España antes no era así
La desarticulación de una célula terrorista en Castellón dispuesta a atentar para conseguir un estado de raza blanca nos pone en el espejo como un país que, pese a lo que creíamos, no está inmunizado contra los males ultra que recorren el mundo
Hace una década, en 2016, una mayoría de españoles vio cómo Reino Unido decidió salirse la Unión Europea. Se preguntaron qué demonios pasaría en esas islas peculiares para que sus ciudadanos le tuvieran tirria a una organización supranacional –y bastante desconocida– a la que no se podía achacar ningún mal específico para la vida de las personas en cada país miembro. Hoy, esa pregunta tiene respuesta, y la UE es una de las organizaciones a las que se ha arrastrado a una diana política desde la ultraderecha española por fomentar políticas verdes o poner límites al mercado. Ese mismo año, esa misma gran mayoría de españoles vio a quien consideraban un candidato accidental fruto de una ocurrencia republicana, el millonario Donald Trump, convertido en el presidente del país más poderoso y con más incidencia en el mundo occidental. Había memes y chistes, risas de superioridad cultural: eso, aquí, no podía pasar. Hoy, nueve años después, esas mismas comisuras se han tensionado para expresar pudor, desazón, incredulidad. ¿Eso podría pasar aquí?
Descolocados por un despertar sobrevenido –y habiendo sido el Brexit y la victoria de Trump decisiones tomadas por un estrecho margen de mayorías que anunciaban ya una polarización social mundial– quizás esos españoles pensaron que estaban a salvo de estas recetas simplistas e inmunizados para una ola reaccionaria que ha conseguido doblegar la agenda, los temas de debate y rebañar los errores de las democracias y las fallas del estado del bienestar a su favor. Que las ideas ultra hayan llegado o no al poder es lo de menos, lo importante es el cambio cultural y cómo han ido poniendo banderas que han encontrado seguidores. Han ido moviendo los límites y todos los hemos ido aceptando como parte de una nueva geografía. Lo que era impensable es ahora posible. La pregunta que encuentra adeptos no es a dónde vamos y en qué futuro brillante nos vemos, sino de quién es la culpa de que estemos aquí. O cómo podemos volver a ese baúl de los recuerdos donde algunos encuentran una nostalgia de lo que no fue más que atraso, limitación y miedo. Los fans de los pantanos deberían saber que las mujeres tenían los mismos derechos que las de Arabia Saudí o que el resto de Europa avanzó y creció más que España sin echar mano de un caudillo.
La inmigración no fue jamás un tema de debate en España. Ni siquiera Vox en sus inicios lo utilizó. Hoy, con la colaboración del PP, es un asunto por el que se pueden ganar o perder elecciones y que ha escalado como problema percibido en las encuestas del CIS. Las personas de nacionalidad extranjera eran 3,7 millones en 2005 y hoy son 7 millones, mientras que la tasa de criminalidad es 9 puntos más baja desde entonces. Es decir, hay más migrantes, pero menos delitos. Pero eso da ya lo mismo. Con la inestimable ayuda de las redes sociales, la debilitación programada del periodismo y las campañas de marketing xenófobo se ha convertido a muchos españoles en más racistas y temerosos.
Tampoco era imaginable en 2016, cuando veíamos desde la barrera lo que pasaba en otras partes del mundo, que pudiera iniciarse un nuevo terrorismo en nuestro país. La Policía Nacional detuvo el pasado martes a tres personas acusadas de pertenecer a la primera célula terrorista identificada en España del grupo neonazi ‘The Base’. España acabó con ETA y ahora se podría arriesgar a atentados contra políticos, policías, centros de acogida o sedes de ONG, como ha pasado en Alemania. Pretenden crear ‘etnoestados’ de raza blanca y derrocar violentamente a los gobiernos democráticos. Cuando vimos en 2011 los atentados de Anders Breivik en Noruega en los que mató a 77 personas, tampoco lo vimos venir ni consideramos que algo así pudiera suceder en Castellón, donde tres personas que dirigían una célula “con disposición de realizar atentados” han sido detenidas.
Ya no se puede descartar por más tiempo que ha llegado la ola, aunque no sea con un formato tsunami, sino que baña silenciosamente a través de algunos políticos, plataformas, whastapp y telegram las conciencias de jóvenes y adultos, más dispuestos hoy a creer por una calidad de vida menguante que el estado de bienestar tiene que remendar cuanto antes, empezando por la vivienda. Esa agua turbia, que tiene todavía más arrastre social que poder institucional, ha conseguido su primer objetivo, que es ablandar las reacciones de asombro y cambiar la carga de la prueba de lado: ahora es la democracia y la libertad la que se tiene que justificar, interperlada por perturbadores. España no era así, pero si hay algo claro desde 2026 es que nada se puede dar por descontado.