Qué es la resiliencia, según la psicóloga Clara Cañas: «Ser resiliente no significa no sufrir, sino adaptarse y seguir adelante»
¿Qué hace que dos personas actúen y se enfrenten de manera distinta a un mismo problema? La resiliencia tiene buena parte de la respuesta
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La vida es un camino de contratiempos, ya sea porque ha llegado el final de una relación, por problemas de salud, por la pérdida de un trabajo o cualquier otro cambio significativo que genere estrés. Todos experimentamos giros inesperados y adversidades, desde el reto más cotidiano hasta acontecimientos traumáticos con mayor impacto, como la muerte de alguien querido o una enfermedad grave, y todos pueden poner a prueba nuestros límites.
Cada uno de estos cambios nos afecta de manera distinta y suponen un torrente único de pensamientos, emociones o incertidumbre. Lo que es más importante es cómo respondemos a estos retos inevitables. En la mayoría de los casos, nos adaptamos bien con el tiempo a situaciones que nos cambian la vida, y es en parte gracias a la resiliencia. Clara Cañas Iglesias, psicóloga clínica, nos explica cómo nos ayuda a afrontar problemas y recuperarnos de los contratiempos y nos da pistas sobre cómo podemos trabajarla.
El poder adaptativo de la resiliencia
¿Por qué una persona acepta momentos difíciles mientras que otra se derrumba? “La resiliencia es la capacidad que tenemos las personas para afrontar, adaptarnos y recuperarnos de situaciones adversas, como el estrés intenso o experiencias traumáticas”, explica Cañas. Podríamos afirmar que las personas que mantienen la calma frente a una adversidad tienen una fuerte resiliencia. Alguien resiliente tiene unas fuertes habilidades para afrontar y organizar los recursos disponibles, pedir ayuda cuando hace falta y encontrar maneras de gestionar la situación a la que se enfrenta.
Para entenderlo mejor podríamos crear un símil con lo que significa esta palabra en agronomía: hablamos de la capacidad del suelo para regenerarse tras una inundación o un incendio, es decir, la flora y la fauna son las que se recuperan, pero de manera distinta a la de antes. En las personas ocurre algo similar: es nuestra capacidad de recuperarnos tras un trauma o un reto vital.
Pero, como aclara la experta, “ser resiliente no significa no sufrir, sino adaptarse y seguir adelante a pesar de los momentos complicados”. En lugar de caer en la desesperación o esconderse de los problemas mediante estrategias de enfrentamiento poco saludables, las personas resilientes lo hacen de frente. No solo sobreviven a situaciones difíciles, sino que también las gestionan y las asimilan de forma más saludable.
La resiliencia no es una cualidad especial que se encuentre en una persona, sino que se trata de algo que emerge a través de la interacción de la persona con otros factores. “Esta habilidad surge de la combinación de distintos factores personales y sociales que ayudan a mantener el equilibrio emocional. Gracias a ello, la resiliencia se considera una pieza clave para el bienestar psicológico y la salud mental, por lo que nos ayuda a afrontar las situaciones de mejor forma y, por tanto, a vivir mejor”, aclara Cañas.
Cuando aprendemos de los cambios sin negar la realidad
Las personas resilientes buscan maneras de resolver o, al menos, de mejorar la situación. No suelen gastar su energía en repetir por qué el problema es difícil o injusto, sino que canalizan este tiempo, energía mental y emocional para encontrar soluciones. Lo explica Cañas, según la cual “una persona resiliente es aquella que, ante la adversidad, logra adaptarse, aprender y salir fortalecida de las experiencias difíciles. No significa que no sufra, como ya hemos comentado, sino que encuentra la manera de seguir adelante y darle un sentido positivo a lo vivido”.
¿Qué tiene una persona resiliente? Sin duda, y según la experta, “su fortaleza se basa en varios rasgos y habilidades: sabe regular sus emociones, mantiene una autoestima positiva y encuentra sentido a lo vivido, incluso en momentos de dolor”. Pero es que, además, y gracias a su experiencia en la consulta, ha podido comprobar que se trata de personas “perseverantes, empáticas y con confianza en sí mismas que cuentan con vínculos afectivos seguros y redes de apoyo que refuerzan su bienestar”.
Esta capacidad por resolver problemas y aprender de los cambios no les aleja de la realidad, ni les lleva a negarla. Como explica Cañas, una persona resiliente se caracteriza por tener estas habilidades:
Buen autoconocimiento gracias al cual puede comprender sus emociones, límites y fortalezas.
Flexibilidad cognitiva, que le permite reinterpretar las situaciones y adaptarse al cambio.
Valor del apoyo social. Estas personas no están solas, sino que buscan y aceptan el apoyo social cuando lo necesitan.
Sentido de propósito que les da dirección y motivación.
Aunque en algunos casos pueda dar la sensación de que una persona vive alejada de la realidad o solo ve el lado bueno de las cosas, nada más lejos. “Las personas no viven todo de forma positiva; también sienten dolor, tristeza o frustración, pero no se quedan atrapadas en esas emociones”, matiza Cañas. Lo que empodera a este tipo de personas es que reconocen el sufrimiento, lo procesan y aprenden de él.
En definitiva, una persona resiliente “combina autonomía, empatía, perseverancia y confianza en uno misma, y es capaz de regular las emociones, resolver problemas y mantener vínculos seguros”, concluye la experta.
Construyendo la resiliencia
La resiliencia no es una cualidad o un atributo con el que se nace. Más bien se trata de un conjunto de habilidades que se pueden desarrollar repitiendo comportamientos específicos. La resiliencia “no es una cualidad innata, sino una capacidad que se entrena a través de la experiencia y el trabajo personal”, afirma Cañas.
Es importante tener en cuenta que ser resiliente requiere un conjunto de habilidades que se pueden trabajar y desarrollar con el tiempo. No es tan solo un rasgo fijo, sino que estamos frente a un proceso que se desarrolla y fortalece a lo largo de la vida. Construir resiliencia requiere tiempo, fuerza y ayuda. “Trabajar la resiliencia implica promover la salud mental, las competencias socioemocionales y la capacidad de adaptación frente a la adversidad”, matiza Cañas.
Da igual si somos jóvenes o mayores, la resiliencia la podemos fortalecer en cualquier etapa de la vida. ¿Cómo? Para Cañas lo primero y esencial es el autoconocimiento y la autoconfianza, que nos ayudan a “reconocer nuestros recursos internos, nuestros límites y logros”. Otro aspecto fundamental es “reformular los pensamientos negativos, sustituyendo las interpretaciones catastrofistas por otras más realistas y equilibradas”, afirma Cañas. El conjunto de todas estas habilidades cognitivas es lo que permite “afrontar las dificultades con una perspectiva más constructiva”.
El trabajo por conseguir ser más resilientes no acaba aquí. Otro pilar clave, según la especialista, es la autorregulación emocional, es decir, a aprender a lidiar con el estrés, la frustración o el miedo. “En la práctica clínica se usan técnicas como el mindfulness, la respiración consciente, la escritura terapéutica o la relajación progresiva, que ayudan a mejorar el autocontrol y reducir la reactividad emocional”, afirma Cañas.
Ya hemos visto que una de las cualidades de una persona resiliente es el valor de la conexión social. Por tanto, si queremos trabajarla debemos ser conscientes de la necesidad de “fomentar vínculos afectivos sólidos, con la familia o los amigos, ya que contar con una red de apoyo actúa como factor protector frente a la adversidad”, matiza Cañas.
De nada serviría todo esto si no se trabaja a encontrar un sentido en lo vivido, “a integrar las experiencias dolorosas y transformarlas en oportunidades de aprendizaje. Esta búsqueda de propósito y significado facilita la reconstrucción personal tras el trauma o la pérdida”, afirma Cañas.
“La resiliencia no sustituye la salud mental, pero sí la sostiene: nos enseña que no se trata de no caer, sino de aprender a levantarnos con más sabiduría y fortaleza cada vez”, concluye Cañas.