La vida cooperativa ante la crisis de vivienda: «Me decían que iba a ser un timo, pero le debo todo a este modelo»
En torno a un millar de personas habita ya en viviendas cooperativas en cesión de uso, un modelo en auge en los últimos años y que se presenta como una fórmula alternativa a la propiedad y el alquiler
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Cuando Déborah Cuartero se planteó ser madre soltera, una de las principales barreras que tuvo que enfrentar fue la de encontrar una casa en la que poder criar a su futura hija. Era 2019 y compartía piso en Barcelona, en un alquiler que ya entonces rondaba los 1.000 euros. “Empecé a buscar, pero no había absolutamente nada que me hiciera posible irme sola y maternar, ni siquiera yéndome de la ciudad”, recuerda. En una de esas conversaciones cotidianas en las que se comparten las preocupaciones habituales, una amiga le recordó un proyecto que le había comentado un tiempo atrás, pero al que no le había prestado demasiada atención.
En enero de 2020, Déborah se embarcó en una cooperativa de vivienda en cesión de uso. En 2022, entró a vivir al que ahora es su hogar. En 2023, se quedó embaraza. Y, en 2024, nació su pequeña. Por el camino, a su proyecto vital se sumaron una pareja y las dos hijas de esta. “Lo que me está sucediendo, la vida que me hace feliz, no me la hubiera podido plantear de otra manera. Le debo todo a este modelo”, celebra.
Las cooperativas en cesión de uso son un modelo todavía poco conocido, pero que está empezando a crecer en algunas zonas. A diferencia de otras fórmulas cooperativas, esta no se disuelve cuando se construye la promoción ni se reparte la propiedad, sino que es la entidad quien la mantiene y transfiere el derecho de uso a los socios. “De esta forma, las casas operan de manera permanente e indefinidamente fuera de la lógica del mercado”, indica José Téllez, portavoz de Sostre Cívic, la principal referencia en el sector y una de las impulsoras de que este modelo escale.
Según los datos de la Red de Vivienda Cooperativa, en todo el territorio español hay alrededor de 200 proyectos de este tipo en marcha, 53 de ellos habitados por cerca de un millar de personas como Déborah y su familia. Como se aprecia en el siguiente mapa, con datos de la red, la mayoría de estos proyectos se ubican en Catalunya, una región con gran tradición cooperativista, pero donde también ha habido un impulso político a esas herramientas residenciales, inicialmente en el ayuntamiento de Barcelona durante el mandato de la alcaldesa Ada Colau, a partir de 2015, que luego se fue extendiendo a otras corporaciones y a instancias autonómicas, con una normativa que da a estas entidades derecho de tanteo y retracto.
Sostre Cívic tiene en marcha un total de 25 proyectos, con un total de 560 viviendas, de las cuales 150 agrupadas en 12 promociones ya están habitadas. “De momento, somos la única organización en Catalunya con diferentes proyectos, lo que nos permite introducir economías de estala, incorporar conocimiento y ofrecer proyectos ad hoc”, explica Téllez.
La Balma, en Poblenou (Barcelona), fue el primer proyecto de obra nueva de esta organización, en el que los socios y ahora vecinos tuvieron que remangarse para ganar un concurso del Ayuntamiento, que ofreció varios terrenos para grupos que quisieran impulsar este modelo. Mar Diéguez Arissó, educadora social, estaba dentro de ese grupo semilla. “Siempre he sido una persona muy de manada, de comunidad. Hace unos años, con unos amigos, encontramos un bloque donde se alquilaban varios pisos y estuvimos viviendo así durante 10 años, pero queríamos algo más, así que en 2015 nos apuntamos a Sostre Cívic, cuando había una persona a media jornada y muchos voluntarios. Hicimos grupos y tuvimos que currarnos el proyecto, un estudio del barrio, contratar arquitectos…”.
Mar, Alejandro y Lleó, en la vivienda cooperativa La Balma en Poblenou
Fruto de aquellos trabajos, La Balma es ahora un ejemplo de convivencia cooperativa. “A veces nos sentimos un poco monos de feria, porque siempre hay grupos que quieren ver el edificio y cómo vivimos”, bromea Mar, “pero somos conscientes de la responsabilidad de enseñar el modelo”. En su bloque, cada familia habita una casa, pero también los abundantes espacios comunes: desde una lavandería o una sala de coworking, hasta cocinas comunitarias, habitaciones comunitarias o un baño adaptado, ante futuras necesidades.
La aportación inicial en estos proyectos varía en función del apoyo público o la falta de él, pero también del lugar en el que se ubican o de las necesidades del proyecto. Por ejemplo, comprar suelo y levantar es más caro que rehabilitar. Pero si un ayuntamiento ofrece los terrenos o da ayudas a la renovación de edificios, el proyecto reduce costes. Así, en Sostre Cívic, las aportaciones iniciales van desde los 2.000 o 3.000 euros, hasta los 30.000 y las cuotas mensuales, con las que se devuelve la financiación y se hace frente a los gastos habituales oscilan entre los 300 y los 800 o 900 euros.
Estos precios son, de facto, una barrera de entrada. Déborah tuvo que pedir financiación a la cooperativa La Dinamo y Mar se fue a vivir un tiempo a casa de su madre para ahorrar. De hecho, este modelo no pretende resolver por sí mismo la crisis de vivienda que permea en España. “Está pensado para personas con cierta capacidad de ahorro, que no pueden permitirse una casa en propiedad. No es un modelo escalable a familias vulnerables, aunque colaboremos con otras entidades que trabajan con estos grupos y dejamos espacios”, explica Téllez, que defiende la necesidad de impulsar un parque público, mientras estas herramientas se posicionan como un “contrapeso al mercado libre”. Por ejemplo, en la Balma, una de las viviendas se reservó para un ex menor extranjero tutelado, que ahora es un miembro de pleno derecho de esa comunidad.
Nacho García y su hija Olivia, en la promoción de vivienda cooperativa en cesión de uso de Entrepatios, en Usera
Una de las dificultades de las cooperativas en cesión de uso es que juegan en un mercado especulativo con las reglas de un modelo que no lo es, explica Nacho García, del grupo Entrepatios, en Madrid, surgido en 2010. “Éramos varias personas, que ya lo habíamos intentado previamente, porque queríamos lo que tenemos ahora”, dice. Lo que tienen ahora es una promoción de 17 viviendas en el distrito madrileño de Usera. Un edificio de madera, con espacios comunes donde todo el mundo se conoce, se apoya y convive. “Esto surge porque queremos hacernos la vida más fácil y ser más felices aportando soluciones colectivas”, insiste.
Tras el éxito del primer proyecto, habitado desde 2020, el grupo impulsó una segunda promoción en Vallecas, con otras 10 viviendas, y trató de lanzar una tercera, que acabó disolviéndose por los precios de un mercado disparado. “La aportación inicial en la primera promoción era de unos 47.000 euros por vivienda y ahora es difícil menos de 70.000, por el precio del suelo, mientras las cuotas de uso son unos 750 al mes”, explica García, que defiende este modelo frente al hipotecario: “Aquí, si un día decides irte, se te devuelve la aportación inicial y ya está. No estás sujeto a una hipoteca y la cuota mensual está por debajo del alquiler, pero no tienes un casero y nadie te la va a subir”.
La secretaria general de Vivienda para Europa en Housing Europe, Sorcha Edwards, que ha participado este viernes en la presentación de la Red de Vivienda Cooperativa española, incide en que esto modelo “ayuda a proteger a las personas frente a la especulación”. “Las cooperativas no pueden venderse fácilmente a fondos de inversión, ya que todos los cooperativistas deben estar de acuerdo. Por tanto, junto a la vivienda pública, puede ayudar a construir un escudo en nuestras ciudades y pueblos contra la especulación”, indica a preguntas de elDiario.es.
Aunque la propia Edwards reconoce que ningún país ha sido inmune a la evolución de los precios de la vivienda y cada modelo es “muy difícil de replicar” por la propia “cultura, norma y tradiciones, si se puede extraer una enseñanza común: que distintos países han encontrado formas de mantener la financiación de estos modelos dentro del sistema”. “La financiación de circuito cerrado de las cooperativas alemanas, el éxito suizo en la emisión de bonos sociales, las herramientas de acceso al suelo del sólido historial medioambiental del modelo sueco o la longevidad y creatividad italiana con la colaboración entre diferentes sectores cooperativos, como la cultura, la construcción o la agricultura”, enumera la experta.
El nuevo Plan Estatal de Vivienda pretende impulsar esta herramienta en España, como “una de las respuestas más sólidas frente a los desafíos habitacionales”. “Este modelo ha dejado de ser una mera alternativa, para consolidarse como una realidad tangible y una solución colectiva e igualitaria en materia de vivienda”, explican desde el Ministerio que dirige Isabel Rodríguez, donde celebran que las cooperativas en régimen de cesión de uso “han multiplicado por veinte su presencia desde 2020, hasta acercarse a las 2.000 casas en 2025”. En este sentido, el nuevo plan, abordado también con sociedades cooperativas, incluye líneas de financiación para la compra o promoción de viviendas y para la rehabilitación.
El secretario de Estado de Vivienda, David Lucas, asistió hace unos días al acto de inicio de las obras de la promoción Ca l’Ordit, con 62 casas proyectadas sobre suelo municipal cedido por 99 años a Sostre Cívic. “Este proyecto es fundamental, no solo para hacer viviendas asequibles, sino para hacerlas de calidad y que las acciones de las administraciones públicas beneficien a aquellos colectivos que más necesidades tienen”, resaltó. “Esto demuestra que podemos estar en la caja, como una herramienta más para promover vivienda pública, social y asequible, con el impulso y la autogestión de las comunidades”, indica Téllez, que reconoce la colaboración con el Ministerio en los últimos meses, a quien le pide que apoye en la sistematización de suelo por parte de las entidades locales, que se destine el 5% de los 7.000 millones de euros del plan a este modelo y que se normalicen las bonificaciones fiscales.
José Antonio, socio de la cooperativa Tartessos, en Rincón de la Victoria, Málaga
Estos modelos, con grandes similitudes, pero también algunas diferencias en función del proyecto, se presentan también como respuesta a algunos de los grandes temas en torno a la vejez. José Antonio tiene ahora 67 años, pero desde algo más de una década comenzó a preocuparse por cómo afrontar las siguientes. Este hombre es, por el momento, vecino de Rivas, en Madrid, donde estuvo vinculado a proyectos sociales, como el banco del tiempo o de alimentos. “Cuando nos llegaron los 50 y pico, fuimos a una charla sobre envejecimiento activo y, como veníamos de proyectos sociales, nos planteamos por qué no nos atrevíamos a montar algo. Comenzamos medio en broma, hasta que vimos que había experiencias en Europa y Estados Unidos y nos dimos cuenta de que esto se podía hacer”, explica.
De aquel grupo semilla de unas 20 personas en Rivas, que se conocía desde hacía más de 30 años, surgió Tartessos, una urbanización con 65 socios —uno por vivienda— y unas cien personas esperando a que finalicen los últimos detalles de la obra para entrar a vivir, en la modalidad de cohousing senior, en Rincón de la Victoria, Málaga. En su caso, la aportación de capital inicial fue de unos 115.000 euros, porque quería reducir la cuantía del préstamo necesario para la financiación. Aunque uno de los principales retos fue convencer al Consistorio para que les permitiese levantar el proyecto sobre suelo dotacional. “No queríamos división horizontal, ni especular. Queríamos un edificio comunitario y, después de un año, no pudieron decirnos que no”, se enorgullece José Antonio. Es un win-win, porque reservaron un porcentaje de las plazas para los vecinos del pueblo y ofrecieron al municipio un espacio dotacional, del que carecía.
José Morgado, vicepresidente y director de la cooperativa Tartessos
En este proceso, el grupo semilla contó con el apoyo de la Federación Andaluza de Empresas Cooperativas (Faecta). De hecho, cuando se presentaron en su sede para asesorarse en el camino, embarcaron en esta aventura a su entonces presidente, José Morgado. “Lo que me motivó fue escucharles hablar de envejecimiento activo, de autonomía, de dignificar esa parte de la vida. Todos hemos visto esas últimas etapas de la vida en nuestro entorno, con nuestros padres o abuelos, en los que hay dependencias o grandes dependencias, los hijos tienen que hacerse cargo o se va a una residencia, hay disputas familiares… Yo no quiero ser una carga para mis hijas y aquí haces relaciones totalmente nuevas con gente en la que coincides en el 90% de las cosas, mientras tienes tu propio apartamentos y zonas comunes”, defiende.
En este caso, la idea principal es que los socios, que deben establecer ahí su residencia habitual para que no se convierta en un lugar de vacaciones, puedan permanecer en el proyecto, incluso ante situaciones de gran dependencia. “Hemos creado un fondo solidario en el que cada uno va a ir aportando de 40 a 60 euros al mes, en función del tramo de edad. Calculamos que, de aquí a 10 o 15 años, generaremos una bolsa de unos 700.000 euros, con los que atender a aquellas personas que no puedan ser atendidas con su pensión”, explica Morgado.
Al margen de factores económicos o de financiación, hay elementos culturales que lastran el auge de las cooperativas en cesión de uso. “A menudo, la narrativa en España gira en torno a la ideología, en lugar de la evidencia”, apunta Edwards, que considera que eso de que este es un país de propietarios, “puede ser históricamente cierto o reflejar la realidad de gran parte de la población, sin embargo, actualmente, demasiadas personas pagan alquileres muy altos a cambio de una seguridad muy limitada, mientras los países más competitivos y preparados para el futuro, necesitan una masa crítica de opciones flexibles y no explotadoras”.
“No es un camino fácil”
También juega en contra el desconocimiento. “Al principio, todo el mundo me decía que a ver si iba a ser un timo, porque no hay una cultura [del cooperativismo] y lo máximo que le suena a la gente son las comunas hippies. Yo también tuve dudas, hasta que vi la web de Sostre Cívic, fui a reuniones, planteé todas mis preguntas y vi otras experiencias que te hacen confiar. Ahora mi familia me ve viviendo tan bien que son ellos los que van por ahí hablando del modelo”, explica Déborah, para quien este modelo sumaba un plus al del acceso a una vivienda digna y asequible: “Todo lo que me ha aportado a nivel relacional, de cotidianeidad con los vecinos, tienes siempre vista, las niñas salen a jugar por la finca y todos las saludan. Se hace mucho vínculo”.
“Tienes que tener muy claro que no es un camino fácil, porque a veces llegas de trabajar y no te apetece ir a una comisión. Es un modelo distinto que te tiene que gustar”, advierte Mar, satisfecha con esta forma de vida. “Mi hijo tiene seis años y le encanta. Estas navidades le pediremos unos walkie talkie para localizarlo, porque se mueve por todo el edificio”, bromea, “pero también me preocupa lo que ocurrirá cuando sea mayor, porque cree que esta es la manera normal de vivir, así que le vamos contando que esto no lo tiene mucha gente”.
El tema de las herencias es también un asunto que se aborda en todas las cooperativas de cesión de uso. La aportación inicial de capital se hereda en todos los casos, del mismo modo que se devuelve si algún socio opta por dejar la cooperativa. En el caso del derecho de uso, los herederos deben cumplir los requisitos que cada grupo decida. En La Balma, por ejemplo, deben ser socios de la cooperativa y estar empadronados en el domicilio. “Hubo mucho debate, porque teníamos dudas sobre seguir reproduciendo ese modelo”, explica Mar. En Entrepatios, sin embargo, las condiciones son más laxas, pero también exigen que la relación de los hijos con el proyecto esté viva. “Si a lo largo de su vida han roto lazos y se han dedicado a especular con la vivienda, tienen pocas posibilidades de entrar, pero si siguen viniendo a vernos y permanecen vinculados, tienen preferencia”, explica Nacho.
Hasta entonces, Nacho, que vive con pareja y sus dos hijos, insiste en que sus vidas son “facilísimas”: “Nosotros queremos compartir nuestras vidas. No quiere decir que tengamos que compartirlo todo, sino que entendemos las relaciones de vecindad desde un espíritu de ayuda. Yo entro por la puerta del portal y ya me siento en casa”.