Los minifunkos de ‘Stranger Things’ o la fiebre adulta por los muñecos: “Es como una enfermedad, si veo una caja, la compro”
Miles de personas en todo el mundo se afanan por terminar la colección de 24 minifunkos de personajes de la afamada serie que regalan en los Kinder Joy y que ya se revenden por hasta 100 euros
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Treintañeros que llevan más de la mitad de su vida sin comprar un Huevo Kinder ahora rebuscan en los códigos para intentar adivinar la sorpresa que les tocará. Ese es el resultado que ha logrado la redonda campaña de marketing en la que se han unido Kinder, Funko Pop y Netflix. En los huevos Kinder Joy desde hace unas semanas se pueden encontrar minifunkos de los personajes de Stranger Things, una de las series más aclamadas de la citada plataforma que calienta así el estreno de su quinta y última temporada el 26 de noviembre.
Estos minifunkos son la última versión de un fenómeno que lleva años repitiéndose en todo el mundo: adultos enloquecidos por conseguir muñecos adorables y cuquis que exhibir, colgar o pegar a la funda del móvil. Ahí están los Labubu, Sonny Angels, Smiskis, Sylvannian Families y los propios Funko Pops, unos productos que también hablan sobre el momento que vivimos. El filósofo Simon May, autor de El poder de lo cuqui (Alpha Decay), que ha reflexionado sobre esta dinámica, cuenta a elDiario.es que su éxito está relacionado con que, detrás de “lo cuqui” y sus cualidades encantadoras e inocentes, se esconde una “subversión amenazante de las fronteras en un lenguaje frívolo y burlón, sin demasiada seriedad”.
Raquel Cuevas está haciendo la colección de minifunkos de ‘Stranger Things’.
A Raquel Cuevas le gustaban los Funko Pop y Stranger Things es una de sus series favoritas. Todo estaba predestinado para que esta joven de 28 años que vive en Alcalá de Henares sintiera el fervor que ha levantado la colección de Kinder Joy, los antiguos Huevos Kinder de verano. Pasar por una tienda de alimentación le hizo caer. “Compré uno y ahí ya me picó la curiosidad. Luego compré más a ver si me tocaba el personaje que más me gusta de la serie, y uno a uno pues ya te pones y haces la colección completa”. Como tantos otros, Cuevas lleva más de la mitad de su vida sin comprar un Kinder Joy o un Huevo Kinder.
Tal es el furor que ella, igual que otros coleccionistas, en muchas ocasiones ni siquiera se come el chocolate. Si la colección son 24 muñecos en total, ya tiene unos 19 no repetidos, aunque la cifra aumenta a 35 si cuenta los que le han tocado varias veces. Esta alcalaína casi ha hecho un estudio de mercado sobre su precio. Según indica, los huevos individuales suelen estar en 1,50 euros, pero luego hay cajas especiales de tres, a poco más de 4 euros, y de seis unidades, a algo más de 7 euros. Ella ya se ha gastado unos 50. “Como los compras de uno en uno, no te das cuenta, pero no me gastaría ese dinero en un muñeco de Stranger Things”, sostiene.
Minifunkos a 100 euros
Como en toda colección, uno de los muñecos es mucho más difícil de conseguir que otros. En este caso, la colección se desdobla en dos, una la normal y otra que remite al mundo Upside Down (Del Revés, en castellano) que aparece en la serie. Todo indica que la particular snitch dorada de esta colección de Kinder Joy es el minifunko de Will en ambos casos. “Dijeron que en España todavía no ha salido, pero yo no sé si fiarme”, asegura Cuevas. Por el momento, ya hay ofertas en plataformas como Wallapop donde vendedores ofrecen cada muñeco de Will por 100 euros.
Sergio Laguna, a sus 30 años, acepta que lleva más de la mitad de su vida sin comprar un producto de Kinder. “También me estaba empezando a ver la serie, así que fui a saco a por los muñequillos”, precisa. Él jamás había comprado un Funko Pop y ahora, unas semanas después del primer huevo, ya lleva gastados unos 60 euros. “Es como una enfermedad. Cada vez que veo una caja en el súper la tengo que comprar”.
Minifunkos de Will a 100 euros en Wallapop.
Por qué triunfan los muñecos entre adultos
Este tipo de fenómenos llegan cada cierto tiempo impulsados por la globalización de las marcas y las modas, amplificadas por las redes sociales. Una revolución total en el momento de su aparición fueron los Sonny Angels, juguetes con aspecto de querubín diseñados por el japonés Toru Soya, que se compraban en paquetes sorpresa, en torno a los que también se ha generado una comunidad de intercambio y venta, y que no eran complicados de ver pegados en la parte trasera del móvil de miles de personas. Aunque hay pocas cifras de ventas al respecto, el portal Milanuncios cifra el aumento de las ventas de Sonny Angels en el 252% tan solo de octubre a noviembre de 2024.
El juego de azar es lo que también explotan los Labubu, unos muñecos de peluche coleccionables en forma de elfos creados por el diseñador hongkonés Kasing Lung y que a menudo se venden en cajas sorpresa agrupadas en líneas temáticas. Las ventas de estos productos han hecho que se dispare la empresa Pop Mart en Bolsa, alcanzando un valor de 40.000 millones de euros. El fundador de la compañía, Wang Ning, ya es la décima persona más rica de China.
Y no son solo los únicos ejemplos. Los Smiskis, muñecos que miden entre 6 y 7,5 centímetros de alto creados por el mismo fabricante de juguetes que los Sonny Angels; los Sylvanian Families, animales antropomórficos coleccionables de plástico creados por la empresa de juguetes Epoch desde Japón; y los propios Funko Pops normales, son otro tipo de juguetes por los que los adultos han sentido una inusitada atracción. Ahí queda el caso de la cantante Edurne, que en abril de 2023 atesoraba más de 750 funkos a los que dedica una habitación completa de su casa.
Muñecos labubu en una tienda.
Simon May, explica que estos productos “adorables” logran tanto éxito porque están realizados de tal forma que “también subvierten las fronteras entre lo que tradicionalmente se consideraba ámbitos distintos u opuestos, como lo masculino y lo femenino, lo humano y lo animal, la infancia y la edad adulta, lo viejo y lo joven”. Pone de ejemplo de ello a los Labubu: “Parecen inocentemente traviesos, pero sus ojos también son fuertes y penetrantes, y sus dientes afilados son algo amenazantes, y tampoco tiene un género claro”.
Este profesor de filosofía en el King’s College de Londres incide en que este tipo de productos “impotentes” transmiten también cierta protección, como una suerte de “escape de un mundo violento”. Según sostiene, “reflejan las tendencias profundas de nuestra época”. Y para ello las marcas son extremadamente importantes, a su parecer. De todas formas “objetos como Labubu y Hello Kitty no tendrían éxito como marcas, y no serían elegidos como socios por firmas ya exitosas, a menos que expresaran realidades profundas del espíritu de la época, como sucede”, finaliza.
El reto de acabar la colección importa más que terminarla
Fernando Montañés, profesor de publicidad y marketing en la Universidad Autónoma de Madrid y en la Universidad de Nebrija, enfatiza que estas campañas en base a coleccionables son de las primeras estrategias que se usan en promociones de venta. “No todas funcionan, pero las que lo hacen funcionan muy bien gracias a los premios inmediatos, algo que el neuromarketing ha estudiado con profundidad”, señala.
El también periodista especializado en publicidad recalca que, en este sentido, “el reto de acabar la colección es mucho más importante y satisfactorio que tenerla terminada”. De todas formas, las marcas se enfrentan a otro reto que han logrado con creces en este caso. “Tienen que conectar con su target, hacer algo atractivo, y convertirlo en moda o tendencia”, explica. A tenor de los numerosos vídeos de personas en TikTok que exponen sus cientos de minifunkos de Stranger Things, parece un reto superado.
El siguiente escalón que señala Montañés sería que la moda se convirtiera en un fenómeno: “Eso es más complicado, pero las redes sociales ayudan mucho a que algo así se viralice, sobre todo con la ayuda de influencers que exhiban el producto”. Por otra parte, desde jóvenes con cierta independencia económica hasta personas que alcanzan los 50 años se han visto arrastrados por esta fiebre de Labubus, Sonny Angels, Smiskis y Funko Pops.
Una campaña de boca a boca
Laguna, precisamente, empezó a hacer la colección de los minifunkos de Stranger Things por los vídeos en redes que veía sobre ella. El docente universitario expresa que “suelen ser modas que duran relativamente poco, muy puntuales y tácticas, pero absolutamente increíbles mientras duran”. Además, la habilidad entre Kinder, Netflix y Funko Pop ha hecho que el elemento promocional sea mucho más importante que el chocolate como tal.
A Laguna le quedan apenas cuatro para terminar la colección, y almacena unos 20 muñecos repetidos: “Llega un momento que es tan difícil que ya estoy mirando para comprarlos por Wallapop o Vinted”. Preguntado por ello, acepta que nunca pensó que le pudiera dar tan fuerte por una colección. “El chocolate ni me lo como, en la nevera hay como 30 medias esferas almacenadas”, asevera. Su idea es crear un expositor bonito y exhibir ahí la colección cuando la complete.
Laguna fue el inductor de otro amigo suyo, al que también le ha picado el gusanillo. Juan Rodríguez tiene 30 años y vive en un pueblo al sur de A Coruña: “Había visto los Funko Pop en algunos amigos, pero yo nunca me he comprado uno”, introduce. De todas formas, el furor por Stranger Things le ha hecho comprar unos ocho Kinder Joy en los últimos días: “Parecen pocos, pero yo llevaba quizá 20 años sin comerme un huevo de estos, ni me acuerdo de la última vez”, concluye.