Juan Arrojo, el fotógrafo que llegó hasta el tuétano de Asturias

Juan Arrojo, el fotógrafo que llegó hasta el tuétano de Asturias

El retratista del Principado recibirá un reconocimiento dentro del 40 aniversario de la marca «Asturias Paraíso Natural’

Taramundi hizo de su debilidad fortaleza y convirtió el miedo a desaparecer en un sueño cumplido: el turismo rural

La silueta de Juanjo Arrojo (La Rasa-Turón, Mieres, 1950) es inconfundible, siempre atravesada por alguna de sus cámaras. La boina y su inconfundible coleta son símbolos identitarios de este hombre menudo, que atesora mil y una historias vividas por esos caminos que conforman y cruzan Asturias, aunque reconoce que “a mí lo que me tira es el Occidente”.

Quedamos en su “cueva”, como él llama al espacio de su casa donde guarda negativos, diapositivas, fotografías en papel, CDs, discos duros (de hasta 6 teras), cámaras de fotos (unas veinte)… Archivadores que organizan unos tres millones de fotos en bruto, alrededor de millón y medio originales. “Mira, es que no tengo ya dónde poner nada”. Los diplomas, los premios y las publicaciones que recogen su obra visten las paredes de esta casa gijonesa.

“No me da la vida”, afirma, consciente de que tendría que digitalizar una memoria que abarca, profesionalmente, desde el año 79. Un recorrido por los 78 concejos de Asturias que recogen fundamentalmente paisaje, casonas, territorio… y cuevas.


Juanjo Arrojo.

No en vano, Juanjo Arrojo es el único especialista en retratar estos espacios angostos y el arte parietal, algo que tuvo que aprender a pinrel, acarreando una enorme caja metálica que acabó comprando para guardar todos los materiales. Hoy la digitalización le facilita un poco la vida, pero cuenta cuántas fotos se perdieron mientras medía en aquella época de carrete. Y, aunque quiere formar a nuevas generaciones en esta especialización, lamenta que nadie coja el relevo.

De minero a fotógrafo

Nacido en Turón, fue enviado con los güelos a Cudillero a los seis meses. Allí vivió hasta los cuatro o cinco años, cuando retornó a Mieres. Trabajó en la mina desde los 18 hasta los 29 años, primero en Hunosa, en los pozos Santiago y San Jorge, para luego pasar a Minas de Figaredo.

Mientras va desgranando su vida, no para de ir y venir. Aquí un libro de la enciclopedia Ayalga con fotos suyas, un sobre con diapositivas de 6×6, el último trabajo para el Museo Arqueológico de Asturias en uno de los tres Macs con los que trabaja (y a los que hay que sumar dos escáneres). “No me da la vida”, asegura. Pero lo cierto es que es un “disfrutón” de su trabajo. Él mismo lo asevera. Se le ve. Se le siente.


Juanjo Arrojo, con su inseparable boina.

Allí, en la mina, trabajaba de lunes a sábado. En ese transcurrir, uno de sus primos, que trabajaba en el Colegio de Arquitectos en Oviedo, le comentó la posibilidad de retratar para un trabajo todas las casonas indianas de Asturias. Y se puso manos a la obra. “El problema en el año 79 era ir a Taramundi o Llanes. No rendía solo los domingos, pero me fui arreglando”.

Para entonces ya vivía en Oviedo: “Caséme en el 74 y marché para allá, pero hasta que no conseguí venir para Gijón, no paré. Oviedo como ciudad me encanta, pero no para vivir. Vas pal Muro o al muelle y todos los días cambia”. Después vino la separación, su nueva pareja y el piso de El Llano, en el que al ver el salón ya supo que allí instalaría su cueva.

Como no era profesional, facturaba a través de un amigo y aprovechó para profesionalizarse al ver que el trabajo le rentaba. Además, era más seguro que la mina. Y no se le daba nada mal. Cuenta que se plantó en Madrid para hacer un examen que le capacitara como fotógrafo. “Yo no tenía ni idea de lo que preguntaban allí, que si grados Kelvin, que si la temperatura del color…”, pero, con todo pundonor, se preparó y volvió de segundas. Entonces regresó con su carnet de la Confederación Nacional de Fotógrafos de España, aunque certifica que “la profesionalidad me la dieron los clientes”.

El visionario

El caso es que, cuando cambió el presidente del Colegio de Arquitectos, vinieron las desavenencias y dejó aquel trabajo de encargos y pensó: “Yo, pa la mina… ¡qué hostias!”. Así que apañó un par de dossieres y con ellos bajo los brazos se fue a la Dirección General de Turismo. “No había casi nada en Turismo (ni en Cultura), estaba empezando todo”. Hablamos de los años 80 y Arrojo fue aquí, haciendo honor a su apellido, todo un visionario: “Soy Juanjo Arrojo, soy fotógrafo y soy capaz de hacer este tipo de fotos”. Así entra también en la editorial Nobel.


Pantalán de San Balandrán, una imagen del fotógrafo.

De ahí ya vino todo rodado: a través de un contacto empieza con la editorial Everest y conoce a Ana Roza (actual editora de Delallama), que tuvo la precaución de comprar dos títulos de Arrojo al cerrar la editorial leonesa. En la actualidad se encuentra trabajando con ella en tres nuevos libros sobre Oviedo, Gijón y Asturias.

El fotógrafo disfrutón y comprometido

“Ahora, que estoy retirado pero sigo pagando, no cojo los trabajos por dinero, sino porque me gustan”, y ríe ante este trajín de vida que trae. “¡Querida más no estar jubilado, tengo más movidas que cuando trabajaba! ¿Lo importante de esto sabes qué ye? Que lo disfruto”, y entonces habla de otros proyectos que le tienen enamorado, como un homenaje al río Navia, “ese gran desconocido”.


Arcu La Vieya, fotografía de Juanjo Arrojo.

A ello se suman “las mil asociaciones en las que estoy metido, en algunas en la directiva. Quiero colaborar con lo que pueda”, asegura. Y así es como Juanjo Arrojo es un perfil habitual en mil y una “movidas”, activista del asturiano, “activista de Asturias”.

El fotógrafo de Asturias

“Veo lo que los demás no ven”. Eso es lo que da la mirada experta detrás de un visor: el buscar la luz, la perspectiva, la paciencia para esperar tres minutos de exposición para hacer una foto en un espacio confinado como es una cueva. “¿Tú sabes lo que es tener en tus manos una pieza de hace 6.000 años? Eso ye lo que a mí me llena. Yo tengo vacaciones todo el año, y me pagan por ello”, así define su profesión.


La cuevona de Ardines, de Juanjo Arrojo.

Entre las mil y una anécdotas que atesora, cuenta que tiene retratadas todas las cuevas de Asturias, “las visitables y las no visitables, y en dos ocasiones me acojoné”: una fue en El Torneiro, en Castañeu del Monte (Oviedo) y la otra en Les Tempranes (Llanes). En esta segunda le valió su experiencia como minero: “Sé de los efectos del grisú. No quedamos allá de milagro”.

El enamorado de Asturias

“Empecé a enamorarme de Asturias cuando entré con un amigo en el Centro Cultural Deportivo de Mieres, que regentaban el refugio del Meicín”. Allí conoció a Emilio Fueyo, al que agradece ser su maestro en la fotografía, junto con Alonso, que trabaja en el Museo de Bellas Artes y tenía estudio en la calle Fruela. Con éste aprendió el arte del retrato de obras de arte.

Sus primeras fotos, dice, las hizo con una cámara de plástico y así empezó a retratar esta tierra, escalando en las Ubiñas. En plan etnográfico, la primera foto fue un hórreo en Zurea (Lena) y así fue descubriendo, aprendiendo y enamorándose. “Que hay que conocer más sitios, por supuesto, pero no me mola que la gente no sabe ni dónde está Conforcos”.

La leyenda

“Hay una leyenda que en parte puede que sea cierta”. Se cuenta que Arcadi Moradell, diseñador de la imagen de Asturias Paraíso Natural, estuvo de luna de miel en la región y el Principado le hizo el encargo de mandarle una serie de fotos, entre las que había una selección de Arrojo, su famoso arco de Santa María del Naranco: “Siempre critiqué que faltaba un poco de nieve en el pico”, señala socarrón.

En aquella primera carpeta de hojas había tres fotos suyas. A partir de ahí se encargó de los folletos. Y ya el resto es historia conocida.

El martes 2 de diciembre será homenajeado en el Teatro de La Laboral en el marco del 40.º aniversario de la marca turística del Principado, en la categoría de Imagen y Comunicación: “por tu mirada sensible sobre el territorio durante cuatro décadas”, reza la carta de reconocimiento.