Ángel Torres Quesada, el panadero que se convirtió en A. Thorkent para la gran saga de la ciencia-ficción española

Ángel Torres Quesada, el panadero que se convirtió en A. Thorkent para la gran saga de la ciencia-ficción española

El gaditano, autor de la celebrada saga El Orden Estelar, ha fallecido en su ciudad natal después de publicar unas 150 novelas cuando los editores rechazaban los nombres españoles

Ángel Torres Quesada (Cádiz, 1940) falleció el pasado 30 de noviembre, a la edad de 85 años, en la ciudad que le vio nacer y en la que desarrolló toda su vida, incluida su fecunda obra literaria: más de 150 novelas que hicieron de él un pionero de la ciencia-ficción andaluza y uno de los autores más prolíficos de las letras sureñas. Conocido por muchos como Ángel el Pastelero por su profesión –venía de una familia de tradición panadera–, supo pasar de las novelitas de kiosco a una literatura de mayor ambición al tiempo que las ficciones futuristas iban ganando prestigio en España.

Aunque de niño su vocación era la de dibujante –práctica que cultivó siempre con muy buena mano, hasta el punto de publicar tiras cómicas en el periódico local–, empezó a escribir muy pronto por influencia de su hermano Juan, que devoraba los tebeos de El guerrero del antifaz, Flash Gordon y El Coyote. No obstante, hubo de esperar hasta los primeros años 60 para debutar en la colección pulp Luchadores del Espacio de Editora Valenciana con la novela Un mundo llamado Badoom, mecanografiada con una máquina de escribir prestada.


Detalle de la portada de ‘Un mundo llamado Bodoom’

De aquella literatura de consumo rápido, los famosos bolsilibros, dio el salto a la editorial barcelonesa Bruguera, donde fue dando a conocer su saga más celebrada, El Orden Estelar. Puesto que en aquella época los editores rechazaban los nombres españoles por considerarlos de nulo atractivo comercial, firmó sus obras con pseudónimos como Alex Towers y A. Thorkent, éste último muy popular entre los lectores del género.

Uno de sus discípulos aventajados, el también gaditano Rafael Marín, hoy referente ineludible de la fantasía futurista, recuerda cómo lo conoció en aquel tiempo: “Fue en 1978, cuando ganamos sendos premios de un concurso de relatos. Vino a verme a mi casa, yo no estaba. Mi madre me dijo que había venido a verme el señor de la confitería donde íbamos algún domingo. Volvió por la tarde. Charlamos. Él fumaba. Y entonces me preguntó si había leído un artículo en la revista Nueva Dimensión donde hablaban de las novelitas de A. Thorkent. Lo miré y le dije: ‘¿Tú eres A. Thorkent?’. Y él asintió con esa calma que da saber que era reconocido”. El tercer galardonado de aquel premio fue un joven llamado Eduardo Haro Ibars.

Del espacio al 11-S

En una entrevista con Fran G. Matute para la revista Jotdown, Torres Quesada afirmaba que “Bruguera pensaba que el lector era gilipollas y que no iba a comprar las novelitas de un autor español. Eso pensaban en Bruguera y probablemente fuera verdad [risas], las cosas como son. En todo caso, muchos lectores sabían que detrás de esos nombres en inglés había un escritor español. No era ningún secreto. Yo firmé mi primera novela como Alex Tower, pero para Bruguera me lo cambié por el de A. Thorkent, que era una especie de juego de palabras con mis dos apellidos. Los nombres sí los elegí yo, en eso te daban libertad”.

“Siempre me llamó la atención que escribiera ciencia ficción, en un sitio y en una época en que estaba mal visto”, prosigue Marín. “Sí, fue un autor de novelas de a duro en sus comienzos, pero era un narrador de raza y pronto aquellas novelitas de 80 páginas se le quedaron cortas. Pese a la negativa editorial, sus novelas empezaron a engarzarse. Usando triquiñuelas, logró crear su propia saga, El Orden Estelar. Luego ya pasó a novelas de mayor enjundia que escribió con su propio nombre”.


Arriba a la izquierda, con sus compañeros del grupo literario Parsec

Antes de que concluyera aquella década de los 70, Torres Quesada dio muestras de acercarse a aquel registro más serio y elaborado sin salir de la ciencia-ficción, con títulos que hoy son objeto de aplauso unánime como La trilogía de las islas, El círculo de piedra, Las grietas del tiempo, Los sicarios de Dios, Sombras en la eternidad o Los vientos del olvido, donde se anticipó siete años a los atentados del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos, para especular con las consecuencias de las políticas antiterroristas de la administración Bush.     

Muerte de la galaxia Gutenberg

Entre sus galardones, destacan el premio UPC, la Beca Pepsi de la Semana Negra de Gijón, el premio Alberto Magno de relato, el premio Gabriel a la labor de una vida, otorgado por la Asociación Española de Fantasía y Ciencia Ficción y dos premios Minotauro, por sus novelas Las Sendas Púrpuras y En la ciudad oscura, por citar los más relevantes.

Para Fran G. Matute, “Ángel ha estado muy olvidado, aunque ha habido algún intento reciente de reeditar obras suyas y reivindicar su figura”, señala. “De Andalucía solo hubo dos autores de bolsilibros, y uno de ellos era él. Fue un clásico vivo y al mismo tiempo tuvo mucho contacto con autores más jóvenes, que lo admiraban mucho. Recuerdo que en su casa tenía un cartel de la Feria del Cómic de Carlos Pacheco, a quien consideraba un genio, y éste le tenía también mucho cariño a Ángel”.    

Aunque sus facultades mentales, muy mermadas en los últimos tiempos, no le permitieron estar presente, la Feria del Libro de Cádiz le dedicó el pasado verano un acto en homenaje a quien ensanchó el horizonte de las letras andaluzas. “En los últimos años, Ángel se quejaba de que la galaxia Gutenberg había muerto”, conluye Rafael Marín. “El papel ya no servía, los libros no se vendían, nos había ganado la imagen”.