El PSOE y Salazar, un problema más allá de la coherencia

El PSOE y Salazar, un problema más allá de la coherencia

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Denuncia, nos dicen. Habla. No te calles. Pero, ¿qué pasa después de que hablemos?, ¿qué pasa después de la queja, de acudir a las instituciones? Al menos dos mujeres se atrevieron en julio a utilizar el canal confidencial de denuncia que el PSOE puso en marcha después de que elDiario.es informara de las quejas de varias mujeres sobre los comportamientos machistas e inadecuados de Paco Salazar, que estaba a punto de ser designado como secretario de Organización en la nueva ejecutiva. Utilizaron ese canal a pesar, según dijeron, de tener miedo a represalias, tanto como para enviar esa queja desde una ciudad y un ordenador diferente. No era para menos, Salazar era un hombre con poder y él mismo hacía ostentación de su capacidad de influencia en el partido y en Moncloa. 

Cinco meses después, sus denuncias no solo no habían sido investigadas, sino que habían desaparecido misteriosamente del sistema. El día que este periódico preguntó por ellas fue también el día en el que, muy oportunamente, Salazar pidió su baja como militante (en julio ya había dejado todos sus cargos). Esa baja le dio la coartada al PSOE para su primera versión de los hechos: admitían falta de diligencia y decían que la investigación no podría llevarse adelante porque Salazar ya no era militante. Este lunes, esa versión había cambiado: la desaparición de las denuncias se debía a una saturación informática y la investigación seguiría adelante.

Todos los detalles de esta historia contribuyen a su gravedad. Primero, porque, tras conocer los testimonios publicados en julio por elDiario.es, el PSOE se comprometió a investigar y llegar hasta el final. No era, hay que decirlo, una iniciativa voluntaria: la ley obliga a empresas, instituciones y administraciones a contar con protocolos contra el acoso sexual y por razón sexo y obliga, también, a tener canales de denuncia, a velar por un lugar de trabajo libre de acoso, y a investigar las quejas que se reciben. En todos los protocolos hay una palabra clave, diligencia. Las investigaciones deben instruirse con la mayor rapidez posible, por la gravedad de los hechos, por las consecuencias para las víctimas, pero también como garantía para el señalado, que tiene derecho a un proceso sólido y rápido. Es evidente que el PSOE no ha cumplido con esta obligación. 

Eso, sumado a la desaparición temporal (ahora han vuelvo a aparecer) de las denuncias, lanza un mensaje de desconfianza y desánimo, no solo para las mujeres que enviaron sus relatos, sino para todas las mujeres, las que son militantes y quizá ahora o en algún momento se vean en la situación de denunciar algún comportamiento, y las que no y ven como ese relato del “denuncia, habla” no va acompañado después de actos coherentes y comprometidos con las víctimas.

Hablamos de un partido de izquierdas que se define como feminista y que sostiene una coalición progresista que ha hecho de la igualdad una bandera. Ser consecuente con lo que se predica es, en este caso, no solo una deuda con la coherencia, sino con quienes creen, trabajan y /o votan por una política contagiada verdaderamente de feminismo y están poniendo el cuerpo frente al avance de la extrema derecha. Hay una frase que se dice en ocasiones: el machismo y los machistas están presentes en todos los sitios, lo que diferencia a unos de otros es cuántas feministas hay y, yo diría, cuánto se les deja a esas feministas influir, decidir y mandar para hacer las cosas de otra manera y no solo cosméticamente.

En el PSOE hay muchas feministas y muchas mujeres con convicciones feministas votan al PSOE, no es solo una impresión, sino una realidad contrastada por encuestas y muestreos. Cuando algo así sucede son las feministas que están dentro las que peor lo pasan: son (aquí y en cualquier espacio), con seguridad, las que más se han quejado y han peleado, las que más disgustos se han llevado, y son, también, las que suelen ser más interpeladas cuando su organismo, partido o empresas ‘la caga’. En ocasiones, las lealtades partidistas, desgraciadamente, pesan más. 

Como en el caso Errejón y el caso Monedero, el de Salazar obliga a que nos hagamos las mismas preguntas. ¿Debemos hacer más caso a esas historias que son secretos a voces?, ¿deberíamos entender que no se trata de esperar a que una mujer presente una queja oficial, sino que existe una responsabilidad de ser proactivos contra el acoso sexual?, ¿deberían los hombres entender que esos comportamientos que ven de otros hombres son también un asunto que ellos pueden, no solo reprochar, sino reportar a sus partidos o empresas?, ¿deberíamos entender que esta dejación de funciones envía un mensaje terrorífico a toda la sociedad?, ¿deberían los partidos ser mucho más contundentes contra las dinámicas machistas que arrastran y que encarnan hombres como ellos? Sí, sí, sí, sí, sí.

Ejercer, y no solo difundir, un discurso feminista es más urgente que nunca cuando las derechas llaman a la puerta con sus tesis negacionistas, con su reacción, con sus ganas de desacreditar todo lo que suena a igualdad.