Vivir y dormir en las chabolas de la M-30 durante el invierno pese a los recursos públicos: «Es mejor que un centro social»
Aunque existe una campaña municipal contra el frío, seis centros sociales públicos y once entidades coordinadas con el Ayuntamiento para ayudarles a abandonar la calle, la vía de circunvalación más transitada de Madrid sigue siendo considerada como la mejor alternativa a un techo que encuentran muchas personas sin hogar
La vida en las chabolas de la M30 a 40 grados: “La gente te mira como si no existieras”
¿Cómo acaba uno viviendo en la calle? ¿Por qué no busca comida o techo en albergues públicos? ¿Qué hace si viene una ola calor? ¿A dónde va cuando llueve? ¿Cómo sobrevive al frío de Madrid cada invierno? ¿Podría ocurrirme a mí también? Son preguntas que la mayoría se ha hecho después de ver a alguien durmiendo entre cartones, al aire libre y con el único resguardo de una manta. Puede ser en mitad de un paseo, a las afueras de la ciudad o en plena Gran Vía: el año pasado, los equipos de calle del Ayuntamiento atendieron a más de 13.000 personas sin hogar, según datos de la Dirección General de Inclusión Social y Cooperación al Desarrollo. Este registro se clasifica por distritos, con el Centro o Arganzuela a la cabeza en el número de intervenciones. Pero hay un lugar de paso que es transversal a todos ellos y aparece diluido en esta estadística, pese a que reúne muchas vidas a la intemperie: la M-30.
“Suelen estar en los puentes o al otro lado de la carretera”, resalta una vecina en el parque de Breogán (barrio de La Guindalera). Pasea a su perro a media mañana en el último jueves de noviembre en el lugar donde, hacía unos días, salió ardiendo una tienda de campaña. Ocurrió muy cerca de la vía de circunvalación, al quemarse la manta que una mujer utilizaba para dormir. Los servicios de Emergencia confirmaron que resultó ilesa, aunque el rumor y la alarma se han extendido a otros puntos de la almendra central.
“Nosotros estamos bien, por suerte”, responde María, que vive con su marido, Sandu, a pocos metros de donde hallaron la tienda. Los dos nacieron en Rumanía y hace 15 años desde que llegaron a España; él aún chapurrea el idioma, pero ella se defiende con más soltura. Se vieron en la calle casi desde el primer momento. Su pequeño rincón de la M-30 son unos carros con chatarra, un sillón en buen estado que recogieron de la basura o algunas sillas para descansar. Duermen en un coche a pocos minutos de la estación de Metro de Ventas y con unas mantas por encima, así que resisten más que otros estas primeras semanas de frío. “Es mejor que ir a un centro social”, aseguran.
Una maleta abierta junto al resto de pertenencias de Sandu y María, en la M-30
La Red Municipal de Atención a Personas sin Hogar cuenta con cinco centros de acogida de titularidad municipal, gestionados de forma directa o indirecta por el Ayuntamiento. A veces se contratan plazas en hostales privados para brindar alojamiento a gente en situación de calle o extrema vulnerabilidad, pero la noticia suele provocar revuelo o incluso rechazo en los barrios donde se permite. Cuando se trata de un espacio completamente municipalizado, las plazas incluyen servicio sanitario o acceso a programas psicosociales o formaciones que mejoren las opciones de encontrar trabajo. Claro que, sin casa donde dormir, cambiarse o asearse para salir, es difícil pasar de la primera entrevista.
Se pasa frío y no es muy cómodo, pero podemos sobrevivir y tenemos más independencia
“Nosotros nos dedicamos a la chatarra y, aunque ahora se pasa frío y no es muy cómodo, podemos sobrevivir. Así tenemos más independencia”, se explaya María sobre la posibilidad de acercarse a uno de estos recursos. En primer lugar, dice no saber cómo localizarlos. A diferencia de otras personas en situación de calle, María guarda un teléfono móvil desde el que puede buscar información o ubicaciones cercanas. Sin embargo, tiene algunas reticencias: teme que el control horario de estos centros les limite o que, al no tener papeles, puedan verse en un encontronazo con las autoridades.
Lo mismo piensa Cosmin, que duerme oculto en un parque cercano. Esa mañana se ofrecía a limpiar cristales de los coches parados junto a un semáforo de la M-30. Acompañado de otras seis personas –de diferentes edades aunque todas de origen rumano– hacían fila en el arcén derecho, ataviados con guantes de plástico o productos de limpieza. Cosmin es uno de los más jóvenes del grupo (tiene 20 años) y también el único que habla español. Así que se encarga de traducir la conversación al resto, que observa con desconfianza.
“Nos conocimos todos en España y decidimos vivir juntos para que fuera más seguro”, relata, guiando a Somos Madrid hasta la zona donde guardan sus pertenencias desde hace tres meses. “No tengo móvil ni documentación, no sé cómo coger el Metro y nadie me ha explicado nada desde que estoy ahí. Hace frío, sí, pero, ¿adónde vamos a ir?”, se pregunta con ironía.
La zona de la M-30 en la que Cosmin y sus compañeros guardan sus cosas y pasan la noche
En realidad, la red municipal dispone de seis centros de acogida (San Isidro, La Rosa, Juan Luis Vives, Puerta Abierta, Beatriz Galindo y Pedro Meca) repartidos por la capital y que se mantienen abiertos durante todo el año. En total son 1.210 plazas disponibles para una ciudad que atiende a miles de personas a lo largo del año, así que el Área de Políticas Sociales, Familia e Igualdad pretende ampliarlas hasta las 1.400 a lo largo de 2026. Entre esas plazas hay 370 que son en viviendas, o bien públicas de la EMVS (Empresa Municipal de Vivienda y Suelo) o contratadas del mercado privado.
Hace dos domingos arrancó la campaña municipal del frío, un dispositivo del Ayuntamiento de Madrid para reforzar la atención a personas sin hogar en los meses de invierno. Este plan abre espacios de pernocta que no requieren de una permanencia integrada en el centro, sino que permiten pasar la noche o asearse algunas horas. Un recurso que María y Sandu no conocían, pues no han hablado con los equipos de calle. Esta plantilla coordinada por el consistorio establece vínculos con gente en su situación para informar sobre las opciones que tienen, o bien ayudarles con trámites y papeleo.
Por qué alguien sin hogar rechazaría un recurso público
El desarraigo social y la situación vital que afrontan genera en muchos casos una desconfianza en las instituciones, tal y como reconocen desde el propio Ayuntamiento. No ocurre lo mismo con los voluntarios. “Un integrador social te atiende desde la perspectiva del necesitado, no de la persona. Cuando llega un voluntario saben que tiene el tiempo, las habilidades o las ganas de estar con ellos incluso en su tiempo libre. Ese contacto devuelve a la gente la conciencia de su propio valor”. Quien habla es Jesús Sandín, trabajador de una ONG especializada en soledad y exclusión social llamada Solidarios. Jesús coordina los equipos de calle que cada tarde, de ocho a once, recorren el centro de Madrid para llevar comida, mantas o conversaciones a las personas que duermen al raso.
Un sofá y varios sillones alrededor de una mesa, en uno de los rincones improvisados para dormir junto a la M-30
Son casi un centenar de voluntarios y dos trabajadores organizados en seis rutas que, de lunes a jueves, cubren entre dos y cinco cada día en función de los miembros que haya disponibles. Su trabajo complementa al de las instituciones –en muchos casos, derivan o informan sobre sus recursos disponibles– aunque establece el vínculo desde otro ángulo, uno más personal e individualizado que les permite extraer algunas conclusiones. Sobre todo, acerca de qué es lo que ahuyenta a la gente sin hogar de las ayudas públicas que se le ofrecen.
En los equipos de calle del Ayuntamiento (que colabora con 11 entidades externas) se encuentran trabajadores y educadores sociales, auxiliares, psicólogos o mediadores para comunicarse con personas inmigrantes que no hablen el idioma. En total son 62 profesionales los que destina el consistorio, después de que en enero se incorporaran 18 a la plantilla. Pero en la M-30 no dejan de verse construcciones de cartón, chabolas o personas durmiendo al otro lado del arcén. ¿Por qué siguen allí?
Desconfianza en las instituciones y “violencia burocrática”
“Lo que más nos trasladan es un problema de violencia burocrática. No tanto por los profesionales que les atienden en los recursos, que generalmente lo hacen con comprensión y empatía, sino por la hostilidad del proceso”, resume Jesús, que pone un ejemplo común: “Si alguien espera seis meses para recibir un subsidio y luego le ofrecen un trabajo temporal, lo habitual será que no lo coja. Cuando acabe el contrato tardaría meses en recuperar la ayuda y, mientras, vivirá sin ingresos”.
Ve ahí una pescadilla que se muerde la cola y una dificultad extra para abandonar la calle. “La gente no quiere una plaza en un albergue. Quieren independencia”, sentencia el coordinador de los voluntarios. He aquí otra arista del problema. “El centro social más humano de Madrid es el de Juan Luis Vives, que tiene dos camas por habitación y les da algo de espacio; pero está mal comunicado. Para coger el metro en Puerta de Arganda, que es línea 9, hay que andar 20 minutos y los fines de semana no pasa el autobús”, revela Jesús, que se muestra tajante: “Nuestra cartera de servicios no siempre coincide con lo que esta gente necesita. Tal vez sea por ahí por donde podríamos empezar a mirar”.
Para él, acercarse a una solución pasa por escuchar más a estas personas sin el filtro mental del sinhogarismo: “No les miramos, no sabemos quiénes son ni de dónde vienen, pero podría ser cualquiera de nosotros”. En marzo de este año, un hombre apareció muerto dentro de un contenedor de ropa al que había entrado para refugiarse del frío. Le reconocieron entre los hombres que últimamente dormían al raso por la zona, y el hallazgo coincidió con un momento de gran tensión en el aeropuerto de Barajas por un conflicto generado, precisamente, a raíz de la acumulación de personas que acudían allí a pasar la noche. Ocurrió irónicamente en la plaza de Prosperidad, en Chamartín, donde llevaba ya varios días. Nadie sabía su nombre.
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