De corruptos y corruptores a estrellas mediáticas

De corruptos y corruptores a estrellas mediáticas

La entrada en prisión de Ábalos y Koldo es un torpedo en la línea de flotación de Sánchez, único responsable del nombramiento de ambos, pero por el momento no hay prueba alguna que acredite el relato que corruptos y corruptores han esparcido sobre la supuesta bomba que tumbará al Gobierno. Siempre, claro, con la ayuda de un periodismo que les presenta como seres de luz y de verdades absolutas

El juez del Tribunal Supremo envía a prisión provisional a Ábalos y Koldo García

El empeño en desprestigiar el periodismo forma parte de un descrédito general que incluye a elementos básicos de la democracia. Está en los manuales de la ultraderecha y es ya el deporte nacional por excelencia. Los periodistas son pieza de caza mayor en una ofensiva especialmente devastadora contra quienes lo que persiguen es proporcionar al ciudadano la información que necesita para ser libre y para formar su propia opinión. Una estrategia que es más destructiva si cabe contra aquellos opinadores que tratan de construir su juicio con información veraz, datos contrastados y testimonios de primera mano.

La información no es un simple relato de los hechos, sino una sucesión de acontecimientos, datos y declaraciones dentro de un contexto sin el que el periodismo deja de tener sentido. Y, aunque este oficio es un terreno de juego con normas y procedimientos claros, en los últimos tiempos hay quienes se empeñan en erigirse en adalides de un falso periodismo de investigación, que poco tiene de indagación y mucho de manipulación, mentira y espectáculo. A veces lo que llaman exclusiva solo es material radiactivo que esconde intereses espurios y que proviene generalmente de fuentes abyectas.

Y aquí ya entra en juego algo que es de primero de periodismo y se llama ética, algo que aconseja mantener una distancia prudencial con todas las fuentes. Con las solventes y con las infames, en especial cuando se trata de interlocutores sobre los que pesan serias sospechas de corrupción o están inmersas en algún otro procedimiento penal.

Claro que el periodista puede -incluso debe- obtener información de diferentes fuentes, incluso de corruptos y corruptores. Cuestión distinta es que convierta el testimonio del delincuente -o presunto- en dogma de fe o en un bochornoso espectáculo que destile cercanía y connivencia con el personaje hasta perder la independencia o la necesaria distancia para informar. 

Está pasando. Por ejemplo, con los publirreportajes que nos han regalado sobre el ex asesor Koldo García en diferentes digitales o las entrevistas al empresario y corruptor confeso Víctor Aldama, que ya se pasea por los platós de televisión como por su propia casa. Es una práctica con la que cierto periodismo parece ponerse al servicio de la corrupción y la delincuencia hasta el punto de presentar al malhechor ante sus lectores, oyentes o espectadores como un ser de luz y de verdades absolutas, que viene a salvar a la democracia. De Pedro Sánchez, por supuesto. 

Lo importante no es conocer la verdad, ni cuánto robó, ni el tiempo que lleva estafando… Lo esencial es que cada día esparza, con falsedades o medias verdades, material tóxico que contribuya a la confusión general y ayude a crear una opinión, aunque ésta carezca de hechos ciertos, datos contrastados o pruebas irrefutables.

La entrada en prisión de Ábalos y Koldo García que decretó este jueves el Supremo es, sin duda, un torpedo en la línea de flotación de Pedro Sánchez, único responsable del nombramiento de ambos y del de Santos Cerdán, pero por el momento no hay prueba alguna que acredite el relato que corruptos y corruptores han esparcido sobre la supuesta bomba que acabará con el Gobierno durante meses y que diferentes medios de comunicación de la derecha han dado por cierto. 

El que fuera secretario de organización del PSOE y exministro de Transportes y su ex asesor están siendo juzgados por el caso Koldo, una presunta trama de corrupción vinculada a la compra de mascarillas durante la pandemia. La Fiscalía Anticorrupción les atribuye cinco delitos graves: organización criminal, cohecho, tráfico de influencias, malversación de caudales públicos y uso de información privilegiada. 

El daño para el Gobierno y para el propio Sánchez son inapelables, pero si aceptamos que la información es parte del espectáculo y que informar es convertir a corruptos y corruptores en estrellas mediáticas, estaremos contribuyendo al desprestigio. Y no solo del periodismo, también de la democracia.