acompañada de cierta sensibilidad social, y de ahí el compromiso político”, introduce.

Lo sucedido con los rectores de las universidades de Granada, Valencia y Oviedo demuestra hasta qué punto el franquismo atacó a la alta intelectualidad. Claret, cuya tesis doctoral aborda este fenómeno, enfatiza que el fusilamiento en julio de 1936 del salmantino Salvador Vila, formado en la ILE, rector en Granada y uno de los mayores especialistas en estudios árabes, se llevó a cabo en parte como castigo a su cercanía con Unamuno. “Cuando lo matan, su mujer todavía está en la cárcel junto a su hijo pequeño. Manuel de Falla intervino y consiguió su liberación. El régimen les obligó a bautizarse porque ella era judía no practicante, y se fueron de España en cuanto pudieron”, agrega.

El profesor de la UOC esgrime que “la represión no la hacía Franco, sino los propios colegas de profesión que delataban y perseguían a sus compañeros”. De ahí el dicho “¿quién es masón? El que va delante en el escalafón”. A fin de cuentas, detrás de cada sanción y depuración, o del exilio, quedaba un botín a repartir demasiado jugoso para las alimañas que promocionaría el nuevo régimen. “No solo perdimos grandes investigadores e intelectuales, también todos sus discípulos. La dictadura creó una nueva genealogía que entró en la universidad por mérito político, aunque después evolucionara su pensamiento”, precisa Claret.

El caso Peset: dos condenas, un fusilamiento

Juan Peset Aleixandre, rector de la Universidad de Valencia, murió fusilado el 24 de mayo de 1941 en el cementerio de Paterna, conocido como el Paredón de España por la cantidad de asesinatos que en él se realizaron. Martí Domínguez, profesor de Periodismo en la misma universidad, ha recuperado su historia en la novela “Ingrata patria mía” (Destino, 2025): “Peset era un hombre de ideas liberales y progresistas, practicante católico y casado con la mujer que presidía Acción Católica. Fueron sus mismos compañeros de universidad quienes le señalaron”, comienza a explicar el escritor. 

Con un expediente de cuatro carreras universitarias y un historial académico que le había llevado a lo más alto, este gran teórico de la medicina legal y toxicología decidió militar en Izquierda Republicana, incluso a pesar de la buena posición económica que disfrutaba su familia gracias al enriquecimiento obtenido por su laboratorio de análisis clínicos. 

Llegó a ser diputado en la época del Frente Popular. Domínguez recuerda que, en una primera causa, “Peset fue condenado a 30 años de prisión y un día por auxilio a la rebelión”. Salvó la vida, pero no por mucho tiempo. “Tres compañeros de facultad insistieron al juez, por lo que una nueva condena se tradujo en la pena de muerte por el agravante de haber incitado a los estudiantes universitarios a defender la República”, relata el profesor valenciano. 

Según este escritor, la necesidad de eliminar el intelectualismo por parte del franquismo fue sinónimo de la necesidad de acabar con el librepensamiento. “Peset no necesitaba meterse en política, pero como médico conocía la miseria del pueblo y la insalubridad de los hogares de los trabajadores y por eso decidió combatir por el progreso”, añade. 

En este sentido, “Ingrata patria mía” indaga en la biografía de Peset y aporta algunos nuevos indicios que explican qué sucedió con su cuerpo tras su muerte. Una vez fusilado en Paterna junto a otros tres hombres, su cadáver no fue enterrado en una fosa común como sucedió con los demás. El médico que tenía que confirmar su muerte había sido su alumno, y adulteró su segundo apellido. “Yo creo que avisó a la familia para que recogieran el cuerpo, que enterraron en un nicho junto a un hermano que había fallecido”, destaca el mismo Domínguez. En la seputltura no figuró el nombre de Peset hasta bien entrada la democracia.

El soldado fusilado por no fusilar a su rector

Claret también menciona el caso del rector de Oviedo Leopoldo García-Alas, hijo de Leopoldo Alas “Clarín”, uno de los principales motivos por los que fue fusilado el 20 de febrero de 1937. “Antes de matarle le pusieron orejas de burro al busto de su padre y lo volaron con dinamita”, rememora el profesor de la UOC. Según abunda, “García-Alas tan solo tenía la pretensión de modernizar la universidad, así que lo tenía todo para que una sociedad alérgica al cambio lo viera como un peligro”. También él coincidió con uno de sus alumnos, en este caso frente al pelotón de fusilamiento. El soldado se negó a participar y acabó pagando con su vida el respeto que le profesaba al rector.

Los por entonces sublevados consideraron que García-Alas merecía la muerte por ser miembro del Partido Republicano Radical Socialista y diputado en junio de 1931 por Oviedo dentro de la coalición republicano-socialista. En su causa judicial figuraban como indicios de su ideología el haber asistido a un mitin de Azaña, pertenecer al gobierno provisional de la República y convertirse en rector de la universidad ovetense tras la proclamación de abril de 1931.

Un retroceso sin igual en la ciencia y el pensamiento

No solo estos tres nombres pasaron a la historia como represaliados por el franquismo. López, el historiador de la UCM, recuerda también a Ignacio Bolívar, catedrático de entomología en la Universidad Central, aunque continuó como director del Museo Nacional de Ciencias Naturales y fue un miembro prominente de la JAE. “Al estallar la guerra, se fue al sur de Francia y luego a México. Siempre dijo que él moriría con dignidad”, añade el profesor universitario. Escribió más de 300 libros y descubrió más de un millar de especies, así como unos 200 géneros nuevos. Junto a su hijo Cándido, Bolívar creó la mayor escuela de entomología de España y modernizó por completo el citado Museo. Ahora apenas se le recuerda.

La dictadura también apartó de su cátedra de fisiología al político Juan Negrín, así como al químico Enrique Moles, cuya encarcelación acabó con su carrera académica. El gran discípulo de Santiago Ramón y Cajal, Jorge Francisco Tello, tuvo que dejar atrás sus investigaciones y trabajar para un laboratorio privado en la posguerra. 

Similar sucedió con Tomás Navarro Tomás, considerado el mejor fonetista que ha tenido España, autor de un manual escrito en 1914 que todavía hoy es referencia y discípulo de la escuela filológica liderada por Ramón Menéndez Pidal, “un peligrosísimo revolucionario”, ironiza López. El que fuera director de la Biblioteca Nacional de España entre 1936 y 1939, fue sancionado y nunca pudo regresar de Estados Unidos.

El historiador medievalista Claudio Sánchez Albornoz huyó del país y solo volvió a pisar suelo español tras 43 años de exilio en Buenos Aires. “Era un hombre de misa diaria, con una concepción muy conservadora de la historia de España, pero que siempre apoyó a la República”, comenta este López.

Tal y como él mismo desarrolla, muchas de las escuelas y disciplinas que habían conseguido poner al país casi al mismo nivel que sus homólogos europeos a principios del siglo XX quedaron totalmente desmanteladas con la Guerra. “Muchos de los perseguidos ni siquiera eran peligrosos revolucionarios. La JAE había acogido a científicos e investigadores, no a políticos”, añade.

Medio siglo después de la muerte de Franco, la sociedad española todavía desconoce las biografías de cientos de personas que pagaron con su vida la ilusión y su trabajo por el advenimiento de un nuevo mundo en un momento en el que parecía que todo era posible. Tampoco será posible saber a ciencia cierta qué hubiera sido de España si la edad de plata de la cultura y la investigación no se hubiera visto lastrada por un régimen que retrotrajo al país a las ideas más tradicionalistas y opuestas al progreso. Claret, el profesor de la UOC, cierra con una elocuente imagen: “Cuando hunden la JAE y se crea el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), lo primero que hacen es impulsar un instituto de Marialogía. Severo Ochoa estaba exiliado en el extranjero, pero, en cambio, teníamos un instituto centrado en la virgen María. Algo de retroceso sí que hubo ahí”.