Así volvimos a las tiendas de barrio

Así volvimos a las tiendas de barrio

Resulta que al final el pequeño comercio sí que tenía «futuro»: reconvertirse en punto de recogida de las mismas plataformas y tiendas online que le han birlado la clientela. Ser el almacén a pie de calle y a bajo coste de los gigantes y no tan gigantes del comercio electrónico

Perdonad que me salga un rato de la inagotable y agotadora actualidad política, para comentar un fenómeno sorprendente: la vuelta de la gente a las tiendas de barrio. La vuelta masiva. Venga a decir que el pequeño comercio se muere, que si Amazon, que si la compra online, que si las franquicias y grandes superficies…, pero yo veo todos los días colas de gente en las tiendas de mi barrio, las de toda la vida. Estos días de Black Friday las colas son aún más largas en los pequeños comercios, y lo mismo pasará con el Cyber Monday y las venideras compras navideñas: en la mercería, la papelería, la ferretería, el estanco, la tiendecita de prensa y chuches, todas con gente esperando en la puerta porque no se cabe dentro. También pasa en tu barrio, ¿verdad? Qué alegría. Chúpate esa, Amazon.

Espera, espera, que no. He pedido la vez en un par de colas, y resulta que la mayoría no está ahí para comprar calcetines, ollas ni periódicos. Han venido a recoger paquetes. O devolver paquetes. O recoger un paquete y devolver otro. O recoger el segundo paquete después de haber devuelto el primero. Al entrar en una de ellas veo tras el mostrador torres de cajas y envoltorios de todos los tamaños, mientras el dependiente, pistola de códigos en mano, va comprobando el destinatario y entregándolos.

Resulta que al final el pequeño comercio sí que tenía “futuro”: reconvertirse en punto de recogida de las mismas plataformas y tiendas online que le han birlado la clientela. Ser el almacén a pie de calle y a bajo coste de los gigantes y no tan gigantes del comercio electrónico. 

Hay quien lo ve como una buena noticia: los comercios consiguen que la gente entre, y mientras recoges el paquete echas un vistazo al género y a lo mejor acabas comprando unos calcetines, una olla o el periódico. De paso, el comerciante se lleva un dinerillo por cada paquete recogido. Y no solo eso: dicen los optimistas que así se reducen los kilómetros que recorren los envíos respecto a la entrega a domicilio. Sigue siendo un disparate insostenible de emisiones contaminantes y envoltorios, pero un poco menos. Leo el dato: desde el Black Friday hasta navidades se moverán en España 125 millones de envíos, con una media de 4,3 millones diarios, y picos superiores a los cinco millones algunos días.

Para quienes compramos online, también todo ventajas: no tienes que estar pendiente del repartidor, ni se retrasa tu envío porque no estabas en casa cuando lo trajeron. No me digas que no tiene su gracia: compramos masivamente online por ser barato pero también por comodidad y rapidez, desde casa con un clic; pero luego nos desplazamos a recogerlo a la misma tienda a la que no fuimos a comprarlo porque no tenemos tiempo, porque hace mucho frío y se compra mejor desde el sofá. No sé, igual trae más cuenta comprarlo desde el principio en una tienda, donde puedes verlo, tocarlo y probártelo. Me diréis que es más barato comprar en web, y es cierto. Otro día hablamos del coste oculto de estos precios baratos, que no es plan de fastidiarle a nadie las compras navideñas.

Visto cómo funcionan las grandes plataformas de comercio, ya aventuro yo el siguiente paso: algún listo inventará una app para que no sean las tiendas sino los propios vecinos los que almacenemos en nuestra casa paquetes del vecindario, a costo más bajo. Lo llamarán economía colaborativa, y la mercería y la ferretería perderán hasta este premio de consolación que hoy tienen. Felices compras.