Miguel Ángel Aguilar: «Las últimas ejecuciones son el momento más desolador que he vivido como periodista”
El reconocido cronista publica ‘No había costumbre’, una reconstrucción de la muerte de Franco a partir de las tensiones políticas y periodísticas de los decisivos días que marcaron la historia de España
El disparo mortal del franquismo a la intelectualidad española: la represión del progreso como estandarte de la dictadura
Miguel Ángel Aguilar (Madrid, 1943) es de los periodistas que no necesita recurrir a las notas para recordar detalles de episodios que ayudan a entender el devenir de este país. Su currículum es tan vasto como su memoria, desde los inicios en el Diario Madrid a director de Diario 16 y después de la Agencia EFE a columnista de El País, La Vanguardia o 20 Minutos, por citar solo algunas de los muchas etapas de este cronista que lleva 50 años informando sobre la política española.
Ahora publica nuevo libro: No había costumbre (Ladera Norte), una crónica que en primera persona recompone los últimos días de Franco y lo hace con los habituales tintes irónicos de los textos de Aguilar, pero, también, con toda la crudeza del final de una dictadura que parecía que no se acabaría nunca.
En el libro sitúa al lector en un contexto que incluso pueden haber olvidado muchos de los que vivieron el franquismo y es que parecía que era un régimen que no se extinguiría con la muerte de su fundador. El famoso atado y bien atado.
Primero, partimos de que cuando Franco es designado por la Junta de Defensa en una finca de reses bravas en Salamanca, de la cornucracia, no se pone límite. A él le nombran jefe del Estado. Una vez que sus aliados, los que le han ayudado a ganar la guerra, Hitler y Mussolini, acaban derrotados, Franco ve que queda mal colocado en el tablero. Además, hay ayudas para los países vencedores, plan Marshall, y hay ayudas para los países vencidos, pero a nosotros no nos enganchan por ninguno de los lados, ni somos vencedores ni vencidos. Somos un poco los que quedan por vencer, los que quedan por apear del burro. Y eso nos deja fuera de todas esas ayudas y fuera de la escena internacional.
Entonces él se preocupa por presentarse de otra manera. Hay que tener presente la ley de sucesión en la Jefatura del Estado. Esa ley empieza diciendo que España está constituida en reino. ¿Qué dice la ley de sucesión sobre las condiciones? Pues que para ser proclamado rey hace falta ser español, varón, tener más de 30 años y ser católico. Vale, todo eso lo cumplía Don Juan y por eso era temible. De ahí que Franco busque al hijo, a Don Juan Carlos. ¿Por qué? Porque tiene ocho años. Y hasta que cumpla 30 tiene margen.
Juan Carlos vuelve a ser protagonista estos días. ¿Qué opinión tiene sobre él, su papel entonces y también después?
A mí me parece que don Juan Carlos, sobre el cual se puede discutir, discrepar o abominar, debe ser reconocido por encima de todas las cosas por la una función decisiva en algunas de las cosas que nos permiten que estemos aquí tranquilamente tú y yo conversando.
Por ejemplo, y vuelvo un poco a tu primera pregunta, cuando se empezó a percibir que Franco iba cumpliendo años y que era hombre, luego era mortal, surge la pregunta: ¿después de Franco, qué? Y aparecen franquistas que lo que dicen es que después de Franco, las instituciones. Lo que pasa es que el primero que no creía en las instituciones era Franco. Él, cuando en el año 61 convoca a los alféreces y similares excombatientes de la gloriosa cruzada, les dice dos cosas. Una es ‘mientras Dios me dé vida, estaré con vosotros’. La segunda es que ‘después de Franco, las Fuerzas Armadas’, constituidas en guardianes de la perennidad del régimen.
Describe cómo el dictador se basaba en una interpretación primitiva del poder. ¿Solo le obsesionaba perpetuarse?
Nunca se puso plazo, jamás. En un Consejo de Ministros, en un momento en que había bastante alboroto estudiantil, algún ministro comentó que esos tiempos le recordaban a los del general Primo de Rivera. Y Franco le contestó: ‘Con una diferencia, porque el general Primo de Rivera tenía varias opciones y a mí me sacarán de aquí con los pies por delante’
¿Cómo fue la relación entre el rey Juan Carlos y Franco? ¿Entiende los elogios que ahora el rey emérito le dedica al dictador en su biografía?
No los he leído, pero no le doy excesiva importancia. O sea, creo que para llegar a ser proclamado rey tuvo que pasar por muchas proximidades indebidas, no había otra manera.
Él pensaba en prestar un servicio para la recuperación de la monarquía y eso tenía que venir de la mano del general vencedor. La proximidad con Franco le permite un punto de observación interesante y también de contraste. Porque, por ejemplo, él ve que Franco no puede viajar, no puede salir al extranjero. Juan Carlos aspira a verse como los de su misma condición, las otras monarquías europeas. En ese sentido tiene algo que ver con el conjunto de los españoles porque el resto no sabíamos mucho de muchas cosas, pero sí teníamos una cosa clara. Queríamos ser como los de alrededor, como los franceses, los británicos o los holandeses.
El libro ayuda también a entender la importancia de la prensa extranjera y cómo los corresponsales actuaban a veces como garantía frente a las agresiones del régimen.
Su papel fue muy importante. Nosotros nos amparábamos en la prensa extranjera. Que nuestros documentos, manifiestos, lo que fuese de las fuerzas de oposición tuviera un reflejo en la prensa extranjera era para nosotros capital, porque eso además nos daba cierta inmunidad. Si habías salido en ‘Le Monde’, no te podían torturar en la Dirección General de Seguridad.
Yo tuve el interés y el propósito de asistir a las últimas ejecuciones y a quien llevaba en el coche era a Ramón Orozco, redactor jefe de Cambio16 y detrás quien iba era Friedrich Kasseber, el corresponsal del diario alemán Süddeutsche Zeitung.
Explica que los periodistas que estuvieron ahí ese día se convirtieron en el público que marcaba la ley en las últimas ejecuciones. ¿Cuántas veces a lo largo de su vida se ha acordado de esa jornada?
Es un momento que todavía me conmueve mucho. Seguramente es el momento más desolador, de mayor tristeza que he vivido como periodista.
Escribe una frase que es una de esas que llaman la atención: “He pensado que hay una terrible simetría en la vida de Franco: termina como empezó, firmando penas de muerte. Fusilando”.
Es probablemente uno de los mejores resúmenes de lo que fue la figura y también el franquismo. Esto lo aprendí en un libro de un coronel, Carlos Blanco Escolá, que hizo un libro titulado ‘La Incompetencia Militar de Franco’. Ahí cuenta que la primera ejecución que ordena Franco es la de un legionario. Él consulta con Millán-Astray qué tiene que hacer para fusilar a un legionario, y este le dice que hay que hacer un consejo de guerra y esperar a que se dé por enterado el Gobierno de la nación. La segunda carta que Franco le envía es para decirle ‘he fusilado a un legionario’.
Franco asciende por méritos de guerra. ¿Y cómo termina la vida útil, la vida cerebral de Franco? Fusilando. Una de las últimas cosas que hace en su vida consciente es mandar a cinco personas al paredón.
Franco asciende por méritos de guerra. ¿Y cómo termina la vida útil, la vida cerebral de Franco? Fusilando.
Y llegamos a la Transición. ¿Es de los que creen que fue modélica, de los que dicen que es un periodo que se ha maquillado mucho o de los que consideran que ni tanto ni tan poco?
Bueno, yo creo que no había modelo. Nos han contado que si la pizarra de Suresnes, que si la pizarra de Estoril, cuando lo cierto es que no había pizarra. No había guion. Lo que había era el reencuentro de los españoles. Date cuenta que cuando terminó la guerra no empezó la paz porque lo que empieza es la victoria. Franco vive de mantener encendido el orgullo de ejército vencedor y del prestigio del terror, de esas dos cosas vive. Para que empiece la paz hay que esperar hasta la constitución de 1978. Mientras tanto, lo que tuvimos fue la victoria.
El libro es también una cierta reivindicación de una manera de ejercer el periodismo que se estila cada vez menos. El que buscaba y encontraba noticias en los bares que frecuentaban algunas fuentes, también el que hacía guardias interminables. ¿Lo echa de menos?
No, porque lo practico.
Pero en general se practica poco.
Sí, para mí resulta bastante deprimente ver cómo los periodistas han desertado de estar presentes en los acontecimientos. El primer deber de los periodistas es el de ser testigos oculares de lo que sucede. Muchos periodistas prefieren ver los acontecimientos por televisión.
O por las redes.
En lugar de estar en el acontecimiento. Eso lo llamo periodismo de inmersión, que también tiene limitaciones porque si estás dentro de una manifestación, tu radio visual puede ser de 50 metros, pero lo que ves es real mientras que la pantalla no te transmite, no te impregna del acontecimiento que está sucediendo.
Y desde la tribuna de cronista parlamentario, ¿qué percepción tiene de las sesiones en el Congreso de los Diputados?
Muy penosa porque suelo ir, sobre todo, a las sesiones de control y luego a las comisiones que me interesan, la de Defensa, Asuntos exteriores o la comisión constitucional. ¿Por qué me produce esa impresión penosa? Porque es el cultivo del antagonismo, del cainismo, del enfrentamiento.
Como estamos hablando de tiempos pasados, las situaciones de entonces eran muchísimo peores que las que tenemos ahora. Pero lo que ahora son pésimas son las actitudes. También pienso que el Gobierno es siempre más responsable que la oposición porque tiene la capacidad de inducir el comportamiento de la oposición. Y este Gobierno no está haciendo una inducción muy positiva, sino que está alentando el cainismo.
Este Gobierno está alentando el cainismo
La última. Concluye que el objetivo de este libro es explicar de dónde venimos a las nuevas generaciones. El CIS publicado en octubre señaló que más del 17% de los jóvenes cree que la democracia actual es peor que la dictadura franquista. ¿Qué está fallando?
Bueno, falla que solo se aprecia aquello de lo que se ha carecido. Nosotros apreciamos la libertad porque no la tuvimos, porque tuvimos que luchar por ella, porque estuvimos carentes de libertades.
Esta gente que habla con ese desparpajo, por lo contrario, se encontraron con que las libertades y la democracia ya estaban. Y por eso lo dan por hecho, aunque es un craso error. Porque las libertades no se alcanzan de una vez para siempre. Están sometidas a un proceso permanente de erosión, de corrosión, de oxidación. Es preciso vigilar para que se mantengan plenamente vigentes.